(cuento reescrito)
Vargas
Llosa y yo llevábamos un rato conversando y yo seguía llamándole “usted” a
pesar de que él me insistía, amablemente, que simplemente le diga “Mario”; pero
es que me costaba hacerlo. Cuando finalmente tuve la suficiente confianza para
ello, o sea llamarle “Mario”, también tuve la confianza para hacerle una
pregunta sobre algo, tal vez, incómodo para él. Le pregunté:
-Mario,
¿recuerdas aquella vez que fuiste a la UNI a recibir una condecoración y el
escándalo que armó un alumno en tu contra?
La
primera cara que puso fue de sorpresa lo que me hizo pensar que sí lo
recordaba, pero luego hizo un gesto como de quien trata de recordar algo y…
resultó que no.
-¿Por
qué?- me preguntó, y le dije que tenía curiosidad por saber qué pasó por su
mente en aquel momento.
Entonces
me aclaró que en sí no era que no lo recordara sino que le había pasado tantas
veces situaciones como aquella que le costaba diferenciar una en particular;
tantas que ya era algo que le causaba gracia. Tal vez, me dijo, si le daba más
detalles ayudaría a su memoria; además: ¿había estado yo ahí?
-No…- le
respondí y le conté que yo estudiaba en la UNI en aquel tiempo pero que no
había ido a su ceremonia aquel día; me había enterado de lo sucedido por las
noticias en la televisión.
-…
Apareces tú- le seguí contando –acercándote al rector a recibir un diploma o
una medalla y justo cuando el rector te lo da se empiezan a escuchar gritos. La
cámara gira rápido y enfoca a un alumno que ya está siendo controlado y sacado
del auditorio por los de seguridad. Pero él no deja de gritar: “¡reaccionario!
¡Vargas Llosa reaccionario!”. Afuera del auditorio los periodistas le hacen
preguntas pero él siempre con lo mismo: “¡reaccionario! ¡Vargas Llosa
reaccionario! ¡Afuera el reaccionario¡”.
Aun con
esos detalles Vargas Llosa no pudo recordar nada. Entonces me preguntó por qué
no había ido a la ceremonia: ¿había tenido algo más importante que hacer? Y me
sorprendió, no por la pregunta en sí sino por la forma en que la hizo, medio en
broma, medio en serio, tal vez midiendo qué tan cierto era aquello que le había
dicho al inicio de la conversación, que él era mi escritor favorito y yo su
admirador número uno desde siempre. (Y él tenía razón para dudar: la emoción de
conocerlo me había hecho exagerar). Para colmo yo no recordaba la razón de mi
ausencia, y como no podía responderle simplemente eso se me ocurrió decirle que
a aquella ceremonia sólo podían asistir autoridades de la universidad.
-¿Y ese muchacho?-
me preguntó desconfiado de mis palabras.
-Él era
alumno y autoridad a la vez:- le dije -era el presidente del consejo
estudiantil de mi facultad.
Lo que
era verdad pero Vargas Llosa seguía incrédulo. Así que se me soltó la lengua:
nadie hubiera podido inventar tan rápido todo lo que le conté a continuación a
menos de que sea cierto.
*
Su nombre
completo era Ulises Córdoba y lo conocí en mis primeros días en la UNI. Por aquellos
días, cuando yo no tenía nada que hacer en la facultad, paraba metido en
cualquier lugar donde hubiera alguna computadora disponible con internet. El
consejo estudiantil era uno de esos sitios: tenía su mini sala de cómputo (con
dos o tres computadoras) abierta para los alumnos, y de ahí salía cuando de
pronto se me para en frente un chico más alto que yo, de uno ochenta de altura más
o menos, flaco, con el pelo bien corto, perfectamente peinado y engominado, y
con una cara de zonzo total…
Dije “zonzo” pero la palabra que tenía
en mente era “cojudo”: “una cara de cojudo total”; no lo dije así porque no
quería sonar grosero. Quise decirle también que Ulises parecía una mezcla de
Goofy (o Tribilín) y Ungenio (de “Condorito”) pero no estaba seguro si Vargas
Llosa captaría esas referencias, o si las captaba, tal vez le hubiera parecido
una comparación muy cruel.
… Me
pregunta:
-¿Eres
cachimbo, no?
No sé
cómo se dio cuenta de eso: no me había rapado la cabeza como los demás
cachimbos; supongo que mi cara le pareció nueva. En fin. Le respondo que sí y
me dice:
-Bienvenido
al consejo estudiantil. Soy su presidente. Me llamo Ulises Córdoba. ¿Y tú?
Yo me
quedo en silencio unos segundos sorprendido y pensando: “¿en serio eres tú el
presidente?”. Recupero la compostura y le digo mi nombre. Y empieza a
explicarme qué es el consejo estudiantil y cuál es su propósito. Al comienzo lo
escucho atento pero luego en lo único que pienso es en su voz, su forma de
hablar, sus gestos… si mi primera impresión de él fue que era un zonzo, ahora
estaba prácticamente convencido de ello. Para nada parecía un líder y sin
embargo era el máximo representante del alumnado de la facultad. Empecé a creer
que todo ese asunto del consejo estudiantil no era algo realmente serio o
importante, que era algo de adorno. Pensaba en esto cuando Ulises me extiende
una mano en señal de despedida; antes de despedirnos me dice:
-No lo
olvides: el consejo está para velar por tus derechos y de todos los alumnos.
Nunca
volvimos a hablar así, o sea así de extendido. Nos cruzaríamos varias veces
pero sólo nos saludaríamos. Y cuando más me lo encontraba era en los ratos en
que no había clases en algún aula y cualquier podía entrar ahí a estudiar.
Cuando Ulises iba a estudiar solo pasaba completamente desapercibido: era un
alumno más concentrado en sus cosas. Pero cuando iba en grupo la historia era
otra: era pura risas Ulises; los de su grupo le decían cualquier tontería y él
ya se estaba muriendo de la risa. Era obvio que sus amigos se las decían
solamente para hacerlo reír, y eso que a veces… aunque no sé si eran realmente
sus amigos porque, como decía, a veces era obvio también que se estaban
burlando de él; pero igual Ulises seguía riéndose sin perder ni un ápice de
sentido del humor, no sé si porque le sobraba correa o porque no se daba cuenta
de que le estaban tomando el pelo.
Como
verás, hasta ahora ni rastros del chico que interrumpió tu ceremonia…
Un día,
en mi segundo semestre en la UNI, estoy en plena clase, a media mañana. Todo
está tranquilo hasta que de pronto una voz resuena, aparentemente por un
micrófono, por toda la facultad, y empieza a reclamar por el comedor de la
universidad, o mejor dicho, por la inexistencia de éste. La voz le exige al
rector (es algo simbólico, claro: el rector no está ahí en ese momento) la
construcción de un comedor que le sirviera gratis a los alumnos desayuno,
almuerzo y cena, porque “la UNI es una universidad nacional y, en consecuencia,
del pueblo” recuerdo que repitió varias veces. Y nos animó, medio
exigiéndonos, a nosotros los alumnos en general, a que protestáramos también
por ello. Al comienzo no reconocí la voz porque sonaba muy distorsionada por el
aparato que resultaría no ser un micrófono. Luego todos en el salón sentimos
que la voz se estaba acercando. Nos asomamos, incluso también el profesor de la clase, a
la ventana y es ahí que vi a (ya te puedes imaginar quien) Ulises, megáfono en
mano, andando por los pasillos, protestando.
Fue toda
una revelación. No parecía el Ulises que conocía o que creía conocer. Hasta su
cara se veía distinta. Ahora sí parecía un líder de verdad. Pero rápidamente
pasé del asombro al temor de que en cualquier momento apareciera algún profesor
u otra autoridad y se lo llevara para que luego Ulises sea castigado,
suspendido o hasta expulsado de la universidad. Pero nadie hizo nada; Ulises
protestó todo lo que quiso por media hora. Cuando acabó y en mi aula todos
volvimos a nuestros sitios, antes de reanudar la clase, el profesor empezó a
renegar del consejo estudiantil. Nos contó que el semestre anterior dictaba una
curso un determinado número de horas a la semana, pero que a unos alumnos les
pareció que eran muchas horas para un curso que no creían importante;
presentaron su queja ante el consejo, ¡y el consejo les dio la razón¡ E
intervino con éxito para que le redujeran las horas a ese curso. Al escuchar
eso confirmé la sospecha que tuve al ver que nadie hacia nada por detener las
protestas de Ulises; yo estaba equivocado: el consejo estudiantil sí era cosa
seria, y era de temer.
Pero la
confirmación definitiva de ello la tuve la semana siguiente, cuando a mitad de
otra clase entraron dos alumnos al aula y le dijeron al profesor: “profesor,
con todo respeto, por favor tome sus cosas y retírese. Los consejos
estudiantiles estamos tomando la universidad”. El profesor ni se sorprendió, ni
protestó, ni dijo nada; tomó sus cosas y se fue. Entonces esos alumnos, que
eran dirigentes del consejo, nos explicaron que la toma era por el asunto del comedor;
los alumnos que querían podían unirse a las protestas, y los que no tenían que
abandonar la universidad de inmediato. Yo no podía creer lo que estaba pasando.
Decidí irme. En los pasillos y en el patio de la facultad todo era un
desconcierto total. Ver eso me dio curiosidad de saber cómo estaba la situación
en las otras facultades… Porque, para esto, poco o nada sabía de lo que pasaba
en las otras facultades; cerca de la mía estaba una de las tres entradas a la
universidad por donde entraba y salía todos los días, así que no tenía que
recorrer toda la universidad (que es como una mini cuidad) desde la entrada
principal hasta mi facultad, la que está, se puede decir, bien al fondo… Así
que esta vez sí me recorrí toda la universidad y comprendí, viendo a grupos de
alumnos saliendo confundidos de sus facultades y a otros grupos protestando
(con gritos, con altavoces, con pancartas, etc.) que lo de Ulises la semana
anterior no era algo aislado sino era parte de algo más grande; algo que habían
estado gestando todos los consejos estudiantiles unidos, hasta que ese día se hizo realidad (quizás el
profesor de mi clases interrumpida ese día sabía lo que iba a pasar y por eso
no se sorprendió). En las tres entradas de la universidad empezaban a
atrincherarse decenas de alumnos. Salí por la principal. Pero en el trayecto en
bus a casa, a pesar de todo lo que había visto, no podía terminar de creérmelo:
¿era posible que alumnos pudieran tomar el control de toda una universidad?
Cuando llegué a casa estaba convencido que para el día siguiente todo, de
alguna manera, habría vuelto a la normalidad…
Y lo que son las cosas: en ese momento,
mucho antes de conocer a Vargas Llosa (cuando ni siquiera pensaba que algún día
iba a conversar con él), dudaba de la determinación de aquellos alumnos a la
vez que recordaba un cuento suyo: “Los Jefes”, que trata sobre unos alumnos de un colegio que
fracasan en su intento de armar una revuelta contra su director. Y ahora que tenía a Vargas
Llosa en frente se me olvida comentarle ese recuerdo. ¡Rayos!
… Y volví
a equivocarme. Llegué el día siguiente a la universidad y me encontré con las
trincheras de alumnos ya bien conformadas y prácticamente impenetrables: sólo
vi que dejaron entrar a algunas personas, supongo familiares, llevando víveres
y frazadas. Alrededor de la universidad, docenas de espectadores,
principalmente alumnos y transeúntes.
Fui al
día siguiente y la situación seguía igual; al subsiguiente lo mismo… dejé de ir
después del cuarto día cuando vi que había un cordón de policías (con cascos,
macanas y escudos) bordeando parte del perímetro de la universidad; daba la
sensación de que en cualquier momento policías y alumnos se iban a enfrentar, y
no quería estar cerca cuando eso sucediera. Lo más seguro era quedarme en casa
y estar atento a los noticieros por si salía alguna noticia sobre la UNI. Pero
en un mes ni una sola, ni la más mínima nota que diera alguna señal de cómo iba
la toma. Y como nunca hice amigos en la UNI, o sea no tenía con quien
comunicarme para pedir información, no me quedó otra que ir otra vez sólo para
encontrarme de nuevo con las trincheras de alumnos y el cordón de policías; lo
único distinto ahora era que ya no había curiosos alrededor.
Esperé
otro mes para ir de nuevo y…
La verdad es que mi mamá me despertó a
la fuerza esa mañana y me obligó a ir; esta vez sí luego de días de estar
diciéndole, y ella aceptando, que sería por gusto, que de seguro la toma seguía;
de lo contrario ya habría alguna noticia. Y yo lo decía en serio: estaba
convencido que el fin de la toma era uno de esos eventos que de alguna forma u
otra uno siempre se llega a enterar. O al menos esa era la excusa que le daba a
ella y, principalmente, a mí mismo para ocultar que en el fondo lo que yo
quería era que la toma continuara para seguir de “vacaciones”. Obvio no le conté nada de esto a Vargas Llosa
porque le daría una mala impresión de mí. Así que ese día fui a la universidad confiado
de que todo seguía igual pero…
… aunque
parezca demasiado tiempo de espera no me equivoqué por mucho, porque fui y resultó
que la toma había terminado unos días atrás. Los consejos estudiantiles habían
ganado: la universidad construiría un comedor para los alumnos. Ya no había
policías, las clases habían vuelto a la normalidad. Incluso, para mi mala
suerte, me entero que un examen que había quedado pendiente por las protestas, y
del cual me había olvidado completamente, lo iban a tomar ese mismo día de mi
regreso.
*
-Tuvieron
éxito, qué bueno- me dijo Vargas Llosa emocionado, y me preguntó si en efecto
la universidad llegó a construir el comedor. Le respondí que sí pero que ahí no
terminaba la historia. Y le conté lo que pasó en la inauguración del comedor al
semestre siguiente: luego de las presentaciones y los discursos, con la presencia de cientos
de alumnos, avanza el primer alumno de la cola (él solo, para dar el “play de
honor”) con su bandeja en las manos a recibir su almuerzo, pero justo antes de
que se lo sirvan le dicen: “disculpe, pero antes tiene que pagar un sol”. Y se
armó la marabunta ahí mismo. Consecuencia: los consejos estudiantiles volvieron
a tomar la universidad.
-¿En
serio?- me preguntó Vargas Llosa y le confesé que yo no había estado allí: que
eso era lo que me habían contado; pero dudaba, como él, que las cosas hayan
sido así exactamente. Porque, le aclaré, sí era cierto que la universidad
quería cobrar un sol, lo que obviamente para los consejos estudiantiles era algo
inadmisible; pero al parecer hasta la inauguración del comedor no había nada
pactado al respecto. Esta vez la toma duro sólo dos semanas.
Y le
comenté que, por cierto, fue al mes de estos últimos eventos que sucedió lo de
su condecoración.
-¿Y qué
fue de Ulises? ¿Ya no hubieron más tomas?- me preguntó y le respondí que justamente
las últimas veces que lo vi fue en las protestas por la gratuidad del comedor;
además de aquella vez que lo vi por tv. Y más no supe de él, ni si es que hubo
más tomas. Porque al poco tiempo mi familia me sacó de la UNI muy preocupados
por tantas interrupciones en las clases, y… porque estaba jalado en todos mis
cursos. Así que haciendo un gran esfuerzo me enviaron a una universidad particular, la San Martín, donde los cursos son menos complicados y
nadie tiene ánimos de protestar. El consejo estudiantil de mi nueva facultad, por
ejemplo: su única preocupación era organizar viajecitos de placer a los que sólo
iban sus miembros y amigos cercanos a estos. Eran unos “argolleros” (esto te lo
digo a ti; no se lo dije a Vargas Llosa porque no estaba seguro que conociera
esa expresión)…
***
Está bien haber estudiado en la UNI te libera de tu apodo de PITUCO.
ResponderEliminarel estado de mi unica mochila habla por mi
EliminarHablas de la bolsa: 12 por 1 sol?
ResponderEliminar(mi respuesta tardía) jaja, qué maleada
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