jueves, 7 de septiembre de 2017

Sal



Nunca quedó claro si Verónica Rivas era fan de Los Simpsons o si todo fue pura coincidencia, igual los fans de la serie no pudieron evitar recordar la vez que el sobrino del alcalde de Springfield se pone histérico al escuchar a un mozo decir “sopa de cebollas” en francés. Porque fue más o menos lo mismo que pasó entre Verónica e Ignacio Rondán cuando él le anunciaba a los televidentes, en francés también, el nombre del plato que iba a cocinar, una sopa de cebollas justamente.
“Soupe à l’oignon”. Si cuesta escribirlo imagínate decirlo, trata un par de veces y te causará gracia; incluso bien pronunciado suena medio chistoso. O de plano hilarante, como le sonó al sobrino del alcalde Diamante, o, peor aún, a Verónica porque su estallido de carcajadas fue visto por miles y miles de amas de casa que veían ese magazine del mediodía. Y cuando digo peor, claro, me refiero al pobre de Ignacio quien no sabía qué hacer salvo repetir lo dicho cuando Verónica se lo pedía con la intención de remedarlo, y él lo hacía con una pronunciación perfecta y con un acento que se le había pegado para siempre desde sus años de estudio para chef en París.
Verónica, agonizando de la risa, tuvo que abandonar el set y ante las cámaras sólo quedarían el chef y la otra conductora del programa, Carmen Maldonado, quien, al contrario de Verónica, era un ángel elegante que nunca se reiría a mandíbula batiente por más ganas que tuviera, como ahora que estaba un poco más risueña de lo normal por lo que había pasado pero a su vez como si nada hubiera pasado.
El último segmento era el de la cocina y duraba unos 15 minutos. Pequeño espacio dentro de un programa de dos horas pero al menos esos 15 minutos eran suyos, de Ignacio; poco le importaba que casi ni se le mencionara en el resto del programa sabiendo que al final tenía su momento estelar donde él era el protagonista y las conductoras dejaban de serlo para convertirse en simples asistentes. Había sido así los días anteriores, debió ser así ese día también, pero ahora quedaban 10 minutos e Ignacio apenas había empezado cuando fue interrumpido. No se desmoralizó: demostrando un gran dominio de sí mismo, aunque su rostro sonrojado le traicionaba un poco, Ignacio pudo completar, apurado pero a tiempo, justo a la 1 con 59, la preparación de la dichosa sopa de cebollas. Sólo él y Carmen se despidieron del público ese día. A Verónica no se le vería en pantalla hasta el próximo lunes.
Porque era viernes y qué bueno que lo fuera,  así todo el equipo de producción podría festejar sin tener que preocuparse por el día siguiente. Cuando se apagaron las cámaras y empezó la telenovela de las 2 de la tarde, atrás quedaron los nervios, la tensión y los errores de esa primera semana de emisión. Había sido todo un riesgo de parte del canal apostar por caras nuevas y por jóvenes (ni las conductoras ni el chef superaban los 30 años de edad) con el propósito de diferenciarse de la dura competencia de ese horario, pero el rating, que no había parado de subir desde el estreno, el lunes pasado, apoyaba su decisión. Todos los presentes en el set aplaudieron y se abrazaron. Verónica reapareció y, antes de unirse a la celebración, fue directamente hacia donde Ignacio para pedirle disculpas: no hubo dramas al respecto y al incidente rápidamente se le declaró olvidado.
Pero qué bueno, otra vez, que fuera viernes, porque, más allá de cualquier gesto, Ignacio necesitaría ese fin de semana alejado de las cámaras y la soledad de su departamento para realmente olvidar el incidente. Yo soy así, Ignacio, yo soy así: bien jodida pero no me hagas caso. Le había dicho Verónica al momento de disculparse en el set, y lo mismo más tarde ese día en un restaurante, en medio de sus compañeros de trabajo y entre copas, añadiéndole: ya me conocerás mejor y verás que nos llevaremos bien. Ciertamente llevaba menos de un mes de conocer tanto a Verónica como a Carmen. Él había sido el último en integrarse al equipo y recordó el momento que le presentaron a las que serían las conductoras. De inmediato notó el contraste de personalidades entre ellas dos. Irónicamente había sido Verónica la que le había caído mejor por lo fácil que era entablar una conversación con ella, a diferencia de Carmen de quien no estaba seguro si era así por timidez o porque simplemente era una sobrada.
Todo esto y más pasaba por la mente de Ignacio ese fin de semana, y en ese mismo espacio de tiempo aparecería una breve nota en un medio escrito, fechada en algún día, mes, y año de la segunda mitad de los 90, y titulada: “Sopa de cebollas hace llorar a Verónica Vera, pero de risa”.


*


Nunca quedó claro si fue piconería o una reacción honesta de ella, pero lo cierto es que a Verónica no le gustaba ser ignorada y era lo que Ignacio había estado haciendo ese día durante su segmento de cocina. Lo cual no le fue fácil pero sí necesario, porque desde hacía unas semanas que siempre cometía algún error y la culpa, claro, eran las distracciones de Verónica en sus intentos de hacer lo más ameno posible ese como todos los segmentos del programa. Lamentablemente para él, varios de los momentos más graciosos eran sus errores, como la vez que, por ejemplo, confundió la sal con el azúcar y el desastre de postre que obtuvo. Qué suerte, pensaba Ignacio, que nunca nadie de la producción le hubiera llamado la atención, pero se dio cuenta de lo ingenuo que era cuando ese día, apenas terminado el programa, sí le llamaron la atención y fue por su seriedad. Concentrado como lo estuvo, en la receta y en nada ni nadie más, las bromas y gracias de Verónica habían caído en saco roto o no encontrado respuesta. Consecuencia: un plato preparado con la destreza que se supone debe tener un chef como él. Pero comprendió que eso era lo de menos escuchando los regaños del productor y del director, y le ganó la desazón. Verónica me distrae mucho, dijo Ignacio en voz alta y arrepintiéndose por decirlo al mismo tiempo, incluso antes de notar que Verónica estaba a su costado. Qué iba a hacer, era humano y el director y productor habían echado sal a una herida recién abierta minutos antes, y literalmente por ese condimento:
-Le falta sal- había dicho Verónica en vivo y en directo, para todo el Perú.
Ya sabes cómo es, seguro lo has visto antes en televisión: el cocinero termina con lo suyo y le da de probar lo cocinado a quienes están a su alrededor. En este caso la cara de satisfacción de Carmen lo dijo todo; es más, volvió a probar otro bocado y con la boca llena tuvo que despedirse de los televidentes con la mano. En cambio la degustación de Verónica, aunque breve, fue apatía total, desde el momento de llevarse el tenedor a la boca hasta que dio su veredicto.
Luego del cual, y al instante, le volvió el entusiasmo de siempre. ¡Hasta mañana, los quiero!, dijo mirando a la cámara. Los créditos empezaron a aparecer en pantalla. Era el turno de la despedida de Ignacio pero él ya era sólo una estatua de sí mismo.
-¿Tienes algún problema conmigo, Ignacio?- le preguntó Verónica muy seria al escuchar su queja. Era una pregunta difícil de contestar y no por el temor de ser sincero: sincero de qué si Ignacio no estaba seguro de lo que realmente sentía por ella. ¿Qué sería de su vida sin Verónica? That is the question.
A Ignacio nunca le había desvelado la idea de ser parte de la farándula. Su verdadero anhelo era ser un reconocido chef con su propia cadena de restaurantes, y había partido a París, 5 años atrás, convencido de que algún día volvería al Perú y lo haría realidad, primero en su patria, luego en el resto del mundo. Pero la televisión bien podría encaminar ese anhelo. No hay que ser un genio para entender que la televisión te puede dar fama relativamente rápido y que la fama es reconocimiento y dinero. ¿Cuántos años y horas como asistente de chef necesitaría para obtener lo necesario y emprender su sueño? En la televisión, por lo que él había visto y recordaba, era cuestión de menos de una hora diaria de lunes a viernes. Entonces, recién llegado de Francia, y con la posibilidad de asistir a un casting, Ignacio no desaprovechó esa oportunidad y asistió sintiéndose de sobra seguro de sus habilidades para la cocina, sabiéndose para nada tímido y sólo preocupado por su acento. El director y el productor nunca le confesarían que precisamente su acento, inusual para la televisión peruana y a la que podrían sacarle buen provecho, mucho había influenciado en su elección.
Ahora era una de las figuras del programa número 1 del mediodía. Sí, número 1 y en tan sólo 5 meses de existencia, en un medio donde muchos otros programas son sacados del aire al primer mes. Y gran parte de ese éxito, tenía que admitirlo, era por Verónica. Ella se había convertido en la razón principal por la que la mayoría de sus televidentes los veían, y en consecuencia, por la que lo veían a él. Así que, se podría decir, era por Verónica que Ignacio tenía ese trabajo bien remunerado y por ella que la gente lo reconocía en la calle y le pedía autógrafos. Era por ella también que, cuando pasaba esto último, la gente se dirigía a él llamándole Ignaciú o hablándole gangosamente con un falso acento francés, porque era lo que acostumbraba hacer Verónica. Luego del incidente de la sopa de cebollas y de analizar la situación, Ignacio había llegado a la conclusión que más fácil que tratar de hablar “normal” le sería simplemente tomar las cosas con humor y decidió hacerlo (descartando, eso sí, por si acaso, la idea de preparar más platos típicos de Francia), y esta decisión le ayudó a lidiar tanto con Verónica como con los fans. Pero estos ya empezaban a aburrirlo y aquella a convertirse en una poderosa distracción. Por supuesto no le convenía, el día incierto que anunciara la apertura de su restaurante, que la gente tuviera de él la imagen de un chef distraído que comete errores de novato.
Entonces, ¿tenía o no un problema con Verónica? Qué importaba. De pronto Verónica dejaba la seriedad de lado y lanzando una de sus conocidas carcajadas abrazaba a Ignacio sin darle chance a nada y le repetía tú sabes cómo soy, tú sabes como soy. El productor y director rieron con ella y así entre risas e indicaciones los 3 se retiraron dejando a Ignacio solo en ese espacio del set.


*


Había sido tan rápido que él apenas se había dado cuenta y había sido tan rápido que ella no lo recordaría jamás. O no lo recordaría como lo que realmente fue, un beso en la boca. Es cierto, no duró ni un segundo, fue con la boca cerrada (los labios casi fruncidos), nada de lengua ni saliva. Pero para Carmen, el beso de despedida de la noche anterior, había sido en la mejilla; si alguien se lo preguntase ella genuinamente lo juraría. En cambio Ignacio sí recordaba el contacto boca a boca pero tampoco es que se hubiera hecho ilusiones. ¿No te duele la cabeza? A mí sí, un poquito, y eso que no tomé tanto. Le había dicho Carmen cuando se saludaron al encontrase en el canal, y se lo dijo de una forma tan natural, espontánea y sin roche que Ignacio supuso que ella simplemente había olvidado aquel gesto. Y no, a Ignacio no le dolía la cabeza. Ni el corazón, vale la pena decirlo. No estaba enamorado ni mucho menos pero sí le había empezado a gustar; no tanto como para volverse loco pero sí lo suficiente para ser ella, junto con el buen sueldo, otra razón para no renunciar al programa. Curioso: la prensa tan atenta a Verónica queriéndola encontrar con algún supuesto novio, que se olvidaban de Carmen y de él, y ese beso de despedida, de haber sido captado en alguna foto o video, habría sido mil veces más sospechoso que cualquiera de los ampay más “reveladores” a Verónica. Era algo que Carmen justamente le comentaba a Ignacio la noche anterior; lamentaba que tal asedio de la prensa le impedía a Verónica perderse salidas como la de anoche en la que todos los miembros del equipo del programa habían ido a un bar a celebrar el cumpleaños de uno de los suyos. Y es que Carmen quería a Verónica, y viceversa. Lo que decía la prensa, que ellas se odiaban, eran puros inventos e Ignacio lo sabía. Pero por supuesto él no había lamentado su ausencia sino todo lo contrario, más aun cuando de pronto todos sus demás compañeros ya se habían ido del bar dejándolos solos a Carmen y a él. Y de qué no hablaron… o de que sí… Ignacio lo recordaba pero no quería hacerlo porque lo único que tenía en la mente desde que se habían dicho “hasta mañana” eran bosquejos de planes de cómo repetir la misma situación, los tres solos otra vez: Carmen, él, y el alcohol; quién sabe lo que podría pasar.
Y hubiera continuado con ese olvido voluntario sino fuera porque Verónica ahora estaba más insoportable que nunca interrumpiéndolo a cada rato en el segmento de cocina. ¡Qué pesada! pensó Ignacio y de pronto Carmen, sentada a su lado en el bar, le preguntaba: ¿Te has dado cuenta cómo come Verónica? Come como descosida ¿Y Cómo haces para estar tan flaca? Le pregunté una vez pero se puso tan rara que le cambié de tema. ¿No tendrá algún… problema? Con su peso, ya sabes… Ay, por favor, olvídalo y no se lo vayas a mencionar.
Sorpresivamente Ignacio, a mitad de la preparación del plato del día, mentía sobre cuál sería el plato del día siguiente: una ensalada especialmente para ti, por qué, porque estás gordita, Verónica.
No habrán sido ni 10 segundos y aún así ha tenido que ser el mayor tiempo que se le recuerde a Verónica sin dar una respuesta o mostrar una reacción.
¿Gordita? Balbuceó y no diría más.
Lo mismo le preguntó Carmen a Ignacio. Estás loco, agregó, pero si no tiene ni un gramo de grasa.
Su voz demostraba sorpresa pero su mirada odio, mientras Ignacio caía en cuenta que sin querer queriendo había metido las cuatro. Fue una broma trató de decir sin el menor acento posible para que le quedara bien claro a Carmen que no hablaba en serio cuando ni él mismo estaba seguro de lo que realmente acababa de pasar.
Los pocos minutos restantes fueron confusos para todo el mundo, para quienes estaban frente a las cámaras, para los que estaban detrás, y para los televidentes. Quedó para el recuerdo que ese fue la única emisión en donde nadie probaría la comida de Ignacio y en donde la única en despedirse del público sería Carmen.


*


Nunca le quedó claro a Ignacio qué pasó exactamente al término de esa emisión ni en las casi 24 horas transcurridas hasta el inicio de la siguiente. Durante ese tiempo quiso disfrutar el triunfo de por fin haber dejado a Verónica sin palabras frente a las cámaras, pero Carmen, que nada quería saber de él, se lo impedía. Ciertamente había sido un golpe bajo usar sus sospechas privadas pero creía Ignacio que Verónica se lo había buscado y en ese aspecto no sentía remordimiento. No le importaba ella, así de simple, ni le importó cuando mediante una llamada telefónica, la cual respondió veloz pensando que se trataba de Carmen, se enteró por un periodista de espectáculos que Verónica estaba desaparecida. ¿Sabía él su paradero? Colgó, como siempre hacía cuando recibía ese tipo de llamadas, luego de dar excusas vagas en vez de una respuesta clara, y fue lo mismo que le hizo el productor cuando Ignacio le llamó para hacer averiguaciones al respecto, más por curiosidad que por verdadero interés o preocupación. La última llamada del día que recibiría, alrededor de la medianoche, sería del director: mañana no hay programa, le dijo en pocas palabras y sin darle mayores explicaciones.
Pero si ahora estaba en esa cocina de televisión a punto de empezar su segmento era porque otra escueta llamada de producción lo había despertado a las 11:30 de la mañana avisándole que el programa sí iba. Había tenido media hora para llegar al canal. La prisa le hizo casi atropellar a los periodistas que aguardaban por él fuera de su departamento y le impidió enterarse de cualquier noticia ya fuera por televisión, periódicos u otros medios. Cuando llegó al set de lo único que se enteró con certeza era que Carmen conduciría sola el programa ese día. Y lo venía haciendo muy bien. Ignacio percibió al inicio un poco de nervios cuando Carmen anunció que un repentino resfriado impedía a Verónica acompañarlos y que le deseaba una pronta recuperación. Luego esos poco nervios, si es que realmente lo fueron, desaparecerían y quedaría demostrado que Carmen tenía la suficiente personalidad y carisma para afrontar tal reto en solitario. Ignacio quiso darle ánimos y felicitarla durante los comerciales pero la ley del hielo seguía en pie, y en general, aunque no de una forma tan estricta como la de ella, la de todo el equipo de producción para con él: apenas le respondían sus preguntas con evasivas. Hasta que alguien le advirtió minutos atrás, antes del inicio del más reciente bloque de comerciales, que luego era su turno. Ignacio vio su reloj y calculó que le estaban dando unos 15 minutos, algo que hacía mucho no sucedía con el segmento de cocina.
De haberlo sabido con más anticipación, Ignacio habría planeado preparar una receta más elaborada que la simple receta que tocaba ese día. Simple como las de los últimos 3 meses desde el incidente de la sal, porque no le quedaba otra si quería terminarla dentro de su cada vez más reducido segmento, y simple porque así era menos probable que cometiera algún error; y tantas habían sido las recetas descartadas, las que realmente siempre hubiera querido preparar para así demostrar su maestría como chef. Igual, aunque ya todo estaba predeterminado, Ignacio empezó su segmento decidido a disfrutar de esos 15 minutos sin la presencia de Verónica, y decidido también a olvidarse de una vez por todas de Carmen, quien seguramente como de costumbre apenas participaría en la cocina; cualquier otra decisión importante la tomaría más tarde y antes de la siguiente emisión.
Pero apenas terminaba de nombrar los ingredientes, una mano se apoyaba en su hombro izquierdo y una cabeza se apoyaba en su hombro derecho. Fue cosa de un instante. Antes de que entendiera que se trataba de un abrazo ya nadie lo tocaba y sólo se escuchaba una voz.
-Perdón por la interrupción, Ignacio. Perdón por la interrupción a todos- Era Verónica.
Ignacio dio un rápido vistazo a su alrededor y le pareció que él único sorprendido era él. Quiso retroceder, medio huyendo, medio dejándola sola frente a las cámaras, pero Carmen, acercándose, le cerraba el paso.
-Por favor, Ignacio, no te vayas, porque tengo algo que decirte- dijo Verónica en el momento que los tres caras del programa salían en pantalla.
-Gracias- continuó ella -porque si no fuera por tu comentario de ayer, no me habría dado cuenta de que tengo un problema.
Y, con una serenidad que nada tenía que ver con su carácter alocado habitual, dio detalles de su vida que a todas luces revelaban que padecía de un desorden alimenticio, nunca tratado, siempre pasado por alto, que mucho tenía que ver con su apariencia y con el que no podía lidiar cuando se sentía expuesta. Se disculpó por su raro comportamiento del día anterior y su casi total ausencia en la emisión presente. Pero todo iba a cambiar. Ya nada de ocultarse, de negaciones o de mentiras, iba a enfrentar su problema y saldría adelante con el apoyo de su familia, amigos (como Carmen e Ignacio), y por supuesto, con la ayuda de ustedes, que me quieren tanto, público televidente.
Terminó de hablar con la voz resquebrajaba. Abrazó a Carmen e Ignacio y ellos a ella aunque lo de él fue más un reflejo que cualquier otra cosa. Los aplausos duraron lo que el abrazo, un minuto y algo. La calma volvió y de pronto Ignacio sintió que todos lo miraban, en especial alguien detrás de las cámaras que estaba directamente frente a él, que más que mirarlo trataba de comunicarle algo enseñándole la palma de una mano con los dedos extendidos. ¿Cuál es el plato para hoy? ¿No iba a ser una ensalada? Escuchó que le dijo Verónica al mismo tiempo que Ignacio descifraba el gesto de aquella persona y lo que le quería decir. Cada dedo era un minuto. A su segmento y al programa solo les quedaba 5.

***

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