Yo mido poco más de 1.70. Ella, de quien te voy a
contar, mucho más que eso. 1.85 calculo, aunque nunca he sido bueno midiendo al
ojo. No se lo pregunté directamente: Ella me preguntó cuánto medía, le dije
mi talla, le pregunté la suya y ella sólo me respondió: "Soy más alta que
tú".
-¿No hay problema con eso?- escribí.
-¿Por qué lo habría? - me preguntó.
Le respondí:
-Por lo general a las mujeres no les interesan los
hombres más bajos que ellas.
Ella se rió.
-No hay problema- continuó -además sólo estamos
conversando.
Y seguimos conversando normalmente, lo que me hizo
pensar que sólo era un poco más alta que yo, 1.80 a lo mucho.
Igualmente antes no le había insistido con el tema
de la edad, aunque en ese caso tuve una idea más clara: Le dije que tenía 22 años
y ella me dijo que más o menos el doble.
A partir de ese momento me llamaría "bebé"
(o sea "hola, bebe", "chau, bebé", "¿qué tal,
bebé?", etc.). Yo la llamaba por su nombre, del cual sinceramente ya no me
acuerdo. ¿Me hace ese olvido una mala persona después de “lo nuestro”? Sólo
recuerdo su nikname: “Estrella Fugaz”.
Así que Estrella me doblaba la edad y, exagerando,
la talla, que pienso era lo más llamativo. Lo fue para mí el día que nos
conocimos en persona: Yo era un “umpa lumpa” a su costado, y eso que ella
estaba con zapatos planos. "Sólo uso tacos en el extranjero. Acá, en el
Perú, hay puros chatos... Sin ofender" me dijo riéndose. (Era costumbre en
ella decir algo aparentemente ofensivo y luego, "sin ofender" entre
risas). Pero no sólo su talla la hacía más grande que yo sino también el hecho
de que fuera una mujer robusta mientras que yo un escuálido enclenque. Aunque
su "robustez", eso sí, estaba bien distribuida: Quedé impactado pero
complacido a la vez con lo que vi. Claro que ya tenía una idea por las fotos
que previamente habíamos intercambiado, pero sabes muy bien que la impresión
que realmente vale se da en persona y no por fotografías.
No sé cuál habrá sido su primera impresión al verme,
y no importa. El ASUNTO es que a los dos meses, en nuestra segunda salida, ella
ya me estaba masajeando el pene en un cine...
Eso fue una revelación abrupta, y un salto también
abrupto en el tiempo, lo sé, pero es que no hay mucho que contar del primer
encuentro y de los dos meses que le siguieron: Fuimos a una trattoria. Sabíamos
el uno del otro de que yo era un universitario misio, y ella una rankeada
secretaria en un estudio de abogados, así que sin roche ni preguntas ella me invitó la cena. Luego continuamos
con nuestras conversaciones por chat, yo desde mi habitación en la casa de mi
familia, y ella desde su habitación en la casa de no sé quién exactamente, pero
vivía con su mamá, aunque por lo que me contaba era la mamá quien vivía con la
hija, y no necesariamente en buenos términos. Vivían solas. Estrella nunca se
había casado ni tenido hijos y nunca le pregunté la razón, en parte porque no
me quería pasar de chismoso, y en parte también porque, por su forma de ser,
creía saber cuál iba a ser su respuesta: "Hubieran sido un estorbo".
Así que solteros y sin compromisos ni estorbos, teníamos nuestros cuartos para
nosotros solos, con computadora, internet y cámara web; no tardamos en sacarle
provecho a todo eso.
Luego de muchas calateadas y pajeadas por webcam,
cuando finalmente nuestros horarios nos permitieron acordar una segunda salida,
esta vez al cine, sabíamos de antemano, sin proponérnoslo explícitamente, que
algo iba a pasar durante la película; y más o menos lo confirmamos cuando por
inercia nos sentamos al fondo, en una esquina de la sala.
Por eso los primeros besos no me sorprendieron. Su
mano hurgando debajo de mi calzoncillo, sí. No me lo esperaba, tanto que me
preocupé de que alguien nos viera, pero su cuerpo, yo estando hacia la pared y
ella a mi izquierda, nos cubría bien.
Aunque no fue una sorpresa necesariamente buena
porque con su mano, que envolvía mi pene en su totalidad, más que masajearlo,
lo que hacía era estrujarlo y jalarlo como si me lo quisiera arrancar del
cuerpo.
-No seas tan tosca- le dije.
-Perdón, bebé. Es que estoy acostumbrada a hombres
grandes... Sin ofender- Se rió y bajó la intensidad.
Pude ofenderme con su comentario pero preferí
agarrarle una teta debajo de su blusa, introduciendo mi mano izquierda por su
manga derecha; una manga corta y amplia.
A la salida del cine le propuse ir a un hotel. No era
la primera vez que se lo proponía. Por el chat ella siempre se había negado con
la misma respuesta:
-Ya veremos, bebé.
Esta vez se negó de otra forma.
-Bebé, si tiro contigo, te traumo.
No suelo insistir pero “la leche se me salía por las
orejas”, así que lo hice un par de veces más.
-Bebé, ya no insistas- me dijo.
-¿Pero seguiremos viniendo al cine a manosearnos, al
menos?- le dije.
-Claro- me respondió.
-Entonces ¡trato hecho! Ya no te joderé con lo del
hotel- le dije y estrechamos las manos.
Y es que el ASUNTO, nuestro ASUNTO, “lo nuestro” era
eso: ir al cine a manosearnos, cada dos o tres meses en el año y medio que
estuvimos en contacto, hasta que se enfriaron las cosas y “x” circunstancias me
obligaron a cambiar de correo.
Para la tercera salida fuimos a un cine de San
Borja, a una función de matiné se podría decir. Llegamos temprano, no había
nadie en la sala, las luces estaban prendidas y nos sentamos al medio de la
última fila, y seguimos conversando. Al rato comenzaron a llegar niños pequeños
con sus padres y todos se sentaban en la primera o segunda fila. Para cuando se
apagaron las luces e iniciaron los avances creo que había 10 o más de ellos; y
entre ese grupo y nosotros había muchas filas vacías, las suficientes para que
Estrella y yo nos sintiéramos aislados y desapercibidos al fondo. Igual
esperamos a que pasara por lo menos media hora de película para estar
completamente seguros de que nadie vendría a sentarse cerca de nosotros. Nadie
lo hizo. Los chibolos estaban atentos a su película, los papás a sus hijos, así
que Estrella y ello empezamos con los besos y manoseos previos; previos al
objetivo de esa tercera salida.
-¿Listo?- me preguntó ella.
-Listo- le respondí.
-Me avisas si alguien se acerca- me dijo reclinándose.
Y me la empezó a chupar.
Acepto que primero me distrajo su flexibilidad: Teniendo
en cuenta su talla y contextura fue sorprendente verla reclinarse así y
desaparecer sin problemas de la vista de cualquier posible “sapo”. Pero eso era
lo de menos, obviamente, así que dejé de pensar en ello y me concentré en la situación. ¡Qué delicia! Lo estaba disfrutando y, mejor aún, en partida doble, como se
dice, porque no sólo tenía mi pene en su boca, sino que también todo estaba
saliendo como lo habíamos planeado.
Horas antes, no recuerdo cómo ni porqué, estábamos chateando
sanamente sobre frutas. Le pregunté:
-¿Has probado mamey?
Burdo, simplón, ordinario... júzgame lo que quieras
pero ella me siguió la corriente. Pasa que me aburre hablar sanamente de
cualquier cosa y ya quería “des-aburrir” la conversación, esa era mi única
intención; no tenía idea de cómo evolucionarían las cosas: Ella me dijo que
hacía tiempo no probaba un buen mamey, yo le dije que la podría ayudar con
ello, bla bla bla, doble sentido, bla bla bla, ¿algo qué hacer en la tarde?, nos
preguntamos, ninguno tenía nada que hacer, entonces de acuerdo: "mamey", pero, y
ahora, ¿dónde?
Le propuse un hotel no porque me hubiera olvidado de
nuestro trato sino porque me parecía lo más lógico.
-Vamos a un sitio más interesante- me dijo ella -¿alguna
vez te la han chupado en un cine, bebé?
-Nunca- le dije, y era cierto.
-Pues yo sí lo hecho y no sabes lo emocionante y
excitante que puede ser- me dijo.
-¿Un cine? ¿Pero qué cine? Tendría que ser uno
caleta donde vaya poca gente- le dije.
-Yo conozco uno así- me dijo -Queda en San Borja. No
va mucha gente. Es casi un cine de barrio. Bueno, multicine, pero ninguno de
los grandes.
Me puse a revisar la cartelera de ese cine buscando,
para asegurarnos más, una película monse a la que posiblemente vaya poquísima gente. Encontré una que me pareció cumplía ese requisito y se lo
comenté.
-Pero es una película para niños. Estás loco- me
dijo.
-Lo sé- le dije -pero no es una película ni de
Disney, ni de Pixar, ni de ningún estudio conocido. Y para colmo es en 2d. Los
chibolos ya no ven dibujos en 2d en estos días. Y es la función más temprana. No
va a ir nadie.
Ella dudó. Yo agregué.
-Es nuestra mejor opción.
Nos la jugamos: era una apuesta arriesgada, obvio,
pero estábamos ganando.
(No sé si el día de hoy se podría hacer lo mismo, o
sea manosearse así en un cine. ¿Hay cámaras de seguridad en las salas? Ahora
que parecen estar en todas partes, a diferencia de esa época.)
Decía que todo iba como lo habíamos planeado, pero
se nos había olvidado aclarar algo. Se lo tuve que preguntar en el momento.
-Me puedo venir en tu boca.
Ella se levantó pero su mano no soltó mi pene.
-¿Ya vas a acabar, bebé?- me preguntó.
-Sí. Ya me falta poco- le respondí.
-Pues no te vas a venir- me dijo ella con malicia.
-¿Ah?- repuse.
-He dicho que no te vas a venir- repitió, seria,
casi molesta.
Nos miramos fijamente. Su mano se movía cada vez más
rápido. Ninguno parpadeaba hasta que sentí lo inminente y cerré los ojos. A la
vez ella detuvo su mano y presionó mi pene con todas sus fuerzas. Empecé a
sentir los espasmos, intensos, placenteros, dolorosos. No eyaculé, fue un
orgasmo “seco”.
Cuando abrí los ojos ella me sonreía.
-Te dije que no te ibas a venir, bebé.
Ya no tenía sentido seguir en esa sala así que nos
fuimos. Salí casi cojeando y con el pene entumecido. Afuera aún era de día.
***