lunes, 23 de enero de 2023

Auf wiedersehen, huevos

"In german we say... ¡auf wiedersehen¡"

Kiara Takanashi


“Es su última oportunidad de arrepentirse. ¿Está seguro de que quiere hacerse la vasectomía?” le dijo el doctor a un Sebastián echado sobre una camilla, semidesnudo de la cintura para abajo, cubierto hasta el pecho con una especie de sábana clínica verde pero con un agujero en la zona de sus genitales. La respuesta de Sebastián fue un pulgar arriba, el doctor le dio  unas indicaciones a las dos enfermeras que lo acompañaban, y en segundos una de ellas empezó a aplicarle una sustancia gelatinosa y fría sobre los testículos y pene estando este último, pudo Sebastián ver de reojo, casi desaparecido, contraído como la cabeza de una tortuga asustada. Echado Sebastián no podía ver bien sus rostros, y aunque así fuera, estaban todos con mascarilla en ese quirófano para cirugías ambulatorias, así que no tenía cómo confirmar que las dos enfermeras se estuvieran riendo del espectáculo ridículo que estaba dando su miembro viril, pero imaginaba que ese era el caso. Sintió ganas de que la situación se volviera un poco más confrontacional, que alguna de ellas le dijera algo como, señalando su entrepierna, “pobre su novia”, para lo cual él creía tener la respuesta perfecta para dejarla callada y completamente derrotada: “no sea ridícula: no tengo novia… Ella me dejó hace dos semanas”. Pero no era momento para preocuparse por el tamaño de su verga. La otra enfermera le puso un aparatito en un dedo, lo estuvo observando por un minuto, y le pasó la voz al doctor quien se acercó a darle un vistazo. Sebastian tuvo la iniciativa: “¿todo bien, doctor?”. El profesional le hizo notar que su pulso estaba por encima de 100, cuando lo normal era que estuviera por debajo de los 90 y le hizo una pregunta, “¿está usted muy nervioso?”, que Sebastian consideró de respuesta obvia: “cómo no voy a estar nervioso, doctor, si está a punto de cortarme los huevos”. “Ya le he dicho”, empezó a decirle el doctor, “que es un procedimiento sin bisturí; sus testículos (hablando con propiedad) van a quedar prácticamente intactos”. “Igual es para poner nervioso a cualquiera” se defendió Sebastián pero el doctor le aclaró que era una verdad a medias, que de los cientos de hombres que les había hecho la vasectomía, ninguno se había puesto tan nervioso como él. El problema estaba en que con ese pulso no podía empezar con el procedimiento así que le recomendó a Sebastián que cerrara los ojos, tomara aire y lo expulsara lentamente, él y las enfermeras lo dejarían solo  por unos minutos, y los tres salieron por una puerta que comunicaba la sala operatoria con una pequeña oficina.

Ya solo y con los ojos cerrados, Sebastián cumplía con los ejercicios de respiración mientras dos sensaciones empezaban a sobresalir sobre otras. Primero estaban sus latidos que de a pocos se hacían más y más sonoros hasta convertirse en su cerebro en algo más propio de un gigantesco bombo que de su corazón. Y lo segundo era el adormecimiento de su entrepierna debido seguramente al gel aquel que ahora quedaba claro su función como anestésico, que como tal era bastante efectivo, tanto que se le ocurrió como una idea loca que hubiera sido bueno ponerle algo de esa sustancia también a su corazón para que se tranquilice y deje de bombear tanta sangre, y para que no le duela tanto por lo de Lorena… Este último pensamiento involuntario lo sorprendió. Quiso regañarse por una idea tan cursi como esa pero no tuvo tiempo porque en ese momento, sobre el lienzo negro que miraban sus ojos cerrados, se empezaron a proyectar, una detrás de otra o superponiéndose entre sí, infinidad de imagenes, sonidos, palabras y otros elementos de la relación de tantos años que había terminado recientemente. No siendo una sensación para nada placentera, hubiera sido suficiente con abrir los ojos para ponerle stop a ese mal momento, pero se decidió por otra solución más arriesgada: tratar de poner orden en ese caos. Al comienzo tuvo éxito descartando con relativa facilidad todo lo que no tuviera que ver con el recuerdo más cercano, el de la conversación final, pero fue cuando se concentró en ese punto que las cosas empezaron a colapsar sumergiéndose en un montón de especulaciones: ¿Habló él lo suficiente? ¿Debió decir más? ¿En vez de haber utilizado tal o cual palabra o frase, Lorena habría cambiado de opinión si él se hubiera expresado de otra manera? Trataba de reconstruir en su mente aquel diálogo en una forma en la que el final hubiera sido feliz, pero eso no resultaba más que en un ejercicio doloroso y frustrante que de nada le servía sin una máquina del tiempo a su disposición. Si no hacía algo rápido sabía que se iba a poner a llorar y en su búsqueda desesperada de una idea que le sirviera de alivio fue curiosamente un arrepentimiento su salvación. “¿Y ahora qué?” le había preguntó él y la respuesta de ella fue “Me voy a Alemania” para luego decirle adiós, y ahora sobre la camilla Sebastián se arrepentía con gracia no haberse acordado en ese momento de una canción jocosa que tal vez hubiera calmado la tensión de habérsela cantado a Lorena, “Auf wiedersehen Darling”, y la empezó a tararear recordando la letra:


Don't say goodbye when you leave me my darling

Because i know you will return.

And if you leave, that is true i’ll feel lonely

So only say to me auf wiedersehen


    Y tarareando, y con los ojos abiertos, lo encontraron el doctor y las enfermeras a su regreso a la sala quienes comprobaron con agrado que su pulso sanguíneo había bajado a 89. Sebastián les explicó que finalmente fue el recuerdo de una canción lo que le tranquilizo y le pidió permiso al doctor para seguir tarareándola durante el procedimiento cosa que se lo aceptaron con la condición de hacerlo en voz muy, muy bajita, para evitar distraer a los profesionales. Seguro se lo dijeron pensando que no tardaría en aburrirse y que dejaría de hacerlo sin imaginarse que incluso manteniendo el tono de la canción él respondería las preguntas que le harían las enfermeras con el afán de ayudarlo a tranquilizarlo con una breve conversación. “¿Cuántos hijos tiene?” le preguntaron y él (cantando) “nin-gu-no”. Ellas: “¿Su esposa lo va a llevar a casa?”, él (cantando): “no-es-toy-ca-sa-do”. Ellas “¿entonces su novia?, él (cantando): “ella-me-de-jó”. Normalmente preguntas como esas le habrían causado mucho dolor a Sebastián pero la confusión que sabía estaba causando era suficiente placebo para disfrutar la situación. El que no lo estaba disfrutando era el doctor quien, dentro lo profesionalmente posible, se apuró un poquito para librarse de una vez por todas de este payaso que actúa como si le hubieran inyectado alguna droga cuando a lo mucho había recibido anestesia local. Un rato después, dejando sus instrumentos de lado, el doctor se acercó a Sebastián y le mostró un algodón que contenía dos porciones diminutas removidas de sus conductos seminales que confirmaban que la operación había terminado (que como tal duró unos 45 minutos) y que había sido un éxito. Entonces Sebastián, delirando por quién sabe qué sustancia química su cerebro estaba produciendo, confundiendo significados, equivalencias y sutilezas de las expresiones “adiós” y “nos vemos luego” en español, inglés y alemán, dijo viendo directamente el algodón y haciéndole un gesto de despedida: “Auf wiedersehen, huevos”. El doctor irritado se apresuró a corregirlo: “nadie le ha cortado sus huev.. testiculos... mejor vístase, nos vemos en unos minutos en la oficina”.

    Así fue la vasectomía de Sebastián, o al menos como él la recuerda y cuenta, y él jura y rejura que todo lo contado, hasta el más mínimo detalle, es verdad, solo que me he enterado que algunas personas escucharon de él la misma historia pero con diferente final. En vez de decir “Auf Wiedersehen, huevos” citó la línea, recordando la escena del tiroteo en el bar de la película Bastardos sin Gloria, “say auf wiedersehen to your nazi balls”, y que el doctor lejos de irritarse lo tomó con mucha gracia porque resultó ser un fanático de las películas de Quentin Tarantino,  y que la única aclaración que hizo por si acaso, antes de mandar a Sebastián que se vista, es que ninguno de los 4 presentes en el quirófano era un nazi.


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domingo, 15 de enero de 2023

jueves, 23 de julio de 2020

Optimus



Ver The Toys That Made Us ha sido una especie de viaje a tiempos no vividos, aunque suene cursi decirlo así. Lo digo porque esta serie documental de Netflix acerca de juguetes clásicos menciona a varios que han sido contemporáneos a mi niñez pero con los que no pude jugar mucho porque ninguno fue de mi propiedad, no quedándome otra que atesorar los breves minutos en los que mis amigos me prestaban algunos de los suyos. No eran artículos baratos y en mi casa la plata era principalmente para las cosas básicas y esenciales, y los juguetes como que no encajaban en esas categorías, mucho menos los que estaban de moda, y ni hablar de originales; los poco que tenía eran de imitación.
Son hasta el momento 12 episodios, una franquicia por episodio, cada uno de 50 minutos, y no podía faltar el dedicado a los Lego, que mucha relación tienen con mis juguetes de imitación. Los que yo tenía se llamaban Playgos y con ese nombre cualquiera pensaría que se trataba de una copia pirata pero en verdad no era así. Entra las cosas que aprendí del episodio de Lego, a parte de provenir de Dinamarca, es que las patentes tienen tiempo de expiración y la suya, de bloques con ranuras y enganches para crear estructuras más grandes, ya expiró hace mucho así que ahora cualquier fabricante puede crear su propia versión. O sea que mis Playgos eran legales, y muy divertidos también, pero definitivamente no eran Lego. Es algo que noté cuando a Héctor, un vecino y amigo de mi niñez, un tío suyo que vivía en los Estados Unidos le envió un par de sets y al momento de hacer la inevitable comparación mis humildes y regordetes bloques palidecían ante los suyos más estilizados. Recuerdo que Héctor me decía que en cualquier momento se iba a mudar con la familia que tenía allá, en Estados Unidos, y que lo primero que iba a ser era enviarme unos Legos. Lamentablemente esa mudanza no sucedió sino hasta que ya pasábamos los 12 años, edad a la que los juguetes ya no llaman la atención. Igual yo sigo esperando ese envío…
Los que sí eran imitación de la mala eran mis muñecos de He-Man, otra de las franquicias que tiene su respectivo episodio, todos estos de estructura convencional, es decir, que se recorre cronológicamente la historia de cada producto, desde sus orígenes hasta su situación actual. Tuve un He-Man y un Squeletor cuyos nombres y colores no coincidían para nada con los de la serie animada y tenía que tener mucho cuidado al jugar con ellos porque algún brazo o pierna se les caía a cada rato y no fuera a pasar que esas partes terminaran por los aires y extraviandose para siempre.
Pero mi verdadera obsesión durante esos años fueron los Transformers, la primera generación. Llegaron a la televisión peruana a finales de los 80, fueron un boom de inmediato, salieron a la venta los juguetes, y todos tenían uno menos yo. Mi amigo Héctor tenía el suyo e incluso Sara, una compañerita del nido, también. Sin estar consciente de ello Sara estaba rompiendo con varios estereotipos, claro que eso tuvo como consecuencia que las otras niñas del nido, hartas de escuchar de Optimus Prime, Megatrón y compañía, no quisieran jugar con ella en los recreos, así que Sara jugaba con nosotros, los varones y nuestros juguetes de acción, y todos felices y contentos, especialmente yo porque ella me gustaba y terminó convirtiéndose en mi primer “crush”. Entonces a estas alturas es obvio que el primer episodio que vi de The Toys…  fue el de Transformers, y mi intención fue ver ese nada más pero me gustó tanto la mezcla de información con humor y el nivel de producción que me animé a ver otros sin seguir el orden numérico sino guiándome de mis preferencias. Y cuando acabé con los juguetes con los que tenía alguna identificación ya no paré hasta ver todos los episodios, incluso aquellos que no me despertaban inicialmente mucho interés y aún así la pasé muy bien aprendiendo sobre, por ejemplo, Hello Kitty y los Power Rangers.
En la actualidad no sé cómo será la relación de los niños con los juguetes teniendo en cuenta el avance de la tecnología. Ya desde la época de mi niñez (finales de los 80, inicio de los 90)  como que rápidamente empezamos a olvidarnos de los juguetes para concentrarnos más en los videojuegos (aparecía el Super Nintendo por aquel entonces), y ahora que existen los celulares, internet y otros medios de entretenimiento, no me quiero imaginar que andarán pidiéndole los niños a sus padres para cumpleaños y navidades. Preocupación que ya adulto y sin hijos no es la mía pero sí la de mi novia quien sabe que sí o sí en alguna celebración importante tiene que regalarme algún Transformer, y tal vez así, poco a poco, llegue a tener una colección digna de mostrar como las que aparecen en los créditos al final de cada episodio de The Toy That Made Us.


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