La costumbre era que los de cuarto de media
organizaran la inauguración de la “Semana de la Alegría” (que era el título
oficial que mi colegio le daba a la semana en que se celebraba su aniversario),
y ese año nosotros, la promoción 99, estábamos en cuarto de media. Como el tema
era, pues, la alegría (porque “la santidad consiste en estar siempre alegres”
había dicho el santo salesiano Domingo Savio y era una frase que todos los
alumnos del Rosenthal nos la sabíamos de memoria porque estaba pintada con letras
gigantes en una de las paredes del patio) la ceremonia consistía en hacer reír
al resto del alumnado, profesores, sacerdotes y cualquier otro espectador
casual, de cualquier forma posible, ya sea con un sketch, una canción, rimas…
lo que sea. Sólo recuerdo el acto de inicio y el final. Alguien escondido habló
por un micrófono y le pidió silencio al público porque estaba por empezar el
show. Se produjo un silencio que duró lo suficiente como para que las personas
empezaran a mirarse las unas a las otras confundidas, y entonces se escuchó por
los parlantes los primeros acordes de “Iron Man” de Black Sabbath, banda padre
del heavy metal. Sonaba la canción, pero nada, el escenario seguía vacío, hasta
que alguien gritó ¡ahí vienen, ahí vienen!. Todos voltearon y vieron venir,
saliendo de los baños, a los Teletubbies: cuatro compañeros disfrazados como
Tinky Winky, Dipsy, Lala y Po, pero con la cara descubierta, usando lentes
negros y andando con una muy mala actitud acorde (supuestamente) con aquella
canción. Cuando los Teletubbies llegaron y subieron al escenario, se detuvo la
música y los cuatro se quitaron los lentes. Miraron muy serios al público por
unos segundos y luego el más alto (el de color morado) tomó él único micrófono
que había. Los demás se le acercaron y al unísono, dejando toda seriedad de
lado, empezaron con eso de hoa, becho y abacho. De esa forma se pusieron a hablar
sobre, qué más, la alegría. Después de unos minutos, abruptamente (fue la
sensación de los espectadores quienes no entendían casi nada de lo que oían)
callaron y volvieron a ponerse serios. Empezó de nuevo a sonar “Iron Man”, y
cuando terminaron de recuperar su mala actitud, con los lentes ya puestos,
abandonaron el escenario. Supongo que el que apenas se les entendiera era el
chiste. La verdad es que, salvo por unos cuantos, nadie se rio. Más se
escucharon los típicos oh, que monce, y no necesariamente porque lo fuera, sino
por un tema de mala leche entre salones; algo también típico. Ni risas ni
abucheos se escucharon con el acto final: seis alumnos, entre los más flacos y
más gordos de la promoción, representando la escena cumbre de la película “The Full
Monty”, o sea, cinco alumnos de secundaria de un colegio católico haciendo un
strip tease. Obvio que no se calatearon completamente: sólo se quitaron las
chompas, las corbatas y las camisas, quedando con el torso desnudo y algunos,
hablo de los gordos, mostrando las tetas, porque esos chicos sí que tenían
tetas. Aun así todo el público se quedó perplejo. Apenas hubo unos aplausos
luego de que terminara la música y los bailarines regresaran al backstage.
La misma voz oculta del inicio dio por finalizada la ceremonia con un gracias y
buenos deseos a todos para el resto de la semana; semana que, por cierto, lo
único que tenía de especial era que los recreos duraban el doble para que se
pudieran llevar a cabo el campeonato de fulbito.
Que yo sepa ese baile no tuvo consecuencias y nadie
terminó sancionado; aunque sospecho que a nuestro tutor, el profesor Morales,
alias La Mole, le habrá caído alguna llamada de atención de parte del cura
director, o al menos eso nos dio a entender la profesora Elvira, cuando en su
clase nos contó lo muy molesto que estaba el padre Miyashiro, y lo muy ofendida
que ella se sintió al ver ese espectáculo. En sí no se le podía echar la culpa
a La Mole. Las reglas establecían que la inauguración de la “Semana de la
Alegría” fuera algo organizado sólo por alumnos y en secreto, sin la
intervención de ninguna autoridad. Evidentemente quien creó esas reglas jamás
pensó que algo como aquel acto de cierre pudiera pasar. Incluso yo siendo parte
de la promoción no me lo esperaba. Y es que poco o nada me interesaban los
planes del comité organizador, ni mucho menos participar: y hasta ahora poco o
nada me interesa participar de alguna actividad grupal. Quiero decir que no soy
de los que se ponen la camiseta cuando se trata de grupos grandes. ¿Cuántos
éramos nosotros? ¿80? ¿90? Cuarenta y tantos por aula (sección A y B). Una de
las pocas veces que me la puse fue cuando ya estudiaba en la San Martin, el día
que los alumnos de la Universidad Agraria salieron de paseo con las calles de
la Molina, en su tradicional corso anual. Pasaron por los exteriores de mi
facultad y cuando nos vieron a muchos curioseando desde las rejas empezaron con
un cantito en la que se burlaban de nosotros tratándonos de burros (y sólo
porque para ingresar a la San Martin basta con poner tu nombre y apellido en el
examen de admisión). Iban caminando despacio, tomándose su tiempo. Una chica se
acercó más de lo debido a la zona en la que estábamos mis amigos y yo, y
prácticamente nos escupió esa canción en nuestras caras. Fue ahí que me puse la
camiseta y pensé que alguien debía hacer algo para contrarrestar tanta ofensa
contra nuestra universidad. Por suerte Roberto lo hizo: mientras se agarraba
enérgicamente la entrepierna, le dijo a la chica que se acercara para
demostrarle por qué nos decían burros. Ella no dijo nada, incluso dejó de
cantar. Sus amigas la apartaron de la reja y nos gritaron groseros. ¡Punto para
la San Martín! Nos tocaba celebrar esa pequeña victoria y lo hicimos cagándonos
de la risa. Por supuesto felicitamos a Roberto, quien siempre ha sido así
cuando algo, pues, le llega al pincho. Por eso no me sorprendió (en una reunión
de reencuentro con mi grupito de la facultad, luego de tiempo de haber
concluido la universidad y de no vernos), enterarme lo que le había dicho a
Jessica en una conversación por Facebook. Resulta que esta chica, Jessica,
compañera de facultad también, había terminado con su novio, y en un momento de
tristeza en la que estaba desesperada por hablar con alguien, con cualquiera
capaz de prestarle atención, encontró que en su Facebook no había nadie más
conectado (era muy de noche, casi de madrugada) que tres chicos con los que nunca
había establecido amistad pero que siempre le parecieron buenas personas. Al
comienzo todo bien con Abel, Anthony y Roberto, quienes hacían su mejor
esfuerzo en reanimar a esa chica que sólo sabía quejarse de su vida
sentimental. Pero como dos semanas después ella seguía con el mismo rollo, ya
los chicos no sabían cómo deshacerse de alguien que no dejaba de sentir lástima
de sí misma. Cada uno más o menos lo hizo según su personalidad. Abel,
conciliador como siempre, le decía que tal vez sus amigas, o cualquier otra
mujer, podría darle mejores consejos. Anthony usaba su técnica de la confusión,
o sea que ella le decía algo, como ¡hoy he visto a mi novio chapando con su
nueva chica!, y él le respondía cambiando a un tema que absolutamente nada
tenía que ver, como por ejemplo contarle el episodio más reciente de Naruto.
Roberto simplemente la mandó a la mierda. Primero dejó de responderle. Ella lo
saludaba, le hablaba, pero él nada, o apenas algunos monosílabos. Jessica
perdió la paciencia: ¿oye me estás escuchando? (irónico, teniendo en cuenta que
era una conversación por chat) le recriminó, creyendo que ya tenía el derecho
de hacerlo para una amistad de dos semanas. ¡Me aburres, mierda!, le respondió
Roberto. De inmediato, sin darle la chance a ella de responder, la borró de su
Facebook, Messenger, celular, etc.
Envidiamos la sinceridad de Roberto y celebramos
ese y otros recuerdos un domingo a las dos de la mañana, los cuatro sentados en
una mesa de ese Bembos de algún lugar de la Molina o Surco; territorio que no
es mi territorio. Pero no tenía de qué preocuparme gracias a que Anthony vive
en San Miguel (yo en Magdalena) y a que él tenía auto. Así que tranquilo, a las
cinco de la mañana, descendía de su auto en el Metro de Pershing y emprendía mi
camino a casa, ahora a pie. Mi casa está a unas diez cuadras de ese punto, pero
no hay problema, es un sitio por donde se puede andar tranquilo, además era
enero y ya estaba amaneciendo. Pensé que de seguro al llegar a casa me
encontraría con mi mamá preparándose para ir a misa, y como ella muchas otras
personas lo estarían haciendo. ¿Y yo hace cuánto que no iba a misa? me
pregunté. ¿Y cuándo había sido la última vez que había comulgado, o confesado?
Lo que daría por poner un micrófono oculto en un confesionario y escuchar lo
que la gente le cuenta al cura. Recordé la vez (siglo atrás) que vi salir de un
confesionario a una mujer de lo más tetona y potona llorando rumbo a algún altar de
la iglesia de seguro a rezar su penitencia (ene Padre Nuestros, ene Ave
Marías). Y cómo me costó en ese momento no imaginarme los posibles pecados de
esa mujer porque estaba en plena cola para confesarme y hubiera sido bien
conchudo de mi parte pecar de malos pensamientos minutos antes de mi confesión.
Pero lo que no pude evitar fue recordar un chiste: una mujer se confiesa y le
dice al cura “padre, dejé que mi novio me tocara los pechos”, y el cura le dice
“hija arrepientete de tu pecado, ve y échate un poco de agua bendita en los
pechos”. Una segunda mujer se confiesa y le dice al cura “padre, le toqué el
pene a mi enamorado”, y el cura le dice “hija arrepientete de tu pecado, ve y
échate un poco de agua bendita en la mano”. Entonces, mientras estas dos
mujeres estaban echándose agua bendita, apareció una tercera mujer que acaba de
confesarse. Las dos primera le preguntan que le había dicho el cura, y esta
tercera mujer responde “que haga gárgaras con el agua bendita”.
Y es que las claves para que una confesión sea
exitosa es el arrepentimiento y el firme propósito personal de no volver a cometer
los mismos pecados. Por eso dejé de confesarme, a los 15 o 16 años, porque
simplemente, por más remordimientos que me causara entonces, no podía dejar de
correrme la paja. Y qué rico es correrse la paja.
***
Teletubbies, intro
Iron Man, Black Sabbath
The Full Monty, baile final
Naruto, opening