El papá de Javier era un comerciante que logró ser exitoso a pesar de sólo tener secundaria completa. Sus bajas calificaciones y falta de medios le impidieron asistir a alguna universidad o instituto. Pero, lo que carecía en formación académica y dinero, lo compensaba, y con creces, trabajando. Empezó desde muy joven, en plena adolescencia, y desde abajo: hacía encargos, llevaba cosas de un lugar a otro, limpiaba donde se le ordenara. Pero no se conformaba con simplemente cumplir con sus obligaciones, se preocupaba también en aprender más sobre cómo funcionaba el negocio en cada centro de trabajo al que iba; conocimientos que, con el pasar del tiempo, le permitirían conseguir mejores puestos laborales. Hasta que, con casi treinta años de edad, una esposa y un Javier infante, sintió que tenía la experiencia suficiente para iniciar su propia empresa; y lo hizo. Los primeros años prácticamente no se movería de la capital: sus socios y clientes eran en su mayoría de Lima, pero poco a poco, conforme obtenía más contactos en otras regiones, empezaría a viajar más seguido; a veces por unos días, otras por un par de semanas, pero no más. Sin embargo su último viaje no fue así. Cuando había pasado más de un mes, por teléfono les decía a su esposa y tres hijos que tenía un gran negocio entre manos, que le tuvieran paciencia y que los extrañaba mucho; y le prometió a Javier que de todas maneras llegaría para su décimo cumpleaños. Cuando pasaron dos meses, ya no quería hablar con sus hijos, sólo con su esposa. A veces Javier y sus hermanos se escondían cerca para poder escuchar de qué hablaban, y fue en esos momentos en que notó que su mamá ya no conversaba afectuosamente con su papá, sino cada vez más enojada. Hasta que un día ella colgó con furia el teléfono y empezó a llorar. Javier y sus hermanos salieron de donde estaban escondidos, muy asustados.
-“Su padre no va a volver, niños”, nos dijo mamá tratando de contener el llanto- dijo Javier y se le resquebrajó la voz -nos acercamos a ella, nos abrazamos, y lloramos juntos- continuó y empezó a sollozar - eso fue hace cinco años, y desde entonces poco o nada sé de mi papá… yo lo admiraba… lo admiraba mucho…- diría antes de entregarle el micrófono al padre Clemente. Éste le devolvió su vela y Javier retornaría a su sitio mientras el sacerdote retomaba la palabra.
Sebastián siempre había pensado que Javier era un chico arrogante por sus habilidades atléticas y simpatía entre las chicas, pero ahora, luego de escuchar su testimonio y viéndolo cabizbajo recibiendo palmadas en los hombros por quienes lo rodeaban, no supo qué pensar. Por un instante se sintió tentado a identificarse con él por compartir ambos historias familiares parecidas, pero, entonces, recordó su soberbia y sus patanerías, y rápidamente desestimó ese y otros sentimientos solidarios. Concluyó que Javier no era más que otro chico arrogante, pero con una historia poco feliz de fondo. “Snif, snif” murmuró, burlonamente.
Cuando el siguiente alumno pasó al frente y tomó el micrófono, supo Sebastián que la situación iba a empeorar.
El salir a hablar no era un acto obligatorio; el padre Clemente, entre reflexión y reflexión, invitaba a que los alumnos voluntariamente compartieran testimonios de vida, mientras como música ambiental, proveniente de una modesta radio casetera (sobre la mesa que estaba detrás del padre, el único mueble en la habitación), sonaban tristísimas canciones religiosas.
Entendió Sebastián que nada era casualidad, y que todo iba de acuerdo a un plan, el que había empezado cuando el hermano Alejandro, asistente del sacerdote, le entregaba un sobre a cada uno de los estudiantes al inicio de la velada espiritual.
-Son cartas escritas por sus seres queridos- explicó el padre Clemente.
La de Sebastián provenía de su madre, quien en pocas palabras le decía estar orgulloso de él por sus notas y comportamiento, y que nada tenía que reprocharle. Minutos después de haberla leído, y que el hermano Alejandro terminara de repartir las velas, se apagaron las luces y, conforme las velas se fueron prendiendo, notó Sebastián el cambio en los rostros de sus compañeros: había desaparecido completamente cualquier atisbo de picardía; todos estaban completamente serios. Obviamente, las cartas no habían sido muy felices para ellos.
Divorcios, separaciones, abandonos, maltratos, falta de afecto, de comprensión; los testimonios continuaban y las emociones fueron aflorando hasta que llegó un punto en que varios ya no intentaban ocultar su llanto, lo que provocaba en Sebastián que su apatía, incomodidad, y desapego hacia sus compañeros creciera, y también su escepticismo; le costaba creer que lo que estaba viviendo en ese momento era algo real. Apenas se conmovió un mínimo cuando sus amigos más cercanos salieron también a contar sus historias; hubiera preferido no haberse enterado de detalles tan personales.
Entonces Guillermo tomó la palabra:
-Yo no vengo a hablar de mis padres; ellos están bien. Estarían mejor si es que yo les llevara mejores notas, pero en general están bien. Pero sé que no sería así si les contara todo lo que me pasa en el colegio. Ustedes saben a qué me refiero. Tal vez les de risa ver cómo me golpean, cómo me agarran de punto de sus bromas y burlas. Yo incluso también a veces me rio, pero si lo hago es por frustración; ya no se qué hacer, créanme, no es gracioso. No voy a decir nombres, ustedes saben de quienes hablo, y ellos lo saben muy bien también. Y a ellos les quiero decir que deseo y ruego con toda mi alma que el retiro les haga cambiar; yo estoy dispuesto a perdonarlos…
Sebastián los buscó con la mirada. Estaban en grupo, cabizbajos.
Como ya no hubo más voluntarios, el padre Clemente le pidió al hermano Alejandro que detuviera la música y al alumnado que se pusiera de pie y apagaran sus velas. En la oscuridad total empezó a rezar, pero no recitando oraciones clásicas como el Padre Nuestro o el Ave María. Empezó diciendo “Señor…” y continuó con una oración que mezclaba plegarias y discurso motivacional, muy bien articulada y perfectamente medida en su ritmo de crecimiento de intensidad y optimismo; si hubiera exclamado varias veces “¡aleluya!” cualquiera hubiese pensado que más que un cura católico era un pastor evangélico. Luego de decir “amén”, mandó a que se prendieran las luces y a poner de nuevo la música, pero esta vez el tono de la misma ya no era sombría ni reflexiva, sino de celebración, y de inmediato empezaron los abrazos entre los alumnos, palmadas en las espaldas y hombros, estrechamientos de manos. Aunque no le gustaba para nada esa escena de un montón de muchachos llorosos dándose consuelo, Sebastián se sintió aliviado porque eso sólo podía significar el final de la velada. Le fue inevitable dar muestras de afecto a quienes estaban a su alrededor, y así, poco a poco, fue en busca de sus amigos para abrazarlos, y lo hizo como quien cumple mecánicamente un contrato o reglamento. De reojo vio como los abusadores de Guillermo le pedían disculpas.
La semana siguiente los profesores notaron el cambio en el comportamiento de la promoción 99, y bromeaban preguntando cuándo volverían las cosas a la normalidad. Sebastián se preguntaba lo mismo y la respuesta la obtuvo casi dos semanas después, cuando vio cómo, en el recreo, a Guillermo se le despojaba de su merienda por los mismos alumnos de siempre, entre ellos Javier.
La infancia de Javier hijo, podría fácilmente ser la excusa de la existencia de los niños abusivos pero como este mundo no es lógico, esa solo podría ser una opción.
ResponderEliminarTal vez la ausencia de su padre sí haya influido en su formación pero yo creo que no siempre es así, en ese caso tu también serías de los abusivos, mi chica no sería profesional y sería una rebelde de lo peor(sus padres se separaron desde pequeña), mis sobrinos no serían los peores en su clase(mi hermano y mi cuñada son profesionales, padres excelentes y siempre les han enseñado valores) ni mis hijos serían tan buenos estudiantes y profesionales(teniendo en cuenta que por mi condición casi siempre estuve ausente).
Es mi humilde opinión... me entretetuvo bastante esta historia, como todas tus entradas, un éxito más para tu colección. Un abrazo amigo.
creo que todo lo que escribes es casi real. es gente comun con problemas comunes. Tiene una secuencia logica y buen contenido de informacion, es como si leyera una serie semanal, la redaccion es buena siempre y mejora, trato de ser objetiva y no alagar mucho. cuando no me guste algo te lo digo, por mientras me parece que eres un buen escritor de cuentos uno de los mejores. un beso desde el fin del mundo.
ResponderEliminarWow, que buena historia en verdad. Me hizo recordar el único retiro espiritual al que fui obligado por el colegio, pero no fue ni parecido al de la historia. Cuando recordé el pasado me desconecté totalmente de la historia por un momento pero luego pude seguir leyendo. Si en la parte de abajo no dijera "cuento, ficción" creería que se trata de un recuerdo tuyo. Es tan... real. A cualquiera pudo haberle pasado. Saludos.
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Visiten mi blog y, por favor, comenten ಠ_ಠ!! http://bit.ly/rjXLNN
hola anonimo. te leo y me da la sensacion que la mayoria de matrimonios fracasa, al menos los que conozco de cerca terminaron mal...
ResponderEliminarun abrazo, hermano, gracias por tu comentario
gracias, bellarte. cualquier opinion, critica y beso desde el fin del mundo es bienvenido jeje.
ResponderEliminarun fuerte abrazo :)
hola victor. genial si te hice extraviar por unos instantes en tus propios recuerdos, es uno de mis objetivos contando historias cotidianas. gracias por comentar. un fuerte abrazo.
ResponderEliminarHermano! En mi blog, te dejé un pedido. Espero que no me ignores jeje, eres uno de los que me interesaría saber su nombre real.
ResponderEliminarNo hay qué hacer...Para leer una buena historia y pasar un momento agradable entre líneas, se debe leer tu blog. Cien por ciento recomendable. Buen post. Un fuerte abrazo, como de gol.
ResponderEliminarJhonnattan Arriola
La historia de Javier, me es muy cercana, mis primas que son como mis hermanas, pasaron por esto...el padre que se va para "superarse" y termina abandonando a su familia. Solo puedo decirte que es devastador para la familia, un dolor inmenso que deja huella por siempre. Ellas quedaron con un resentimiento tal que se reflejó en cada relación y porsupuesto en el colegio.
ResponderEliminarQuizás el Javier de tu historia tenía heridas, muchas heridas...que le hacían atacar a los demás. El dolor se expresa de mil maneras, a veces no escojemos la mejor.
Preciosa historia... y que dá para reflexionar montones.
Un abrazo.
Hola Ludobit!! Me gusta mucho como escribes, eres claro y el lector se siente identificado muchas veces y eso es muy bueno porque atrapa. Esta historia deja muchos puntos para reflexionar.
ResponderEliminarBesosssssss
Concuerdo con todos, tu prosa es una de las que más me ha motivado a escribir cuentos...lo haces de modo muy natural! eso inspira...Por otra parte, hablando del relato en sí, sí, es la típica de los muchachos, así que escribiste algo real y lo narraste de manera muy real...Genial.
ResponderEliminarPdta: Buena idea la de titulas siempre tus entradas con un pedacito del mismo.
hola ex anonimo jeje. luego paso tu blog. saludos
ResponderEliminarhola jhonnattan. gracias por tu comentario. me gusto esa frase, un abrazo como de gol, creo que la incluire en mi floro diario jeje. un abrazo.
ResponderEliminarhola mimy. hay tanto en el desarrollo de la personalidad, q definitivamente la relacion con los padres debe ser una de las mas fundamentales. gracias por comentar. un fuerte abrazo :)
ResponderEliminarhola gabriela. me alegra q te guste mi cuento, gracias por tus palabras. un abrazo
ResponderEliminarhola paty. muchas gracias por tus palabras. besos.
ResponderEliminarp.d: guardame el secreto ;)
Ludobit, esta entrada me gusta mucho, además que hiciste una vuelta al final muy buena sobre el texto. El texto está muy bueno y el corte urbano me hizo pensar en los bullis de los colegios y parte de una realidad de muchas escuelas del mundo. Muy buen realto
ResponderEliminarun abrazo
hola mixha. ojala se encuentre a una solucion para los bullis algun dia. gracias por comentar. un abrazo :)
ResponderEliminarHola, Ludobit, es la primera vez que entro, vi tu comentario en un blog amigo y me dio curiosidad.
ResponderEliminarLo que leí me gustó, así que voy a quedarme como seguidor, si tienes ganas, puedes darte una vuelta por mi espacio.
Un cariño.
Humberto.
www.humbertodib.blogspot.com
hola humberto, gracias por pasar por aqui y copiar y pegar tu comentario jeje
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