Aquel hombre y sus seis mujeres vivían juntos en una misma casa. Él a cada una de ellas las amaba por igual, y ellas lo amaban a él en igual medida; si las leyes se los hubieran permitido ya habrían celebrado seis matrimonios; no porque necesitasen de documentos que confirmaran su amor, sino simplemente para cumplir con las formalidades y tener todo en regla. Aun así, y aunque la dicha hubiera sido mayor con hijos, se sentían una familia de verdad, y como tal, nunca pensaron siquiera en mantener ocultos los lazos que los unían y su estilo de vida. Justamente ese estilo de vida sería la razón por la que las autoridades chilenas los deportarían a Perú, su país de origen.
Era un flagrante delito contra la moral, concluyeron aquellas autoridades, y de acuerdo con ellos estaba la profesora Espinoza, quien justamente se encontraba opinando sobre la noticia del momento al inicio de su clase de lenguaje para el primero de secundaria.
Entre sus alumnos estaba Rafael, quien tenía fija en la mente las imágenes que había visto por televisión de aquellos compatriotas llegando al aeropuerto Jorge Chávez. Verlos responder a la prensa le hizo sentir que, a pesar de las dificultades actuales que estaban atravesando, saldrían adelante. Los reportajes que contaban los detalles de la vida de ellos juntos, retratándolos como seres humanos con sus virtudes y defectos, no hicieron más que reforzar su opinión. Recordó entonces los otros reportajes, que con un discurso como el de la profesora, parecían olvidar lo que para él era lo más importante y lo más obvio. Se indignó. No esperó a que la profesora pidiera la intervención de algún alumno, y, permaneciendo sentado, la interrumpió:
-Pero si no le hacen daño a nadie, ¿cuál es el problema?, profesora.
La profesora Espinoza vaciló por unos instantes; le parecía tan obvia la respuesta a esa pregunta, que le sorprendió que se la hiciera el alumno que venía con las credenciales de haber sido el primer puesto el año anterior. Le respondió entonces que esas personas desafiaban abiertamente las normas de buena conducta de la sociedad, y que uno, en especial si se es católico, no podía quedarse quieto sin protestar.
-Aún no me dice a quién o quiénes les hacen daño, profesora- insistió Rafael.
Le quedó claro a la profesora que la pregunta anterior no tenía nada de inocente, y que era momento de bajarle los ímpetus a ese alumno. Con un tono de voz más severo, en vez de responderle esta vez, le cuestionó cómo era posible que, siendo alumno de un colegio salesiano, no pudiera darse cuenta de la forma constante en que esas personas ofendían a Dios, y del mal ejemplo que podría cundir si no…
-No está respondiendo mi pregunta, profesora- la interrumpió Rafael.
Esta vez la profesora Espinoza se enojó de verdad y le recriminó por su cada vez más insolente aptitud. Trató de hacerle sentir mal diciéndole lo decepcionada que estaba de él: el mejor alumno del sexto grado, que llegaba al primero de media muy bien recomendado por los profesores de primaria.
-Sigue sin responderme, profesora; y peor aun, ha cambiado de tema.
Rafael sería enviado directamente a la oficina del padre Rogelio, director del colegio, y sus compañeros no sabrían nada de él en los siguientes días que restaban de la semana. Especularían lo que habría pasado en esa oficina, asombrados por el giro en 180 grados de la personalidad de su compañero, quien hasta tenía ganada cierta fama de lambiscón de profesores y curas, y que hacía unos meses nomás, en la clausura del año escolar pasado, subía al estrado a recibir su diploma.
El lunes siguiente Rafael regresó, y no tuvo problemas en poner al tanto a sus compañeros, aunque, les advirtió, no había mucho qué contar en sí: al igual que con la profesora, él no hizo más que repetirle la misma pregunta al director, varias veces porque éste no le podía dar una respuesta clara y directa. El padre Rogelio perdió la paciencia y mandó a llamar a sus padres. Entonces, se produjo un “todos vs. Rafael”, que tuvo como resultado que lo suspendieran hasta ese día lunes.
-Pero es que díganme- continuó – ¿qué tiene de malo que un hombre viva con varias mujeres, todos de acuerdo y felices, y sin hacerle daño a nadie?
Quienes lo escuchaban se miraron entre sí sin saber qué responder, hasta que Sebastián, uno de sus mejores amigos, dijo:
-Nada…- Rafael se emocionó porque creyó al fin haber encontrado a alguien que estuviera de acuerdo con él, pero… - porque imagínate lo rico que debe ser vivir con seis mujeres a la vez.
Todos rieron. Rafael, desilusionado, fingió.