domingo, 17 de julio de 2011

La corbata en el bolsillo

Sebastián no era un rebelde sin causa con tendencias autodestructivas, ni mucho menos alguien que mantuviese en vilo a los miembros de su familia. Éstos no tenían de qué preocuparse siendo él uno de los primeros puestos de su clase y con una calificación en conducta casi perfecta. Pero lo cierto es que, al igual que otros adolescentes, Sebastián tenía esa tendencia a ahogarse en un vaso de agua creyéndose el eterno incomprendido, echándole la culpa al resto del mundo por los problemas que lo aquejaban. Fácilmente se resentía, y esto, a diferencia de los que él llamaba “típicos adolescentes rebeldes” (en su afán de diferenciarse), se acentuaba mucho más en él, porque aquellos no tenían problemas en expresar su disconformidad, en cambio él enmudecía completamente dejando que sus rencores y odios se acrecentaran en su interior. De no haber cambiado de aptitud, lo más probable es que Sebastián hubiera terminado el colegio con úlceras, problemas en el hígado y el corazón.
Fue en 1997, cuando Sebastián cursaba el tercero de secundaria, que se produjo tal cambio.
Se acercaba el día del padre de aquel año y, consecuentemente, se acercaba también la ceremonia del día del padre de aquel año en su colegio, el salesiano Rosenthal. Al profesor apodado como La Piedra (por los huesos angulosos y prominentes de su rostro) le habían dado la orden de seleccionar al alumno que daría el discurso para la ocasión. ¿Quién fue el elegido? Exacto, Sebastián. Ahora resulta que Sebastián tenía una semana para escribir un discurso que resalte las virtudes de un padre. Pero ¿en qué ejemplo de virtud iba a basar su discurso si no veía a su papá desde que era un infante? ¿Cómo hablar sobre el amor y respeto que un hijo debería tener hacia su padre si él odiaba al suyo? ¿Cómo podría luego llamar hipócrita a la sociedad si él, dando ese discurso, se convertiría en un hipócrita más? Y ¿por qué carajo no le dijo a La Piedra todo eso? Porque si el profesor lo hubiera sabido no le habría pedido que dé ese discurso, ¿verdad? No, no era verdad, y Sebastián lo supo horas después cuando fue a hablar con La Piedra: con o sin padre, la decisión ya había sido tomada, además, “nadie sabe lo de tu papá”, le dijo. Cojudo*, o más bien huevón* (si es que huevón es más que cojudo en niveles de asombro) quedó Sebastián ante tal contundente y pragmática justificación; tan insensible como cierta. Al verlo así, La Piedra tuvo algo de compasión por su alumno y le dijo como consuelo que no se preocupara por escribir nada, que él lo haría y que luego le pasaría el texto.
Entonces se le ocurrió a Sebastián sabotearse así mismo el día del ensayo. Si La Roca no lo iba a reemplazar por otro, estaba seguro que el cura director sí lo haría al escucharlo leer tan mal. Al cura director le importó un bledo su mala performance, es más, a la mitad lo interrumpió, le dijo en voz alta “ok”, y pidió que los siguientes en ensayar pasaran al escenario. Sorprendentemente, Sebastián no se desmoralizó. La aptitud del cura director le había dado una esperanzadora sospecha, pero tendría que esperar el momento mismo de su lectura en la ceremonia para corroborarla.
Llegado el día D (un sábado en la noche), y luego que el presentador lo anunciara, Sebastián subió y se dirigió al centro del escenario, mirando a cualquier parte menos al público, teniendo cuidado de no tropezarse con algún cable. Frente al micrófono, un suspiro y leve carraspeo le hizo saber que todo estaba funcionando bien. Abrió el fólder que contenía el discurso y empezó a leerlo, esforzándose en hacerlo lo mejor posible. Luego del fin del primer párrafo, alzó un poco la mirada y vio a los asistentes: más o menos medio millar de personas aglomeradas en el patio de la secundaria del colegio, entre gente sentada y de pie, entre padres de familias y otros familiares, alumnos, profesores y autoridades del colegio; y prácticamente nadie prestándole atención. Recordó al cura director en el ensayo, y confirmó entonces su sospecha: a nadie le importaba ese discurso. Siguió leyendo, ahora sin tener en cuenta cómo lo hacía, mientras terminaba de entender que sólo era un alumno más frente a un micrófono, leyendo un pedazo de papel; así de simple era la situación. Sin saber exactamente cómo, creyó haber encontrado la solución a la gran mayoría de sus problemas, y conteniendo su euforia procuró terminar lo más pronto posible.
El Sebastián que bajó del escenario era alguien distinto del que subió. Consciente de ello, Sebastián sólo lamentó no haberse atrevido a realizar algunas de las ideas que pasaron por su cabeza mientras leía, ya despreocupado, el discurso.
A finales de 1999, cuando se enteró de que daría el discurso de despedida a nombre de su promoción, en la clausura del año escolar, recordó esas ideas.
Luego de unos primeros minutos de lectura, con la más completa y total solemnidad, Sebastián hizo una pausa extraña, gesticulando con el rostro como si algo le incomodara. Suspiró y volvió a hablar:
-¿Saben qué? Hoy es mi último día en este colegio, al igual que mis compañeros de promoción, y no quiero aburrir a nadie…- Cogió el papel de su discurso formando una esfera con ella, la que introdujo en el bolsillo derecho de su pantalón, cerró el fólder que contenía ese papel y se lo puso debajo del hombro del mismo lado. -… Han sido años con sus cosas buenas y malas, como todo en esta vida…- Se quitó y guardó la corbata en el bolsillo izquierdo del pantalón, y se desabrochó el botón del cuello. -… Pero igual, estoy seguro que no olvidaremos el tiempo que hemos vivido aquí…- Sacó el micrófono de su sostenedor y dio unos pasos adelante. -… Por eso, sin más, solo quiero agradecerles a todos los profesores y sacerdotes por enseñarnos tanto. Y a mis compañeros decirles que les deseo lo mejor; se lo merecen muchachos. Muchas gracias.
Finalizó el discurso y empezó un estruendo de gritos y aplausos proveniente de sus compañeros de la promoción 99, los únicos que se mostraron felices porque el resto, especialmente curas y profesores, no vieron con tan buenos ojos tanta improvisación. Y trasgrediendo aun más el protocolo, en vez de salir por el lado izquierdo, Sebastián, luego de entregarle el micrófono al presentador, bajó por la parte delantera del escenario con un pequeño salto y fue directo hacia sus compañeros, quienes lo recibieron aun con más bulla.
En su casa, horas después, cuando se despojaba de su terno, sacó todo lo que tenía en los bolsillos. Encontró, arrugadísimo, su supuesto discurso. Supuesto porque del discurso propiamente dicho sólo tenía escrito las únicas líneas que leyó ese día; lo que seguían eran pautas de los gestos que tenía que realizar, y las frases que no habían sido improvisadas sino memorizadas en los días previos, cuando ensayaba en su habitación lo que tenía planeado. Lo contempló brevemente y se preguntó si es que no era contradictoria la seriedad impuesta a ese plan, siendo él alguien que había aprendido, en aquel lejano discurso del día del padre, a no tomarse demasiado en serio así mismo. No tardó en desdeñar esa pregunta y guardó el papel en un cajón. Más tarde decidiría qué hacer con él.


NOTA:
* cojudo y huevón (en Perú, no sé si en otros países): tonto, bobo, lelo, estúpido 

22 comentarios:

  1. Hola Ludobit!! Muy bueno!! Hay formas de ser o actitudes que quizás parecen desaparecer. Pero el minuto menos pensado se asoma como una burla.
    Besossssss

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  2. Ludobit me pareció muy interesante de la realidad en muchos colegios peruanos e instituciones. Me pareció interesante el final el chico que toma las riendas de su vida y ya no le importa el qué dirán ni nada por el estilo, excelente relato, besos

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  3. hola gabriela. gracias por seguir mi blog :)
    un abrazo.

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  4. hola mixha. me alegro que te haya gustado. gracias por tu comentario. un abrazo

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  5. No hay mejor arte que el de la improvisación. En cierto modo me siento identificada con Sebastián, yo también he sido el blanco ideal para pronunciar discursos.

    Tengo una curiosidad: El de las fotos eres tú?

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  6. Amo a Sebastián. Jajajjajaja. Saludos muy bueno. Y en mexico si sabemos que es huevon.

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  7. hola paty. gracias por tus palabras. el de la foto no soy yo, solo lo puse como referencia jeje. un abrazo

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  8. hola bellarte :)
    al parecer "huevon" es mas universal de lo que creia jaja. un abrazo

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  9. Hola! Ahora ya sé qué leer en noches como esta en las que mi sueño se fue de rumba :) Muy lindo relato!

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  10. jaja, hola ladesastre. me alegra que mi relato te ayude como somnifero :)
    un abrazo

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  11. Hey Ludobit al parecer Sebastián era de los chancones no?


    Sigue escribiendo hermano, quisiera conocer la historia del gran amor de Sebastián

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  12. Pero si Sebastian no es ningún cojudo, ni huevón, a lo sumo un poco pavo, pero eso lo curan los años... se parece peligrosamente a tantos blogueros que han decidido ir mas allá de las trivialidades del día a día, y usar la cabeza para algo más que llevar el gorrito...a quien le caiga el guante... Un saludo

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  13. hola anonmo. bueno, lo de chancon depende del nivel de exigencia de cada colegio creo. sobre tu pedido, todo a su tiempo jeje. un abrazo y gracias por la visita

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  14. Ludobit me pareció muy interesante de la realidad en muchos colegios e instituciones. Este está mas alrgo q el anterior, te agrego a mi blogroll!

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  15. hola maxwell, gracias por comentar. yo tambien te agrego a mi blogroll. por cierto el que viene es mas largo aun jaja. saludos

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  16. Gracias por comentar en rodar y volar...Encuentro interesante tu bloc...Besos

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  17. en españa tambien hay huevones, un placer leerte, volveré x aqui. un abrazo.

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  18. hola carmen. gracias por pasar. besos para ti tambien

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  19. hola txema. gracias por el comentario y un abrazo desde peru. saludos

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  20. Hola Ludobit, me encantó el relato, tengo que ponerme al día con el resto!!
    Muchísimas gracias por pasar por uno de mis blogs y dejarme tu comentario, es un honor saber que te gustó el poema!!
    Desde ya me tienes como seguidora así que sigo leyendo...


    Saludos!!

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  21. hola patricia. me alegra que te encantara el relato. yo tambien te voy a seguir. saludos y abrazos

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