martes, 27 de diciembre de 2011

Carita feliz

No debía estar pensando en ti, Sebastián, no en ese momento que Renzo y yo hacíamos el amor, pero no podía evitarlo, pensar en ti me daba placer; para esas horas ya debías de estar regresando a tu casa, solo, sintiéndote terrible, viendo por todos lados a chicos y chicas celebrando el 14 de febrero, y seguro ibas pensado que tu y yo pudimos haber sido como ellos; pero no lo fuimos, porque nunca llegué a nuestra cita. Por supuesto me llamaste, tres veces en las que dejé que mi teléfono sonara, sólo para mi deleite, mientras imaginaba tu rostro angustiado. “¿No vas a contestar?” me preguntó Renzo, y no sabes con qué satisfacción le respondí “no, no es nadie importante”. Porque además sabía que no ibas a insistir más; estabas tan desesperado por “reconectarte” conmigo que sin importar lo mal que te tratara no me reclamarías. Fue precisamente esa desesperación tuya la que me permitió prolongar mi venganza, cuando había pensado que sería algo de una sola vez y ya; fue lo que pensé luego de leer tu mail:
“Hola Silvia. Años sin saber de ti. Espero estés bien. Te escribo para desearte una feliz navidad y un prospero año nuevo. Ojalá el próximo año nos volvamos a ver. Un fuerte abrazo.
P.D: Por si acaso soy Sebastián. Ojalá no te hayas olvidado de mí”. Y terminaste con una carita feliz. Exactamente habían sido tres años sin saber el uno del otro.
No podía creerlo; eras tú queriendo regresar a mi vida, quién sabe con qué intenciones. Luego de pensar en ti por unos minutos, te respondí:
“Hola Sebas. Claro que me acuerdo de ti. A los años... También me gustaría volver a verte. Te dejo mi número, llámame y hablamos. Besos. Silvia”.
Espere ansiosa tu llamada; por suerte no tuve que esperar ni un día.
-¿Qué planes para año nuevo?- te pregunté, yendo al grano apenas pasamos de los saludos.
-Nada aún- me respondiste, y mis sospechas se hicieron mayores. Porque tipos como tú siempre terminan solos y cuando eso les pasa es que se acuerdan de las personas que dejaron atrás ¿si no, por qué me escribiste después de tanto tiempo? Quedamos para salir la noche de año nuevo, para bailar, tomar, y “hacer de todo” (te dije antes de colgar). Seguramente habrás pensado “esta cojuda cayó de nuevo”; no sabías que ya no era la cojuda de antes. Radiantemente vestida te llamé antes de salir de casa esa noche:
-Disculpa Sebastián- te dije alegre -no voy a poder esta noche. Feliz año- y luego que te escuchara decirme “¿qué pasó?”, colgué y apagué mi teléfono. Esa noche saldría a bailar, tomar y hacer de todo, pero con Renzo.
Satisfecha, tenía planeado ignorarte de ahí en adelante, no hacer caso de tus llamadas, mensajes, correos… ya no existirías más para mí. Pero cuando vi al día siguiente que me habías mandado un mensaje sentí curiosidad; creí que me exigirías explicaciones, pero no, en vez de eso sólo me escribiste un manso “Feliz año, Silvia” (y otra vez terminaste con una carita feliz). Me quedó claro que podía seguir jugando contigo un poco más.
Por eso nos reencontramos, no porque quise verte o tuve curiosidad de ver cuánto había cambiado tu apariencia (no mucho, al igual que yo). Todo era parte del plan: ir a bailar a un sitio exclusivo como Aura y hacer que pidieras la botella de whisky más cara sólo para que gastaras mucha plata por gusto; porque me iba a quedar media hora a lo mucho, tiempo perfecto para bailar un par de canciones bien pegada a ti para que te excitaras y te hicieras ilusiones. Luego que regresé del baño y te dije “me han llamado de mi casa, hay un problema, tengo que regresar ahora mismo” tuve unas ganas tremendas de tomarte una foto, ahí sentado frente a esa botella de whisky prácticamente llena y con la cara de idiota que pusiste. No te di tiempo a reaccionar: te besé en la mejilla y chau, salí volando.
Y al día siguiente, un mensaje tuyo en mi celular, y pensé que ahora sí me exigirías explicaciones o que tal vez me mandarías a la mierda, pero otra vez me equivoqué: “Qué gusto volver a verte, Silvia. Espero todo esté bien en tu casa. Cuídate”, y por enésima vez una carita feliz a continuación. Qué patético. ¿Tratabas de demostrarme que no estabas molesto, no? Tu desesperación por quedar bien conmigo era palpable.    
Y pensar que tres años antes la desesperada era yo. Quería pasar más tiempo contigo pero eras muy esquivo a veces, y no entendía cómo podías ser así luego de días en los que te mostrabas tan atento conmigo. Mejor dicho no quería aceptar la realidad: que sólo me tratabas bien cuando querías sexo. En el fondo lo sabía pero tenía la esperanza de que con el tiempo comprendieras que en nuestra relación podía haber mucho más que eso y cambiaras tu actitud. Quería que lo nuestro realmente funcionase y no perder la fe en el amor. Porque llegaste a mi vida poco después que terminara con Eduardo, quien, en el año que estuve con él, me sacó la vuelta tantas veces pudo. Quedé destrozada, tanto que en mi afán de sentirme mejor fui a esa librería Crisol en el Jockey Plaza en busca de libros de autoayuda, y ahí te conocí; estabas a mi costado. Y porque tímida no soy (lo que creo a veces es más un defecto que una virtud, porque a Eduardo igual fui yo quien le hizo el habla la primera vez que lo vi) te hablé:
-¿Qué tipo de autoayuda buscas, amigo?
Sorprendido, titubeaste antes de responderme:
-Sólo estoy curioseando. La verdad no creo en estos libros.
-Yo tampoco pero… bueno… no sé.
No dijiste nada, así que continué:
-¿Y qué haces cuando necesitas ayuda o te sientes mal?
-Me distraigo con mis amigos; por un par de horas no pienso en el problema, y luego duermo.- sonreíste -Ya descansado y con la mente despejada me concentró en hallar la solución al problema.
-Vaya…
-¿Qué libro de autoayuda buscas?
-Mmm… creo que ninguno. Creo que mejor voy a distraerme un rato y luego dormir.
Nos reímos.
-Me llamo Silvia, ¿y tú?
-Yo Sebastián.
Tenías 25 y yo 19. Intercambiamos correos y números de teléfono, y antes de despedirnos quedamos en volver a vernos uno de esos días. Y fue así como empezamos a salir.
Me gustaste porque eras diferente a Eduardo, en todo aspecto: eras dos años mayor que él,  eras más bajo, menos fornido, menos simpático, eras inseguro y nervioso… tan distinto a él que supuse que no me lastimarías. Y luego de nuestro primer mes juntos estaba convencida de eso; me convencieron tus gestos, detalles, tu ternura, y cuando finalmente hicimos el amor no podía estas más que feliz. Pero entonces todo cambió. Claro, ya habías conseguido lo que querías. Ahora estabas muy ocupado o cansado como para salir; decías que cualquier manifestación de afecto era mejor hacerla en privado que en público; no me prestabas atención cuando te hablaba, hasta te mostrabas aburrido. Pero de pronto te aparecías con algún regalo, pedías comprensión: que tus estudios y tu trabajo te tenían jodido, y volvían los abrazos, los besos… otra vez terminábamos en un hotel y otra vez al día siguiente (a veces incluso apenas saliendo del hotel) empezabas con tu aptitud indiferente hacia mí. Y yo como una gran cojuda te permití eso durante 4 meses. Entonces ya no pude más y te dije que lo mejor era dejar de vernos; me dijiste “me parece bien” sin alterarte. Luego desaparecerías de mi vida.
Después de dos relaciones seguidas que terminaron mal, mi autoestima se desplomó, y sólo pude recuperarme luego de meses de terapias y apoyo de mis amigos, familiares, y otros seres queridos. Por casi dos años no quise saber nada de chicos hasta que me presentaron a Renzo: un chico de mi edad, universitario también. Al poco tiempo de hacernos amigos empezó a dar señales de que quería algo más que amistad; me asusté porque me empezaba a gustar también. Lo pensé bien y mucho. Me analicé y concluí que mientras dejara de buscar príncipes azules y vaya con cautela podía estar con él, y en general continuar con mi vida normalmente. Y mi vida no sólo continuó con normalidad: mejoró. Cuando me enviaste aquel mail yo pasaba por un excelente momento en todos los aspectos; me sentía más fuerte que nunca.
Pero torturarte me estaba aburriendo, así que decidí dar el golpe final aprovechando que se acercaba el 14 de febrero; aún con los dos desplantes previos no me fue para nada difícil convencerte de salir ese día. Y después, sí: ignorado completamente. A veces pienso que mi venganza fue desproporcionada, pero la verdad no tengo ningún cargo de consciencia o remordimiento, lo que sólo puede significar una cosa: estamos a mano, Sebastián.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Palabras que empiezan con “B”

De pronto su pajarito estaba más grande y duro, y su cabecita sobresalía como nunca antes de su capucha. Diego lo observaba y creía que su pajarito lo estaba viendo a él también con su único ojo. Lo que ocurría en su entrepierna era un suceso sin precedentes, y, sospechando quien era la responsable, Diego regresó su mirada hacia la mujer desnuda y de espaldas que se está contemplando en un espejo sostenido por un ángel. Era una imagen de la “Venus del espejo”, del pintor más destacado del Siglo de Oro español: Velásquez, que estaba en una de las pocas páginas a color de ese Pequeño Larousse Ilustrado, un tomo rojo de casi 1000 hojas.  
Diego tenía 4 años y estaba en la biblioteca de su casa, que más que biblioteca era un pequeño cuarto que servía de depósito de libros, cuadernos y papeles; el lugar en el que podía encontrar siempre hojas en blanco que pintarrajear. Precisamente había estado buscando algunas cuando se topó con el aquel libro grueso y pesado que normalmente estaba en la fila más alta e inalcanzable de la estantería de libros. Lo hojeó y a punto estuvo de cerrarlo y devolverlo a su sitio; aún no sabía leer y tantas hojas en blanco y negro lo aburrían, pero descubrió que las había también a colores, aunque eran poquísimas en comparación con el resto. Se propuso encontrar todas y cada una de esas escurridizas hojas; en orden, desde el comienzo del libro, pero su búsqueda se detendría al encontrar la segunda, que estaba en medio de las palabras que empiezan con “B”. Ninguno de los “dibujitos” de la primera cara de esa hoja le impresionó; “dibujitos” que en sí eran imágenes de pinturas del siglo XVII. Sólo la última llamó un poco su atención, donde aparecía una mujer desnuda a la que se le podían ver lo senos pero que pasaba algo desapercibida por los árboles y personas que la rodeaban ("Venus y Eneas", de Poussin). Volteó la página y apenas debajo del título “PINTURA CLÁSICA ESPAÑOLA” estaba otra Venus, la de Velásquez esta vez. Fue un descubrimiento casi mágico. Sus ojos recorrieron sin premura y con inconsciente deleite cada porción de esa piel desnuda, hasta que quedaron fijos en la zona más redonda y prominente de ese cuerpo de mujer: el culo de la diosa; no sabía que una tendencia en él se estaba marcando en ese momento, un comportamiento que sería más obvio a partir de su adolescencia, el de preferir verle las nalgas a la chicas antes que las tetas, y por el que en la universidad se ganaría el apodo de “ASSMAN”.
Fue ahí que sintió que algo pasaba con su pajarito. Estiró hacia adelante el borde de su buzo pantalón y de su calzoncillo de "Winnie the Pooh", y descubrió a ese pequeño y erguido cíclope cabezón. Descubrió también que estaba sintiendo algo nuevo, algo que le gustaba pero que, sin saber por qué, le causaba cierto remordimiento, como si estuviera haciendo algo malo. Por eso de cuando en cuando empezó a dar vistazos a todos lados y aguzó el oído atento a que su mamá siguiera ocupada en la cocina haciendo el almuerzo. Entonces, olvidándose por unos instantes de la diosa, empezó a acercar lentamente el dedo índice de la mano que tenía libre hacia su pajarito de un solo ojo; tenía mucha curiosidad por tocarlo. Pero a menos de un centímetro de que se diera el contacto, su mamá, desde la cocina, puso fin a todo:
-¡Diego, a almorzar!- se escuchó en toda la casa.
De inmediato Diego soltó el elástico de su buzo y calzoncillo, y luego cerró el libro. Fue primero a su habitación por una chompa, la más larga y holgada que tuviera. Cuando la encontró se la puso y la estiró hasta cubrir la zona de su entrepierna. Y entonces fue a la cocina.
-¿Y esa chompa?- le preguntó su mamá algo sorprendida; era Noviembre.
-Es que me dio frío- contestó Diego y se sentó en la mesa.
-No te olvides de bendecir tus alimentos, primero- le dijo su mamá.
*
Con el pasar de los años Diego aprendería muchas cosas, cosas como que el nombre correcto de su pajarito es pene pero que podía llamarlo también pinga, pichula, pito, verga, poronga, chota, pija, polla, cock, dick, dispensado de leche, etc.; y cosas como qué es una erección y cómo sacarle provecho, en especial cuando se encerraba en su cuarto a hojear su creciente colección de libros de arte. Porque luego que aprendiera a leer, Diego empezaría a investigar y acopiar todo material referente a la historia del arte, aunque le prestaría más atención a las partes de esa historia en la que apareciera alguna mujer desnuda. Ciertamente nada lo excitaba más que una mujer así, representada artísticamente; a la hora de masturbarse, antes que las fotos de cualquier conejita de Playboy o ver a Jenna Jameson en acción, prefería a mil veces a una gordita calata de Botero.
Curiosamente sería Teresa, su esposa, quien más se beneficiaría de esa obsesión secreta: el mejor sexo de su vida lo tendría en su luna miel que, gracias a un conveniente paquete turístico, pasarían viajando por algunos países de Europa. En ese viaje visitaron varios museos, como el del Prado, en Madrid, el de Louvre, en París, entre otros, y horas después de cada una de esas visitas, ya en el hotel, Diego le hacía al amor con tanta pasión y energía que ella al final le repetía cansada y complacida “gracias, gracias, gracias…”. Teresa creyó que la repentina excelencia de su esposo en la cama (que normalmente pasaba apenas de mediocre) se debía a la emoción del viaje; no tenía ni idea de que en realidad era por las obras de arte de mujeres desnudas que abundan en esos museos, muchas de las cuales Diego ya conocía pero que en su vida creyó iba a poder ver en persona y en todo su esplendor. Pero EL orgasmo lo tendría Teresa en Londres, la noche del día que visitaron el salón 30 de The National Gallery, donde se exhibe la “Venus del espejo” de Velásquez.
*
El himno de Assman

domingo, 11 de diciembre de 2011

Bailando una canción lenta

Renato estaba cumpliendo su sueño y Verónica, su novia, estaba feliz por él, pero aun así ella no podía dejar de sentir algo de vergüenza ajena: ¿qué hacía en un quinceañero un “viejo” de 31 años cantando en un grupo de rock de chiquillos? Verónica tenía 25 y se sentía fuera de lugar. Al menos en ese momento la acompañaban, sentadas con ella en una mesa, la hermana y prima de algunos de los músicos, quienes tenían más o menos su edad. Las había conocido esa misma noche y, como ella, no estaban ahí por la fiesta sino por el grupo; más como apoyo que por verdadero interés musical. En ese momento las tres estaban atentas a la banda, pendientes, supuestamente, de sus seres queridos respectivos, pero Verónica estaba convencida que todas veían a Renato quien se estaba robando el show con su buena voz, bailes y movimientos frenéticos. Verónica hubiera preferido que Renato no llamara tanto la atención, pero sabía que eso era imposible; toda la vida había querido ser un rockstar.
Aunque ella se había enterado de ese sueño de toda la vida recién cuatro meses atrás, el día que Renato llegó emocionado al departamento donde vivían y le anunció que era el nuevo cantante de Edén.
-No sé de qué carajo me estás hablando, amor- le dijo Verónica.
Él la besó y se disculpó de antemano por lo que iba a contarle, no porque hubiera hecho algo malo sino por el secretismo que supuestamente no debe existir en las parejas. Ahí fue cuando le habló sobre su sueño, sobre sus intentos de lograrlo de más joven y como la oposición de su padre había sido el mayor de los impedimentos. Ahora era un ingeniero industrial cada día más aburrido de su trabajo, y ese aburrimiento era lo que le había hecho indagar en los avisos clasificados de El Comercio sobre bandas de rock en busca de cantantes, algo que al comienzo sólo lo hacía como distracción pero que luego fue tomándolo más en serio: respondió algunos anuncios pero o eran bandas muy hardcores o muy lights; nada que llenara sus expectativas.
Entonces un anuncio parecía el ideal. Solicitaba cantante que le gustara el rock de los 60’s, y 70’s, grupos como The Beatles, Led Zeppelin, Santana, Queen; música y bandas que a él le encantaban. Llamó y habló con alguien llamado Leonardo y luego de unos minutos acordaron la fecha y hora para la prueba que sería con Edén completo, en una sala de ensayo en Jesús María.
-Ah, así se llama la banda: “Edén”-  le explicó Renato a Verónica.
Cuando fue y vio a cuatro personas esperándolo en una esquina, se dio cuenta que había dado por sentado que por las décadas a las que hacía referencia el anuncio se encontraría con gente de más o menos su edad, pero no fue así: eran tres chiquillos y uno que aparentemente no lo era. Este último era Leonardo que parecía de más de 20 pero que en realidad tenía 18. El resto: Félix (hermano de Leonardo): 16; Sebastián y Noel: 15. Fue una gran decepción para Renato y tuvo ganas de irse, pero estando ya ahí decidió quedarse y ver cómo resultaban las cosas. Y las cosas empezaron a cambiar en el preciso momento en que entraban a la sala que le pareció pequeña y mágica. Era su primera vez en un sitio así, con pisos y paredes tapizados, con instrumentos, parlantes y micrófonos; de pronto ya no quería irse. Vio como cada uno hacía suyo su respectivo instrumento: Félix, la guitarra; Sebastián, el bajo; Noel, la batería y Leonardo, el teclado.
-¿Con qué canción quieres empezar, Renato?- le preguntó Leonardo. La lista de canciones la habían definido en la conversación telefónica.
-Con la que quieran- respondió Renato.
-Ok- dijo Leonardo y sonrió viendo a sus amigos quienes sonrieron igual como si supieran lo que significaba ese gesto; tal vez el nombre de la canción a tocar porque Leonardo no la mencionó y simplemente empezó él solo. Renato reconoció la melodía: era la introducción de “Black Magic Woman” de Santana*. Luego irían entrando los demás hasta que llegó su turno. Empezó dubitativo. Le gustaba lo que oía, tanto que desatendió a su voz. Leonardo detuvo todo.
-Renato, cantas bien, pero vamos, sin miedo- le dijo, y empezaron de nuevo.
La siguiente vez Renato no dudó y dio lo mejor de sí, y mantuvo los ojos cerrados durante toda la canción. Amó cada segundo. Es una canción que empieza despacio y que poco a poco va ganando fuerza, y la emoción de Renato iba sincronizada con ese ritmo. Para cuando llegó el redoble que anticipaba el final, Renato ya había mandado a la mierda sus prejuicios por la edad; la banda de chiquillos tocaba muy bien y él quería ser parte de ella. El resto de la hora ensayando no hizo más que reafirmar su decisión. En la calle, con un estrechamiento de manos, se le dio la bienvenida oficial como nuevo integrante de Edén.
Verónica lo abrazó y felicitó, guardándose el comentario que “Edén” le parecía un nombre más adecuado para una banda de música tropical. Asistiría a algunos de los ensayos y se llevaría bien con los otros integrantes. Aprendería de la historia de la banda, como que tenía de vida más de un año, que hasta entonces sólo había tenido una presentación en la casa de un pariente de Leonardo, que Noel era el segundo baterista, y que habían probado antes sin éxito con un par de cantantes. Aunque los gustos de ella iban más por el lado de la música electrónica, no podía negar que los cinco muchachos rockeaban bien y le decía a Leonardo que ya estaban listos para dar conciertos. Leonardo le hablaba de propuestas por aquí y allá, pero nada fijo. Hasta que llegó la noticia que tocarían en el quinceañero de la enamorada de Noel, a la que Verónica también había conocido en un ensayo.
Aunque fuera poca, igual era más la experiencia de ellos que la de Renato, pero en el quinceañero no parecía así: el más viejo de la banda transmitía más vida que todo el resto, quienes se mostraban más bien nerviosos o tal vez demasiado concentrados en no fallar.
Verónica recordó entonces las veces que Renato le decía que pensaba abandonar su trabajo para dedicarse exclusivamente a la música. A veces era obvio que no lo decía en serio pero otras veces Verónica no estaba segura, porque era cuando él llegaba al departamento ofuscado afirmando que odiaba su trabajo. ¿Y si en efecto renunciaba? Tenían ya viviendo juntos tres años en ese pequeño pero acogedor departamento alquilado en San Borja, y cubrían sus gastos gracias a los ingresos de él y de ella, quien era psicóloga. Tenían proyectos personales como seguir progresando profesionalmente, y de pareja también, como casarse y tener hijos. Y pensó que su preocupación era ingenua, que en la vida Renato iba a ser tan irresponsable, que él no dejaría de trabajar para dedicarse al arte y morir de hambre como mueren de hambre la mayoría de artistas en el Perú; por ejemplo: esa noche les iban a pagar 100 soles a cada músico, lo que para un chiquillo de menos de 20 seguro era mucha plata, pero para alguien de 31 no.
Luego que Renato nombrara a los integrantes de la banda y agradeciera al público finalizando la presentación, las únicas en gritar “¡Otra! ¡Otra! ¡Otra!” fueron Verónica, la hermana y la prima. Los demás chiquillos voltearon a verlas incrédulos; habían bailado durante toda la presentación de Edén pero era obvio que ya querían escuchar otro tipo de música. A Renato le hubiera gustado cantar toda la noche pero Leonardo había establecido que la presentación sólo fuera de 45 minutos. Así lo decidió por lo sucedido en la primera presentación de Edén en donde pasadas tres cuartos de hora la gente ya se había hartado y empezó a pedir salsa; tan sólo eran 20 personas, en el quinceañero había más de 100, así que el riesgo que suceda algo bochornoso era mayor.  
El dj puso una salsa y la chiquillada empezó a bailar de nuevo, ahora con más gusto. Sebastián recibía las felicitaciones de su hermana, Leonardo y Félix de su prima, Noel de la quinceañera, y Renato de Verónica. Entonces él la tomó de la mano y la arrastró hasta perderse en el centro de la multitud que bailaba. Verónica se sorprendió que Renato quisiera bailar salsa pero él simplemente la abrazó, y se quedó así. Como si no le importara la música empezó a balancearse de un lado para otro, muy despacio, y ella le seguía como si estuvieran bailando una canción lenta. Para decirse algo tendrían que gritarse al oído y de alguna forma entendieron a la vez que eso arruinaría ese momento, así que permanecieron en silencio, disfrutando el aquí y ahora; ya al día siguiente hablarían de cómo Edén podría cambiar sus planes a futuro. No sabían en ese momento que el futuro decidiría por ellos, que el destino los llevaría a otro país, y que esa sería la primera y última presentación de Renato como cantante de Edén, su única noche como un rockstar.
*
NOTA*:
La versión original de "Black Magic Woman" es del grupo Fleetwood Mac.
la versión de Santana

[Update]
Valium: 
Yo leyendo el cuento. No escuchar si se está manejando maquinaria pesada o si se está conduciendo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Tiburón

Le decíamos El Che porque se parecía al Che Guevara, aunque en vez de uniforme militar el hermano Aarón usaba jeans gastados y polos sencillos, y en vez de andar con una metralleta lo hacía con una guitarra. Así que de revolucionario, nada, y de hippie moderno, tampoco. Exactamente era un diácono, o sea  alguien que está en la etapa previa al sacerdocio, etapa que normalmente no dura más de un año pero que en su caso parecía extenderse indefinidamente: llegó al colegio (el salesiano Rosenthal) cuando pasé a primero de secundaria y se fue cuatro años después, y en todo ese tiempo no llegó nunca el día en que empezáramos a llamarle “padre” Aarón.
Me alegró su partida, y no porque tuviera algo en su contra; El Che era un buen tipo, tenía unos treinta y tantos y era alguien carismático y jovial (a diferencia de los curas y de los otros hermanos); me alegró porque su ausencia me daba la esperanza de que pronto sería el fin de su mayor aporte a la comunidad salesiana de Magdalena: La Pastoral, que era un grupo de gente que se reunía a realizar actividades que iban desde rezarle a María Auxiliadora hasta bailar “el tiburón”.
“Ay ay ay ay… que me come el tiburón, mamá…” algo así decía la letra de esa canción y que entre sus pasos de baile estaban colocar las manos sobre la cabeza en forma de aleta, y hacer una boca gigante con los brazos extendiéndolos hacia adelante, abriéndolos y cerrándolos, haciendo sonar cada “mordida” con el choque de las palmas. Había más canciones así, con sus respectivos pasos también, y no sé por qué les gustaban tanto, tampoco llegué a entender cómo es que alguien podía subir al estrado y por un micrófono contar sus problemas y terminar llorando al frente de ciento de personas. Todo eso, más juegos, dinámicas, actuaciones, etc., pasaba en sus reuniones mensuales; la principal ocurría una vez al año y tenía nombre propio: CampoBosco*, y que en su mejor época lograba prácticamente llenar el patio del colegio, que es como del tamaño de una cancha de futbol, con la asistencia de alumnos, padres de familia, familias enteras, del Rosenthal y de otros colegios… en fin, cualquiera estaba invitado a participar.
A mí no me gustaba nada de eso, pero claro, lo que ellos hicieran en sus reuniones no debía importarme, y así fue hasta que crearon el Día de la Familia, que era como un CampoBosco pero exclusivamente para las familias del Rosenthal; y de asistencia obligatoria. Así que tenía que ir y soportar que me restregaran en la cara su filosofía de que con una sonrisa podías cambiar al mundo; la más insoportable era la profesora Espinoza quien no se cansaba de decirme cada vez que me veía: “¡sonríe!, hoy está prohibido estar serio” (me hubiera gustado haberle dicho esa misma frase el día que descubrió que su marido le era infiel; un escándalo que trascendió las aulas y la privacidad de su hogar). De pronto La Pastoral estaba involucrada en cada una de las actividades del colegio, hasta tenían su propia oficina. Pero tal vez lo peor era la sensación que tantas buenas intenciones no eran más que apariencias: sus integrantes, hablo de los que a la vez eran alumnos del Rosenthal y con quienes me topaba a diario, se creían la gran cagada sólo porque estar en La Pastoral significaba que conocías y eras amigo de muchas chicas de otros colegios, y siendo chiquillos, nuestra popularidad se medía por el número de amigas que tenías.
Cuando se fue El Che, su guía y fundador, empezó el declive de La Pastoral y eventualmente perdería influencia en el colegio, y en menos de un año se irían tantos de sus integrantes que al final quedaría reducido a una especie de simple grupo parroquial.
Nunca me importó qué había sido del hermano Aarón luego que se marchara; asumí que simplemente la congregación lo había enviado a otra comunidad salesiana. Hasta que un año después de terminar el colegio lo vi en misa, un domingo y en nuestra iglesia. La verdad es que no hubiera notado su presencia si no fuera porque detrás de mí, la voz de un muchacho le susurró a otra persona “ahí está El Che”. Yo estaba distraído viendo a la rubia que estaba a su lado; ella, al igual que El Che, estaba de pie a unos metros dándome la espalda. Entonces la misma voz dijo con total seguridad: “esa gringa es su novia”. No dijo más así que no me quedó otra que especular: tal vez la congregación lo había enviado a algún lugar del Perú donde la conoció, se enamoró y mandó a la mierda a los salesianos; tal vez nunca lo mandaron a ninguna otra parte, simplemente al ver cómo se demoraban en ordenarlo sacerdote mandó a la mierda a los salesianos y después la conoció y se enamoró; tal vez antes de preocuparse por su ordenación se enamoraron primero y en ese momento renunció sus votos… Y así hubiera seguido especulando si no fuera porque la misma voz volvió a hablar; susurró: “pero qué buen culo tiene la gringa”. Y yo, como si esa persona me hubiera hablado a mí, asentí con la cabeza porque estaba completamente de acuerdo con él.

Nota:
CampoBosco: su nombre hace referencia a Don Bosco, santo fundador de los salesianos.

El baile del tiburón




domingo, 20 de noviembre de 2011

Roll the dice (de Charles Bukowski)


En la semana que pasó no he tenido tiempo ni energías para escribir; espero que eso cambie esta semana. 
Les dejo como distracción el poema "Roll the dice" (algo así como "lanza los dados") de Charles Bukowski, que aparece en esta escena de la película "Factotum", basada en la novela del mismo nombre y del mismo autor. 
Buena semana para todos.


domingo, 13 de noviembre de 2011

68

… mientras nuestras piernas se entrelazan como raíces que se tocan, mi boca baja por tu cuello de cisne níveo, llega a tu pecho turgente y cruza esas colinas blancas que se tornan rosadas de tanta embriaguez, sigo bajando y mis manos temblorosas y ciegas hacen lo mismo: desenredándose de tus cabellos copiados de estatuas griegas empiezan a recorrer las líneas de tu cuerpo, se posan en tu muslos que se me escapan como peces sorprendidos, hasta que lo más puro de tu alma deja que las separe, me dispongo a beber tu rocío y entonces mi boca besa los pétalos de tu flor…
Éste es Diego siendo erótico y poético a la vez gracias a los versos que está leyendo en unos papeles sueltos mientras sostiene su teléfono en plena llamada y camina por las calles de su vecindario entre las once y medianoche.
Clara gime complacida al otro lado de la línea telefónica. Sus gemidos son verdaderos; Diego sabe que si a Clara no le estuvieran excitando sus palabras ya se lo habría dicho. Porque la de ellos es una relación sincera. Ella sabe que Diego está leyendo y que esas palabras no son suyas sino extractos de poemas; es lo que habían acordado la semana anterior luego de ese primer fallido intento de sexo telefónico. Y es que a Clara no se le podían chupar las tetas, y se lo hizo saber cuando él le habló de esa forma.
-¡No!- reprendió a Diego, interrumpiéndolo -tienes que ser poético- le exigió.
Diego empezó a balbucear y a decir incoherencias, y luego de unos minutos Clara perdería tanto la paciencia como el deseo. Comprendió que esa noche no pasaría nada, pero en vez de seguir reprendiendo a su enamorado decidió ser compasiva con él: le aconsejó investigar sobre poesía erótica y le hizo prometer que haría todo lo necesario para estar bien preparado para su próxima cita telefónica semanal.
-¿Entonces la próxima semana a la misma hora y por el mismo canal?- bromeó Diego nervioso al momento de despedirse, pero ella no entendió la broma y tan solo le dijo “chau”.
Clara nunca entiende las bromas ni los chistes de Diego; y no sólo no se entienden en ese aspecto. Se trata de un caso de atracción de polos opuestos, donde lo más opuesto que existe entre ellos son sus personalidades: mientras que ella esa una mujer de 25 años de temperamento fuerte, Diego es un pusilánime muchacho de 21 años. Llevan juntos más de doce meses, aunque ella hace tres se trasladó a Bogotá donde vive en un pequeño departamento mientras cursa una maestría en arquitectura. Él sigue en Lima estudiando ingeniería de sistemas y va por la mitad de la carrera.  
Cuando Clara le dijo “chau”, Diego ya estaba en la calle. La conversación había empezado con él en su habitación, pero cuando ella le propuso coquetamente hacer algo más que conversar esa noche, Diego se puso alerta; intuyó bien las intenciones de Clara pero se hizo un poco el desentendido ganando tiempo mientras salía presuroso de su casa; para el tipo de conversación que tenía en mente confiaba más en la privacidad de calles desiertas que en las cuatro delgadas paredes de su habitación. Le habría pedido a Clara que le volviera a llamar en cinco minutos pero temió que, sabiendo que a ella no le gustaba esperar, esa cantidad de tiempo fuera suficiente como para que ella se desanimara. Inevitablemente la voz de Diego empezó a sonar nerviosa, y Clara lo percibió, al igual que ciertos sonidos inesperados como el de una puerta que se abre y se cierra. Clara le preguntó qué pasaba. Diego no le mintió y se lo explicó, nuevamente tranquilo ahora que empezaba a alejarse de su casa. Le explicó además, despreocupándola, que la zona era segura, que era normal incluso ver a esas horas a unas cuantas personas paseando a sus perros como a otras trotando. Ahora la preocupación de Clara era otra: ¿era justo?, es decir, ella, estaba con las luces apagadas, en pijama y cómodamente echada en su cama (así le gusta conversar con Diego), o sea que nada la cohibiría de estimular su cuerpo; en cambio Diego, en la calle, si se excitaba no le iba a quedar más que aguantarse las ganas, a menos de que se escondiera detrás de algún arbusto. Diego estaba dispuesto a aguantar lo que sea, se lo dijo; quería experimentar ese tipo de conversación con ella y, principalmente, quería complacerla. Esto último enterneció a Clara pero no sabía (y Diego tampoco) que más que un gesto romántico era una señal de inseguridad, un intento más de Diego por buscar la aprobación de alguien.
Lamentablemente para él, no lo consiguió esa noche.
Frustrado, Diego no iba a esperar hasta el día siguiente: esa misma noche escribió en Google “poesía erótica” y empezó su investigación. Poco a poco con el pasar de los días iría recolectando versos y metáforas; leería crítica literaria sobre el tema así como artículos interpretando tal o cual poema; sacaría conclusiones como que no era necesario escribir un poema para sonar poético,  podría sonar así también describiendo en prosa lo que le haría a Clara; y decidió hacer eso. Pronto descubriría que, a pesar de los conocimientos adquiridos, no podría escribir poéticamente de frente. Tendría que escribir primero en “obsceno” y luego pasarlo a “poético”. Borró lo poco que tenía escrito y empezó de nuevo pero esta vez de la forma en que realmente le gustaría hablarle a Clara: con puras obscenidades; tan crudas, impúdicas y pervertidas que harían sonrojar al más reputado pornógrafo. Luego de llenar una hoja entera de Word (fuente Times New Roman, tamaño 12, interlineado 1, sin espacio después de los párrafos) y de tomar un breve descanso para recuperar fuerzas, fumar un cigarrillo y hacer algo de limpieza (había disfrutado tanto escribir aquello que terminó tecleando con una sola mano) empezó con el proceso de traducción. Vio la página llena y deseó en broma que existiría un programa que lo hiciera automáticamente, y casi grita “¡Eureka!”: él, estudiante de ingeniería de sistemas, podía programar algo así. 24 horas después, luego de haber dormido muy poco, de haber faltado a clases, de haber elaborado cientos de algoritmos, de haber procesado toda la información reunida de su investigación, tenía el programa listo, y funcionaba bien. Sólo le faltaba darle un nombre a su traductor, y recordando la expresión que había originado toda esta aventura lo bautizó simplemente como “TETAS”. Pero aún Diego no se sentía listo para la cita, porque durante el frenesí de la programación se había dado cuenta que aquel texto (ya traducido en “poético”) de situaciones fijas no daba lugar a variantes, pero ya tenía calculada una solución: desglosó el texto separando cada frase, que bien podían considerarse versos, y luego en Photoshop encerraría cada una de ellas en globos y empezaría a intercomunicarlas con flechas, agregaría más símbolos, diagramas, también una leyenda, y así terminaría elaborando un sofisticado mapa conceptual con el que podría improvisar, saltar entre frases, combinar y plantear nuevas hipotéticas situaciones. Fueron necesarias dos hojas para imprimir todo aquello. Faltando menos de seis horas para la llamada de Clara, Diego ya tenía hecha la tarea.
Y la hizo bien, los gemidos de Clara son la prueba. Pero ni con esos gemidos Diego puede excitarse, y se lo impide lo poético del asunto, el cuidado que debe tener aun con la tranquilidad del vecindario, la incomodidad de andar leyendo y hablando por teléfono al mismo tiempo, y principalmente por el cansancio: Diego está muy cansado, física y mentalmente, y le gustaría que Clara tuviera de una vez por todas un orgasmo para despedirse de ella e irse a dormir con la tranquilidad de haber cumplido su misión. Por eso Diego se alegra cuando cree que Clara está a punto de dar ese gemido definitivo, pero entonces ella lo sorprende hablando, diciéndole cosas, y en minutos el rostro de Diego dibuja un gran signo de interrogación. No entiende lo que Clara le está diciendo: ella dice cosas como amalar el noema y agolpar el clémiso, menciona que se está tordulando los hurgalios, exclama ¡Evohé! ¡Evohé!… y es que Diego no sabe que su karma lo está castigando por los libros piratas que ha comprado y leído en su vida, en especial "Rayuela" de Julio Cortázar: una copia tan pirata y tan mal hecha que le faltaba el “Tablero de dirección”, que indica el orden en que se deben leer los capítulos de la novela a partir de la segunda parte; extraviado en la lectura la abandonó antes de llegar al capítulo 68, así que Diego nunca se enteró que Cortázar inventó su propio lenguaje para describir la escena de amor de ese capítulo. Escena de amor que Clara intenta recrear en estos momentos usando  el mismo lenguaje. Diego piensa en su traductor, pero rápidamente descarta esa idea porque TETAS sólo traduce de “obsceno” a “poético”, y no al revés. 
Entonces Clara le pregunta a Diego si le gusta lo que está escuchando, a lo que él le responde simplemente que no.
-¿Por qué?- pregunta Clara, incómodamente sorprendida.  
-Porque no entiendo- le responde Diego, inocentemente -¿es español?, ¿qué significan esas palabras?
Clara se enoja. Le dice que no se trata de darles un significado estrictamente semántico sino sensorial, que se trata de atribuirles imágenes en vez de definiciones; o sea, se trata de ser poético. Pero comprende ella que es mucho pedirle eso a Diego, y lo recrimina por su falta de sensibilidad, acusándolo de que seguramente lo que él espera escuchar de ella son cosas como “te agarro la pinga”. Inmediatamente Diego tiene una erección, y ella continua enumerándole las obscenidades que jamás le diría (pero que al fin y al cabo se las está diciendo) mientras Diego mira a todos lados; sabe que Clara estará así por un par de minutos a lo mucho. "¿Cómo?" le pregunta de tanto en tanto como si no escuchara bien para que ella repita algunas cosas, y ella lo hace sin darse cuenta.
Furiosa, Clara cuelga, mientras en una oscura esquina cerca a un poste sin luz,  debajo de unos frondosos árboles y escondido detrás de un arbusto, Diego sonríe satisfecho fumando un cigarrillo. 

Capítulo 68 de Rayuela, leído por el mismo Cortázar

domingo, 6 de noviembre de 2011

Masturbación a las 10 de la mañana

Buenos días, tu nombre y de dónde llamas; y por enésima vez ese pitido, y por enésima vez tengo que hacerle recordar a un huevón que tiene que bajarle el volumen a su radio, y por enésima vez el huevón no le baja lo suficiente, y todavía pregunta si ya está bien; no, no está bien, es obvio que no lo está, ¿acaso no escuchas que el acople sigue?, y entonces le sugiero a Vicente, porque el huevón de ahora se llama Vicente, que apague su radio, y el huevón qué me dice: que quiere escucharse, y se ríe cojudamente; sólo porque tu voz se va a escuchar por unos minutos en la radio no significa que vayas a ser famoso, ¡huevón!, apaga tu radio nomás, ¿es que eres tan cojudo que no te das cuenta que con este acoplamiento no vamos a poder hablar?: hablemos sólo por teléfono, Vicente, ¿qué te parece?, le digo, como si fuera necesario negociarle, pero funciona: al fin apaga su radio; sí, ahora está bien, Vicente, ¿alguna consulta para el doctor o algún comentario?; carajo, ahora el huevón soy yo: es obvio que Vicente de Miraflores, o de donde chucha sea, tiene alguna pregunta o comentario, si no, no estaría llamando pues, pero es que nunca se sabe con esta gente, como el de la anterior llamada: me gustaría decir algo sobre el tema anterior, me dice conchudamente; no, ya no se puede hacer nada con el tema anterior, así son las reglas, y todos la saben; que hay muchas llamadas y la mía no entró, me dice; mala suerte pues, ¿tengo que esperar a que pase tu llamada para entrar al siguiente tema?; que él también es profesor estatal, me dice; ¿y?, entonces si no estás feliz con tu sueldo por qué no mejor haces huelga en vez de estar jodiéndome la paciencia; cómo se nota que no te gusta que critiquen al gobierno, me dice el muy pendejo, y ya me harto y mando a que corten su llamada; un día estoy a favor del gobierno, otro día, en contra; decídanse, pendejos, decídanse, además… buenos días, tu nombre y de dónde llamas; adelante, Fidel, te escuchamos… soy Paco Romero, ¡carajo!: tengo casi 20 años como periodista en televisión, radio y en prensa escrita, y en las encuestas siempre salgo como uno de los que tiene mayor credibilidad, así que yo veo si apoyo o no al gobierno, o a quien sea o a lo que sea, y si a alguien le jode pues que se joda, y si algún hijo de vecino cree que puede venir aquí a exigirme explicaciones o disculpas que se joda también, ¿cree que me voy a rebajar a su nivel para justificarle mis actos?, no, no, así no es, así no es;  bueno días, tu nombre y de dónde llamas; Ok, Néstor, ¿cuál es tu pregunta?; tu pregunta, Néstor, tu pregunta, no me importa si me admiras, no me importa si crees que mi programa es el mejor, ¡haz tu pregunta de una maldita vez!, y cuando digo pregunta quiero decir pregunta, no que cuentes tu vida, mierda: ¿puedes ir directamente a tu pregunta, Néstor, por favor?; sí, directamente, ¿crees que eres el único al teléfono?, no, hay muchos, muchos más de los que yo incluso puedo soportar; y el doctor te responde que tu caso es normal; carajo, ¿ves, Néstor?, una hora preguntando para una respuesta así de simple, ¿ves el ridículo que acabas de hacer por no ser conciso, huevón?; buenos días, tu nombre y de dónde llamas; te escuchamos Silvio; ya sabía que pasaría esto: una llamada la hace larga y la siguiente se queja de por qué dejo que hable tanto la gente, ¿acaso no sé que hay muchos esperando varios minutos para que entren sus llamadas?, me reclama; claro que lo sé, Silvio, y no trates de decirme cómo hacer mi trabajo, pendejo, si estás tan apurado haz tu pregunta de una vez en vez de perder el tiempo quejándote; disculpa, Silvio, a veces es complicado controlar a los oyentes, pero aprovecha tu tiempo y pregúntale lo que quieras al médico; sí, lo que quieras, malagradecido, porque por último esto es más barato y cómodo que ir a un consultorio; malagradecidos todos: conduzco apurado a la radio y hasta me multan por eso y es así como se comportan, no tienen idea de lo uno puede estar pasando: no saben que hoy me llegó una notificación del abogado de mi ex esposa pidiéndome más dinero; no puedo creer que quiera más dinero la puta esa, ya prácticamente le paso la mitad de mi sueldo, y claro, se excusa diciendo que es por nuestro hijo, pero bien que es para que te des la gran vida, ¡puta!; buenos días, tu nombre y de donde llamas; ¿alguna consulta, Sebastián?; ¿qué?, ¿que dónde venden champú para las manos?, ¿qué tienes pelos en las manos?, ahora entiendo, pendejo, escucho las risas al fondo, ¿te quieres pasar de graciosito, no?, carajo: colgó antes de que lo mandara a cortar; pobre y triste pajero; buenos días, tu nombre y de dónde llamas; adelante Irma; ya, dices que no es una queja, sólo una opinión: no te parece bien que trate el tema de la masturbación a las diez de la mañana, que es un horario para niños, me dices; ya, vieja de mierda, sigue con tu rollo que ahorita te cago, eres igual de imbécil que los que llaman a decir que tal o cual tema no es importante, que no es de interés nacional; bueno pues, si no les gusta lo que están oyendo por qué simplemente no cambian de radio, conches-de-su-madre, así de fácil; en esta radio respetamos todas las opiniones pero creo que un tema como la masturbación, como cualquier otro tema que tenga que ver con la sexualidad, y por extensión con la salud, siempre es importante tratar sin importar la hora, por supuesto siempre de una forma alturada y con la asesoría de un médico o un especialista, como lo es mi invitado; así que hecha la aclaración pasemos a la siguiente llamada: buenos días, tu nombre y de dónde llamas; mi productor me hace señas: qué bueno, una pausa… me duele la cabeza… Julián, discúlpanos, no vayas a colgar, tenemos que pasar los titulares y volvemos; adelante con los titulares… pero qué día de mierda… 

domingo, 30 de octubre de 2011

Un dulce beso en la mejilla

Sebastián estaba afeitándose las bolas cuando sonó su teléfono: 
-Sebas, necesito hablar con alguien- dijo muy triste una voz de mujer apenas él contestó. 
-¿Eva?- dudó Sebastián. 
El identificador decía “Eva” pero Sebastián no reconoció esa voz. 
-Sí. Estoy en el parque Kennedy, ¿puedes venir? 
-¿Qué pasó? 
-Omar y yo terminamos… ¿puedes venir? 
Sebastián miró su entrepierna en el espejo que tenía al frente. Estaba en su baño. 
-¿Puede ser en una hora? Tengo que terminar… unas cosas y tomar una ducha. 
-¿No puede ser antes? Por favor, estás cerca. Te invito a comer- dijo Eva en tono suplicante. 
-Ok, ok. En 15 o 20 minutos estoy ahí- dijo Sebastián y se despidieron. 
Era un sábado en la tarde. 



-Omar y yo…- empezó a contar Eva. 
Sebastián la miró directamente a los ojos, y de la nada tuvo una revelación: estaba afeitándose las bolas cuando sonó su teléfono pensó y se emocionó. Luego de semanas de no saber qué escribir, sintió que esa frase era excelente para iniciar una historia. La cambió un poco: Diego estaba afeitándose las bolas cuando sonó su teléfono. Diego era su alter ego: el protagonista de los relatos que escribía en su tiempo libre, siempre extravagantes e imposibles. Trató de ir más allá y se preguntó a qué situación absurda podría dar pie aquel inicio, pero algo le molestaba. Comprendió que existía cierta familiaridad en esa frase; ¿ya la había escuchado antes? Luego de unos segundos lo recordó: estaba pasando la aspiradora cuando sonó el teléfono; así empezaba un cuento de Carver del que no recordaba el título. Era innegable el parecido pero descartó cualquier dilema moral, porque una cosa era pasar la aspiradora y otra muy distinta afeitarse las bolas. 
-Eva, su pedido está listo- resonó por unos parlantes. 
Estaban en el local de Bembos de la avenida Larco (cerca a la municipalidad de Miraflores), sentados en una mesa uno frente al otro. 
-¿Puedes ir a recogerlo, Sebas?- preguntó Eva y Sebastián asintió con la cabeza. 




-¿Su nombre?- le preguntó un empleado a Sebastián. 
-Eva- respondió él, y le entregó el ticket en el que figuraba el nombre de ella. 
-¿Se te olvidó afeitarte hoy, Eva?- dijo una voz de mujer. 
Sebastián giró a su derecha: una simpática chica lo miraba sonriente. Sebastián le calculó la misma edad de Eva, unos 23 años. Él tenía 26. 
-¿Qué?- preguntó confundido. 
-Dudo que “Eva” sea tu nombre. 
Sebastián se pasó una mano por el rostro y sintió su barba de unos días. “¿Se está burlando de mí o me está coqueteando?” se preguntó. 
-Sí me afeité… pero no la barba- dijo devolviéndole la sonrisa. Cogió la bandeja con el pedido y regresó a su mesa cuidando de no ver a la chica. Había tenido el valor para responderle así pero no para ver su reacción. 




-¿Qué te dijo esa chica?- le preguntó Eva sin mucho interés a Sebastián cuando se sentó. 
-Nada, sólo quería saber la hora- le respondió él, mientras distribuía las hamburguesas y los vasos de Inca Kola- ¿Sigue ahí? 
-No, se fue al segundo piso. 
-Ah ok. 
-Bueno, ¿en qué iba? 
-Mmm… ¿Omar?…- tanteó Sebastián. 
-No, no, ya me acordé…- y Eva reinició su historia. 
Sebastián empezó a comer su hamburguesa mientras veía a su amiga. Estaba tratando de disfrutar esa Clásica (carne, lechuga, tomate y mayonesa) sin pensar en las demás opciones, pero no lo pudo evitar: ¿sabría mejor la Hawaiana, o la Extrema, o la Criolla, o cualquier otra? Había elegido la Clásica luego de varios minutos de indecisión sólo porque las otras contenían algún ingrediente desconocido, pero todas se veían igual de deliciosas. “Carajo, ¿por qué soy tan indeciso?” pensó Sebastián, y recordó que un par de noches atrás tuvo el mismo problema en una casa de masajes: ¿la rubia o la pelirroja, la morocha o la blanquita? Por eso, por no saber tomar decisiones, buenas y rápidas, no se veía consiguiendo un ascenso en su trabajo en un futuro cercano. 
Entonces Eva empezó a llorar. 
“Supongo que tengo que abrazarla” pensó Sebastián, y lo hizo: se sentó a su lado y la rodeó con un brazo. Ella se pegó a él mientras seguía hablando entrecortadamente. Una idea cruzaría la cabeza de Sebastián: “¿se comerá su hamburguesa?”. La hamburguesa de Eva era una Francesa y estaba intacta. Sebastián quería probarla y comparar su sabor con la Clásica, además, pensaba, era obvio que ella no tenía ganas de comer. Pero cómo preguntarle “Eva, ¿te vas a comer tu hamburguesa?”. La situación no era fácil, como todas en las que le tocó estar al lado de una mujer llorando. En especial aquella vez de adolescente, cuando su madre le acababa de servir su almuerzo y de pronto empezara a llorar; el hermano de Sebastián estaba hospitalizado, muy grave. Estaban en la cocina y su madre se sentó al otro extremo de la mesa donde continuó llorando incontrolablemente. Sebastián la veía congelado sin saber qué hacer. Minutos después ella se pondría de pie y haciendo un gigantesco esfuerzo contendría su llanto, enjugaría sus lágrimas con una servilleta y le diría un heroico “come; se te enfría el almuerzo”. Y el comió con la mirada fija en su plato. “Mierda, ¿por qué no hice nada?” se recriminó Sebastián y sintió un nudo en la garganta y que le ardían los ojos. 
-¿Sebas?- preguntó Eva. 
Sebastián la miró y ella notó los ojos rojos de su amigo. 
-Ay, amigo, no quise apenarte. 
Eva apoyó su cabeza en el hombro de Sebastián y él la odió: “no estoy así por ti, cojuda, es por mi mamá: mi hermano se estaba muriendo; ese era un problema de verdad y no como el tuyo… sea cual sea” pensó, y ya no le importó nada: 
-¿Eva, te vas a comer tu hamburguesa? 
Sebastián esperó que ella lo mandara al demonio, pero no sucedió: 
-¿Mi hamburguesa? Jajaja, ay, Sebas, gracias por hacerme reír. Cómetela, yo no tengo hambre la verdad- dijo Eva y continuó hablando. 
Sebastián probó esa combinación de carne, salsa de champiñones, queso y papas fritas. Aún molesto le costó saborearla bien los primeros segundos pero paulatinamente su sentido del gusto volvía a funcionar, y con él volvía la calma: había hecho bien en no escoger la Francesa. 




Iban los dos por la avenida Larco. Sebastián acompañaba a Eva a su paradero; anochecía. Ella, mucho más tranquila ahora, seguía con lo suyo, mientras Sebastián recordaba las mañanas que caminó por esa avenida rumbo a Larcomar, a leer un periódico y perder el tiempo, en vez de ir a sus clases de inglés. Hacía tres años nomás de aquello pero igual lo recordaba con nostalgia, porque él era así, nostálgico. De pronto escuchó a Eva: 
-¿Qué opinas, Sebas? ¿Algún consejo? 
-Mmm… la verdad, amiga… sólo puedo ayudarte escuchándote- dijo Sebastián y sintió todos sus músculos contraerse, haciendo fuerzas para que Eva no insistiera. 
Ella sonrió y lo abrazó: 
-Escuchándome me has ayudado mucho, no sabes cuánto te lo agradezco- y le dio un dulce beso en la mejilla, porque ella era así, dulce.
“Ufff… eso estuvo cerca” pensó Sebastián aliviado. 
Eva no podía dejar de hablar así que siguió haciéndolo. 
Sebastián sintió un escozor en la entrepierna y solapadamente se rascó introduciendo una mano en su bolsillo. Recordó entonces sus bolas a medio afeitar, pero más importante y emocionante que eso, recordó las bolas a medio afeitar de Diego.



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