domingo, 20 de noviembre de 2011

Roll the dice (de Charles Bukowski)


En la semana que pasó no he tenido tiempo ni energías para escribir; espero que eso cambie esta semana. 
Les dejo como distracción el poema "Roll the dice" (algo así como "lanza los dados") de Charles Bukowski, que aparece en esta escena de la película "Factotum", basada en la novela del mismo nombre y del mismo autor. 
Buena semana para todos.


domingo, 13 de noviembre de 2011

68

… mientras nuestras piernas se entrelazan como raíces que se tocan, mi boca baja por tu cuello de cisne níveo, llega a tu pecho turgente y cruza esas colinas blancas que se tornan rosadas de tanta embriaguez, sigo bajando y mis manos temblorosas y ciegas hacen lo mismo: desenredándose de tus cabellos copiados de estatuas griegas empiezan a recorrer las líneas de tu cuerpo, se posan en tu muslos que se me escapan como peces sorprendidos, hasta que lo más puro de tu alma deja que las separe, me dispongo a beber tu rocío y entonces mi boca besa los pétalos de tu flor…
Éste es Diego siendo erótico y poético a la vez gracias a los versos que está leyendo en unos papeles sueltos mientras sostiene su teléfono en plena llamada y camina por las calles de su vecindario entre las once y medianoche.
Clara gime complacida al otro lado de la línea telefónica. Sus gemidos son verdaderos; Diego sabe que si a Clara no le estuvieran excitando sus palabras ya se lo habría dicho. Porque la de ellos es una relación sincera. Ella sabe que Diego está leyendo y que esas palabras no son suyas sino extractos de poemas; es lo que habían acordado la semana anterior luego de ese primer fallido intento de sexo telefónico. Y es que a Clara no se le podían chupar las tetas, y se lo hizo saber cuando él le habló de esa forma.
-¡No!- reprendió a Diego, interrumpiéndolo -tienes que ser poético- le exigió.
Diego empezó a balbucear y a decir incoherencias, y luego de unos minutos Clara perdería tanto la paciencia como el deseo. Comprendió que esa noche no pasaría nada, pero en vez de seguir reprendiendo a su enamorado decidió ser compasiva con él: le aconsejó investigar sobre poesía erótica y le hizo prometer que haría todo lo necesario para estar bien preparado para su próxima cita telefónica semanal.
-¿Entonces la próxima semana a la misma hora y por el mismo canal?- bromeó Diego nervioso al momento de despedirse, pero ella no entendió la broma y tan solo le dijo “chau”.
Clara nunca entiende las bromas ni los chistes de Diego; y no sólo no se entienden en ese aspecto. Se trata de un caso de atracción de polos opuestos, donde lo más opuesto que existe entre ellos son sus personalidades: mientras que ella esa una mujer de 25 años de temperamento fuerte, Diego es un pusilánime muchacho de 21 años. Llevan juntos más de doce meses, aunque ella hace tres se trasladó a Bogotá donde vive en un pequeño departamento mientras cursa una maestría en arquitectura. Él sigue en Lima estudiando ingeniería de sistemas y va por la mitad de la carrera.  
Cuando Clara le dijo “chau”, Diego ya estaba en la calle. La conversación había empezado con él en su habitación, pero cuando ella le propuso coquetamente hacer algo más que conversar esa noche, Diego se puso alerta; intuyó bien las intenciones de Clara pero se hizo un poco el desentendido ganando tiempo mientras salía presuroso de su casa; para el tipo de conversación que tenía en mente confiaba más en la privacidad de calles desiertas que en las cuatro delgadas paredes de su habitación. Le habría pedido a Clara que le volviera a llamar en cinco minutos pero temió que, sabiendo que a ella no le gustaba esperar, esa cantidad de tiempo fuera suficiente como para que ella se desanimara. Inevitablemente la voz de Diego empezó a sonar nerviosa, y Clara lo percibió, al igual que ciertos sonidos inesperados como el de una puerta que se abre y se cierra. Clara le preguntó qué pasaba. Diego no le mintió y se lo explicó, nuevamente tranquilo ahora que empezaba a alejarse de su casa. Le explicó además, despreocupándola, que la zona era segura, que era normal incluso ver a esas horas a unas cuantas personas paseando a sus perros como a otras trotando. Ahora la preocupación de Clara era otra: ¿era justo?, es decir, ella, estaba con las luces apagadas, en pijama y cómodamente echada en su cama (así le gusta conversar con Diego), o sea que nada la cohibiría de estimular su cuerpo; en cambio Diego, en la calle, si se excitaba no le iba a quedar más que aguantarse las ganas, a menos de que se escondiera detrás de algún arbusto. Diego estaba dispuesto a aguantar lo que sea, se lo dijo; quería experimentar ese tipo de conversación con ella y, principalmente, quería complacerla. Esto último enterneció a Clara pero no sabía (y Diego tampoco) que más que un gesto romántico era una señal de inseguridad, un intento más de Diego por buscar la aprobación de alguien.
Lamentablemente para él, no lo consiguió esa noche.
Frustrado, Diego no iba a esperar hasta el día siguiente: esa misma noche escribió en Google “poesía erótica” y empezó su investigación. Poco a poco con el pasar de los días iría recolectando versos y metáforas; leería crítica literaria sobre el tema así como artículos interpretando tal o cual poema; sacaría conclusiones como que no era necesario escribir un poema para sonar poético,  podría sonar así también describiendo en prosa lo que le haría a Clara; y decidió hacer eso. Pronto descubriría que, a pesar de los conocimientos adquiridos, no podría escribir poéticamente de frente. Tendría que escribir primero en “obsceno” y luego pasarlo a “poético”. Borró lo poco que tenía escrito y empezó de nuevo pero esta vez de la forma en que realmente le gustaría hablarle a Clara: con puras obscenidades; tan crudas, impúdicas y pervertidas que harían sonrojar al más reputado pornógrafo. Luego de llenar una hoja entera de Word (fuente Times New Roman, tamaño 12, interlineado 1, sin espacio después de los párrafos) y de tomar un breve descanso para recuperar fuerzas, fumar un cigarrillo y hacer algo de limpieza (había disfrutado tanto escribir aquello que terminó tecleando con una sola mano) empezó con el proceso de traducción. Vio la página llena y deseó en broma que existiría un programa que lo hiciera automáticamente, y casi grita “¡Eureka!”: él, estudiante de ingeniería de sistemas, podía programar algo así. 24 horas después, luego de haber dormido muy poco, de haber faltado a clases, de haber elaborado cientos de algoritmos, de haber procesado toda la información reunida de su investigación, tenía el programa listo, y funcionaba bien. Sólo le faltaba darle un nombre a su traductor, y recordando la expresión que había originado toda esta aventura lo bautizó simplemente como “TETAS”. Pero aún Diego no se sentía listo para la cita, porque durante el frenesí de la programación se había dado cuenta que aquel texto (ya traducido en “poético”) de situaciones fijas no daba lugar a variantes, pero ya tenía calculada una solución: desglosó el texto separando cada frase, que bien podían considerarse versos, y luego en Photoshop encerraría cada una de ellas en globos y empezaría a intercomunicarlas con flechas, agregaría más símbolos, diagramas, también una leyenda, y así terminaría elaborando un sofisticado mapa conceptual con el que podría improvisar, saltar entre frases, combinar y plantear nuevas hipotéticas situaciones. Fueron necesarias dos hojas para imprimir todo aquello. Faltando menos de seis horas para la llamada de Clara, Diego ya tenía hecha la tarea.
Y la hizo bien, los gemidos de Clara son la prueba. Pero ni con esos gemidos Diego puede excitarse, y se lo impide lo poético del asunto, el cuidado que debe tener aun con la tranquilidad del vecindario, la incomodidad de andar leyendo y hablando por teléfono al mismo tiempo, y principalmente por el cansancio: Diego está muy cansado, física y mentalmente, y le gustaría que Clara tuviera de una vez por todas un orgasmo para despedirse de ella e irse a dormir con la tranquilidad de haber cumplido su misión. Por eso Diego se alegra cuando cree que Clara está a punto de dar ese gemido definitivo, pero entonces ella lo sorprende hablando, diciéndole cosas, y en minutos el rostro de Diego dibuja un gran signo de interrogación. No entiende lo que Clara le está diciendo: ella dice cosas como amalar el noema y agolpar el clémiso, menciona que se está tordulando los hurgalios, exclama ¡Evohé! ¡Evohé!… y es que Diego no sabe que su karma lo está castigando por los libros piratas que ha comprado y leído en su vida, en especial "Rayuela" de Julio Cortázar: una copia tan pirata y tan mal hecha que le faltaba el “Tablero de dirección”, que indica el orden en que se deben leer los capítulos de la novela a partir de la segunda parte; extraviado en la lectura la abandonó antes de llegar al capítulo 68, así que Diego nunca se enteró que Cortázar inventó su propio lenguaje para describir la escena de amor de ese capítulo. Escena de amor que Clara intenta recrear en estos momentos usando  el mismo lenguaje. Diego piensa en su traductor, pero rápidamente descarta esa idea porque TETAS sólo traduce de “obsceno” a “poético”, y no al revés. 
Entonces Clara le pregunta a Diego si le gusta lo que está escuchando, a lo que él le responde simplemente que no.
-¿Por qué?- pregunta Clara, incómodamente sorprendida.  
-Porque no entiendo- le responde Diego, inocentemente -¿es español?, ¿qué significan esas palabras?
Clara se enoja. Le dice que no se trata de darles un significado estrictamente semántico sino sensorial, que se trata de atribuirles imágenes en vez de definiciones; o sea, se trata de ser poético. Pero comprende ella que es mucho pedirle eso a Diego, y lo recrimina por su falta de sensibilidad, acusándolo de que seguramente lo que él espera escuchar de ella son cosas como “te agarro la pinga”. Inmediatamente Diego tiene una erección, y ella continua enumerándole las obscenidades que jamás le diría (pero que al fin y al cabo se las está diciendo) mientras Diego mira a todos lados; sabe que Clara estará así por un par de minutos a lo mucho. "¿Cómo?" le pregunta de tanto en tanto como si no escuchara bien para que ella repita algunas cosas, y ella lo hace sin darse cuenta.
Furiosa, Clara cuelga, mientras en una oscura esquina cerca a un poste sin luz,  debajo de unos frondosos árboles y escondido detrás de un arbusto, Diego sonríe satisfecho fumando un cigarrillo. 

Capítulo 68 de Rayuela, leído por el mismo Cortázar

domingo, 6 de noviembre de 2011

Masturbación a las 10 de la mañana

Buenos días, tu nombre y de dónde llamas; y por enésima vez ese pitido, y por enésima vez tengo que hacerle recordar a un huevón que tiene que bajarle el volumen a su radio, y por enésima vez el huevón no le baja lo suficiente, y todavía pregunta si ya está bien; no, no está bien, es obvio que no lo está, ¿acaso no escuchas que el acople sigue?, y entonces le sugiero a Vicente, porque el huevón de ahora se llama Vicente, que apague su radio, y el huevón qué me dice: que quiere escucharse, y se ríe cojudamente; sólo porque tu voz se va a escuchar por unos minutos en la radio no significa que vayas a ser famoso, ¡huevón!, apaga tu radio nomás, ¿es que eres tan cojudo que no te das cuenta que con este acoplamiento no vamos a poder hablar?: hablemos sólo por teléfono, Vicente, ¿qué te parece?, le digo, como si fuera necesario negociarle, pero funciona: al fin apaga su radio; sí, ahora está bien, Vicente, ¿alguna consulta para el doctor o algún comentario?; carajo, ahora el huevón soy yo: es obvio que Vicente de Miraflores, o de donde chucha sea, tiene alguna pregunta o comentario, si no, no estaría llamando pues, pero es que nunca se sabe con esta gente, como el de la anterior llamada: me gustaría decir algo sobre el tema anterior, me dice conchudamente; no, ya no se puede hacer nada con el tema anterior, así son las reglas, y todos la saben; que hay muchas llamadas y la mía no entró, me dice; mala suerte pues, ¿tengo que esperar a que pase tu llamada para entrar al siguiente tema?; que él también es profesor estatal, me dice; ¿y?, entonces si no estás feliz con tu sueldo por qué no mejor haces huelga en vez de estar jodiéndome la paciencia; cómo se nota que no te gusta que critiquen al gobierno, me dice el muy pendejo, y ya me harto y mando a que corten su llamada; un día estoy a favor del gobierno, otro día, en contra; decídanse, pendejos, decídanse, además… buenos días, tu nombre y de dónde llamas; adelante, Fidel, te escuchamos… soy Paco Romero, ¡carajo!: tengo casi 20 años como periodista en televisión, radio y en prensa escrita, y en las encuestas siempre salgo como uno de los que tiene mayor credibilidad, así que yo veo si apoyo o no al gobierno, o a quien sea o a lo que sea, y si a alguien le jode pues que se joda, y si algún hijo de vecino cree que puede venir aquí a exigirme explicaciones o disculpas que se joda también, ¿cree que me voy a rebajar a su nivel para justificarle mis actos?, no, no, así no es, así no es;  bueno días, tu nombre y de dónde llamas; Ok, Néstor, ¿cuál es tu pregunta?; tu pregunta, Néstor, tu pregunta, no me importa si me admiras, no me importa si crees que mi programa es el mejor, ¡haz tu pregunta de una maldita vez!, y cuando digo pregunta quiero decir pregunta, no que cuentes tu vida, mierda: ¿puedes ir directamente a tu pregunta, Néstor, por favor?; sí, directamente, ¿crees que eres el único al teléfono?, no, hay muchos, muchos más de los que yo incluso puedo soportar; y el doctor te responde que tu caso es normal; carajo, ¿ves, Néstor?, una hora preguntando para una respuesta así de simple, ¿ves el ridículo que acabas de hacer por no ser conciso, huevón?; buenos días, tu nombre y de dónde llamas; te escuchamos Silvio; ya sabía que pasaría esto: una llamada la hace larga y la siguiente se queja de por qué dejo que hable tanto la gente, ¿acaso no sé que hay muchos esperando varios minutos para que entren sus llamadas?, me reclama; claro que lo sé, Silvio, y no trates de decirme cómo hacer mi trabajo, pendejo, si estás tan apurado haz tu pregunta de una vez en vez de perder el tiempo quejándote; disculpa, Silvio, a veces es complicado controlar a los oyentes, pero aprovecha tu tiempo y pregúntale lo que quieras al médico; sí, lo que quieras, malagradecido, porque por último esto es más barato y cómodo que ir a un consultorio; malagradecidos todos: conduzco apurado a la radio y hasta me multan por eso y es así como se comportan, no tienen idea de lo uno puede estar pasando: no saben que hoy me llegó una notificación del abogado de mi ex esposa pidiéndome más dinero; no puedo creer que quiera más dinero la puta esa, ya prácticamente le paso la mitad de mi sueldo, y claro, se excusa diciendo que es por nuestro hijo, pero bien que es para que te des la gran vida, ¡puta!; buenos días, tu nombre y de donde llamas; ¿alguna consulta, Sebastián?; ¿qué?, ¿que dónde venden champú para las manos?, ¿qué tienes pelos en las manos?, ahora entiendo, pendejo, escucho las risas al fondo, ¿te quieres pasar de graciosito, no?, carajo: colgó antes de que lo mandara a cortar; pobre y triste pajero; buenos días, tu nombre y de dónde llamas; adelante Irma; ya, dices que no es una queja, sólo una opinión: no te parece bien que trate el tema de la masturbación a las diez de la mañana, que es un horario para niños, me dices; ya, vieja de mierda, sigue con tu rollo que ahorita te cago, eres igual de imbécil que los que llaman a decir que tal o cual tema no es importante, que no es de interés nacional; bueno pues, si no les gusta lo que están oyendo por qué simplemente no cambian de radio, conches-de-su-madre, así de fácil; en esta radio respetamos todas las opiniones pero creo que un tema como la masturbación, como cualquier otro tema que tenga que ver con la sexualidad, y por extensión con la salud, siempre es importante tratar sin importar la hora, por supuesto siempre de una forma alturada y con la asesoría de un médico o un especialista, como lo es mi invitado; así que hecha la aclaración pasemos a la siguiente llamada: buenos días, tu nombre y de dónde llamas; mi productor me hace señas: qué bueno, una pausa… me duele la cabeza… Julián, discúlpanos, no vayas a colgar, tenemos que pasar los titulares y volvemos; adelante con los titulares… pero qué día de mierda… 

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