martes, 27 de noviembre de 2012

Camiseta

La costumbre era que los de cuarto de media organizaran la inauguración de la “Semana de la Alegría” (que era el título oficial que mi colegio le daba a la semana en que se celebraba su aniversario), y ese año nosotros, la promoción 99, estábamos en cuarto de media. Como el tema era, pues, la alegría (porque “la santidad consiste en estar siempre alegres” había dicho el santo salesiano Domingo Savio y era una frase que todos los alumnos del Rosenthal nos la sabíamos de memoria porque estaba pintada con letras gigantes en una de las paredes del patio) la ceremonia consistía en hacer reír al resto del alumnado, profesores, sacerdotes y cualquier otro espectador casual, de cualquier forma posible, ya sea con un sketch, una canción, rimas… lo que sea. Sólo recuerdo el acto de inicio y el final. Alguien escondido habló por un micrófono y le pidió silencio al público porque estaba por empezar el show. Se produjo un silencio que duró lo suficiente como para que las personas empezaran a mirarse las unas a las otras confundidas, y entonces se escuchó por los parlantes los primeros acordes de “Iron Man” de Black Sabbath, banda padre del heavy metal. Sonaba la canción, pero nada, el escenario seguía vacío, hasta que alguien gritó ¡ahí vienen, ahí vienen!. Todos voltearon y vieron venir, saliendo de los baños, a los Teletubbies: cuatro compañeros disfrazados como Tinky Winky, Dipsy, Lala y Po, pero con la cara descubierta, usando lentes negros y andando con una muy mala actitud acorde (supuestamente) con aquella canción. Cuando los Teletubbies llegaron y subieron al escenario, se detuvo la música y los cuatro se quitaron los lentes. Miraron muy serios al público por unos segundos y luego el más alto (el de color morado) tomó él único micrófono que había. Los demás se le acercaron y al unísono, dejando toda seriedad de lado, empezaron con eso de hoa, becho y abacho. De esa forma se pusieron a hablar sobre, qué más, la alegría. Después de unos minutos, abruptamente (fue la sensación de los espectadores quienes no entendían casi nada de lo que oían) callaron y volvieron a ponerse serios. Empezó de nuevo a sonar “Iron Man”, y cuando terminaron de recuperar su mala actitud, con los lentes ya puestos, abandonaron el escenario. Supongo que el que apenas se les entendiera era el chiste. La verdad es que, salvo por unos cuantos, nadie se rio. Más se escucharon los típicos oh, que monce, y no necesariamente porque lo fuera, sino por un tema de mala leche entre salones; algo también típico. Ni risas ni abucheos se escucharon con el acto final: seis alumnos, entre los más flacos y más gordos de la promoción, representando la escena cumbre de la película “The Full Monty”, o sea, cinco alumnos de secundaria de un colegio católico haciendo un strip tease. Obvio que no se calatearon completamente: sólo se quitaron las chompas, las corbatas y las camisas, quedando con el torso desnudo y algunos, hablo de los gordos, mostrando las tetas, porque esos chicos sí que tenían tetas. Aun así todo el público se quedó perplejo. Apenas hubo unos aplausos luego de que terminara la música y los bailarines regresaran al backstage. La misma voz oculta del inicio dio por finalizada la ceremonia con un gracias y buenos deseos a todos para el resto de la semana; semana que, por cierto, lo único que tenía de especial era que los recreos duraban el doble para que se pudieran llevar a cabo el campeonato de fulbito.
Que yo sepa ese baile no tuvo consecuencias y nadie terminó sancionado; aunque sospecho que a nuestro tutor, el profesor Morales, alias La Mole, le habrá caído alguna llamada de atención de parte del cura director, o al menos eso nos dio a entender la profesora Elvira, cuando en su clase nos contó lo muy molesto que estaba el padre Miyashiro, y lo muy ofendida que ella se sintió al ver ese espectáculo. En sí no se le podía echar la culpa a La Mole. Las reglas establecían que la inauguración de la “Semana de la Alegría” fuera algo organizado sólo por alumnos y en secreto, sin la intervención de ninguna autoridad. Evidentemente quien creó esas reglas jamás pensó que algo como aquel acto de cierre pudiera pasar. Incluso yo siendo parte de la promoción no me lo esperaba. Y es que poco o nada me interesaban los planes del comité organizador, ni mucho menos participar: y hasta ahora poco o nada me interesa participar de alguna actividad grupal. Quiero decir que no soy de los que se ponen la camiseta cuando se trata de grupos grandes. ¿Cuántos éramos nosotros? ¿80? ¿90? Cuarenta y tantos por aula (sección A y B). Una de las pocas veces que me la puse fue cuando ya estudiaba en la San Martin, el día que los alumnos de la Universidad Agraria salieron de paseo con las calles de la Molina, en su tradicional corso anual. Pasaron por los exteriores de mi facultad y cuando nos vieron a muchos curioseando desde las rejas empezaron con un cantito en la que se burlaban de nosotros tratándonos de burros (y sólo porque para ingresar a la San Martin basta con poner tu nombre y apellido en el examen de admisión). Iban caminando despacio, tomándose su tiempo. Una chica se acercó más de lo debido a la zona en la que estábamos mis amigos y yo, y prácticamente nos escupió esa canción en nuestras caras. Fue ahí que me puse la camiseta y pensé que alguien debía hacer algo para contrarrestar tanta ofensa contra nuestra universidad. Por suerte Roberto lo hizo: mientras se agarraba enérgicamente la entrepierna,  le dijo a la chica que se acercara para demostrarle por qué nos decían burros. Ella no dijo nada, incluso dejó de cantar. Sus amigas la apartaron de la reja y nos gritaron groseros. ¡Punto para la San Martín! Nos tocaba celebrar esa pequeña victoria y lo hicimos cagándonos de la risa. Por supuesto felicitamos a Roberto, quien siempre ha sido así cuando algo, pues, le llega al pincho. Por eso no me sorprendió (en una reunión de reencuentro con mi grupito de la facultad,  luego de tiempo de haber concluido la universidad y de no vernos), enterarme lo que le había dicho a Jessica en una conversación por Facebook. Resulta que esta chica, Jessica, compañera de facultad también, había terminado con su novio, y en un momento de tristeza en la que estaba desesperada por hablar con alguien, con cualquiera capaz de prestarle atención, encontró que en su Facebook no había nadie más conectado (era muy de noche, casi de madrugada) que tres chicos con los que nunca había establecido amistad pero que siempre le parecieron buenas personas. Al comienzo todo bien con Abel, Anthony y Roberto, quienes hacían su mejor esfuerzo en reanimar a esa chica que sólo sabía quejarse de su vida sentimental. Pero como dos semanas después ella seguía con el mismo rollo, ya los chicos no sabían cómo deshacerse de alguien que no dejaba de sentir lástima de sí misma. Cada uno más o menos lo hizo según su personalidad. Abel, conciliador como siempre, le decía que tal vez sus amigas, o cualquier otra mujer, podría darle mejores consejos. Anthony usaba su técnica de la confusión, o sea que ella le decía algo, como ¡hoy he visto a mi novio chapando con su nueva chica!, y él le respondía cambiando a un tema que absolutamente nada tenía que ver, como por ejemplo contarle el episodio más reciente de Naruto. Roberto simplemente la mandó a la mierda. Primero dejó de responderle. Ella lo saludaba, le hablaba, pero él nada, o apenas algunos monosílabos. Jessica perdió la paciencia: ¿oye me estás escuchando? (irónico, teniendo en cuenta que era una conversación por chat) le recriminó, creyendo que ya tenía el derecho de hacerlo para una amistad de dos semanas. ¡Me aburres, mierda!, le respondió Roberto. De inmediato, sin darle la chance a ella de responder, la borró de su Facebook, Messenger, celular, etc.
Envidiamos la sinceridad de Roberto y celebramos ese y otros recuerdos un domingo a las dos de la mañana, los cuatro sentados en una mesa de ese Bembos de algún lugar de la Molina o Surco; territorio que no es mi territorio. Pero no tenía de qué preocuparme gracias a que Anthony vive en San Miguel (yo en Magdalena) y a que él tenía auto. Así que tranquilo, a las cinco de la mañana, descendía de su auto en el Metro de Pershing y emprendía mi camino a casa, ahora a pie. Mi casa está a unas diez cuadras de ese punto, pero no hay problema, es un sitio por donde se puede andar tranquilo, además era enero y ya estaba amaneciendo. Pensé que de seguro al llegar a casa me encontraría con mi mamá preparándose para ir a misa, y como ella muchas otras personas lo estarían haciendo. ¿Y yo hace cuánto que no iba a misa? me pregunté. ¿Y cuándo había sido la última vez que había comulgado, o confesado? Lo que daría por poner un micrófono oculto en un confesionario y escuchar lo que la gente le cuenta al cura. Recordé la vez (siglo atrás) que vi salir de un confesionario a una mujer de lo más tetona y potona llorando rumbo a algún altar de la iglesia de seguro a rezar su penitencia (ene Padre Nuestros, ene Ave Marías). Y cómo me costó en ese momento no imaginarme los posibles pecados de esa mujer porque estaba en plena cola para confesarme y hubiera sido bien conchudo de mi parte pecar de malos pensamientos minutos antes de mi confesión. Pero lo que no pude evitar fue recordar un chiste: una mujer se confiesa y le dice al cura “padre, dejé que mi novio me tocara los pechos”, y el cura le dice “hija arrepientete de tu pecado, ve y échate un poco de agua bendita en los pechos”. Una segunda mujer se confiesa y le dice al cura “padre, le toqué el pene a mi enamorado”, y el cura le dice “hija arrepientete de tu pecado, ve y échate un poco de agua bendita en la mano”. Entonces, mientras estas dos mujeres estaban echándose agua bendita, apareció una tercera mujer que acaba de confesarse. Las dos primera le preguntan que le había dicho el cura, y esta tercera mujer responde “que haga gárgaras con el agua bendita”.
Y es que las claves para que una confesión sea exitosa es el arrepentimiento y el firme propósito personal de no volver a cometer los mismos pecados. Por eso dejé de confesarme, a los 15 o 16 años, porque simplemente, por más remordimientos que me causara entonces, no podía dejar de correrme la paja. Y qué rico es correrse la paja.

***

Teletubbies, intro

Iron Man, Black Sabbath

The Full Monty, baile final

Naruto, opening
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