domingo, 13 de octubre de 2013

Cubana

Su piel era blanca como una hoja de papel. Su cabello era negro, lacio y largo. Y sus ojos, verdes. Pero qué importaba todo eso, se decía Antonia así misma, cuando alguien al verla, por primera vez, lo primero que notaría sería su estatura y su peso: aproximadamente, “al ojo”, un metro sesenta y noventa kilos respectivamente. En especial los chicos; quienes, pensaba, en el mejor de los casos simplemente se apartarían de ella, porque a qué chico le gustaría andar con una chica así; y en el peor se burlarían, lo que pasaba seguido, creía, porque siempre que se percataba que había cerca un chico riéndose, Antonia estaba segura de que aquel se estaba riendo de ella.
Pero hubo uno que no se apartó y que no se burló; todo lo contrario: quiso conocerla, empezar a salir con ella y conocerla más. Y lo hizo, con excelentes resultados para los dos. Antonia, quien a sus 23 años había perdido toda esperanza de tener enamorado alguna vez, ahora tenía uno: un hombre de 30 años, coincidentemente de ascendencia polaca como ella, de metro ochenta, rubio y delgado. Fueron completamente felices los seis primeros meses, incluso ella perdió su virginidad con él en ese tiempo. Pero luego, un día, Antonia recibió y leyó un mail anónimo que le advertía que su enamorado la estaba engañando con otra. Antonia no supo qué hacer en ese momento, así que se puso a pensarlo bien. Con los minutos, el impacto inicial se le fue pasando a la vez que se fue convenciendo de algo, de que, sin importar cómo, quería seguir siendo feliz. Finalmente decidió ignorar, ahora y a futuro (y en efecto, le llegarían más mails parecidos en el futuro), todo lo que tenga que ver con ese asunto. Hasta que él mismo se lo confesó, por voluntad propia y al mes de haber cumplido un año juntos: estaba saliendo en paralelo con otra chica. Con ese anuncio él rompió con ella, pero, como si Antonia no hubiera escuchado suficiente, él le aclaró que aún la deseaba mucho y le propuso seguir “viéndose” de vez en cuando. Empezaron a discutir: ella, indignada, a increparle su descaro, y él a repetirle que debería pensarlo al menos; pero al poco rato ella no soportaría más esa discusión y se marcharía abruptamente, sin despedirse. En los días siguientes Antonia lo odió tanto que no tuvo tiempo de sentirse triste ni de llorar… Pero se odió mucho más así misma cuando, a la semana del rompimiento, le escribió a su teléfono “Está bien. Tú ganas. ¿Ahora qué?”. Así empezaron a verse en secreto sólo para tener sexo y nada más que eso, y seguirían haciéndolo por ocho meses más; entonces él, sin previo aviso o razón aparente alguna, simplemente dejó de comunicarse con ella y desapareció de su vida.
Poco después, Antonia, sintiendo un gran rencor por los hombres, empezó a entrar a chats con el único afán de molestar a los hombres de la sala: los insultaba, les expresaba su desprecio, les buscaba “pelea” y sí que las conseguía. Fue así como la conocí. Apenas entré un día a una sala de chat, una chica me dice “hola”, le digo “hola” también, y de inmediato me empieza a insultar. No respondí a sus ataques no por buena gente sino por falta de rapidez mental. Sólo atiné a tratar de averiguar cuál era su problema (que en ese momento creía era sólo conmigo), y no sé si fue por mis palabras o por mi actitud, pero ella se fue calmando y nuestra conversación tornándose más normal. Aquella vez conversamos como dos horas y al terminar yo ya sabía sobre ella cosas como que tenía 25 años, que era graduada universitaria con honores, y que tenía un trabajo de oficina que me dijo era como el de una secretaria pero más importante. Luego me contaría que trabajaba rodeada de puros hombres, unos quince más o menos, mientras que, aparte de ella, sólo había tres chicas. Curiosamente era una de ellas, aunque en general no se llevaba ni bien ni mal con sus compañeros de trabajo, la que peor le caía de todos, por ser una coqueta y vanidosa con “pinta de vedette”.
Y la primera vez que Antonia me escribiera sobre suicidarse sería justamente por esa chica.
Desde que empezamos a chatear, Antonia, siempre que me escribía sobre los hombres, lo hacía expresándose furiosamente mal de ellos; hasta que un día apareció la excepción a toda esa furia: el chico nuevo del banco al que ella iba seguido por cuestiones de trabajo: un chico alto, atlético, de piel rosada, ojos y cabello negros, con corte militar. De él me diría cosas como que era muy lindo, que estaba muy bueno, que se lo comería con todo y zapatos (aclarándome esto último, entre jajajas, que no lo decía literalmente), pero también me diría varias veces que era imposible que un chico así de guapo se fijara en alguien como ella. El chico trabajaba en ventanilla. Era amable atendiendo a las personas pero no hablaba más de lo necesario, por eso Antonia creyó que se trataba de un chico tímido. Lo que no era cierto: un día, de regreso del banco, la chica coqueta con pinta de vedette le contó emocionada a todo el mundo en la oficina que había sido atendida en ventanilla por un chico que no sólo era guapísimo sino también hablador y coqueto, y que habían quedado en salir el fin de semana. Lo describió físicamente y de inmediato Antonia confirmó su temor: era el chico nuevo. En la noche, cuando me lo contó, estaba terriblemente mal, me dijo que ya no aguantaba más este mundo, y que se iba a matar. ¿Hablaba en serio o lo decía por decir? Como sea, muy nervioso, traté de tranquilizarla lo más posible y afortunadamente lo conseguí. Pero vendrían más amenazas de suicidios (por varias razones) en los días y semanas siguientes, tantas que ella amenazando y yo haciendo que desista terminó convirtiéndose en rutina. Ya no me asustaba cuando ella empezaba con lo suyo porque sabía que en menos de cinco minutos, repitiéndole más o menos lo mismo de siempre, ella cambiaría de opinión. Pero un sábado parecía que absolutamente nada de lo que yo le dijera la haría desistir. Estaba muy deprimida porque los sábados paraba en casa aburrida: nadie la invitaba a salir; tenía pocos amigos, ninguno hombre, y todas sus amigas mujeres tenían enamorado. Finalmente sólo pude calmarla invitándola a tomar un café. Dos horas después nos encontramos en el parque Kennedy, en Miraflores.
Sólo había visto una foto de ella donde salía muy seria y con una mirada que realmente daba miedo. En el parque, en efecto, era la misma chica de la foto; ninguna sorpresa hasta ahí, salvo por una: llegó con una sonrisa angelical de oreja a oreja. ¿Era la misma chica depresiva y furiosa con la que había venido hablando en los últimos dos meses? Y dudé más cuando empezamos a conversar, por lo alegre de su forma de ser. Pero conforme la conversación avanzaba, la Antonia que conocía del chat poco a poco fue apareciendo, aunque con cambios de ánimo repentinos. En un momento, muy frustrada, me habló sobre que los chicos le huían.
-Pero llegaste a tener un enamorado.- le dije -Alguien que estuvo detrás de ti.
-Bah- me dijo Antonia –eso fue por puro fetichismo, nada más.
¿Qué quieres decir?- pregunté.
-Esto: mis tetas- Y sacó pecho como quien dice “mira”. Era invierno, estaba con una chompa encima pero aun así se podía notar que tenía unos senos muy grandes.
-¿O sea sólo le gustabas por tus senos?- dije –Imposible: ¿un hombre al que le gusten las tetas grandes? No puede ser- dije irónico.
-Ya, ya, no te burles.- dijo ella –Lo que quiero decir es que a él le gustaban más de lo normal. Cuando teníamos sexo me penetraba un rato nomás; el resto del tiempo lo único que quería era hacer rusas.
Yo sabía lo que era una “rusa” pero, por puro morbo, me hice el desentendido y le pedí que me lo explicara. Ella se negó al inicio pero luego de mucho insistirle finalmente perdió la paciencia:
-O sea que él ponía su pene entre mis tetas y se masturbaba entre ellas, ¿entiendes?- dijo y me vio con la mirada asesina de la foto.  Asustado, dije sin pensar:
-Cubana.
-¿Qué?- dijo Antonia.
-También se le dice “cubana” a esa pose.
Se quedó callada. Hizo un gesto como quien dice “¿y qué importa ahora cómo se llame esa pose?”, le dio un sorbo a su café y dijo:
-Para colmo el desgraciado la tenía chiquita- y empezó a carcajearse feliz. Me reí con ella sólo porque ella lo hacía.
Al rato Antonia sacó su celular.
-Ay- se quejó –un mensaje de ese chico otra vez.
-¿Cuál chico?- pregunté.
-Uno del trabajo. Uno que está loquito por mí desde hace tiempo- dijo.
-¡Espera!- le dije extraordinariamente sorprendido –¿No dejas de quejarte de que no le gustas a ningún hombre y de pronto me dices que desde hace tiempo hay un chico que se muere por ti? ¿Y de quien nunca me habías contado nada antes?
-Ah, bueno, disculpa, es que este chico no cuenta, pues- me dijo.
-¿Por qué?- le pregunté.
-Porque sólo es un serrano de mierda- dijo Antonia.

***

La última noche de ese año 2009, Antonia entró a salas de chats de España y de Inglaterra no con ánimo belicoso, sino para probar una teoría que se le había ocurrido mientras pensaba en sus propósitos para el año siguiente. Luego de congeniar con algunos españoles e ingleses, comprobó que su teoría era cierta: su problema no eran los hombres en general, sino el hombre peruano en particular. Tal vez los latinoamericanos lo serían también, por eso no se arriesgó y decidió que de ahora en adelante sólo se concentraría en europeos. Y le iría tan bien que, aparte de hacer nuevos amigos, conocería a un español caucásico y canoso de casi 50 años de quien se enamoraría, y por suerte para Antonia, él también de ella. No tardaron en conversar sobre planes a futuro y decidieron que para mediados del 2010 Antonia viajaría a España a vivir con él. Faltaban cuatro meses para ello y Antonia se propuso bajar de peso. Se metió al gimnasio, empezó una dieta, fue muy disciplinada en ambas cosas y una semana antes del viaje ya pesaba 15 kilos menos. Fui testigo de ese cambio paulatino sólo por las fotos que ella me mostraba por el chat de vez en cuando, porque en persona ya no nos volvimos a ver desde esa vez en Miraflores. Y luego de que Antonia viajara a España, feliz, a iniciar una nueva vida a lado de su “Viejito”,… bueno, sí: esta historia es de esas que terminan con una frase del tipo “… nunca más volví a saber de ella”.

***

NOTA:
Para más información, un link de wikipedia.
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