Habían
cumplido 13, 14, 15 años, así que era lógico que aquel verano los chiquillos y
chiquillas del barrio empezaran a verse con otros ojos. Ellas eran cuatro
amigas vecinas de una misma cuadra; ellos, incontables, no eran un grupo así de
compacto: estaban los de la calle Larco Herrera, los de Valdizán, los de Unanue
y, a partir de esa estación, otros provenientes de calles un poco más alejadas.
Jenny, la
más bajita de las chicas, era la más bonita y por ello la preferida de los
muchachos. Pero ella nunca se lo tomó en serio; en cambio, aprovechaba esa
preferencia para hacer sufrir de vez en cuando a algún pretendiente y de paso
hacer reír a sus amigas. Las entretuvo igual cuando empezó a ceder a las
pretensiones de Piero contándoles todos los pormenores de lo que finalmente
sería su primer enamoramiento, el que duraría hasta el final de esas
vacaciones.
Como si
nada hubiera pasado entre ellos dos, se olvidarían el uno del otro en el
transcurso del año escolar; Piero, quien no era del barrio, ni siquiera
volvería a asomarse por ahí. Ella tampoco lo haría, al igual que el resto de
chicas y chicas ocupados todos con deberes escolares.
Hasta que
de nuevo llegó el verano y las vacaciones, y las calles del barrio volvieron a
la vida. Piero también regresó y el día que lo hizo fue directamente donde Jenny.
Al comienzo ella no supo cómo actuar pero la familiaridad con que él la trató
la hizo recuperar rápidamente la misma confianza de hacía un año. Se sintió halagada
porque era evidente que Piero no quería separarse de ella y que poco a poco la
iba apartando del resto. Con cierta vanidad, segura de las intenciones de Piero,
Jenny se preguntaba si debía o no ponérsela fácil. Decidió que sí: lo
encontraba más simpático que el verano pasado y creyendo que ahora eran los dos
más “maduros” para una “relación” más seria (consideraba que la del año
anterior había sido sólo un juego) pensó que sería una buena idea asegurarse de
una vez un enamorado para todo el verano, o al menos hasta el 14 de febrero.
-¿Te
puedo preguntar algo, Jenny?- dijo él cuando al fin estuvieron solos.
-Claro,
Piero, dime- dijo ella mirando a su alrededor, juzgando si ese era un buen
sitio para besarse.
-Melisa…
¿tiene enamorado?
-¿Melisa?-
dijo Jenny sorprendida, y pensó “¿pero qué tiene que ver Melisa con nosotros?”.
Entonces notó que la mirada de Piero se desviaba hacia algún sitio. Ese sitio
era la esquina donde Melisa y las otras chicas conversaban.
-Vaya… Sí
que ha cambiado Melisa en todo este tiempo- dijo él.
Jenny vio
a su amiga, pero más que verla, esta vez la observó con real atención y de pies
a cabeza. Viéndola sin el uniforme escolar y con ropas de verano se dio cuenta
de su desarrollo: Melisa, la (relativamente) menos agraciada del cuarteto de
chicas no sólo se había convertido en la más alta sino también en la más voluptuosa.
Jenny
sintió una mezcla de vergüenza y enojo.
-Me tengo
que ir- le dijo a Piero y empezó a andar rápido hacia su casa, aguantando lo
más que podía sus ganas de correr. Sus amigas al verla la siguieron pero Jenny
las apartó diciéndoles que se sentía un poco mal pero que no era algo serio y
que no se preocuparan por ella, y ellas le hicieron caso. Cuando llegó a su
casa fue directamente a su cuarto a verse en el espejo. Frente a él comprobó
que su cuerpo seguía siendo el de una niña.
*
No había
crecido, su pecho seguía plano y sus caderas aún no cobraban forma, y todo esto
se notaba más al compararla con las otras chicas. Su rostro, su principal
atractivo físico, ya no les importaba más a los chicos, ahora sólo tenían ojos
para las curvas de sus amigas, en especial para los senos de Melisa.
Melisa… Los
chicos la habían convertido en su nueva reina: no dejaban de mencionarla o
preguntar por ella. La destronada no lo soportó. En secreto con las otras
chicas, Jenny las convenció de que Melisa se había vuelto una creída, que los
humos, o mejor dicho las tetas, se le habían subido a la cabeza.
Eso no
era cierto. Melisa se tomó con calma, hasta con cierto recelo, el interés
repentino que tenían los chicos en ella. O al menos así fue al comienzo: si con
el paso del tiempo empezó a juntarse más con ellos fue por la frialdad
creciente que sentía de parte de sus amigas. Al confrontarlas supo que Jenny
era la culpable, y eso, viniendo de con quien se suponía eran mejores amigas,
le dolió y mucho. Tanto que ese dolor rápidamente se convirtió en deseo de
revancha, y sabía dónde “golpear” a Jenny. Así fue como empezó a tratar a Piero
con especial cariño cuando Jenny estaba cerca, y por la cara de la más pequeña
de las chicas era obvio que Melisa estaba teniendo éxito con su plan de provocarle celos. De
provocarle celos y nada más, porque ni Piero ni ningún otro chico le
gustaba.
Una tarde
estaban todos en el parque, en la zona de los columpios. Los tres que había
estaban ocupados sólo por chicas, con Melisa y Jenny a los extremos. Los chicos
como de costumbre estaban alrededor atentos, con las esperanza de poder ver debajo
de sus faldas. Ellas parecían estar columpiándose normalmente pero pronto fue
evidente que, sin habérselo propuesto, Melisa y Jenny competían por quien ascendía
más. Jenny, especialmente frustrada, estaba decidida a que al menos en eso
Melisa no le iba a ganar, y rápidamente la fue superando. Melisa desistió. Las
alturas que alcanzaba Jenny empezaban a ser cada vez más peligrosas.
-Jenny,
ya está bien, ya es suficiente- exclamó Melisa, palabras que a Jenny, junto con
el aliento de los chicos, la alentaban a ir llegar alto.
Entonces Jenny
perdió el balance: su cuerpo se desplazó del asiento y, apenas sujetada de unas
de las cadenas del columpió, el movimiento de vuelta la llevó directamente
hacia el suelo en un viaje sin retorno. Su cuerpo barrió la tierra.
Jenny escuchó
risas. Tenía los ojos bien cerrados y no los abrió hasta estar segura de no
estar sintiendo algún dolor extremo síntoma de una lesión grave. Lo primero que
vio fue el rostro preocupado de Melisa.
- Jenny… Jenny…
-Estoy
bien…- respondió aturdida y Melisa la ayudó a ponerse de pie, y haciendo que se
apoye en ella, la acompañó a su casa, con las otras chicas yendo detrás. Los chicos
no sabiendo qué hacer se quedaron en sus sitios riendo nerviosamente.
*
Melisa
estaba en su sala sentada en un sillón cerca al teléfono, inquieta. Más
temprano esa mañana había ido a visitar a Jenny. La mamá de su amiga le dijo
que aún estaba dormida pero que le llamaría apenas estuviera despierta, y le
informó que sólo había sufrido raspones. Entonces sonó el teléfono, Melisa respondió
y unos minutos después estaba frente a la puerta de la habitación de su amiga. Antes
de tocar dudó unos segundos sobre qué iba a decir primero.
-Sé que estás
ahí. Entra. La puerta está abierta- escuchó de pronto desde el otro lado.
Melisa
abrió la puerta y se quedó ahí. Se conmovió al ver a su amiga con un par de
curitas en el rostro y en los brazos, y con una sonrisa amistosa que hacía
tiempo no le veía.
-Creo que
tenemos que hablar- dijo Jenny.
Melisa, más
tranquila, asintió y entró dejando detrás de ella la puerta cerrada.
***