Caminando por el mercado de Jesús
María, de pronto llamó mi atención un grupo de personas reunidas en medio de la
vereda alrededor de algo. Algo que resultó ser alguien cuando me acerqué a ver. Era un niño, de no más de 10 años,
sentado en el piso, bien abrazado a sus piernas y con el rostro prácticamente enterrado
entre sus rodillas, llorando; a sus pies, una bandeja de metal y varios vasos
de gelatina desparramados por el suelo. No es que fuera un niño glotón, sino
que era un vendedor ambulante de gelatinas. Entre los murmullos, una señora,
tan apenada como indignada, le explicaba a otra cómo el niño había estado
caminando con su mercancía cuando de la nada otro muchacho, aparentemente
mayor, pasó corriendo y con premeditación lo empujó y siguió su camino, veloz e
inalcanzable, soltando carcajadas que llamaron la atención de varios.
La oí y quise reírme.
*
Entre las cosas que más recuerdo del
año y medio que duré como estudiante de la UNI, está lo común que era que personas
entraran a los salones a pedir dinero. Cada cierto tiempo llegaba al aula
alguien quien, luego de hablar un ratito con el profesor (parecían siempre
reconocerse mutuamente), entraba y nos contaba su historia, que por lo general
era siempre la misma: era un ex-alumno de la universidad caído en desgracia que
necesitaba urgente plata para algo relacionado con problemas de salud, personal
o familiar. O sea, era prácticamente lo mismo que pasa en los buses, y al igual
que en el transporte público, yo no daba plata porque no creía lo que acababa
de oír.
En los buses sólo doy dinero cuando,
uno: no me cuentan historias de vida, dos: recibo algo a cambio, ya sea un
producto o alguna forma de entretenimiento. Productos como olé olés, por ejemplo, de los que soy adicto, o entretenimiento
como música. Sobre esto último recuerdo la vez que subió un señor con pinta de Carlos
Santana con todo y guitarra eléctrica, hasta con parlante (uno portátil). No sé
como carajos hizo con la electricidad pero pudo hacer que todo funcionara, y al
escucharlo comprendí que su look del extraordinario guitarrista mexicano no era
casualidad porque tocó “Black Magic Woman”, lo suficientemente bien (teniendo
en cuenta que tocaba en un vehículo en marcha y la precariedad de su
equipamiento) como para emocionarme; me hubiera gustado aplaudirle y darle más
de un sol pero soy muy tímido y no tenía más plata disponible en ese momento.
Hubo un caso que no sé aún cómo clasificar: la de un vendedor de caramelos que
al ver que nadie le compraba nos empezó a lanzar (a nosotros los pasajeros)
puñados de caramelos increpándonos nuestra insensibilidad. Tal gesto de
desprendimiento y protesta me causó admiración, la que desapareció de inmediato
apenas esa persona empezó a recoger meticulosamente cada uno de sus caramelos,
algo que me pareció incongruente con su actitud previa, incluso sospechoso. Días
después, al oír a algunos de mis amigos contar la misma experiencia con ese
señor, confirmé mis sospechas, que todo era una rutina ensayada; rutina
ensayada, palabras clave en todo este asunto…
Hablando de vendedores de caramelos, y
regresando a la UNI, mi facultad también tenía el suyo propio: un niño que
recorría las aulas y pasillos con su bolsa de dulces. Nunca supe cómo había
llegado a la facultad ni mucho menos como había obtenido ese empleo; cuando ingresé él ya estaba ahí.
Resulta que un día este niño (no recuerdo su nombre) entró a un aula en la que
no había clases pero donde sí estábamos algunos alumnos estudiando. El niño se
puso a dormir en una carpeta. Entonces un par de alumnos cogieron su bolsa y la
escondieron. Cuando el niño despertó y comprobó que su mercancía no estaba por
ningún lado alrededor puso una cara de desconcierto tal que haría cagarse de
risa a cualquiera que le guste las bromas. Pero ahí en el aula, el resto de
nosotros, espectadores casuales, le seguimos la corriente a los bromistas y
actuamos como si nada hubiera pasado. Luego de varios minutos de angustia para
el niño tuvo su final feliz, cuando los autores de la broma no sólo le
devolvieron la bolsa de caramelos sino que también se la compraron en su
totalidad.
Así que parecía que a las autoridades
de la facultad no les importaba estas situaciones de ex-alumnos pidiendo dinero
o niños vendedores ambulantes. Creo que el único en poner mala cara al respecto
fue un profesor de economía, de quien tampoco recuerdo su nombre. Durante sus clases
nunca vi ni siquiera merodeando a los previamente aludidos; salvo por una vez
en la que no fue un niño ni un ex-alumno quien tocó la puerta (abierta) del
aula, sino una señora con un cartón que le colgaba del cuello a modo de cartel
en donde decía “soy sordomuda”. Ya la habíamos visto ese mismo día más temprano
pidiendo dinero, y fue lo que le explicamos al profesor creyendo que no
entendía bien el asunto al no permitir o negar el ingreso de esa mujer.
Pensamos que no se había dado cuenta pero resulta que sí, que lo que estaba
haciendo era ignorarla a toda costa. Bueno, la mujer no se movía, hasta que el
profesor, enojado, fue hacia ella y le cerró la puerta en la cara.
-¡Qué va a ser sordomuda!- nos dijo -no
es más que una vieja tramposa cualquiera, como todos esos que suben a los buses
a pedirles dinero- y sentenció: -No se dejen engañar.
*
La escena del niño de las gelatinas ya
la había visto un par de semanas antes en el mercado de Magdalena, en donde
también escuchando murmuraciones fue que me enteré que había sido el empujón de
un muchacho salido de la nada lo que provocó todo. Esa vez sí me conmovió ver
al niño llorando y le deseé lo peor al culpable. Ahora en Jesús María, luego de
escuchar la descripción de los hechos comprendí que todo era un teatro, y eso
me causó mucha gracia; tal vez no hubiera sido así si es que en Magdalena le
hubiera dado dinero al niño (no tenía ni un mango
entonces) como sí lo hizo la gente reunida a su alrededor.
Las personas agrupadas ahí en ese pedazo de vereda de Jesús María, seguían murmurando sin saber qué hacer, hasta que una señora
se acercó al niño y le preguntó cuánto costaba cada vaso; el niño sin decir una
palabra le indicó el precio con un gesto de sus dedos. Entonces la señora le
dijo que le compraba (como gesto simbólico) una cierta
cantidad, pero al momento de querer pagarle el niño no extendió su mano y siguió
llorando acurrucado. No le quedó otra a la mujer que dejarle el dinero ahí
nomás, cerquita a sus pies, pero tuvo el cuidado de avisarle, mientras le
acariciaba la cabeza: “hijito, aquí te dejo la plata, ya no llores”. La mujer alzó la mirada hacia el resto de nosotros y con un gesto elocuente nos
pidió que hiciéramos lo mismo. Todos lo hicieron menos yo. La señora me miró
como preguntándome “¿y qué esperas?”, a lo que respondí con una sonrisa de oreja
a oreja para luego marcharme rumbo a la plaza del distrito.
***
Ocurre que el mundo tiene cambiados los conceptos de "generosidad". Eso es natural, si aplicáramos la generosidad en el profundo sentido de la palabra sería prácticamente imposible que el mundo continuase (el mundo subsiste y crece a partir de minorías selectas).
ResponderEliminarPero como la moral nació para alimentar a la hipocresía es necesario hacer como un ensayo de generosidad... calculo que eso es lo que provoca que mucha gente de dinero en la calle y vea al que no lo hace con malos ojos.
En otro orden de cosas aquí nuevamente la narración es descomunal pero además a esto se le agrega un juego distinto en el argumento. La historia va y viene, vuelve, nunca estamos seguros de que está hablando y eso es una naturalidad maravillosa porque al final del texto hay una placentera sensación de unidad y consistencia.
Enorme abrazo desde el sur de nuestra natal Sudamérica.
te entiendo, juan. la caridad no es una obligacion, no es un deber, en consecuencia no se esta en falta al no practicarla, es algo q aprendi hace poco al leer un articulo al respecto en donde varios filosofos y pensadores daban su opinion, y la verad q me convencieron.
Eliminarun abrazo peruviano
Es tan típico esto de los "teatros". A mí me pasó una vez con unos de los señores que venden loterías. Esos "wachitos" que nunca hacen ganar a nadie. En fin, el señor me dijo que yo era la única persona en el día que le había contestado una respuesta negativa seguida de un "gracias" y que por eso me dejaba toooooda la tira de más de 20 wachitos a 10 soles. Y yooooo, toda pava le digo q ya pero q me esperara porque no tenía nada pero le pediría a mi esposo. Cuando llegó, le conté a Lalo y me dijo: que! a mí me dijo lo mismo ayer, nada, vámonos. Así descubrí que todo es un teatrillo. Qué pena no?
ResponderEliminarBeso!
esa es la famosa "picardia" q muchos celebran pero q a mi la verdad me parece censurable porque justament se usa esa "creatividad" para aprovecharse de otros. definitivamente q pena.
Eliminarun beso, marite
Eso del teatro con los niños que s eles cae la bandeja de algo, me lo hace ya algunos años..
ResponderEliminarsi pues, es su modus vivendi. hay q estar atento nomas para no caer en su juego.
Eliminarsaludos cafeinomana, gusto de verte de vuelta por aca :)
que le respondiste a la tia?
ResponderEliminarnada... solo me fui :p
EliminarQué decepción... me imaginaba que eran sólo los adultos los que hacían ese tipo de teatro, pero claro, éstos tienen hijos, y en vez de enseñar valores, enseñan actuación...
ResponderEliminarPobre críos... =/
ya lo dijo rousseau: "el hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe"
Eliminarsaludos, belleza
En el primer párrafo coincidí, también comencé a reír.
ResponderEliminarA mí me causa gracia cuando la mayoría de personas que sube a los buses a pedir dinero explican su situación. Cada frase la dicen con una entonación trillada que cualquier peruano de a pie detecta instantáneamente. Más sobreactuado no puede ser.
ResponderEliminarjaja si pues, como si todos tomaran clases de actuacion juntos.
Eliminarsaludos, edch
Y luego no nos quejemos de tanta gente lumpen por las calles. Lo que se siembra en los niños de hoy se cosecha en los hombres del mañana, sea bueno o malo.
ResponderEliminarSaludos.
por algo se dice q son el futuro. como q no pinta bien el fututo, no? jeje
Eliminarsaludos, jorge