David dijo algo, Elena rió y Sebastián tiró la toalla. Menos de diez minutos desde su llegada al aula le bastaron a David para arrancarle una risa, y una risa de verdad, a Elena; mientras que Sebastián, en los tres días de clase que la tuvo para sí solo, a lo mucho le había conseguido sacar unas cuantas sonrisas, aunque, eso sí, y esto es importante, cada vez más sinceras y menos por compromiso. Irónico: lo que parecía ser una gran ventaja para Sebastián, que por azar ninguno de los otros alumnos decidiera en los días previos sentarse en ese rincón, aislándolos a Elena y a él, terminó siéndole fatal. Porque de los pocos asientos libres que quedaban había uno a la izquierda de Elena y, claro, David fue a sentarse a ese lugar, al costado de la chica más bella de la clase. Sebastián, sentado a la derecha de ella y pegado a la pared, no lo podía creer. Era el cuarto día de clases; se suponía que para entonces ya no llegaría ningún alumno nuevo y si iba a ser así por qué, demonios por qué, tuvo que ser alguien como él, un chico con… y fue evidente para Sebastián con solo ver a David, todo sonriente y sin roche a pesar de llegar al trote y casi tarde con la puerta del aula a punto de cerrarse, la clase ya transcurriendo y la veintena de alumnos en sus respectivos sitios mirándolo… un chico con carisma, demasiado carisma. Y para colmo contemporáneo a ella: 19 o 20 años les ponía Sebastián a los dos. ¿Y él? Pues, Sebastián te respondería que 25 años y con la personalidad de un zapato. Sabiéndose así, normalmente no habría intentado agradarle a una chica como Elena, pero estando los dos solos, ey, ¿por qué no?: en los tres días previos le había demostrado que no solo era un buen alumno (esto sin esfuerzo), sino también (esto sí con un esfuerzo titánico) que podía ser alguien simpático, agradable, y sentía que ella había ido respondiendo cada vez mejor, que la cosa se estaba encaminando bien y que para fin de mes, o sea al final de ese ciclo de estudio, habría logrado llegar a ella. Por eso, con cada risa de Elena, porque luego de la primera seguidamente vinieron más, Sebastián no podía más que lamentar que David no se hubiera aparecido desde el primer día de clases, porque así le hubiera ahorrado tanto esfuerzo y esperanza.
Entonces ¿por qué tanta risa?, preguntó en inglés y muy seria miss Mónica (en inglés y “miss” porque esto es el Británico), la primera mujer más bella del aula (ya no Elena a quien Sebastián había ido bajando de puesto con cada risa), normalmente una hipster buena onda pero que ahora tenía toda la actitud de cortar cualquier cosa que siga interrumpiendo su clase. Elena calló de inmediato y se puso roja, pero David, en vez de tomar una actitud parecida, se puso de pie y dijo algo. No importa qué porque el resultado parecía ser siempre el mismo cada vez que abría la boca: miss Mónica rió encantada, y con ella el resto de alumnos. Listo, David se había metido a todos al bolsillo.
Salvo Sebastián, claro, quien a pesar de todo sabía que aún faltaba lo peor. Y lo peor era interactuar directamente con David, porque sentados, con Elena, los tres juntos y separados de los demás los convertía automáticamente en grupo de trabajo. Quedaba poco más de una hora de clase pero a Sebastián le parecería interminable (y pensar que estando solo con Elena sentía que el tiempo volaba) teniendo que dialogar con él de acuerdo a la guía de estudio, soportando de primera mano sus gracias así como las risas que le provocaba a Elena, y como si eso no fuera poco, ser testigo de primera fila de sus lucimientos, hablando con soltura y fluidez cuando le tocaba intervenir para toda la clase o acaparando las preguntas que miss Mónica soltaba al aire. ¿Qué hace acá estudiando inglés si sabe tanto? Al día siguiente Sebastián se cambió de asiento y pasó al otro extremo del aula. Con roche tal vez pero qué importaba: solo quería estar lo más lejos posible de cualquier perturbación. Sería otro ciclo como tantos en el que exclusivamente se concentraría en aprobar y pasar al siguiente. Elena y David ni se dieron cuenta.
Fue el peor ciclo de inglés para Sebastián en lo que a paciencia y comodidad se refiere. Pero pasó el mes, se acabó el ciclo, y llegó el día, posterior al del examen final, de averiguar si había pasado o no.
Cuando llegó al aula el único alumno presente era David, quien estaba de pie al frente del escritorio de miss Mónica hablando con ella. Carajo, pensó Sebastián creyendo que iba a ser inevitable escuchar sus estupideces una vez más… Había que acabar con eso de una vez por todas, así que en un abrir y cerrar de ojos Sebastián saludó a la miss, recogió su examen y ya estaba en su respectivo asiento revisándolo. Le bastó un rápido vistazo para encontrar una pregunta mal corregida por la miss, y bien podía reclamar por ello pero para qué, solo serían un par de puntos más para una nota que ya de por sí le aseguraba, y de sobra, pasar de ciclo. Estaba por ponerse de pie para devolverle el examen a la miss y largarse de ahí cuando escuchó unas súplicas.
Era David.
Por favor, mi papá me va a matar, dijo. Y es que verás, para aprobar uno de estos cursos no basta con hablar bien el inglés sino además hay que escribirlo bien. De aquí no me muevo, pensó Sebastián cuando entendió la situación quedándose bien sentado en su sitio fingiendo que seguía revisando su examen. David continuaba suplicando y miss Mónica, que para nada tenía la actitud de amiga suya (una amiga desilusionada en todo caso) de las semanas previas, le decía una y otra vez que ella nada podía hacer. Entonces empezaron los sollozos y vaya que David sí que le tenía miedo a su padre porque no dejaba de repetir que lo iba a matar. Reconciliándose con Dios, Sebastián le dio las gracias por lo que estaba escuchando y gracias, Dios, por los papás que golpean a sus hijos, y si no es mucho pedir, para que esto sea perfecto, si tan solo llegara ahora… Y en ese instante llegaba al aula Elena.
Y lo mejor es que ni miss Mónica ni David se dieron cuenta de ello así que siguieron con su pleito, justo cuando David ya se ponía altanero acusando a la miss de injusta porque ella sabía bien que el mejor alumno de la clase, de lejos, era él, que nadie hablaba el inglés tan fluido como él lo hacía, que si se había matriculado al curso era solo por el certificado… Y Elena se ganó con todo ese patético espectáculo. Carraspeó como dando una señal, palteada, sin saber si debía o no cruzar el marco de la puerta. La discusión se interrumpió, la miss, actuando de la forma más natural posible, le dijo a Elena que pasara, se saludaron, le entregó su examen corregido y Elena se fue a su sitio sin intercambiar palabras con nadie más. Mientras Sebastián era testigo de todo pero a medias, de reojo, pero con la oreja bien parada, y cómo lo estaba disfrutando, tanto que miss Mónica pareció darse cuenta. ¿Todo bien con tu nota, Sebastián?, le preguntó en un momento, el mismo en el que Elena le devolvía su examen sin ningún reclamo y se despedía de ella, y solo de ella, para luego salir del salón. El espectáculo había acabado, o lo mejor de él. Sebastián le devolvió el examen a la profesora, se despidió de ella también y por un instante buscó la mirada de David. Por supuesto no iba a despedirse de él, solo quería ver sus ojos llorosos por al menos un segundo, pero David no hacía más que darle vueltas y vueltas a su examen. Entonces Sebastián fue tras Elena. Tampoco es que quisiera despedirse de ella, sino que quería averiguar algo y lo hizo apenas saliendo del salón. Se detuvo cerca de la puerta y desde ahí vio como Elena simplemente seguía su rumbo, quién sabe a dónde, el asunto es que no se había quedado a esperar a nada ni a nadie.
Un par de compañeros de clase, conversando amenamente entre ellos, pasaron por el lado de Sebastián como si nada y entraron al aula, y Sebastián emprendió el camino a casa pensando, satisfecho, que la vida podía ser dulce a veces.
***