domingo, 30 de octubre de 2016

Gracias, Dios, por los papás que golpean a sus hijos


David dijo algo, Elena rió y Sebastián tiró la toalla. Menos de diez minutos desde su llegada al aula le bastaron a David para arrancarle una risa, y una risa de verdad, a Elena; mientras que Sebastián, en los tres días de clase que la tuvo para sí solo, a lo mucho le había conseguido sacar unas cuantas sonrisas, aunque, eso sí, y esto es importante, cada vez más sinceras y menos por compromiso. Irónico: lo que parecía ser una gran ventaja para Sebastián, que por azar ninguno de los otros alumnos decidiera en los días previos sentarse en ese rincón, aislándolos a Elena y a él, terminó siéndole fatal. Porque de los pocos asientos libres que quedaban había uno a la izquierda de Elena y, claro, David fue a sentarse a ese lugar, al costado de la chica más bella de la clase. Sebastián, sentado a la derecha de ella y pegado a la pared, no lo podía creer. Era el cuarto día de clases; se suponía que para entonces ya no llegaría ningún alumno nuevo y si iba a ser así por qué, demonios por qué, tuvo que ser alguien como él, un chico con… y fue evidente para Sebastián con solo ver a David, todo sonriente y sin roche a pesar de llegar al trote y casi tarde con la puerta del aula a punto de cerrarse, la clase ya transcurriendo y la veintena de alumnos en sus respectivos sitios mirándolo… un chico con carisma, demasiado carisma. Y para colmo contemporáneo a ella: 19 o 20 años les ponía Sebastián a los dos. ¿Y él? Pues, Sebastián te respondería que 25 años y con la personalidad de un zapato. Sabiéndose así, normalmente no habría intentado agradarle a una chica como Elena, pero estando los dos solos, ey, ¿por qué no?: en los tres días previos le había demostrado que no solo era un buen alumno (esto sin esfuerzo), sino también (esto sí con un esfuerzo titánico) que podía ser alguien simpático, agradable, y sentía que ella había ido respondiendo cada vez mejor, que la cosa se estaba encaminando bien y que para fin de mes, o sea al final de ese ciclo de estudio, habría logrado llegar a ella. Por eso, con cada risa de Elena, porque luego de la primera seguidamente vinieron más, Sebastián no podía más que lamentar que David no se hubiera aparecido desde el primer día de clases, porque así le hubiera ahorrado tanto esfuerzo y esperanza.
Entonces ¿por qué tanta risa?, preguntó en inglés y muy seria miss Mónica (en inglés y “miss” porque esto es el Británico), la primera mujer más bella del aula (ya no Elena a quien Sebastián había ido bajando de puesto con cada risa), normalmente una hipster buena onda pero que ahora tenía toda la actitud de cortar cualquier cosa que siga interrumpiendo su clase. Elena calló de inmediato y se puso roja, pero David, en vez de tomar una actitud parecida, se puso de pie y dijo algo. No importa qué porque el resultado parecía ser siempre el mismo cada vez que abría la boca: miss Mónica rió encantada, y con ella el resto de alumnos. Listo, David se había metido a todos al bolsillo.
Salvo Sebastián, claro, quien a pesar de todo sabía que aún faltaba lo peor. Y lo peor era interactuar directamente con David, porque sentados, con Elena, los tres juntos y separados de los demás los convertía automáticamente en grupo de trabajo. Quedaba poco más de una hora de clase pero a Sebastián le parecería interminable (y pensar que estando solo con Elena sentía que el tiempo volaba) teniendo que dialogar con él de acuerdo a la guía de estudio, soportando de primera mano sus gracias así como las risas que le provocaba a Elena, y como si eso no fuera poco, ser testigo de primera fila de sus lucimientos, hablando con soltura y fluidez cuando le tocaba intervenir para toda la clase o acaparando las preguntas que miss Mónica soltaba al aire. ¿Qué hace acá estudiando inglés si sabe tanto? Al día siguiente Sebastián se cambió de asiento y pasó al otro extremo del aula. Con roche tal vez pero qué importaba: solo quería estar lo más lejos posible de cualquier perturbación. Sería otro ciclo como tantos en el que exclusivamente se concentraría en aprobar y pasar al siguiente. Elena y David ni se dieron cuenta.
Fue el peor ciclo de inglés para Sebastián en lo que a paciencia y comodidad se refiere. Pero pasó el mes, se acabó el ciclo, y llegó el día, posterior al del examen final, de averiguar si había pasado o no.
Cuando llegó al aula el único alumno presente era David, quien estaba de pie al frente del escritorio de miss Mónica hablando con ella. Carajo, pensó Sebastián creyendo que iba a ser inevitable escuchar sus estupideces una vez más… Había que acabar con eso de una vez por todas, así que en un abrir y cerrar de ojos Sebastián saludó a la miss, recogió su examen y ya estaba en su respectivo asiento revisándolo. Le bastó un rápido vistazo para encontrar una pregunta mal corregida por la miss, y bien podía reclamar por ello pero para qué, solo serían un par de puntos más para una nota que ya de por sí le aseguraba, y de sobra, pasar de ciclo. Estaba por ponerse de pie para devolverle el examen a la miss y largarse de ahí cuando escuchó unas súplicas.
Era David.
Por favor, mi papá me va a matar, dijo. Y es que verás, para aprobar uno de estos cursos no basta con hablar bien el inglés sino además hay que escribirlo bien. De aquí no me muevo, pensó Sebastián cuando entendió la situación quedándose bien sentado en su sitio fingiendo que seguía revisando su examen. David continuaba suplicando y miss Mónica, que para nada tenía la actitud de amiga suya (una amiga desilusionada en todo caso) de las semanas previas, le decía una y otra vez que ella nada podía hacer. Entonces empezaron los sollozos y vaya que David sí que le tenía miedo a su padre porque no dejaba de repetir que lo iba a matar. Reconciliándose con Dios, Sebastián le dio las gracias por lo que estaba escuchando y gracias, Dios, por los papás que golpean a sus hijos, y si no es mucho pedir, para que esto sea perfecto, si tan solo llegara ahora… Y en ese instante llegaba al aula Elena.
Y lo mejor es que ni miss Mónica ni David se dieron cuenta de ello así que siguieron con su pleito, justo cuando David ya se ponía altanero acusando a la miss de injusta porque ella sabía bien que el mejor alumno de la clase, de lejos, era él, que nadie hablaba el inglés tan fluido como él lo hacía, que si se había matriculado al curso era solo por el certificado… Y Elena se ganó con todo ese patético espectáculo. Carraspeó como dando una señal, palteada, sin saber si debía o no cruzar el marco de la puerta. La discusión se interrumpió, la miss, actuando de la forma más natural posible, le dijo a Elena que pasara, se saludaron, le entregó su examen corregido y Elena se fue a su sitio sin intercambiar palabras con nadie más. Mientras Sebastián era testigo de todo pero a medias, de reojo, pero con la oreja bien parada, y cómo lo estaba disfrutando, tanto que miss Mónica pareció darse cuenta. ¿Todo bien con tu nota, Sebastián?, le  preguntó en un momento, el mismo en el que Elena le devolvía su examen sin ningún reclamo y se despedía de ella, y solo de ella, para luego salir del salón. El espectáculo había acabado, o lo mejor de él. Sebastián le devolvió el examen a la profesora, se despidió de ella también y por un instante buscó la mirada de David. Por supuesto no iba a despedirse de él, solo quería ver sus ojos llorosos por al menos un segundo, pero David no hacía más que darle vueltas y vueltas a su examen. Entonces Sebastián fue tras Elena. Tampoco es que quisiera despedirse de ella, sino que quería averiguar algo y lo hizo apenas saliendo del salón. Se detuvo cerca de la puerta y desde ahí vio como Elena simplemente seguía su rumbo, quién sabe a dónde, el asunto es que no se había quedado a esperar a nada ni a nadie.
Un par de compañeros de clase, conversando amenamente entre ellos, pasaron por el lado de Sebastián como si nada y entraron al aula, y Sebastián emprendió el camino a casa pensando, satisfecho, que la vida podía ser dulce a veces.
***

domingo, 24 de julio de 2016

El inevitable lonche


¿Sabes? Eso que le pasó a ese chico enfermo es cierto. O sea que quienes están cerca de la muerte pueden ver fantasmas. Mi mamá los veía también. Pero los fantasmas que ella veía no eran como en la película, monstruosos o demoníacos. Según mi mamá parecían sombras o manchas oscuras con la forma y volumen de una persona. Tampoco nunca la acosaron como a aquella pobre familia de la película; los fantasmas de mi mamá no hacían más que andar en silencio de un lado para otro sin importarles nada aparentemente. Suena a algo inofensivo, sí, pero igual mi mamá les tenía pavor, tanto que podía transmitírtelo a pesar de que no pudieras verlos. Recuerdo la primera vez que me advirtió de su presencia: "hija", me dijo tomándome del brazo repentinamente, "no vayas a la cocina porque acabo de ver a uno entrar ahí", y me lo dijo con una cara que se me congeló la sangre en ese momento.
Por todo esto fue que nos acercamos a la religión. Nunca hemos sido muy religiosos en mi casa, y eso que a mi hermana y a mí nos mandaron al colegio más caro de Lima que resultó ser de monjas también. Cuando a mi mamá le dijeron que solo le quedaban unos meses de vida, lloramos, nos deprimimos, nos pusimos muy mal... pero jamás se nos ocurrió, como se suele decir, "encomendarnos a Dios". No porque tuviéramos algo en contra, sino porque simplemente no se nos pasó por la cabeza. Pero cuando empezó lo de los fantasmas, curiosamente, sí lo pensamos. No sé cómo exactamente. Tal vez creímos que siendo un asunto de espíritus o almas, era algo más relacionado con Dios. Tiene algo de sentido, ¿no crees?
Para esto teníamos una vecina que era casi una monja: iba a misa todos los días, en octubre andaba con hábito morado, y cuando te hablaba cada cinco palabras mencionaba a la Virgen, a algún santo, o a la iglesia. Y lo peor de esto era que una vez que empezaba con su prédica no había quien la pare y no te soltaba por un buen rato. Por eso vivíamos siempre evitando cruzarnosla. Pero ahora sentíamos la necesidad de contarle nuestro problema a alguna persona religiosa, y ella era la opción más cercana que teníamos. Así que un día mi mamá y yo (porque mi papá y mi hermana con sus trabajos nunca tenían tiempo; yo sí más o menos con la universidad) nos decidimos y fuimos derechitas a su casa y le tocamos la puerta.
Nos abrió la puerta sorprendida de vernos ahí pero se le iluminó el rostro cuando le dijimos que necesitábamos un consejo "espiritual" y creíamos que ella era la más indicada para dárnoslo... La tía es del tipo de persona que es tan pero tan amable que ya cae pesada: luego de que nos hizo pasar a su sala, fue a la cocina a prepararnos algo y no hubo forma de decirle que no se molestara, que no era necesario, pero a los minutos ya había armado un lonche.
-¿En qué les puedo ayudar?- nos dijo cuando al fin se sentó.
-Mi madre ve fantasmas- le dije de frente al ver que mi mamá no sabía bien cómo empezar.
-¿Fantasmas?- dijo la tía retrocediendo un poco en su asiento.
Le dije que sí y le conté nuestra situación, que mi mamá estaba enferma (lo que para entonces era obvio con solo mirarla) y que hacía poco había empezado a ver fantasmas. ¿Podían estar estos hechos relacionados? Porque mi mamá era la única que los veía. ¿Sería alguna señal de… Dios?
La tía se lo pensó por un minuto hasta que nos dijo “puede ser…” con cara de que algo se le estaba ocurriendo. Le hizo unas preguntas a mi mamá, como ¿cúal era la apariencia de los fantasmas? (mi mamá le respondió), ¿los veía solo en su casa? (no, en todas partes, incluso en la calle), ¿veía alguno en ese momento? (ahora ninguno), y otras más. Cuando acabó con el cuestionario le dijo a mi mamá que creía que en su estado de salud actual, el cual podía mejorar, nada es imposible con la ayuda de Jesús, María, José y más nombres que ya ni me quiero acordar, ella estaba en un lugar intermedio entre la vida y la muerte, al igual que las almas de algunas personas. Sé que suena feo así como lo digo yo, a una muerte segura, pero la tía utilizó palabras más bonitas y lo dijo de una forma tal (entre muy amable y lógica) que mi mamá y yo no lo tomamos a mal, sino todo lo contrario, en especial cuando nos dijo que probablemente se tratara de almas del purgatorio, y si era así, la solución (¡al fin una!) era SIMPLEMENTE rezar por ellas para que suban al cielo de una vez por todas.
-¿Rezar qué?- le preguntamos al unísono, emocionadas.
-El rosario, obvio- nos respondió.
Nosotras que nos estábamos alegrando y nos jode así la tía. ¿Por qué? Porque cuando yo estaba en el colegio varias veces tuvimos que rezar el rosario en algunas ceremonias, junto a otras alumnas y sus familias, con las monjas de por medio, y era tan aburrido, interminable, tedioso… Por eso cuando me gradué del colegio, mi mamá, antes de felicitarme incluso, me dijo: "por fin, nunca más tendré que rezar un rosario". Y ahora, como diez años después, la tía nos decía eso. Mi mamá y yo nos miramos con una cara...
-¿El rosario?- le pregunté a la tía simplemente para no permanecer callada.
-Sí. ¿Por qué?- preguntó.
Mi mamá y yo nos volvimos a ver pero ahora (porque en ese momento sabía que estábamos pensando lo mismo) resignadas al rosario, conscientes de que más importante era conseguir algo de paz en nuestras vidas, especialmente para mí mamá que le quedaba poca, la pregunta que mentalmente nos hacíamos era: ¿te acuerdas cómo se reza eso?
-Verá, es que...- le dije avergonzada a la tía- hace tiempo que no rezamos un rosario, y se nos ha olvidado cómo hacerlo.
-Ah bueno, es fácil, mientras se acuerden de cómo rezar el Ave María y el Padre Nuestro. ¿Se acuerdan, no?
-Sí, eso sí, claro- le respondimos de inmediato, pero entonces nos miramos mi mamá y yo: “¿verdad?”, nos preguntamos la una a la otra. Y cada una por su lado empezó a balbucear esas oraciones; no pasamos del “Dios te salve María…” y del “Padre Nuestro que estás en los cielos…”. Miramos a la tía con cara de mil disculpas.
-¿Ni siquiera el Padre Nuestro? Pero si se reza en todas las misas, a menos que...- Se quedó ahí, no dijo más: se había dado cuenta de que no íbamos a misa y lo casi nada religiosas que éramos, y por primera vez en la vida no la vi de buen humor. Aunque le duró solo unos segundos: suspiró como diciendo "Dios, dame paciencia con estas ovejas descarriadas" y le volvió el buen ánimo al rostro.
-Espérenme un ratito - nos dijo y salió de la sala.
Cuando regresó lo hizo con unos rosarios y un librito en las manos.
-Supongo que tampoco tienen rosarios- nos dijo casi sonriendo.
Se sentó en medio de nosotras en el sofá y empezó a darnos a algunas explicaciones, señalando y subrayando con un lapicero en el librito ese lo que nos sería más útil.
-Me gustaría rezar con ustedes en este momento- nos dijo -pero tengo que ir a misa. ¿No les gustaría acompañarme?
-Nos encantaría- dije -pero mi mamá aún no tiene las fuerzas suficientes para andar mucho...- lo que era cierto -y creo que ya es hora de que nos vayamos para que descanse.
-Pero apenas lleguemos a casa empezaremos con lo del rosario- dijo mi mamá.
-Me cuentan luego qué tal les va. Las tendré en mis oraciones- nos dijo la tía.
Le agradecimos mucho y nos despedimos.
Nos fuimos sintiéndonos doblemente aliviadas, porque se habían acabado los momentos incómodos, y porque, principalmente, teníamos, por así decirlo, un plan de acción: rezar. Y empezamos esa misma tarde con nuestro "manual de instrucciones para el rosario" (así le decíamos) en mano, bien comprometidas a ello, porque, aunque no parezca, tomamos muy en serio todo lo que nos dijo la tía. Así que mi mamá y yo rezamos con, como se dice, con fe, aunque tal vez es algo prematuro decir eso, "con fe", pero sí definitivamente concentradas en cada palabra y plegaria por esas almas del purgatorio. La fe en verdad vendría luego, de a pocos, día a día con cada rosario, porque cada vez mi mamá veía menos fantasmas. Hasta que dejó de verlos completamente; habían pasado unas dos semanas desde nuestra conversación con la tía.
O sea que funcionó, te juro que sí. Y no sabes la emoción. Fue como un milagro para nosotras, y un descubrimiento también, o más bien una confirmación, de algo poderoso, gratis y al alcance de la mano: fe, en Dios en este caso. Mi mamá hasta lucía mejor. Entonces una pregunta caía por sí sola: ¿Podía esta fe ayudarnos con su salud? Nos lo preguntamos y se lo preguntamos a la tía también el día que fuimos a agradecerle. "¡Claro que sí!" nos respondió. Y fue en esa conversación, tomando el inevitable lonche, que nos contó sobre las misas de sanación que, como ya te imaginarás por el nombre, son misas que se "especializan" (me causa gracia usar esa palabra en este contexto) en sanar enfermedades, y nos habló de una acá en Lima. Nos sugirió con ahínco que fuéramos aprovechando que mi mamá se sentía mejor; si no tenía las fuerzas para ir a misa todos los domingos, por lo menos que fuera una vez a esta misa de sanación, aunque nos quedara algo lejos (muy lejos en realidad). Ella, la tía, nunca había ido pero conocía gente que sí y le habían asegurado que siempre pasaban cosas milagrosas. Con nuestra fe renovada, por supuesto que le volvimos a hacer caso.
Entonces fuimos. La misa son los sábados muy temprano, a las 7 de la mañana, pero nosotras fuimos a las 6 porque sabíamos que iba demasiada gente, tanta que muchas personas no lograban ingresar. Y así fue, qué bárbaro. Y eso que no es en una iglesia sino en una especie coliseo deportivo. Pero como mi mamá y yo ya lo anticipábamos, hicimos una pequeña trampa: unos días antes nos prestamos una silla de ruedas… Antes de que nos juzgues: ciertamente mi mamá no necesitaba una silla de ruedas en su día a día pero esto era algo distinto; mi mamá no hubiera podido aguantar estar parada toda la hora previa a la misa más la misa misma de no conseguir asientos, además nos asegurábamos de que con la silla nos dejarían entrar sí o sí, porque no podíamos darnos el lujo de esperar a otra semana, teníamos el tiempo en contra. Y resultó. Nos hicieron entrar antes junto con otras personas visiblemente convalecientes y a todos nos pusieron en un lugar preferencial cerca al altar.
¿Has ido a una misa de sanación? Pero sí has ido a una misa “normal” supongo. ¿Hace cuánto que no vas? Nosotras no íbamos desde hacía mucho tiempo pero sí recordábamos algunas cosas. Bueno, son más o menos lo mismo, con algunas diferencias. Para empezar esta misa no dura una hora sino ¡dos! Aunque la verdad no sentimos mucho el tiempo. El cura sabe llevar bien la ceremonia. Los cánticos, oraciones y esas cosas la hacían muy "amena" aunque esa no sea la palabra; me refiero a que no era algo aburrido. La mayor diferencia es al final, porque antes de que acabe la misa, suben al escenario personas a dar su testimonio, personas sanadas. Dicen algo como “me curé de un temor al cerebro”, y el cura dice "oremos por las cabezas de todos", otra persona dice “me curé de un mal que tenía al estómago”, y el cura dice "oremos por los estómagos de todos", y así, la gente llorando, agradeciendo y orando. Realmente te da esperanzas. Fue una experiencia bien intensa y emocional. Te la llegas a creer. Mi mamá y yo salimos de la misa convencidas, casi llorando de la alegría, que las cosas iban a mejorar.
Pues bien, mi mamá no mejoró, todo lo contrario, empeoró, hasta que, bueno pues, murió el jueves siguiente. Creo que no me habría dolido tanto si no hubiera estado tan esperanzada.
Me sentí defraudada, indignada. Fui a donde el cura a reclamarle. Fui a donde la tía a reclamarle. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba el milagro? El cura me dice que una niña que no podía caminar ahora ya puede caminar. La tía, que Dios tiene su forma de obrar. Ambos, que no pierda la fe. Y yo les digo a cada uno de qué me sirve la fe ahora si mamá ya está muerta. Y los mando a la mierda. Desde entonces cada vez que paso por alguna iglesia me doy media vuelta diciendo Dios aquí no está. Como en esa canción, “El Che y los Rolling Stones”. ¿Qué grupo es el que la canta?

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