Entonces recuerdo esa
“escena”, en la que una chica está que se lo chupa y chupa a Bukowski, pero a
él no se le para. Bukowski, simplemente, está demasiado borracho. Después de
unos minutos él mismo detiene todo. “No va a pasar, nena”, le dice a la chica.
Y lo mismo le digo yo a Lorena:
-No va a pasar, nena.
Lorena deja de chupármelo y
mi pene sale de su boca tristemente flácido.
-¿Qué pasa, Seb?- Me
pregunta (todo el mundo me dice “Sebas” pero ella me dice “Seb”).
-No lo sé- Le respondo. Y
es cierto. No lo sé. A diferencia de Bukowski, no tengo ni una sola gota de
alcohol en la sangre en ese momento. Así que no tengo excusa. Lo que sí sé es
que hace quince minutos todo transcurría con normalidad. Apenas entramos al
cuarto del hotel nos pusimos a besarnos y manosearnos de pie, y a acercarnos
poco a poco a la cama. Entonces Lorena se sentó en uno de los bordes laterales
de la cama, yo permanecí de pie frente a ella, y ella me desabrochó el
pantalón: me lo bajó con todo y calzoncillo, y ahí estaba mi pene, tan erecto
que una gotita transparente y viscosa le salía de la punta. De inmediato Lorena
empezó a chupármelo, tan rico como siempre. Pero a los minutos,
inexplicablemente, empiezo a sentir cada vez menos placer y como mi pene va
perdiendo rigidez. Hasta que comprendí que ya no había retorno. Por eso recordé
esa “escena” que creo es de la novela “Mujeres”, de Charles Bukowski, semi-autobiográfica
como casi todo lo que ha escrito. (Y novela que, por cierto, me la prestó
Lorena, porque ella es tan hincha de “Hank” como yo.)
-No, Lore, no estás
haciendo nada mal- Le respondo. Y es también cierto. Llevamos más o menos un
año juntos y mi deseo por ella es tan intenso, o más, que el del primer día que
tuvimos sexo.
-No sé qué me pasa-
continúo, y balbuceo otras cosas. En mi mente trato de ordenar mi ideas. Por un
lado busco una explicación y por el otro no dejo de pensar que soy puro
“floro”. Puro floro porque hace unos días Lorena me pidió que hoy sábado le
quitara todo el estrés del trabajo haciéndole el amor como nunca. Y yo no sólo
se lo prometí sino que también, desde entonces, le he estado mandando mensajes obscenos
diciéndole que le haría esto o aquello, tal o cual pose; a lo que ella siempre
me respondía: “¡ya quiero que sea sábado!”... Y mira ahora el show patético que
le estoy dando. No aguanto más la frustración y exploto:
-¡Maldición, maldición,
maldición: esto no tendría que estar sucediendo!- exclamo dándome golpes en la
frente, y no paro de hacerlo hasta que escucho a Lorena reírse. La miro y me
dice:
-No sabes lo gracioso que
se te ve quejándote como un loco, dando pasos como pingüino por todo el cuarto
con los pantalones en los tobillos, y con los huevos al aire.
Me veo en el espejo que
cubre toda la pared que está al frente de la cama y no puedo evitar reírme
también por cómo luzco.
-Hay que echarnos en la
cama y tranquilizarnos. No hay prisa- me dice Lorena.
Terminamos de desnudarnos y
nos echamos en la cama. No hace frío así que nos acostamos encima del cubrecama.
Por unos minutos no nos decimos nada, ni nos abrazamos ni tocamos; simplemente
permanecemos echados boca arriba viéndonos en el espejo del techo. Entonces
Lorena me dice:
-Siempre pasa algo en esta habitación.
Tiene razón. Es la tercera
vez que nos toca esta habitación en este hotel, y las dos veces anteriores
pasaron cosas… curiosas, por decirlo de alguna manera.
Lo que nos pasó la primera
vez (al mes de empezar a salir), o siendo más exacto, lo que me pasó a mí, es
que me dio fiebre. Estaba enfermo y no lo sabía, y no lo supe hasta que esa
noche entramos al cuarto y lo primero que hice fue derrumbarme en la cama: ya
no podía seguir negándolo, ni a mí mismo ni a Lorena: me sentía mal. Ella
me tocó la frente y lo confirmó: “estás ardiendo, pero no de ganas sino de
fiebre”, me dijo. Tampoco fue algo repentino: poco a poco en el transcurso del
día me fui sintiendo cada vez más débil hasta llegar a ese estado. Entonces me
quedé dormido y de ahí lo único que recuerdo vagamente es la tv prendida con la
voz de Gisela Valcárcel, y a Lorena saliendo en la madrugada del cuarto y
regresando con una botella de agua y pastillas que me las hizo tomar. Cuando me
desperté del todo estaba en mi casa, en mi habitación, en mi cama, con un dolor
de garganta espantoso. Más tarde por teléfono Lorena me diría riéndose:
-O sea anoche me llevas a
un hotel para que me quede viendo a Gisela, te cuide toda la noche, y hoy en la
mañana te lleve a tu casa en taxi… ¡Qué gran fin de semana, Seb!
Pero todo ese buen humor se
convertiría en odio el lunes en la mañana cuando no pudo levantarse de su cama
para ir a trabajar, por la gripe fatal que le había contagiado.
Cinco meses después nos tocó
por segunda vez este cuarto (pero no era la segunda vez que íbamos a ese hotel, ojo) y fue
el día de mi cumpleaños 31 (Lorena tiene 25, por si acaso). Fue a media semana
y nos encontramos después del trabajo. Por eso Lorena estaba con ropa de
oficina: una falda que le llegaba a las rodillas, una saquito entallado y una
blusa (ella además usa lentes de carey). Entramos al cuarto y mientras yo me
saco la casaca y los zapatos, la veo a ella sacar de su bolso unos zapatos
negros brillantes, taco aguja, altísimos.
-¿Y eso?- le pregunto, pero
ella no me dice nada y en silencio, como si yo no existiera, se cambia los
zapatos que lleva puestos, unos más simples y chatos en comparación a los
otros.
Para esto, Lorena está
parada entre el pie de la cama y la pared que da hacia la misma, pared que como
ya te dije antes está completamente cubierta por un espejo. Ella se ve en ese espejo
y se da unos retoques: se ordena el cabello, se abotona el saco, se acomoda los
lentes... Entonces voltea y me dice, o mejor dicho, me ordena (señalando el pie
de la cama):
-Siéntate.
Yo, obedezco, sumiso, más aún porque con esos tacazos se le ve como de metro ochenta (más alta que yo), más imponente y, por supuesto, más sexy (más de lo que en realidad ya es).
Yo, obedezco, sumiso, más aún porque con esos tacazos se le ve como de metro ochenta (más alta que yo), más imponente y, por supuesto, más sexy (más de lo que en realidad ya es).
-Supongo que este es mi
regalo de cumpleaños- le digo, intuyendo lo que se viene.
Lorena sigue sin
responderme. Coge su celular y empieza a buscar algo en él. Cuando parece que
lo ha encontrado, aún con el celular en la mano, se reclina sobre mí y me dice:
-Manos en la espalda… ah, y
está prohibido tocar.
Luego me besa, deja su
celular a un lado de la cama y empieza a sonar, a todo volumen, la canción “You
can leave your hat on” de Joe Cocker (que supongo sabes de qué película es y en
qué escena específicamente suena, y lo perfecta que es para esta situación).
Entonces Lorena empieza a bailar y en mi mente se convierte en la más sexy de
todas las secretarias; en mi mente porque en realidad en su trabajo ocupa una posición
de mayor rango, pero entiendes la idea, ¿no? Bueno, te decía que ella empieza a
bailar, y qué bien lo hace. Lo que en parte no me sorprende porque la he visto antes
y hemos bailado juntos antes también. Lo primero que se saca es el saco, luego empieza
a desabotonarse la blusa; y yo estoy ahí disfrutando, viéndola a ella directamente
y a su reflejo en el espejo. Ahora se da la vuelta, me da la espalda y con un
movimiento suave se reclina. Menea el culo y yo me aguanto las ganas de
abalanzarme sobre ese culo. Se endereza nuevamente y con un movimiento firme y
rápido da un paso a mi izquierda y...
-¡Mierda!- grito. Lorena da
un salto, se voltea y me dice alarmada:
-¡Seb, discúlpame, fue sin
querer!
Lorena me ha dado un
pisotón terrible (recuerda que estoy sin zapatos, sólo con medias). Su taco
aguja se clavó en uno de mis dedos Me reclino sobre mis muslos, muy adolorido, y
me cojo el tobillo izquierdo porque no me atrevo a tocar más cerca de mi dedo
lastimado.
-¡Sácate la media!- me dice
Lorena. -Hay que ver cómo está.
-¡No, no quiero ver!- le
digo casi llorando. Estoy viendo a Judas calato.
-Déjame verlo.
Estiro un poco mi pie
izquierdo y Lorena me saca la media.
-¿Y?- le pregunto.
-Discúlpame, Seb,
discúlpame- me dice sollozando.
-¿Qué fue?
-Te he arrancado un buen
tajo de piel. Esto tiene muy mala pinta.
La suficiente mala pinta
como para ir a un hospital. Así que fuimos. Los resultados de los exámenes
determinaron que tenía una fisura en el dedo medio de mi pie izquierdo.
Tratamiento: usar una bota especial por tres semanas. Pero más difícil que mi
recuperación fue hacerle entender a Lorena que había sido un accidente y que no
tenía que sentirse culpable. “Algún día nos reiremos de esto, ya verás”, le
decía. Y en efecto, ahora es nuestra anécdota favorita, la que más nos gusta
recordar.
Entonces sí, siempre pasa
algo en esta habitación. Y no es que nos hayamos olvidado de eso al momento que
hoy nos la volvieron a asignar. Simplemente no somos supersticiosos así que nunca
pensamos en pedir que nos dieran otro cuarto.
Ahora es la tercera
vez y lo que está pasando es que no se
me para. La tercera vez en la habitación 101...
-¿Qué número de cuarto es
este, Lore?- le pregunto a Lorena, viéndola por el reflejo del espejo del
techo, sabiendo la respuesta.
-El 101- me responde, igual
por el reflejo.
-Ahora entiendo lo que pasa
con este cuarto.
-¿Qué cosa?
Giro hacia ella y le hablo
directamente a la cara:
-En la habitación 101 está
lo peor del mundo.
-¿Lo peor del mundo?- me
dice ella, mirándome también a la cara.
-¿Has leído la novela “1984”
de George Orwell?
-Todavía. ¿Por qué?
-Te cuento pues...
(SPOILER ALERT: Voy a
revelar varias cosas sobre “1984”. Te lo advierto por si no la has leído. Se lo
advierto también a Lorena pero, normal, me dice que siga.)
“La novela trata sobre un
país que vive bajo la dictadura de algo llamado el Gran Hermano. Y digo ‘algo’
porque más que una persona es una entidad; una entidad que está prácticamente
en todos lados mediante pantallas que monitorean todo”.
-Por eso ese programa que
daban antes, donde en un casa vivían varias personas y eran vigiladas todo el
día por cámaras ocultas se llamaba “Gran Hermano”- me interrumpe Lorena.
-Exacto- le digo y
continúo:
“Son tres los personajes
más importante. Winston, el protagonista, un hombre que quiere rebelarse contra
el ‘Gran Hermano’. Julia, la novia de Winston y que comparte sus ideales. Y un
hombre llamado O’Brien. O’Brien al comienzo se les presenta como un poderoso
aliado, pero después de que Winston y Julia son capturados por la policía, se
descubre que O’Brien es en realidad un agente del gobierno. Luego se
convertirá en el torturador de Winston con el fin de ‘curarlo’, o sea, lavarle
el cerebro. Y esta ‘cura’ será en varias sesiones de tortura”.
De pronto le pregunto a
Lorena:
-¿Ha escuchado “2 + 2 = 5”
de Radiohead, no?
-Claro, me encanta esa
canción- me responde.
-Ya. El título de esa
canción también es sacado de “1984”. En una de las sesiones de tortura, O’Brien
le dice a Winston que si el gobierno decreta que 2 más 2 es 5 es porque es
cierto. Winston le dice que eso es imposible. Y O’Brien activa una máquina que
descarga electricidad sobre Winston, lo que obviamente le produce a éste un
gran dolor. O’Brien le pregunta varias veces a Winston cuánto es 2 más 2 y cada
vez que Winston responde ‘4’ O’Brien le pasa más y más electricidad. Hasta que
Winston no soporta más y responde ‘5’. Y el maldito de O’Brien le dice: ‘No me
mientas, Winston. Eso lo dices para que me detenga. Pero no me detendré hasta
que realmente creas que 2 más 2 es 5’, y le descarga más corriente aun.
Entonces vuelvo a lo principal:
“Pero bueno, volviendo a lo
de la habitación 101… en un momento Winston está en una celda junto a otro
prisionero, pero luego el prisionero es sacado de la celda por varios guardias
bajo la orden de uno de ellos: ‘A la habitación 101’, y el prisionero empieza a
gritar ‘¡mejor mátenme ahora pero no me lleven a la habitación 101!’ (Y casi la
misma escena se repite con otros prisioneros). Entonces, luego de una de las
sesiones de tortura, Winston le pregunta a O’Brien qué hay en la habitación
101, a lo que O’Brien le responde: ‘Tú lo sabes Winston. Todos lo saben’, y no
le dice más. Finalmente, luego de varias sesiones, solo en su celda, cuando
parece que Winston ya está ‘curado’, tiene pensamientos en contra del ‘Gran
Hermano’. De pronto entran O’Brien y unos guardias y le dice a Winston algo así
como: ‘Sé lo que estabas pensando’, y luego a un guardia (señalando a Winston): ‘llévenlo a la
habitación 101’”.
“En la habitación 101,
Winston es atado completamente a una silla; no puede ni mover la cabeza. Al frente
de él hay una mesa, y sobre la mesa algo cubierto con una tela. Winston escucha
unos sonidos provenir de eso que está oculto, sonidos que reconoce pero que se
niega a aceptar. O’Brien, a un lado de la mesa le dice: ‘Me habías preguntado
antes qué hay en la habitación 101. Y yo te respondí que lo sabías, que todos
lo sabían: lo que hay en esta habitación es lo peor del mundo’. Entonces
destapa lo que está cubierto sobre la mesa, y continúa: ‘Y lo peor del mundo,
en tu caso Winston, son las ratas’. Y se descubre que aquello oculto es una
especie de jaula-mascara, que contiene dos ratas furiosas. O’Brien ordena que
se la coloquen a Winston en la cara. Las ratas están a un extremo de la jaula;
no alcanzan el rostro de Winston por dos pequeñas compuertas que les impide
avanzar. Winston empieza a suplicar que no le hagan daño. O’Brien no le hace
caso y abre una de las compuertas. Winston sigue suplicando, cada vez más
desesperado. O’Brien sigue sin hacerle caso y empieza a explicarle algunas cosas
sobre las ratas, como que, cuando están hambrientas, son capaces de devorar a
un bebé hasta dejar sólo los huesos. Y estas ratas están hambrientas. O’Brien le
dice que tal vez primero se coman sus ojos, o tal vez primero sus mejillas y
luego su lengua. En ese momento Winston se acuerda de aquello que no pudieron
‘quitarle’ en las sesiones de tortura: su amor por Julia. Y cree comprender
cuál es la prueba de lealtad que quiere O’Brien. Y no duda en dársela: ‘¡A
Julia. Háganle esto a Julia. No a mí. A ella. No me importa lo que hagan con
ella. Pero no a mí’. Entonces O’Brien ordena que le quiten la máscara”.
-¡Vaya!- me dice Lorena -O
sea que en la habitación 101 torturaban a las personas con el peor de sus
miedos.
-Así parece- le digo.
-¿El peor de nuestros
miedos es que no podamos tirar?
-Buena pregunta. No tengo
idea. Te cuento esto sólo por lo del número de la habitación.
Nos reímos porque
obviamente sabemos que aquella coincidencia con “1984” era sólo eso, una
coincidencia.
A los minutos giramos y
volvemos a mirarnos en el espejo de techo sin decirnos nada. Hasta que digo:
-Lore. No será esto señal
de que empieza mi declive…
-¿Qué quieres decir?- me
pregunta ella.
-Ya sabes… viagra y todas
esas cosas.
-No seas cojudo. Sólo
tienes 31 años.
Nos quedamos dormidos por media
hora. Cuando despertamos lo volvemos a intentar pero sin resultados.
-No va a pasar, nena- le
repito a Lorena.
-Ya, tranquilo, no hay que
hacernos un lío por esto- me dice ella.
-Siento que estoy en falta
contigo después de todos los mensajes de estos días.
-No digas tonterías, no
estás en falta ni nada por el estilo.
-Pero ¿y si esto vuelve a
pasar?- le digo.
-No va a volver a pasar, no
te traumes.- me dice ella -Pero por si acaso ya no volvamos a alquilar este
cuarto.
Nos reímos.
-¿Todo va a estar bien?- le
pregunto entonces. Ella suspira medio impaciente y me dice:
-Sí, Sebastián. Así va a
ser.
Soy un pesimista, es mi
naturaleza, pero cuando ella me dice que las cosas van a estar bien yo le
creo, y me siento mejor.
***
“You can leave your hat on” de Joe Cocker
(de la película "9 semanas y media")
“2 + 2 = 5” de Radiohead