sábado, 11 de octubre de 2014

Mario

(cuento reescrito)
Vargas Llosa y yo llevábamos un rato conversando y yo seguía llamándole “usted” a pesar de que él me insistía, amablemente, que simplemente le diga “Mario”; pero es que me costaba hacerlo. Cuando finalmente tuve la suficiente confianza para ello, o sea llamarle “Mario”, también tuve la confianza para hacerle una pregunta sobre algo, tal vez, incómodo para él. Le pregunté:
-Mario, ¿recuerdas aquella vez que fuiste a la UNI a recibir una condecoración y el escándalo que armó un alumno en tu contra?
La primera cara que puso fue de sorpresa lo que me hizo pensar que sí lo recordaba, pero luego hizo un gesto como de quien trata de recordar algo y… resultó que no.
-¿Por qué?- me preguntó, y le dije que tenía curiosidad por saber qué pasó por su mente en aquel momento.
Entonces me aclaró que en sí no era que no lo recordara sino que le había pasado tantas veces situaciones como aquella que le costaba diferenciar una en particular; tantas que ya era algo que le causaba gracia. Tal vez, me dijo, si le daba más detalles ayudaría a su memoria; además: ¿había estado yo ahí?
-No…- le respondí y le conté que yo estudiaba en la UNI en aquel tiempo pero que no había ido a su ceremonia aquel día; me había enterado de lo sucedido por las noticias en la televisión.
-… Apareces tú- le seguí contando –acercándote al rector a recibir un diploma o una medalla y justo cuando el rector te lo da se empiezan a escuchar gritos. La cámara gira rápido y enfoca a un alumno que ya está siendo controlado y sacado del auditorio por los de seguridad. Pero él no deja de gritar: “¡reaccionario! ¡Vargas Llosa reaccionario!”. Afuera del auditorio los periodistas le hacen preguntas pero él siempre con lo mismo: “¡reaccionario! ¡Vargas Llosa reaccionario! ¡Afuera el reaccionario¡”.
Aun con esos detalles Vargas Llosa no pudo recordar nada. Entonces me preguntó por qué no había ido a la ceremonia: ¿había tenido algo más importante que hacer? Y me sorprendió, no por la pregunta en sí sino por la forma en que la hizo, medio en broma, medio en serio, tal vez midiendo qué tan cierto era aquello que le había dicho al inicio de la conversación, que él era mi escritor favorito y yo su admirador número uno desde siempre. (Y él tenía razón para dudar: la emoción de conocerlo me había hecho exagerar). Para colmo yo no recordaba la razón de mi ausencia, y como no podía responderle simplemente eso se me ocurrió decirle que a aquella ceremonia sólo podían asistir autoridades de la universidad.
-¿Y ese muchacho?- me preguntó desconfiado de mis palabras.
-Él era alumno y autoridad a la vez:- le dije -era el presidente del consejo estudiantil de mi facultad.
Lo que era verdad pero Vargas Llosa seguía incrédulo. Así que se me soltó la lengua: nadie hubiera podido inventar tan rápido todo lo que le conté a continuación a menos de que sea cierto.

*

Su nombre completo era Ulises Córdoba y lo conocí en mis primeros días en la UNI. Por aquellos días, cuando yo no tenía nada que hacer en la facultad, paraba metido en cualquier lugar donde hubiera alguna computadora disponible con internet. El consejo estudiantil era uno de esos sitios: tenía su mini sala de cómputo (con dos o tres computadoras) abierta para los alumnos, y de ahí salía cuando de pronto se me para en frente un chico más alto que yo, de uno ochenta de altura más o menos, flaco, con el pelo bien corto, perfectamente peinado y engominado, y con una cara de zonzo total…
Dije “zonzo” pero la palabra que tenía en mente era “cojudo”: “una cara de cojudo total”; no lo dije así porque no quería sonar grosero. Quise decirle también que Ulises parecía una mezcla de Goofy (o Tribilín) y Ungenio (de “Condorito”) pero no estaba seguro si Vargas Llosa captaría esas referencias, o si las captaba, tal vez le hubiera parecido una comparación muy cruel.
… Me pregunta:
-¿Eres cachimbo, no?
No sé cómo se dio cuenta de eso: no me había rapado la cabeza como los demás cachimbos; supongo que mi cara le pareció nueva. En fin. Le respondo que sí y me dice:
-Bienvenido al consejo estudiantil. Soy su presidente. Me llamo Ulises Córdoba. ¿Y tú?
Yo me quedo en silencio unos segundos sorprendido y pensando: “¿en serio eres tú el presidente?”. Recupero la compostura y le digo mi nombre. Y empieza a explicarme qué es el consejo estudiantil y cuál es su propósito. Al comienzo lo escucho atento pero luego en lo único que pienso es en su voz, su forma de hablar, sus gestos… si mi primera impresión de él fue que era un zonzo, ahora estaba prácticamente convencido de ello. Para nada parecía un líder y sin embargo era el máximo representante del alumnado de la facultad. Empecé a creer que todo ese asunto del consejo estudiantil no era algo realmente serio o importante, que era algo de adorno. Pensaba en esto cuando Ulises me extiende una mano en señal de despedida; antes de despedirnos me dice:
-No lo olvides: el consejo está para velar por tus derechos y de todos los alumnos.
Nunca volvimos a hablar así, o sea así de extendido. Nos cruzaríamos varias veces pero sólo nos saludaríamos. Y cuando más me lo encontraba era en los ratos en que no había clases en algún aula y cualquier podía entrar ahí a estudiar. Cuando Ulises iba a estudiar solo pasaba completamente desapercibido: era un alumno más concentrado en sus cosas. Pero cuando iba en grupo la historia era otra: era pura risas Ulises; los de su grupo le decían cualquier tontería y él ya se estaba muriendo de la risa. Era obvio que sus amigos se las decían solamente para hacerlo reír, y eso que a veces… aunque no sé si eran realmente sus amigos porque, como decía, a veces era obvio también que se estaban burlando de él; pero igual Ulises seguía riéndose sin perder ni un ápice de sentido del humor, no sé si porque le sobraba correa o porque no se daba cuenta de que le estaban tomando el pelo. 
Como verás, hasta ahora ni rastros del chico que interrumpió tu ceremonia…
Un día, en mi segundo semestre en la UNI, estoy en plena clase, a media mañana. Todo está tranquilo hasta que de pronto una voz resuena, aparentemente por un micrófono, por toda la facultad, y empieza a reclamar por el comedor de la universidad, o mejor dicho, por la inexistencia de éste. La voz le exige al rector (es algo simbólico, claro: el rector no está ahí en ese momento) la construcción de un comedor que le sirviera gratis a los alumnos desayuno, almuerzo y cena, porque “la UNI es una universidad nacional y, en consecuencia, del pueblo” recuerdo que repitió varias veces. Y nos animó, medio exigiéndonos, a nosotros los alumnos en general, a que protestáramos también por ello. Al comienzo no reconocí la voz porque sonaba muy distorsionada por el aparato que resultaría no ser un micrófono. Luego todos en el salón sentimos que la voz se estaba acercando. Nos asomamos, incluso también el profesor de la clase, a la ventana y es ahí que vi a (ya te puedes imaginar quien) Ulises, megáfono en mano, andando por los pasillos, protestando.
Fue toda una revelación. No parecía el Ulises que conocía o que creía conocer. Hasta su cara se veía distinta. Ahora sí parecía un líder de verdad. Pero rápidamente pasé del asombro al temor de que en cualquier momento apareciera algún profesor u otra autoridad y se lo llevara para que luego Ulises sea castigado, suspendido o hasta expulsado de la universidad. Pero nadie hizo nada; Ulises protestó todo lo que quiso por media hora. Cuando acabó y en mi aula todos volvimos a nuestros sitios, antes de reanudar la clase, el profesor empezó a renegar del consejo estudiantil. Nos contó que el semestre anterior dictaba una curso un determinado número de horas a la semana, pero que a unos alumnos les pareció que eran muchas horas para un curso que no creían importante; presentaron su queja ante el consejo, ¡y el consejo les dio la razón¡ E intervino con éxito para que le redujeran las horas a ese curso. Al escuchar eso confirmé la sospecha que tuve al ver que nadie hacia nada por detener las protestas de Ulises; yo estaba equivocado: el consejo estudiantil sí era cosa seria, y era de temer.
Pero la confirmación definitiva de ello la tuve la semana siguiente, cuando a mitad de otra clase entraron dos alumnos al aula y le dijeron al profesor: “profesor, con todo respeto, por favor tome sus cosas y retírese. Los consejos estudiantiles estamos tomando la universidad”. El profesor ni se sorprendió, ni protestó, ni dijo nada; tomó sus cosas y se fue. Entonces esos alumnos, que eran dirigentes del consejo, nos explicaron que la toma era por el asunto del comedor; los alumnos que querían podían unirse a las protestas, y los que no tenían que abandonar la universidad de inmediato. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Decidí irme. En los pasillos y en el patio de la facultad todo era un desconcierto total. Ver eso me dio curiosidad de saber cómo estaba la situación en las otras facultades… Porque, para esto, poco o nada sabía de lo que pasaba en las otras facultades; cerca de la mía estaba una de las tres entradas a la universidad por donde entraba y salía todos los días, así que no tenía que recorrer toda la universidad (que es como una mini cuidad) desde la entrada principal hasta mi facultad, la que está, se puede decir, bien al fondo… Así que esta vez sí me recorrí toda la universidad y comprendí, viendo a grupos de alumnos saliendo confundidos de sus facultades y a otros grupos protestando (con gritos, con altavoces, con pancartas, etc.) que lo de Ulises la semana anterior no era algo aislado sino era parte de algo más grande; algo que habían estado gestando todos los consejos estudiantiles unidos, hasta que ese día se hizo realidad (quizás el profesor de mi clases interrumpida ese día sabía lo que iba a pasar y por eso no se sorprendió). En las tres entradas de la universidad empezaban a atrincherarse decenas de alumnos. Salí por la principal. Pero en el trayecto en bus a casa, a pesar de todo lo que había visto, no podía terminar de creérmelo: ¿era posible que alumnos pudieran tomar el control de toda una universidad? Cuando llegué a casa estaba convencido que para el día siguiente todo, de alguna manera, habría vuelto a la normalidad…
Y lo que son las cosas: en ese momento, mucho antes de conocer a Vargas Llosa (cuando ni siquiera pensaba que algún día iba a conversar con él), dudaba de la determinación de aquellos alumnos a la vez que recordaba un cuento suyo: “Los Jefes”, que trata sobre unos alumnos de un colegio que fracasan en su intento de armar una revuelta contra su director. Y ahora que tenía a Vargas Llosa en frente se me olvida comentarle ese recuerdo. ¡Rayos!
… Y volví a equivocarme. Llegué el día siguiente a la universidad y me encontré con las trincheras de alumnos ya bien conformadas y prácticamente impenetrables: sólo vi que dejaron entrar a algunas personas, supongo familiares, llevando víveres y frazadas. Alrededor de la universidad, docenas de espectadores, principalmente alumnos y transeúntes.
Fui al día siguiente y la situación seguía igual; al subsiguiente lo mismo… dejé de ir después del cuarto día cuando vi que había un cordón de policías (con cascos, macanas y escudos) bordeando parte del perímetro de la universidad; daba la sensación de que en cualquier momento policías y alumnos se iban a enfrentar, y no quería estar cerca cuando eso sucediera. Lo más seguro era quedarme en casa y estar atento a los noticieros por si salía alguna noticia sobre la UNI. Pero en un mes ni una sola, ni la más mínima nota que diera alguna señal de cómo iba la toma. Y como nunca hice amigos en la UNI, o sea no tenía con quien comunicarme para pedir información, no me quedó otra que ir otra vez sólo para encontrarme de nuevo con las trincheras de alumnos y el cordón de policías; lo único distinto ahora era que ya no había curiosos alrededor.
Esperé otro mes para ir de nuevo y…
La verdad es que mi mamá me despertó a la fuerza esa mañana y me obligó a ir; esta vez sí luego de días de estar diciéndole, y ella aceptando, que sería por gusto, que de seguro la toma seguía; de lo contrario ya habría alguna noticia. Y yo lo decía en serio: estaba convencido que el fin de la toma era uno de esos eventos que de alguna forma u otra uno siempre se llega a enterar. O al menos esa era la excusa que le daba a ella y, principalmente, a mí mismo para ocultar que en el fondo lo que yo quería era que la toma continuara para seguir de “vacaciones”.  Obvio no le conté nada de esto a Vargas Llosa porque le daría una mala impresión de mí. Así que ese día fui a la universidad confiado de que todo seguía igual pero…
… aunque parezca demasiado tiempo de espera no me equivoqué por mucho, porque fui y resultó que la toma había terminado unos días atrás. Los consejos estudiantiles habían ganado: la universidad construiría un comedor para los alumnos. Ya no había policías, las clases habían vuelto a la normalidad. Incluso, para mi mala suerte, me entero que un examen que había quedado pendiente por las protestas, y del cual me había olvidado completamente, lo iban a tomar ese mismo día de mi regreso.

*

-Tuvieron éxito, qué bueno- me dijo Vargas Llosa emocionado, y me preguntó si en efecto la universidad llegó a construir el comedor. Le respondí que sí pero que ahí no terminaba la historia. Y le conté lo que pasó en la inauguración del comedor al semestre siguiente: luego de las presentaciones y los discursos, con la presencia de cientos de alumnos, avanza el primer alumno de la cola (él solo, para dar el “play de honor”) con su bandeja en las manos a recibir su almuerzo, pero justo antes de que se lo sirvan le dicen: “disculpe, pero antes tiene que pagar un sol”. Y se armó la marabunta ahí mismo. Consecuencia: los consejos estudiantiles volvieron a tomar la universidad.
-¿En serio?- me preguntó Vargas Llosa y le confesé que yo no había estado allí: que eso era lo que me habían contado; pero dudaba, como él, que las cosas hayan sido así exactamente. Porque, le aclaré, sí era cierto que la universidad quería cobrar un sol, lo que obviamente para los consejos estudiantiles era algo inadmisible; pero al parecer hasta la inauguración del comedor no había nada pactado al respecto. Esta vez la toma duro sólo dos semanas.
Y le comenté que, por cierto, fue al mes de estos últimos eventos que sucedió lo de su condecoración.
-¿Y qué fue de Ulises? ¿Ya no hubieron más tomas?- me preguntó y le respondí que justamente las últimas veces que lo vi fue en las protestas por la gratuidad del comedor; además de aquella vez que lo vi por tv. Y más no supe de él, ni si es que hubo más tomas. Porque al poco tiempo mi familia me sacó de la UNI muy preocupados por tantas interrupciones en las clases, y… porque estaba jalado en todos mis cursos. Así que haciendo un gran esfuerzo me enviaron a una universidad particular, la San Martín, donde los cursos son menos complicados y nadie tiene ánimos de protestar. El consejo estudiantil de mi nueva facultad, por ejemplo: su única preocupación era organizar viajecitos de placer a los que sólo iban sus miembros y amigos cercanos a estos. Eran unos “argolleros” (esto te lo digo a ti; no se lo dije a Vargas Llosa porque no estaba seguro que conociera esa expresión)…

***

martes, 15 de julio de 2014

Un cuadrado amarillo

Tenía entendido que en la casa del costado sólo vivía una pareja de viejitos, por eso me sorprende que esta noche haya una fiesta ahí. Sólo se me ocurre que han prestado su casa para el cumpleaños de una nieta o un nieto muy querido; y quien debe de tener unos quince años porque los chicos que he visto fuera tienen una pinta de chibolos... Los vi cuando salí hace media hora a dar un vistazo y sólo he visto varones, unos veinte, parados o sentados en la acera, la mitad al frente de esa casa, la otra cruzando la pista, hablando entre ellos o conversando por celular o hueveando con él, esperando no sé qué para entrar porque la puerta estaba abierta y la música ya sonaba a todo volumen. No vi ni una sola chica: ¿estarán asistiendo esos chicos, sin saberlo, a una triste y aburrida fiesta de calzoncillos? No lo creo. Fácil las chicas estaban dentro cuando salí, y ahora habrá más. Además, como te dije, todos tienen pinta de quinceañeros así que tal vez se trate de eso, de un quinceañero. Además, también, vi a los chicos vestidos medio formales y casi iguales todos, con zapatillas Convers, jeans, camisa manga corta y corbata; si no fuera por los distintos colores cualquiera habría pensado que estaban uniformados. ¿Así se visten los chicos ahora para ir a un quino? EN MIS TIEMPOS (palabras de viejo, al igual que “quino” creo, porque esa palabra creo que ya no se usa) uno iba bien al terno.
Sólo he ido una vez a un quinceañero en toda mi vida  (bien enternado, claro), cuando tenía 16 años (ahora paso los 30). Nunca me han gustado las fiestas ni usar terno; no habría ido a esa fiesta si no fuera porque la bandita de rock de la que formaba parte entonces había sido contratada. Teníamos vara: nuestro baterista, Erick, era enamorado de la agasajada, Liz. Por si acaso no éramos famosos ni nada que se le acerque: antes y después de nuestros 60 minutos de presentación fuimos simples invitados, sin ningún trato preferencial. Aunque la mamá de Liz adoraba a Erick, y al resto de nosotros nos tenía un cariño especial. Ella misma voluntariamente ofreció pagarnos 100 soles a cada uno de nosotros cinco cuando le dijimos que nos hacía felices simplemente la oportunidad de tocar, que nos bastaba con que ella pagara el alquiler de los instrumentos y equipos (además suponíamos que de por sí iba a gastar un huevo en el catering y en el alquiler del local: el amplio auditorio de un club social). Pero mucho amor o cariño puede matarte, dicen, y eso se aplicó a mí porque inesperadamente, luego de que Erick terminara de bailar con Liz Tiempo de vals de Chayanne (no es por dármelas de culto y elegante pero hubiera preferido mil veces el Danubio Azul), la mamá quiso demostrarnos al resto de la banda cuánto nos quería dándonos el “honor” de salir a bailar también con su hija esa canción; y para mi mala suerte fue a mí al primero que señaló.
Así que salí a bailar con Liz, solos los dos en medio de la pista de baile, mientras el resto de los presentes, unas cien personas, nos observaban. Por supuesto había visto el baile previo de Erick y Liz, pero tampoco les había prestado tanta atención como para recordar sus pasos; de haber sabido que luego me tocaría a mi… Por eso me acerqué a ella sin saber qué hacer. Ella se dio cuenta creo porque me dio la pauta, o sea, me enseñó cómo debía sujetarla y, con un suave movimiento, cómo bailar, lo que no era muy difícil; era un vals, después de todo. Pero igual seguía ansioso y sentía que debía hacer algo más, así que le conversé a Liz, con quien no me llevaba ni mal ni bien, y fue la segunda conversación más incómoda que he tenido en mi vida (la primera la cuento otro día):
-¿Nerviosa?- le pregunté, sudando de los nervios, con una sonrisa más falsa que el orgasmo de una actriz porno.
-¿Ah?- me dijo ella, más atenta a Erick; Liz era terriblemente celosa.
-¿Emocionada?
-¿Ah?
-Este…
-¿Qué?
Sólo fueron unos segundos antes de ser reemplazado, pero, aunque suene a lugar común, esos segundos me parecieron eternos.
Pero lo peor o mejor para mí (ya me dirás después si fue lo uno o lo otro) estaba por llegar. Llegó cuando cambiaron la iluminación (el ambiente se puso más oscuro) y el dj puso la primera canción verdaderamente tonera: había llegado la hora para todos de salir a bailar. Y unos amigos (no los de la banda sino otros) prácticamente me empujaron a que sacara a bailar a alguna chica. ¿Ya te he dicho que odio bailar desde siempre? Bueno, no había marcha atrás así que a darle, átomos. La oscuridad y mi vista nublada por los nervios (apenas me había recuperado de lo de Liz) me hizo ir directamente hacia lo primero que pude identificar como una chica sin notar su apariencia. Ella estaba sentada en una mesa rodeada de otras personas. Me paré a su lado y le dije casi gritando por la bulla: “¿quieres bailar?”, y ella, sorprendentemente, me dijo que sí. Ya estaban sonando las salsas; en ese momento La quiero a morir de DLG, específicamente. Otra vez estaba en la pista de baile al frente de una chica y otra vez no sabía qué hacer. Traté unos pasos pero ella medio que me interrumpió para pegarse bien a mí, tomar mis manos y colocarlas en los lugares supuestamente adecuados (una mano con la suya y la otra a su cadera), y empezó a bailar. Yo a intentarlo. Nos dijimos nuestros nombres pero yo la verdad ni la escuché, ni la miré: la poca luz, la música (que no me gustaba) ensordecedora, las ganas de tocar con la banda y de largarme… mi mente estaba en otra parte. Ella al minuto se dio cuenta de que conmigo no pasaba nada: se soltó de mí y dio unos dos pasos para atrás; o sea siguió bailando conmigo pero, como quien dice, de lejitos nomás. Cuando acabó la canción (aunque inmediatamente se empalmó con otra salsa) no se me ocurrió otra cosa que, mismo japonés, hacerle una venia en gratitud, para luego ir rápidamente a esconderme a alguna esquina, la más oscura posible. No tardaron en encontrarme mis compañeros de banda. Nuestro líder, Juan Carlo (sí, sin la “s” al final) me dio el anuncio:
-¡Buena, Josué: sacaste a bailar al mejor poto de la fiesta!  
Y todos me felicitaron emocionados. Yo ni cuenta de mi hazaña.
Erick y yo éramos compañeros de aula en el mismo colegio. Patazas. Lo que no le impidió burlarse de mí la semana siguiente en los recreos:
-¡Tú que dices odiar la salsa: bien que bailaste La quiero a morir!- me lo restregaba en la cara.
Luego me diría:
-Oye, por si acaso ya salió el video.
-¿Qué video?- le pregunté.
-El del quino de Liz, pues. Y sale tu bailecito. ¿No lo quieres ver?
-Vete a la mierda...
No lo vi pero hubo un compañero (que fue invitado a la fiesta pero que no pudo ir) que sí lo vio. Le dio mucha risa mi venia japonesa, pero más, obviamente, mi baile:
-Bailas como un rinoceronte- me dijo.
Fue la primera y última vez que escuché esa expresión. No sé cómo bailan esos animales, supongo que mal; pero sí sé que es muy incómodo hacer el amor con un rinoceronte que ya no te ama…
Confirmado: sí hay chicas en la fiesta de al lado; las escucho cantando. Lo que no está confirmado es que sea un quinceañero o siquiera un cumpleaños, porque no he escuchado hasta el momento ningún vals o happy birthday. Ahora lo que escucho es salsa; ya han empezado las salsas. Es curioso, aunque no me gusta esa música me pone nostálgico, siempre que la escuche así, a la distancia; más aún ahora que estoy solo en mi habitación a la 1 de la mañana de un domingo. Me hace rememorar mi primer recuerdo, el más antiguo que tengo:
Despierto sobre una cama, solo en una habitación oscura. Lo que me ha despertado es una música que percibo a lo lejos, una música que en ese momento no lo sé pero que luego sabré se trata de salsa. Lo primero que veo es una cuadrado amarillo en la pared que está al frente de mí: es la luz de un poste entrando por la ventana abierta que está a mi costado. Por esa ventana, recostado como estoy, sólo puedo ver el cielo de la noche. Es una ventana bien alta; sigo recostado: ni trato de asomarme por ahí porque de alguna forma sé que no alcanzaré.
Tenía tres años de edad.

***

domingo, 6 de abril de 2014

SPOILER ALERT

Entonces recuerdo esa “escena”, en la que una chica está que se lo chupa y chupa a Bukowski, pero a él no se le para. Bukowski, simplemente, está demasiado borracho. Después de unos minutos él mismo detiene todo. “No va a pasar, nena”, le dice a la chica. Y lo mismo le digo yo a Lorena:
-No va a pasar, nena.
Lorena deja de chupármelo y mi pene sale de su boca tristemente flácido.
-¿Qué pasa, Seb?- Me pregunta (todo el mundo me dice “Sebas” pero ella me dice “Seb”).
-No lo sé- Le respondo. Y es cierto. No lo sé. A diferencia de Bukowski, no tengo ni una sola gota de alcohol en la sangre en ese momento. Así que no tengo excusa. Lo que sí sé es que hace quince minutos todo transcurría con normalidad. Apenas entramos al cuarto del hotel nos pusimos a besarnos y manosearnos de pie, y a acercarnos poco a poco a la cama. Entonces Lorena se sentó en uno de los bordes laterales de la cama, yo permanecí de pie frente a ella, y ella me desabrochó el pantalón: me lo bajó con todo y calzoncillo, y ahí estaba mi pene, tan erecto que una gotita transparente y viscosa le salía de la punta. De inmediato Lorena empezó a chupármelo, tan rico como siempre. Pero a los minutos, inexplicablemente, empiezo a sentir cada vez menos placer y como mi pene va perdiendo rigidez. Hasta que comprendí que ya no había retorno. Por eso recordé esa “escena” que creo es de la novela “Mujeres”, de Charles Bukowski, semi-autobiográfica como casi todo lo que ha escrito. (Y novela que, por cierto, me la prestó Lorena, porque ella es tan hincha de “Hank” como yo.)
-¿Estoy haciendo algo mal?-  Me pregunta Lorena.
-No, Lore, no estás haciendo nada mal- Le respondo. Y es también cierto. Llevamos más o menos un año juntos y mi deseo por ella es tan intenso, o más, que el del primer día que tuvimos sexo.
-No sé qué me pasa- continúo, y balbuceo otras cosas. En mi mente trato de ordenar mi ideas. Por un lado busco una explicación y por el otro no dejo de pensar que soy puro “floro”. Puro floro porque hace unos días Lorena me pidió que hoy sábado le quitara todo el estrés del trabajo haciéndole el amor como nunca. Y yo no sólo se lo prometí sino que también, desde entonces, le he estado mandando mensajes obscenos diciéndole que le haría esto o aquello, tal o cual pose; a lo que ella siempre me respondía: “¡ya quiero que sea sábado!”... Y mira ahora el show patético que le estoy dando. No aguanto más la frustración y exploto:
-¡Maldición, maldición, maldición: esto no tendría que estar sucediendo!- exclamo dándome golpes en la frente, y no paro de hacerlo hasta que escucho a Lorena reírse. La miro y me dice:
-No sabes lo gracioso que se te ve quejándote como un loco, dando pasos como pingüino por todo el cuarto con los pantalones en los tobillos, y con los huevos al aire.
Me veo en el espejo que cubre toda la pared que está al frente de la cama y no puedo evitar reírme también por cómo luzco.
-Hay que echarnos en la cama y tranquilizarnos. No hay prisa- me dice Lorena.
Terminamos de desnudarnos y nos echamos en la cama. No hace frío así que nos acostamos encima del cubrecama. Por unos minutos no nos decimos nada, ni nos abrazamos ni tocamos; simplemente permanecemos echados boca arriba viéndonos en el espejo del techo. Entonces Lorena me dice:
-Siempre pasa algo en esta habitación.
Tiene razón. Es la tercera vez que nos toca esta habitación en este hotel, y las dos veces anteriores pasaron cosas… curiosas, por decirlo de alguna manera.
Lo que nos pasó la primera vez (al mes de empezar a salir), o siendo más exacto, lo que me pasó a mí, es que me dio fiebre. Estaba enfermo y no lo sabía, y no lo supe hasta que esa noche entramos al cuarto y lo primero que hice fue derrumbarme en la cama: ya no podía seguir negándolo, ni a mí mismo ni a Lorena: me sentía mal. Ella me tocó la frente y lo confirmó: “estás ardiendo, pero no de ganas sino de fiebre”, me dijo. Tampoco fue algo repentino: poco a poco en el transcurso del día me fui sintiendo cada vez más débil hasta llegar a ese estado. Entonces me quedé dormido y de ahí lo único que recuerdo vagamente es la tv prendida con la voz de Gisela Valcárcel, y a Lorena saliendo en la madrugada del cuarto y regresando con una botella de agua y pastillas que me las hizo tomar. Cuando me desperté del todo estaba en mi casa, en mi habitación, en mi cama, con un dolor de garganta espantoso. Más tarde por teléfono Lorena me diría riéndose:
-O sea anoche me llevas a un hotel para que me quede viendo a Gisela, te cuide toda la noche, y hoy en la mañana te lleve a tu casa en taxi… ¡Qué gran fin de semana, Seb!
Pero todo ese buen humor se convertiría en odio el lunes en la mañana cuando no pudo levantarse de su cama para ir a trabajar, por la gripe fatal que le había contagiado.
Cinco meses después nos tocó por segunda vez este cuarto (pero no era la segunda vez que íbamos a ese hotel, ojo) y fue el día de mi cumpleaños 31 (Lorena tiene 25, por si acaso). Fue a media semana y nos encontramos después del trabajo. Por eso Lorena estaba con ropa de oficina: una falda que le llegaba a las rodillas, una saquito entallado y una blusa (ella además usa lentes de carey). Entramos al cuarto y mientras yo me saco la casaca y los zapatos, la veo a ella sacar de su bolso unos zapatos negros brillantes, taco aguja, altísimos.
-¿Y eso?- le pregunto, pero ella no me dice nada y en silencio, como si yo no existiera, se cambia los zapatos que lleva puestos, unos más simples y chatos en comparación a los otros.
Para esto, Lorena está parada entre el pie de la cama y la pared que da hacia la misma, pared que como ya te dije antes está completamente cubierta por un espejo. Ella se ve en ese espejo y se da unos retoques: se ordena el cabello, se abotona el saco, se acomoda los lentes... Entonces voltea y me dice, o mejor dicho, me ordena (señalando el pie de la cama):
-Siéntate.
Yo, obedezco, sumiso, más aún porque con esos tacazos se le ve como de metro ochenta (más alta que yo), más imponente y, por supuesto, más sexy (más de lo que en realidad ya es).
-Supongo que este es mi regalo de cumpleaños- le digo, intuyendo lo que se viene.
Lorena sigue sin responderme. Coge su celular y empieza a buscar algo en él. Cuando parece que lo ha encontrado, aún con el celular en la mano, se reclina sobre mí y me dice:
-Manos en la espalda… ah, y está prohibido tocar.
Luego me besa, deja su celular a un lado de la cama y empieza a sonar, a todo volumen, la canción “You can leave your hat on” de Joe Cocker (que supongo sabes de qué película es y en qué escena específicamente suena, y lo perfecta que es para esta situación). Entonces Lorena empieza a bailar y en mi mente se convierte en la más sexy de todas las secretarias; en mi mente porque en realidad en su trabajo ocupa una posición de mayor rango, pero entiendes la idea, ¿no? Bueno, te decía que ella empieza a bailar, y qué bien lo hace. Lo que en parte no me sorprende porque la he visto antes y hemos bailado juntos antes también. Lo primero que se saca es el saco, luego empieza a desabotonarse la blusa; y yo estoy ahí disfrutando, viéndola a ella directamente y a su reflejo en el espejo. Ahora se da la vuelta, me da la espalda y con un movimiento suave se reclina. Menea el culo y yo me aguanto las ganas de abalanzarme sobre ese culo. Se endereza nuevamente y con un movimiento firme y rápido da un paso a mi izquierda y...
-¡Mierda!- grito. Lorena da un salto, se voltea y me dice alarmada:
-¡Seb, discúlpame, fue sin querer!
Lorena me ha dado un pisotón terrible (recuerda que estoy sin zapatos, sólo con medias). Su taco aguja se clavó en uno de mis dedos Me reclino sobre mis muslos, muy adolorido, y me cojo el tobillo izquierdo porque no me atrevo a tocar más cerca de mi dedo lastimado.
-¡Sácate la media!- me dice Lorena. -Hay que ver cómo está.
-¡No, no quiero ver!- le digo casi llorando. Estoy viendo a Judas calato.
-Déjame verlo.
Estiro un poco mi pie izquierdo y Lorena me saca la media.
-¿Y?- le pregunto.
-Discúlpame, Seb, discúlpame- me dice sollozando.
-¿Qué fue?
-Te he arrancado un buen tajo de piel. Esto tiene muy mala pinta.
La suficiente mala pinta como para ir a un hospital. Así que fuimos. Los resultados de los exámenes determinaron que tenía una fisura en el dedo medio de mi pie izquierdo. Tratamiento: usar una bota especial por tres semanas. Pero más difícil que mi recuperación fue hacerle entender a Lorena que había sido un accidente y que no tenía que sentirse culpable. “Algún día nos reiremos de esto, ya verás”, le decía. Y en efecto, ahora es nuestra anécdota favorita, la que más nos gusta recordar.
Entonces sí, siempre pasa algo en esta habitación. Y no es que nos hayamos olvidado de eso al momento que hoy nos la volvieron a asignar. Simplemente no somos supersticiosos así que nunca pensamos en pedir que nos dieran otro cuarto.
Ahora es la tercera vez  y lo que está pasando es que no se me para. La tercera vez en la habitación 101...
-¿Qué número de cuarto es este, Lore?- le pregunto a Lorena, viéndola por el reflejo del espejo del techo, sabiendo la respuesta.
-El 101- me responde, igual por el reflejo.
-Ahora entiendo lo que pasa con este cuarto.
-¿Qué cosa?
Giro hacia ella y le hablo directamente a la cara:
-En la habitación 101 está lo peor del mundo.
-¿Lo peor del mundo?- me dice ella, mirándome también a la cara.
-¿Has leído la novela “1984” de George Orwell?
-Todavía. ¿Por qué?
-Te cuento pues...
(SPOILER ALERT: Voy a revelar varias cosas sobre “1984”. Te lo advierto por si no la has leído. Se lo advierto también a Lorena pero, normal, me dice que siga.)
“La novela trata sobre un país que vive bajo la dictadura de algo llamado el Gran Hermano. Y digo ‘algo’ porque más que una persona es una entidad; una entidad que está prácticamente en todos lados mediante pantallas que monitorean todo”.
-Por eso ese programa que daban antes, donde en un casa vivían varias personas y eran vigiladas todo el día por cámaras ocultas se llamaba “Gran Hermano”- me interrumpe Lorena.
-Exacto- le digo y continúo:
“Son tres los personajes más importante. Winston, el protagonista, un hombre que quiere rebelarse contra el ‘Gran Hermano’. Julia, la novia de Winston y que comparte sus ideales. Y un hombre llamado O’Brien. O’Brien al comienzo se les presenta como un poderoso aliado, pero después de que Winston y Julia son capturados por la policía, se descubre que O’Brien es en realidad un agente del gobierno. Luego se convertirá en el torturador de Winston con el fin de ‘curarlo’, o sea, lavarle el cerebro. Y esta ‘cura’ será en varias sesiones de tortura”.
De pronto le pregunto a Lorena:
-¿Ha escuchado “2 + 2 = 5” de Radiohead, no?
-Claro, me encanta esa canción- me responde.
-Ya. El título de esa canción también es sacado de “1984”. En una de las sesiones de tortura, O’Brien le dice a Winston que si el gobierno decreta que 2 más 2 es 5 es porque es cierto. Winston le dice que eso es imposible. Y O’Brien activa una máquina que descarga electricidad sobre Winston, lo que obviamente le produce a éste un gran dolor. O’Brien le pregunta varias veces a Winston cuánto es 2 más 2 y cada vez que Winston responde ‘4’ O’Brien le pasa más y más electricidad. Hasta que Winston no soporta más y responde ‘5’. Y el maldito de O’Brien le dice: ‘No me mientas, Winston. Eso lo dices para que me detenga. Pero no me detendré hasta que realmente creas que 2 más 2 es 5’, y le descarga más corriente aun.
Entonces vuelvo a lo principal:
“Pero bueno, volviendo a lo de la habitación 101… en un momento Winston está en una celda junto a otro prisionero, pero luego el prisionero es sacado de la celda por varios guardias bajo la orden de uno de ellos: ‘A la habitación 101’, y el prisionero empieza a gritar ‘¡mejor mátenme ahora pero no me lleven a la habitación 101!’ (Y casi la misma escena se repite con otros prisioneros). Entonces, luego de una de las sesiones de tortura, Winston le pregunta a O’Brien qué hay en la habitación 101, a lo que O’Brien le responde: ‘Tú lo sabes Winston. Todos lo saben’, y no le dice más. Finalmente, luego de varias sesiones, solo en su celda, cuando parece que Winston ya está ‘curado’, tiene pensamientos en contra del ‘Gran Hermano’. De pronto entran O’Brien y unos guardias y le dice a Winston algo así como: ‘Sé lo que estabas pensando’, y luego a un guardia (señalando a Winston): ‘llévenlo a la habitación 101’”.
“En la habitación 101, Winston es atado completamente a una silla; no puede ni mover la cabeza. Al frente de él hay una mesa, y sobre la mesa algo cubierto con una tela. Winston escucha unos sonidos provenir de eso que está oculto, sonidos que reconoce pero que se niega a aceptar. O’Brien, a un lado de la mesa le dice: ‘Me habías preguntado antes qué hay en la habitación 101. Y yo te respondí que lo sabías, que todos lo sabían: lo que hay en esta habitación es lo peor del mundo’. Entonces destapa lo que está cubierto sobre la mesa, y continúa: ‘Y lo peor del mundo, en tu caso Winston, son las ratas’. Y se descubre que aquello oculto es una especie de jaula-mascara, que contiene dos ratas furiosas. O’Brien ordena que se la coloquen a Winston en la cara. Las ratas están a un extremo de la jaula; no alcanzan el rostro de Winston por dos pequeñas compuertas que les impide avanzar. Winston empieza a suplicar que no le hagan daño. O’Brien no le hace caso y abre una de las compuertas. Winston sigue suplicando, cada vez más desesperado. O’Brien sigue sin hacerle caso y empieza a explicarle algunas cosas sobre las ratas, como que, cuando están hambrientas, son capaces de devorar a un bebé hasta dejar sólo los huesos. Y estas ratas están hambrientas. O’Brien le dice que tal vez primero se coman sus ojos, o tal vez primero sus mejillas y luego su lengua. En ese momento Winston se acuerda de aquello que no pudieron ‘quitarle’ en las sesiones de tortura: su amor por Julia. Y cree comprender cuál es la prueba de lealtad que quiere O’Brien. Y no duda en dársela: ‘¡A Julia. Háganle esto a Julia. No a mí. A ella. No me importa lo que hagan con ella. Pero no a mí’. Entonces O’Brien ordena que le quiten la máscara”.
(Ahí acaba mi resumen, a grandes rasgos y con inexactitudes seguramente).
-¡Vaya!- me dice Lorena -O sea que en la habitación 101 torturaban a las personas con el peor de sus miedos.
-Así parece- le digo.
-¿El peor de nuestros miedos es que no podamos tirar?
-Buena pregunta. No tengo idea. Te cuento esto sólo por lo del número de la habitación.
Nos reímos porque obviamente sabemos que aquella coincidencia con “1984” era sólo eso, una coincidencia.
A los minutos giramos y volvemos a mirarnos en el espejo de techo sin decirnos nada. Hasta que digo:
-Lore. No será esto señal de que empieza mi declive…
-¿Qué quieres decir?- me pregunta ella.
-Ya sabes… viagra y todas esas cosas.
-No seas cojudo. Sólo tienes 31 años.
Nos quedamos dormidos por media hora. Cuando despertamos lo volvemos a intentar pero sin resultados.
-No va a pasar, nena- le repito a Lorena.
-Ya, tranquilo, no hay que hacernos un lío por esto- me dice ella.
-Siento que estoy en falta contigo después de todos los mensajes de estos días.
-No digas tonterías, no estás en falta ni nada por el estilo.
-Pero ¿y si esto vuelve a pasar?- le digo.
-No va a volver a pasar, no te traumes.- me dice ella -Pero por si acaso ya no volvamos a alquilar este cuarto.
Nos reímos.
-¿Todo va a estar bien?- le pregunto entonces. Ella suspira medio impaciente y me dice:
-Sí, Sebastián. Así va a ser.
Soy un pesimista, es mi naturaleza, pero cuando ella me dice que las cosas van a estar bien yo le creo, y me siento mejor.

***
“You can leave your hat on” de Joe Cocker
(de la película "9 semanas y media")

“2 + 2 = 5” de Radiohead


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