Marcos practica
unos redobles en la batería. Félix afina su guitarra eléctrica. Sebastián
improvisa en el bajo eléctrico a modo de calentamiento. Cómodamente sentados se
alistan a ensayar. No es una escena nueva; Leonardo ya la ha presenciado varias
veces en los últimos tres meses, pero hoy siente la necesidad de atesorar esa
imagen: se queda de pie en la entrada de su sala, contemplándolos. Ellos notan
su presencia, detienen lo que hacen y lo miran extrañados.
-Ok, a ensayar-
se apresura a decir Leonardo antes de que le hagan alguna pregunta.
Toma su guitarra
de palo, se sienta y les dice el nombre de la canción. Empieza él con la
introducción de “crazy little thing called love” de Queen, y unos compases
después le siguen los demás. A mitad de la canción Leonardo detiene todo:
-Parecemos la orquesta del Chavo del Ocho- les dice y todos se ríen.
-¿Porque sonamos
descuadrados o por los instrumentos?- le pregunta Marcos abriendo los brazos y
señalando con sus baquetas la batería: el bombo es la caja de un televisor
antiguo de veintinueve pulgadas; el tambor y los toms son una olla y baldes; los
platillos, lo más auténtico del set, son platillos viejos y rotos. Y el pedal
del bombo, una joyita de la ingeniería casera, es la unión de pedazos de madera,
retazos de tela y elásticos.
-Cuando toques
bien te construyo una de verdad- le responde Leonardo porque había construido
esa batería para enseñarle a tocar -Desde el comienzo, otra
vez.
En ninguno de
esos comentarios hubo mala intención; eran bromas. Leonardo y Marcos tienen
diecisiete años y son mejores amigos el uno del otro desde el colegio: la gran
unidad escolar Alfonso Ugarte. Por esa amistad es que Leonardo le había
propuesto a Marcos ser baterista, a pesar de que Marcos no supiese nada sobre
hacer música.
-Yo te enseño-
le había dicho Leonardo en su afán de convencerlo.
-No sé, Leo.
Estoy full con mi preparación para la universidad- le dijo
Marcos.
-Es un par de
horas a la semana nomás.
-Para ti fácil
porque estas de vago.
-No estoy de
vago… sólo que por un tiempo quiero probar qué tal me va con la
música.
-Además ¿tienes
batería acaso?
-Puedo construir
una “bamba” para que practiques.
-¿Y desde cuándo
sabes tocar batería?
-Mira, tú di que
sí y dame una semana para aprender- rieron ambos.
-¿En serio?-
preguntó Marcos.
-Di que sí
nomás. Carajo, Marcos, no me digas que no te parece “bacán” la idea de ser parte
de una banda de rock.
-Ok, ok. ¿Pero
en serio se puede aprender a tocar batería en una semana?
-Yo sí. Tú no
sé.
Y fue así. Luego
de que le tomara un día construir la batería (invirtió la mayor parte de ese
tiempo en el pedal del bombo) Leonardo, en lo que restaba de la semana
establecida, con sólo escuchar y reinterpretar la percusión de distintas
canciones rockeras aprendería lo suficiente como para convertirse en el maestro
de su mejor amigo. Hoy, aunque Marcos lleva el ritmo sin problemas no puede más
que tocar versiones simplificadas, con menos repiques y redobles, de las
canciones del modesto pero creciente repertorio de la banda.
-Una vez más-
les dice Leonardo al finalizar la canción.
Es un día
importante: hoy irán por primera vez a una sala de ensayo y todos están
emocionados, pero Leonardo intenta ser menos emotivo y más racional al respecto.
Sabe que será la prueba de que si tienen o no futuro. Hasta el momento está
satisfecho con el desempeño grupal pero es consciente que con los equipos e
instrumentos que están tocando ahora no se puede llegar a una conclusión. La
guitarra y bajo eléctrico no tienen el logo de alguna marca; los compró en los
alrededores de la plaza Dos de Mayo, hace medio año, en donde abundan las tiendas
de instrumentos musicales hechos prácticamente de forma artesanal y por ello
baratos. O mejor dicho, baratos en comparación con los que se venden en tiendas
prestigiosas, en las que además no se puede regatear, lo que sí se puede hacer
en las de Dos de Mayo, y esa característica sería fundamental. Porque Leonardo
había llegado a esa zona con la intención de comprar sólo una guitarra
eléctrica, pero analizando bien la situación comprendió que buscando y
regateando podría regresar a su casa también con un bajo.
-También tengo
parlantes a buen precio- le dijo el vendedor que aceptó el regateo por los dos
instrumentos.
-No, así nomás,
gracias- le dijo Leonardo porque, además de ya no tener dinero, sabía cómo
fabricar los suyos propios: la guitarra de Félix está conectada a una
destartalada radio casetera, y el bajo que toca Sebastián, a nada menos que la
misma caja que hace de bombo de la batería; caja que Leonardo convirtió en
parlante reutilizando las piezas de un viejo e inservible equipo estéreo.
Leonardo sabe
que la calidad del sonido nunca va a ser buena, por eso no la toma en cuenta; lo
que juzga es la precisión musical: que estén afinados, tocando las notas
correctas en los momentos exactos, sin perder el ritmo; si todo eso se cumple
significa que lo están haciendo bien.
Félix, su
hermano menor por dos años, es el que menos le preocupa, sabe muy bien de lo que
es capaz de hacer. Crecieron tocando la guitarra de palo de su padre y de esa
actividad les nacería el amor por la música, que los llevaría a enrolarse en la
banda de su colegio en donde Leonardo aprendería a tocar tuba y Félix, trombón.
Cualquiera diría que Leonardo siendo mayor sabría tocar mejor la guitarra, pero
no es así. Cuando, a los quince años, se dio cuenta que no podría igualar la
digitación de Félix no se frustró ni se sintió mal, porque descubrió que no era
su ambición dominar un instrumento específico sino saber de música en general.
Por eso, mientras Félix progresaba en el dominio de acordes y rapidez en
ejecución de escalas, Leonardo desarrollaba un mejor oído y apreciación de la
música. Así fue como empezó a notar que al virtuosismo de su hermano le
faltaba pulir, y que él, Leonardo, con sus conocimientos le podría ayudar en
ello. Pero era una tarea difícil de realizar teniendo sólo una guitarra, y para
colmo de palo porque le impedía a Félix llegar a notas más agudas como las que
sonaban en los solos de las canciones rockeras que trataba de imitar. Y por eso
decidieron comprar una guitarra eléctrica.
-Ahora tu
favorita, Sebas- le dice Leonardo luego de que ya tocaron un par de canciones.
Sebastián sonríe porque “another one bites the dust” (otra de Queen), que le
gusta pero no es su favorita, empieza con un solo de bajo.
Entonces los
oídos de Leonardo se concentran en el bajista, quien comparte con Marcos el
estatus de aprendiz. Félix es quien hace de su profesor y quien disipó sus dudas
sobre la complejidad del instrumento con una simple pero brillante primera
lección:
-Ok Sebas, con
tu mano derecha haz una pistola- le dijo Félix mostrándole
cómo.
-¿Así?- le
preguntó Sebastián repitiendo el gesto. El bajo colgaba de sus
hombros.
-Bien, bien.
Ahora así como está tu mano apóyala en el bajo con tu dedo índice sobre la
cuerda más gruesa- Sebastián obedeció -ahora- continuó Félix -con el índice de
tu mano izquierda presiona el primer traste de esa cuerda- Sebastián volvió a
obedecer -ya, ahora con que tu dedo índice derecho jala la cuerda, despacio
nomás- Sebastián lo hizo y una nota grave y áspera sonó por la caja parlante
-listo. ¿Ves?, no es tan difícil- concluyó Félix y Sebastián sonrió
orgulloso.
Leonardo ve los
dedos de su vecino y percibe cierta rigidez que le impide al bajista realizar
secuencias de notas más rápidas y complejas. Sebastián ha progresado pero aún le
falta.
La reserva de la
sala de ensayo fue también un momento especial. Fue ayer en la noche. Estaban
los cuatro reunidos alrededor de un teléfono público cuando Leonardo hizo la primera de dos
llamadas, y es que en esa primera llamada no pudo completar la información
necesaria para hacer la reserva, faltaba un dato importante: ¿cuál es el nombre
de la banda? Hasta entonces no habían hecho más que jugar con el tema utilizando
nombres chistosos. Ahora tenían que tomar una decisión rápida porque el
encargado de la sala le había dicho a Leonardo que sólo le quedaba libre una
hora específica. Nadie sugería nada.
-Ya, el primer
nombre que salga- dijo Marcos.
Y segundos
después, sin saber cómo ni por qué tenía esa palabra en la mente, habló el
hermano de Félix:
-Edén.
Nadie celebró pero tampoco nadie protestó.
Leonardo hizo la
reserva. Sería al día siguiente, sábado (o sea hoy), al mediodía, en San Miguel, cerca a la
plaza de Magdalena. Una hora, diez soles.
-Dos soles
cincuenta por cabeza, gente- les dijo Leonardo y todos estuvieron de acuerdo en
que era un buen precio y un buen lugar.
*
Es
poco más de la una de la tarde. Los integrantes de Edén salen de la sala de
ensayo: un cuarto no tan grande pero cómodo cuyas paredes y piso estaban
cubiertos por un tapiz azul, y por supuesto equipado con instrumentos de verdad.
Los muchachos, ya en la calle, disfrutan la fresquísima sensación de haber
tocado por una hora canciones de sus grupos favoritos: Queen, Santana,
Beatles... Entonces se apresuran en intercambiar cometarios graciosos pero
cuadras más adelante Leonardo pide calma y opiniones. Todos dan la suya pero
saben que la última palabra la tiene él. Les dice que no estuvo mal pero que
definitivamente había que ensayar más.
-Sí, tenemos
futuro, gente. La podemos hacer- les dice y empiezan las
bromas.
-Ahora a buscar
cantante ¿no, Leo?- le dice su hermano.
-Sí
de hecho, pero la música es lo más importante- le responde Leonardo tranquilo,
ilusionado. “La música es lo más importante” repite mentalmente antes de sugerir
la idea de ir a celebrar con unas gaseosas.
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