domingo, 29 de julio de 2012

Hay que agacharse doblando las piernas

¿Conoces a Yola? Yola Polastry: es una animadora infantil y fue la número uno de la televisión peruana en los setentas y ochentas. Te lo digo porque desde que se retiró de la televisión (aunque increíblemente sigue haciendo shows a pesar de tener como “cien” años) no falta quien le pregunte de tiempo en tiempo qué opina de las nuevas animadoras infantiles que van apareciendo. Y siempre responde que no le gustan, entre otras cosas, porque según ella muestran mucha piel y eso no es adecuado para los niños. Y lo dice por los shorts chiquitos y trajes muy pegados al cuerpo que usan ahora.  Por eso hay quienes dicen que en las fiestas infantiles actuales, donde se contratan shows, no sólo gozan los niños por los bailes y juegos, sino también los papás “ganándose” con las animadoras y bailarinas. Como igual podrían “ganarse” con ellas cualquier adolescente “jeropa”. Es lo que pasó en mi colegio un día que fueron una animadora y sus bailarinas a hacer un show para los chibolos de la primaria. No sé qué descoordinación hubo pero el asunto es que cuando ellas llegaron ya toda la primaria se había ido y sólo quedábamos nosotros, los de secundaria. Y bueno, estando ya ellas y todo su equipo ahí decidieron hacer el show de todas maneras, creyendo, supongo, que algo de inocencia infantil debería de quedarnos o que por ser un colegio religioso éramos uno santos… falso y recontra falso, porque apenas empezó la música y ellas a bailar nosotros empezamos con los silbidos; ya sabes, el típico silbido que se le hace a una mujer guapa. Porque eran muy guapas todas, en especial la animadora que tendría unos 20 años y que le quedaban muuuy bien el short chiquito, las botas, y el polo ceñido que estaba usando. Imagínate pues a las pobres (que entre ella y las bailarinas eran como 5 en total) en medio de un patio rodeadas por 500 adolescentes arrechos. Ahora, tampoco es que fuéramos unos violadores, sólo queríamos joder un rato (no en el sentido sexual) y reírnos. Y ellas lo comprendieron; dejaron los nervios de lado y empezaron a reírse también con nuestras ocurrencias, como cuando un chico les gritó “¡mucha ropa!” o cuando se le cayó algo a la animadora y ella se volteó y se agachó a recogerlo sin doblar las piernas y todos nosotros: “!aaaazzzzuuu¡” mientras le veíamos el culo. Sospecho que la animadora aprendió en ese momento y para siempre que hay que agacharse doblando las piernas, por el bien de su espalda y para que no le vean el culo así, como pollito tomando agua. Pero en fin… qué, ¿y los profesores? Claro que estaban ahí, poniendo orden supuestamente, al menos las profesoras sí lo hacían porque se notaba que nada les gustaba nuestro comportamiento (y sospecho que, como Yola, tampoco el vestuario de la animadora y sus bailarinas), en cambio sus colegas varones estaban que se vacilaban también. Al igual que el padre Gregorio (el cura director) sorprendentemente, pero él sí que se pasó de hijo de puta cuando Ramírez salió para un juego. Y es que cuántas canas verdes le habrá sacado Ramírez que era un alumno de lo más problemático, y al fin el cura pudo vengarse de él de una forma más efectiva que un simple castigo. Verás, Ramírez era alto y negro y parecía de 18 pero en verdad tenía 16. La animadora le preguntó su edad y es lo que él dijo: “16”, pero entonces escuchamos desde otros parlantes: “Dile en qué años estás”. Volteamos y era el padre Gregorio cerca a su oficina y con su propio micrófono hablando. Y lo repitió de nuevo y riéndose: “Dile en qué años estás”, y nosotros también nos reímos porque sabíamos que Ramírez no estaba en quinto año como se suponía. Entonces la animadora se lo preguntó: “¿en qué años estás?”. “En segundo año” respondió Ramírez recontra avergonzado mientras todo el resto nos cagábamos de la risa, incluso el cura quien al menos había apagado su micrófono. Pobre zambo, hasta la animadora se quiso reír. No te digo que ella y sus bailarinas la pasaron bien al final. Tienes que comprender que, salvando las distancias, un colegio religioso de varones es como una prisión de hombres, en donde así nomás no se ven mujeres bellas o si quiera jóvenes: las profesoras, por ejemplo, eran cincuentonas todas, y, a ver, quién más había… ah, claro, la que trabajaba en administración, la señorita Carola: nuestro mayor objeto de deseo. Lo que es curioso porque no era tan joven ni tan atractiva como la animadora, pero sí la mujer más joven y atractiva del colegio. Tenía unos 30 años y de cuerpo pues… digamos que para lo aguantados que estábamos… tú me entiendes. El asunto es que si normalmente se nos paraba con sólo verla haciendo su trabajo o pasando por ahí, ni te imaginas la gran “parada militar” que fue el día que salió a cantar un vals. Fue en el primer concurso de música criolla que se hizo en el colegio donde participaban grupos (ya sabes: guitarristas, cajoneros, cantantes) que representaban ya sea a un año, o a los ex alumnos, o a los profesores, o incluso también al área administrativa. Y ya pues, la cantante del grupo de administración fue la señorita Carola. Tenía una muy buena voz, creo que la mejor de todos los cantantes y no recuerdo si es que su grupo ganó, pero para nosotros, sus “fans”, te aseguro que sí porque salió a cantar primero “Nuestro Secreto” y en la parte donde la canción dice “nunca diré que hubo noches / que te adoré con locura / nadie sabrá que en tus brazos / borracha de amor / me quedé dormida” cantó de tal forma y haciendo unos gestos que todos quedamos boquiabiertos y con ganas de ahí nomás meternos las manos a los bolsillos del pantalón. Y como si eso no fuera poco cantó después “Que somos amantes” y ahí sí el que era eyaculador precoz salía perdiendo… ahora que lo pienso no creo que el grupo de la señorita Carola haya ganado y que más bien el jurado vio con malos ojos su interpretación, porque al año siguiente pusieron la muy estúpida regla de que estaban prohibidas las canciones que fueran contra la moral o algo así (y justo la letra de “Que somos amantes” trata sobre una pareja que huye de moralistas y puritanos; lo dice explícitamente). Igual participó otra vez administración con la señorita Carola pero ya no fue lo mismo. Qué bueno hubiera sido que en ese tiempo existieran los celulares con cámara para grabar no sólo su presentación del año anterior sino también la vez que de paseo todo el colegio nos fuimos a una playa y dicen algunos, aunque la mayoría nunca les creímos, que una ola la revolcó y se le cayó la parte de arriba quedándose con las tetas al aire.

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Yola Polastry y la Feria de Cepellín

Eva Ayllon y Nuestro Secreto / Que somos Amantes

jueves, 12 de julio de 2012

La mitad del tiempo sólo pienso en sexo

Fue pura intuición lo que me había hecho sospechar que las cosas no iban bien entre Mónica y Oscar, por eso cuando ella me contó que habían terminado no me sorprendió mucho. “Cuatro años de enamorados aburren a cualquiera, ¿no crees?” me dijo tratando de no mostrarse afectada pero sin éxito.
Ya me había parecido extraño, la semana pasada nomás, llegar a la casa de Mónica y enterarme que su familia había salido de viaje y que ella y Oscar no quisieran estar solos. Era un sábado en la noche y me pregunté lo que me parecía lo más natural en una situación así: “¿si tienen una casa para ustedes solos por qué no están tirando?”. Supuse, sin saber exactamente cuánto tiempo llevaban juntos, que habían caído en una rutina en la que estar a solas ya no era emocionante. Lo que me llevó a pensar (y es que la mitad del tiempo sólo pienso en sexo) que tal vez por variedad querían hacer un trío conmigo; y que lo que me había dicho Mónica, que esa noche saldríamos con unos amigos de ella, era floro. Convencido de lo que pasaría casi digo: “pero qué falta de confianza, Mónica; no era necesario que me mintieras”,  y a Oscar: “Ok: tú por un lado, yo por el otro, pero nada de cruce de espadas”. Afortunadamente, antes de que hiciera el ridículo, Oscar preguntó: “¿amor, ya respondió alguno de tus amigos?”, y ella, mientras revisaba su celular: “no, todavía”, Me quedó claro que lo del trío, nada; en cambio la salida si iba en serio.
Aún así seguía confundido sobre mi rol. Mónica y yo llevábamos dos años sin comunicarnos cuando de la nada, ese mismo sábado horas antes, reapareció en mi Messenger. Me saludó y de inmediato me preguntó si tenía planes para esa noche. “No” le dije automáticamente, sorprendido. Me habló sobre salir con su enamorado y unos amigos más y que el punto de encuentro sería su casa. Luego de confirmar direcciones y teléfonos se desconectó. Segundo después tomé conciencia de que de un momento para otro tenía planes para reunirme esa noche con un grupo de desconocidos así que mi primera reacción fue tomar mi teléfono y cancelar, pero rápidamente me di cuenta que no tenía una buena excusa y, por otro lado, algo en mí me decía que nada perdía en conocer nuevas personas, al menos para huevear un rato. Además no todos iban a ser desconocidos: aparte de Mónica conocía también a su enamorado con quien había conversado un poco la última vez que ella y yo nos habíamos visto, un día en su casa en la que la ayudé con un trabajo de su universidad.
Tratando de entender mi invitación supuse que ella tenía planeado algo grande, una celebración donde a mayor cantidad de gente, mejor. O que estaba caída de amigos y que por eso no le había quedado otra que pasarme la voz. Esto último lo pensé en broma pero al parecer resultó ser lo cierto, porque ya eran más de las 11 y por más que ella llamaba, enviaba mensajes y revisaba su celular, nadie le daba una respuesta positiva. No sé por qué Oscar no lo intentaba desde su teléfono con sus propios amigos o contactos; con el pasó de los minutos incluso se olvidó de mi y dejó de conversarme para concentrarse en su enamorada, ansioso porque ella le diera una buena noticia. En sus rostros era evidente su preocupación como si por nada del mundo quisieran esa noche pasarla solos. Casi se pudo escuchar un “ufff” de alivio de ambos luego que Mónica anunció que Carla nos esperaba en su casa.
En el taxi Mónica no dejó de recomendarme a su amiga sin darme muchos detalles para, según ella, no arruinarme la sorpresa. “Tienes que hacerle el habla” me insistieron ella y Oscar emocionados ante la idea de que entre Carla y yo pasara algo y la velada fuera finalmente una especia de cita doble.
*

“¿A eso tengo que hacerle el habla?” me pregunté asustado cuando Carla nos abrió la reja de su casa. No lo pensé en forma despectiva; con “eso” quise resumir: “¿a ese mujerón que me lleva una cabeza de altura, bonita, con buenas curvas y de porte atlético (aunque los músculos de sus brazos estaban muy marcados para mi gusto)… a eso debo hacerle el habla?”. Pues no, porque entrando a la sala nos enteramos que Carla tenía enamorado. Nos presentó a Alberto: un moreno de 1.90m mínimo con pinta de gladiador y bastante risueño. Atrás en estaturas quedamos Oscar y yo que bordeábamos el 1.70m, dejando a Mónica como la más chata. Cuando nos sentamos ya estaba aliviado por no tener la obligación de caerle especialmente bien a nadie pero me sentía más desubicado que nunca, solo en medio de esas dos parejas. Parecía que era víctima de una broma pero escuchando las primeras palabras entre Mónica y Carla comprendí que llevaban un buen tiempo si hablarse y sin saber nada la una de la otra:
-Discúlpame, Josué, te juro que no sabía que ella tenía…- me dijo Mónica en el momento que Carla y Alberto estaban en la cocina alistando los tragos y bocaditos.
-Bah- la interrumpí - no te preocupes.
Ya con los tragos, bocaditos y cigarros en la mesita de la sala empezó la conversación en serio. Encendí un cigarro, cogí un vaso y deliberadamente, sintiéndome completamente ajeno a la situación, decidí no participar salvo que tuviera que responder alguna pregunta puntual. Al comienzo Mónica y Carla acapararían la charla poniéndose al día o hablando de cosas que sólo a ellas les interesaban, pero poco a poco sus parejas se involucrarían más y más. Hasta que, inesperadamente… silencio: cuatro personas (me estoy excluyendo) reunidas con ánimos de conversar no sabían de qué hablar. Fueron como cinco minutos, larguísimos para ellos estoy seguro. Su incomodidad me causo gracia pero ese buen ánimo desapareció apenas Mónica mencionó haber leído en algún sitio sobre las diferencias entre hombres y mujeres cuando están en una relación de pareja; hizo un breve resumen y por supuesto el resto tenía algo que decir: que los hombres son más cerrados y las mujeres emocionalmente más abiertas, que a los hombres más les interesa el sexo y a las mujeres más los sentimientos, que quién es más infiel: ¿el hombre o el mujer?... y yo mientras tanto sólo quería meterme dos cigarros encendidos a cada uno de mis oídos y quemarme los tímpanos para no tener que escuchar aquello tan aburrido. Se puso interesante cuando empezaron a hablar de sexo pero otra vez Mónica aplastó mi emoción cuando mencionó la menstruación:
-No sé por qué los hombres no nos quieren tocar cuando estamos con la regla. Acaso no saben que en esos días es cuando estamos más… más…
-Más arrechas, amiga, esa es la palabra, no tengas vergüenza- le dijo Carla riendo y dándole la razón.
Y revelaron más intimidades que, de imaginármelas, normalmente me hubieran excitado pero por culpa de Mónica no podía sacarme de la cabeza la escena del ascensor de "El Resplandor"[The Shining].
[escena del ascensor]
La reunión se puso más dinámica con algunos juegos que tenían como principal objetivo el revelar secretos o cumplir algún castigo, como tomar más trago o hacer el ridículo. Ahora sí tuve que participar y traté de no quedarme atrás al momento de proponer castigos, que fueron desde bailes eróticos, pasando por la simulación de algunas poses sexuales, hasta la  introducción de trozos de hielo en la ropa interior; claro que eventualmente se revertieron hacia mí. A esas alturas el trago ya nos tenía más desinhibidos y alegres, pero no olvidábamos que los papás de Carla estaban en la casa, y por la hora, ya durmiendo de hecho. Aún así parecía que en cualquier momento perderíamos el control. La primera fue Mónica quien, mandando al carajo el juego, nos ordenó a los hombres que bailando nos desnudáramos la parte de arriba. Y cumplimos.
-¡¿Qué es esa marca?!- dijo de pronto Carla, muy seria, señalando una marca oscura en el pecho de Alberto.
-Nada, mi amor, sólo es un lunar- dijo él sin perder la sonrisa.
-¿Lunar? Te he visto calato antes, negro de mierda, no me vengas con que es un lunar; ¡es una chupetón!
Oscar, Mónica y yo examinamos la marca y le aseguramos a Carla que en efecto era un lunar, aunque se lo dijimos con el afán de tranquilizarla sin estar plenamente seguros, porque con el alcohol que llevábamos encima era difícil verificar si se trataba o no de la mordida de otra mujer.
-Chicos, es mejor que se vayan- nos dijo tratando de contener su furia; mientras los que teníamos que vestirnos lo hacíamos.
Todos, cruzando el pequeño jardín, fuimos hacia la puerta enrejada. Oscar, Mónica y yo nos despedimos con un simple “chau”, volteamos, empezamos a andar y sentimos la reja cerrarse. Entonces escuchamos un estruendo que sólo podía ser una cachetada, acompañada por un “¡desgraciado!” exclamado por Carla. Mónica quiso regresar para ver si podía ayudar en algo pero Oscar la detuvo diciéndole que lo mejor era dejar solos a Carla y Alberto. Mónica estaba casi al borde de las lágrimas echándose la culpa por su idea de desvestirnos. Ellos por su cuenta tomaron un taxi, y yo otro. Llegué a mi casa poco más de las tres de la mañana.
*

Sí, Alberto había engañado a Carla, y también habían terminado esos días. Eso y otras cosas me estaba contando Mónica mientras tomábamos un café. “Dos relaciones que terminan en menos de 7 días. Mala semana para el amor, ¿no?” me dijo. Traté de decirle algo que pudiera hacerla sentir mejor pero no me estaba escuchando; era obvio que me había invitado a esa cafetería sólo para que tuviera alguien que la escuche hablar y nada más. Mejor para mí porque soy muy malo dando consejos o tratando de levantarle el ánimo a alguien.

***

El Resplandor (The Shining), trailer

miércoles, 4 de julio de 2012

Un “te amo” escrito con tiza

Obviamente sabía que mi primer día en la San Martin me traería sorpresas pero nunca imaginé que una de ellas sería ver ahí a Alexandra. La vi a unos diez metros de distancia y lo primero que pensé al reconocerla fue que la pobrecita había desistido de postular a la Universidad Nacional de Ingeniería y optado finalmente por dar el cien veces más sencillo examen de admisión de la San Martin. Rápidamente me pregunté de qué tanto me burlaba: es cierto, yo sí había ingresado a la UNI, pero año y medio después abandonaba esa universidad jaladazo en todos los cursos, y ahora en el 2003, justamente por aquello, estaba en la San Martín como cachimbo mientras Alexandra me llevaba ya un par de ciclos de ventaja. Entonces me dije ya déjate de ser tan conchudo y mejor acércate a saludarla, y en este punto se produjo otra vez ese bache en la comunicación de mi cerebro al resto de mi cuerpo cuando se trata de ser sociable: sé lo que tengo que hacer pero finalmente no hago nada. Me excusé diciéndome que al fin y al cabo ella y yo nos conocíamos pero nunca habíamos sido patas-patas, sino simples compañeros de aula. Lo que era cierto.
Nos conocimos el año 2000 en un curso de verano especializado para la UNI de la academia preuniversitaria Pitágoras, en el local de la avenida La Marina que creo ya no existe más. El primer día de clases nos sentamos juntos (los asientos no eran individuales sino para tres personas) y le conversé lo más que pude, o sea no mucho. En cambio un chico que se sentó detrás de nosotros, cuyo nombre resultó ser David, mucho más elocuente que yo, le habló tan bien que al día siguiente, cuando llegué al aula, Alexandra ya se había mandado a mudar a su lado. Desde entonces, en todo lo que duró nuestra preparación preuniversitaria juntos (primero en ese local y luego en el de la avenida Wilson), nuestra relación fue de holas y chaus, aparte de las veces que me pedía ayuda en algún ejercicio. Y eso que formamos parte del mismo grupo de amigos.
Claro, “los amigos en común”, ese podría ser un buen tema para iniciar una conversación, me dije mientras la observaba conversar con unos chicos.
-¿Qué sabes de la gente?- le habría preguntado.
Imaginé que entonces intercambiaríamos información. Yo le habría dicho que lo último que sabía de Fernando es que también había ingresado a la UNI (un semestre después que yo), a Economía, y nada menos que como el primer puesto de esa carrera, y que lo más increíble al respecto, para el decano y profesores de esa facultad, era que Fernando sí quería ser economista cuando lo normal era que los que ingresaban a Economía eran postulantes a Ingeniería de Sistemas que no habían alcanzado el puntaje suficiente; más o menos como en mi caso en el que postulé a Sistemas pero mi nota sólo me alcanzó para Industriales (aunque ambas carreras forman una sola facultad). Lo último que supe de Omar fue justamente a través de Fernando. Su caso resultó ser el más curioso, no porque no haya logrado ingresar a la UNI (conociendo a Omar eso no era para sorprenderse) sino que siempre había sido el más desesperado por conseguir enamorada y empezar a tirar ya. Bueno, finalmente conoció no sé donde a una chica y ambos se enamoraron tanto, pero tanto que  terminaron escapándose de sus casas para vivir juntos. ¿Y Ricardo? ¿Llegó Natalia a darle bola? Porque que recuerde Ricardo se le había declarado dos veces y pobre, choteado ambas; cómo disfruté verlo sufriendo con su cara larga porque era un gordito de lo más jodido. Natalia era simplemente demasiado bonita para él, y para todos en el aula en realidad: no sólo Ricardo había intentado caerle; al menos fue el más formal en sus declaraciones con salidas al cine, paseos en parques y toda esa nota, porque el resto… como aquel que lo hizo con un “te amo” escrito con tiza y sin firmar en la carpeta de Natalia y que nunca supimos quién fue, porque apenas ella vio ese mensaje gritó “¡El que haya escrito esto a ver que no sea tan maricón y me lo diga en la cara!”. Calladitos todos, no sé si por vergüenza o sorpresa de descubrir tal temperamento.
Y esa era toda la gente, al menos de quienes me interesaba conversar, porque hubieron más, como ese David que resultó ser un imbécil a quien me lo encontraba de vez en cuando en el bus yendo a Pitágoras y que me suplicaba por mis respuestas de las tareas. Pero sólo fueron Omar y Fernando de quienes me hice realmente amigos, con quienes saliendo de clases (cuando estudiábamos en el local de Wilson) nos íbamos caminando hasta las galerías Brasil para jugar Winning Eleven, para luego, por simple hueveo, recorrernos a pata toda la avenida Brasil prácticamente. ¿Sabría algo más Alexandra? Porque me desconecté del grupo luego de ingresar a la UNI. Y pensando en ello…
-¿Y qué fue de ti? ¿No estabas en la UNI?- me imaginé que me habría preguntado luego Alexandra porque ella como todos sabían de mi ingreso; se los dejé bien claro cuando fui a visitarlos a la academia aparentemente por amistad, pero en verdad fue para lucir mi nuevo estatus de alumno de la UNI. Le habría contado mi breve experiencia y fracaso pero dándole a entender que mi cambio a la San Martin fue por las huelgas de la UNI (“tú sabes cómo son las universidades nacionales”) y no por mis malas notas.
Así seguí con esa conversación imaginaria hasta que Alexandra desapareció de mi vista, pero la repetiría en los días, semanas, y meses siguientes cuando la volvía a ver, pero nunca se llegó a dar. Ya luego de varios ciclos, presentarme ante ella y actuar como si recién la reconociera no tenía sentido, entonces desistí de todo ese asunto y ya no me preocupé más, incluso nos llegamos a sentar juntos en algunas clases pero nada, cada uno en lo suyo, salvo por cruces de mirada que siempre me dejaron con la duda si es que ella también me reconocía o me había olvidado completamente.
La última vez que la vi fue poco antes de culminar mis estudios y estaba embarazada. Estoy seguro que si investigara en Facebook me enteraría de más cosas, de ella, Omar, Fernando y de toda esa gente, pero me da mucha pereza hacerlo, aunque en el fondo creo que es miedo a descubrir que son más exitosos y más felices que yo.
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