domingo, 29 de enero de 2012

Ley conmutativa



Terminaba la clase de Sociología y entonces entró al aula un alumno que fue directamente hacia la profesora del curso. Le dijo que venía por el proyector porque el profesor fulano de Física lo había reservado para esa hora. Ella estuvo de acuerdo sin hacer más preguntas y permitió que el chico se llevara el aparato. Nunca más se supo de ese aparato ni de ese chico que resultó no ser un alumno, como todos creyeron, sino un astuto ladrón.
Y fue así como la facultad de Sistemas de la Universidad Nacional de Ingeniería, la UNI, que con tanto esfuerzo había adquirido dos proyectores, se quedó con sólo uno.

***

Sebastián sonrió burlonamente cuando vio que un par de chicos se le adelantaron trotando mientras murmuraban que la clase de Lenguaje ya había empezado. En efecto: eran las 8:15 de la mañana y la clase empezaba a las 8; pero Sebastián siguió caminando despreocupado, convencido de que por ser el primer día de clases habría un tiempo de consideración. Además, pensaba, ya no estaban en el colegio sino en la universidad; y él, más que cualquier otro cachimbo*, sabía muy bien la diferencia. Por eso le sorprendió encontrarse en la puerta del aula con una decena de alumnos esperando nerviosos que les dejaran entrar. Igual él no perdió la calma, ni cuando por la pequeña ventana de la puerta vio que se estaba tomando un examen. “Seguramente un examen de entrada” pensó con desdén. Entonces le llamó la atención el aula en sí, que comparada con las instalaciones de su ex universidad, una estatal, bien podría ser un auditorio para unos 100 alumnos distribuidos en carpetas de 3 asientos; había hasta un púlpito con una computadora en su interior. Luego miró el techo sin percatarse que, desde adentro, una mujer pequeña y gruesa de unos 50 años se había estado acercando. De pronto se abrió la puerta:
-No crean que por ser su primer día de clases les voy a perdonar ésta: tienen cero. Cuando termine la prueba los dejo entrar- les dijo la profesora con severidad, y volvió a cerrar la puerta.
“Cursillo de mierda” pensó Sebastián sonriendo y comprobó en su cartilla de horarios que el curso de Lenguaje valía apenas 2 créditos mientras que los más pesados, 4 o 5. Volvió su mirada hacia el techo, al preciso punto de donde se suspendía un aparato sujeto por un rack: era un proyector. Supuso, y supuso bien, que en cada aula habría uno y recordó esa especie de leyenda, de su vida universitaria pasada, que contaba cómo un ladrón haciéndose pasar por alumno había robado uno de los dos únicos proyectores existentes en su ex facultad. Entonces dio un vistazo a su alrededor como si recién tomara conciencia de dónde se encontraba en ese momento, y pensó: “cómo se nota que estoy en una universidad privada”.

***

Un nuevo inicio. La vida te está dando otra oportunidad, y parece que todo está a tu favor. Para empezar no sientes nervios, porque aunque es tu primer día de clases en la San Martin, no es tu primer día como alumno universitario. Luego está el hecho de que estudiaste en la UNI, famosa por lo exigente que es en cursos de números, todo lo contrario de tu nueva universidad. O sea que gracias a tu experiencia universitaria previa partes con ventaja sobre el resto de cachimbos, tus nuevos compañeros. ¿Pero qué tanto te puedes confiar si abandonaste la UNI por bajo rendimiento? Pues según tienes entendido, con el  conocimiento que has acumulado en el año y medio de preparación para ingresar a la UNI y los tres semestres que estuviste ahí, tienes lo suficiente como para sobresalir, al menos en los cursos matemáticos, los más importantes en cualquier carrera de ingeniería, los que aprobándolos con altas notas te asegurarían un buen promedio ponderado, y así, una beca, tu principal objetivo para este primer semestre. Porque la San Martin, como toda universidad privada, no es barata, y no es tampoco que tu familia se haya vuelto adinerada de la noche a la mañana: ahorros, préstamos… tu familia está invirtiendo, por no decir apostando, en ti. Y tú no quieres volver a decepcionarlos, ¿no? Así que tienes ahora la oportunidad de hacer bien las cosas, de redimirte ante ellos y ante ti mismo, de sacarle provecho a esos tres años aparentemente desperdiciados desde que terminaste el colegio. Tres años que además significan que más o menos esa es la diferencia entre tu edad y la de tus compañeros; tendrás que lidiar con eso, con el hecho de que los que te rodean ahora hace meses nomás terminaron el colegio y no son mayores de edad. Tú en cambio ya tienes 21 años.
Es mejor ya no pensar en todo eso y empezar a comportarse como un alumno serio y prestar atención a la clase, aunque esta sea de Lenguaje. Pero como si se tratara del corazón delator de Poe, sientes un pálpito en uno de tus bolsillos; es tu billetera. La sacas, la abres, y entonces observas las pruebas irrefutables de quién y eres y de dónde vienes: tu documento de identidad y tu carnet de la UNI del semestre anterior.

***

-Amiga, disculpa, ¿me puedes pasar eso?- diría Sebastián señalando en el piso su aún vigente carnet de la UNI (el que se le habría caído “accidentalmente”)
Ella se lo pasaría pero, luego de verlo a él y a la foto del carnet, no podría evitar preguntarle:
-¿Cómo es que tienes un carnet de la UNI?
-Estudié ahí hasta el semestre pasado- respondería Sebastián.
-¿Y cómo así estás acá, en la San Martín?
-Me retiré porque… - por supuesto Sebastián no iba a decirle la verdad: que había abandonado la universidad por sus malas calificaciones - …había muchas huelgas; no se puede estudiar bien así.
-Pero si llegaste ingresar a la UNI es porque sabes mucho matemáticas- diría ella mostrando admiración.
-Pues sí- diría Sebastián, consciente del bajo nivel de la San Martín en cursos de números.
Y luego se presentarían formalmente el uno al otro. 
Ese era el plan de Sebastián, el que se le había ocurrido en plena clase de Lenguaje; la primera del día de ese su primer día de clases en su nueva universidad, la San Martin. Era un lunes y, según su horario, los lunes tocaba sólo cursos de letras, pero Sebastián no quería esperar hasta el martes para empezar a lucir sus conocimientos matemáticos y entonces decidió hacer público de dónde provenía, y fijó como su primer objetivo a la simpática chica que se sentaba delante de él. Sólo tenía que esperar el momento adecuado, el que por suerte llegó en los minutos de espera a la llegada del profesor de la siguiente clase. Sebastián sacó su billetera y de ella su carnet, el que se quedó viendo por unos segundos depositando todas sus esperanzas en él, y entonces, cuando a punto estuvo de lanzar el documento, la voz de un chico le habló por detrás:
-Disculpa, ¿ya entregaron los carnets?
-Eh, no, no… éste es de la UNI- respondió Sebastián dubitativo viendo su plan interrumpido.
Y la conversación prosiguió más o menos igual a como lo había planeado.
-Me llamo Efraín.
-Y yo Sebastián.
Se presentaron finalmente estrechándose las manos.
“Ley conmutativa”, pensó Sebastián convencido que daba lo mismo empezar a ganarse la admiración de sus nuevos compañeros a través de Efraín o de la simpática chica que se sentaba delante de él; pero cómo le hubiera gustado haber empezado por ella. El tiempo y las buenas notas la acercarían a ella, estaba seguro, pero sería precisamente el tiempo el que le enseñaría que de todas las formas posibles de impresionar a una chica, ser bueno en matemáticas era la menos efectiva; y que las chicas simpáticas que estudian ingeniería cambian de carrera luego del primer semestre.

NOTA:
Cachimbo: alumno ingresante
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