La mujer llegó por su hijo, y la
enfermera, luego de explicarle que el niño sólo tenía raspones, le dijo:
-Ya curé todas sus heridas, señora. Es
un niño muy valiente: no se quejó ni dijo ni pío mientras lo curaba.
Minutos después, madre e hijo
abandonaron la enfermería del colegio.
Era mi turno. Había llegado a la
enfermería con una mano sangrando sin saber exactamente cómo me la había lastimado.
Sólo recordaba haber estado corriendo, cayéndome, levantándome y corriendo otra
vez en el recreo, y si no fuera porque un amigo me lo advirtió yo ni me hubiera
dado cuenta de mi estado. Aún con toda la adrenalina de tanto correteo encima apenas
sentía el dolor, pero éste estaba en aumento. Sabía que lo sentiría más cuando
empezaran a curarme pero luego de haber visto como felicitaron a ese niño, que
tendría unos 8 años mientras que yo tenía 10, me prometí a mí mismo que no haría
ningún gesto ni emitiría ningún quejido. Y así lo hice, pero, ay, como me costó
soportar el ardor del alcohol, yodo, agua oxigenada o lo que fuese me echara la
enfermera en el corte que tenía en la base de mi pulgar. Finalmente tanto estoicismo
valió la pena y obtuve mi recompensa cuando llegó mi mamá, y la enfermera,
utilizando prácticamente las mismas palabras que con el niño anterior, decretó
mi valentía dejando constancia que en ningún momento había tratado de imitar a
algún pollito. Lo orgulloso que me sentí de mi mismo en ese momento.
Ahora, 18 años después, en plena
extracción de la última muela del juicio que me quedaba, trataba de recuperar
ese orgullo que había perdido la semana previa, en ese mismo consultorio y en
un procedimiento similar, en el momento que mi dentista me llamó la atención: “no
está siendo usted un buen paciente, señor Souza”, palabras que no me hubieran afectado
si no fuera por lo joven y simpática que era mi doctora.
Había quedado mal con ella, aunque esto
venía sucediendo desde nuestra primera cita cuando revisando mi boca descubrió,
sin necesidad de preguntármelo directamente, que no había ido al dentista en un
par de años. Previendo esa y futuras vergüenzas fue que, al momento de
enterarme que me atendería una doctora, sentí el impulso de preguntarle a la
recepcionista de ese centro odontológico “¿no podría atenderme un doctor
hombre?”, pero, claro, no hice esa pregunta porque sabía que se podría mal
interpretar como que yo estuviera poniendo en duda la capacidad de una dentista
sólo por ser mujer, cuando en realidad era simple un tema de pudor. Entonces
conocería a la doctora Ericka, una joven dentista no mayor de 30 años, de 1.60m
como mínimo de estatura, delgada y con un cuerpo de notorio atractivo a pesar
de llevar encima el típico uniforme blanco de alguien que se dedica a la salud.
Luego de darme mi diagnóstico me dijo el tratamiento a seguir: una limpieza
profunda de mis dientes y la extracción de mis 4 muelas del juicio, en sesiones
semanales.
Después de las primeras dos sesiones (en
las que ella se encargó de mi maxilar superior) tuve una idea más clara sobre
su personalidad. Era una persona seria, estricta y sobre todo muy profesional. Sólo
sonreía por cortesía al momento de saludar y despedirse; su voz nunca
transmitía dudas cuando le daba órdenes a sus asistentes, ordenes, además, siempre
precisas; y no tenía reparos en llamarme la atención: “señor Souza, usted no se
está lavando bien los dientes”. Sobre el tratamiento en sí comprobé lo
maravillosa que podía ser la anestesia porque prácticamente en ningún momento sentí
dolor; tampoco me molestó (algo que tal vez un claustrofóbico no hubiera
soportado) el que la mayor parte de mi rostro estuviera cubierto por un pedazo
de tela, el que convenientemente tenía un agujero para la boca. Lo más incomodo para mí hasta entonces había
sido el tubito con el que una de las asistentes succionaba la sangre y saliva, tubito que al pasar por la parte más profunda
de mi lengua me provocaba una ligera sensación de arcada, algo que pude
controlar sin problemas en esas dos primeras sesiones.
Pero en la tercera no pude porque
sentía que el aparatito ese estaba por llegarme a la tráquea y en varias
oportunidades tuve que retirar la mano de la asistenta y pedir unos segundos
para poder tranquilizarme. No sé cuantas veces lo habré hecho pero de seguro
fue lo suficiente como para que la doctora perdiera un poco la paciencia y me
dijera más seria, estricta y profesional que nunca que la estaba decepcionando
(así lo interpreté yo) como paciente. Fue todo un golpe para mi autoestima.
A la cuarta y última sesión llegué resuelto
a recuperar mi honor. Fui doblemente preparado. Primero dentalmente: harto que
me reclamara por mi cepillado, a pesar de que yo lo hacía con denodados
esfuerzos y hasta había visto videos en YouTube en busca de la técnica perfecta,
había decidido dejar de usar el cepillo prescrito por ella y lo cambié por uno eléctrico
que sí que hizo bien su trabajo, porque, en el chequeo inicial, la doctora (sin
saber de mi trampa) me dio al fin su visto
bueno; empezaba bien la sesión. Segundo mentalmente: tomé control de mis pensamientos
y me forcé a pensar en cualquier cosa menos en el tubito, lo que funcionó muy
bien al comienzo pero, como si la asistente lo supiera y quisiera darme la
contra, pronto empezó a mover más el aparato por las zonas de mi lengua que más
me afectaban. Luego de media hora (la sesiones duraban entre 45 y 60 minutos) estaba
en plena lucha mental, una lucha feroz que poco a poco sentía iba perdiendo. Mi
respiración empezaba a agitarse, mi corazón latía cada vez más rápido y ya podía
presentir una arcada violenta aproximándose; ya no quedaba otra, tenía que
rendirme y apartar la mano de la asistenta con todo y tubo. Y cuando apunto
estuve de hacerlo, sucedió un milagro, un milagro en forma de roce celestial, una
ligera presión sobre mi cabeza: era el seno de la doctora Ericka posándose
sobre mi frente. Ella estaba sentada a mi derecha pero su zona de trabajo era el
interior izquierdo de mi maxilar inferior, así que era lógico que tuviera que inclinarse
un poco sobre mí para su mayor comodidad. Y así permaneció los minutos restantes
en los que ya no me preocupé más por el maldito tubito sino por disfrutar aquella
caricia involuntaria y casual, como “casual” fue también el desplazamiento
suave que hicieron mis manos para cubrir mi entrepierna.
Siendo un manganzón cercano a los 30
años, obvio la doctora Ericka no me iba a felicitar por mi buen comportamiento
ni mucho menos llamar a mi mamá a decirle que tenía un hijo valiente que no se había
quejado ni dicho ni pío en esta última sesión; igual yo regresaría a mi casa sintiéndome
puerilmente orgulloso. Ella siguió con la rutina de recetarme medicamentos y
darme recomendaciones, siempre poniendo énfasis en que no debía hacer esfuerzo
físico por una semana ni hacer movimientos bruscos con mi boca, lo que siempre
interpreté como una indirecta a que no debía tener sexo (mucho menos oral). Aunque
hubiera tenido el valor de pedirle que me aclarara esa duda, no hubiera podido porque
tenía una bola de gasa en la boca que debía morder fuertemente por media hora y
que me impedía hablar. Sólo podía sonreír, lo que ella respondía también con
una sonrisa mostrando un poco sus dientes, demás está decirlo, impecables.
Me reí DEMASIADISIMO imaginándome tus arcadas!!! Valiente Souza!!! Pero la mágica inclinación de la doctora te salvaron de un posible "roche mayor". Ahí sí que no podrías ni mirarla a los ojos. Pero bueno, ya me gustaría tener tu poder o fuerza de voluntad. No podría aguantarme ni bloquearme así para evitar que el tubito me de nauseas! Yo tb lo odio!
ResponderEliminarEn fin, de eso se trata no? de caer, levantarte y volver a correr... algo parecido a la vida misma.
Un beso!
ya he tenido suficientes roches con las mujeres en mi vida como para sumarle (mas) arcadas en frente de ellas jaja
Eliminarun beso, marite
La mente, la mente lo es todo; y yo que no soporto nada que se me acerque a la tráquea, soy muy propenso a las arcadas. (Incluso experimente cuatro leyendo el texto, jaja. No, para tanto no).
ResponderEliminarAy, como salvan esos roces celestiales, he tenido algunos en esos instantes de lucha mental. Son como un chubasco en pleno verano. Y qué tranquilidad que los dientes de Ericka hayan sido perfectos, habla de cierto tipo de coherencia, lo cual para cualquier actividad es recomendable.
Un fuerte abrazo; no te repito lo que me gusta de tu escritura porque ya lo sabes y los escritores no tienen permitido la repetición (esto que acabo de decir puede ser usado en mi contra en cualquier momento, je).
"todo esta en la mente", dicen, hasta el control del dolor, y es verdad, pero q dificil es controlarla como es debido. encuentro elogioso q mi texto finalmente no te haya hecho vomitar jajaja
Eliminarun fuerte abrazo, juan
Bravo! jajaja enhorabuena por el "roce" que te distrajo... =)
ResponderEliminarBesos mentales.
gracias a ustedes las mujeres por existir :D
Eliminarbesos, belleza
No puede ser! Peor que un sábado sin sexo es ... No sexo!
ResponderEliminarY más con esa lengua traviesa tuya.
si el medico lo ordena, q se le va a hacer. a ponerse creativo nomas ;)
Eliminarbesos, bellarte
Me has hecho recordar que debería ir al odontólogo x_x Espero "ganarme" también x)
ResponderEliminarSaludos.
tal vez te da su telefono como la peluquera de esa vez si mal no recuerdo :D
Eliminarsaludos, edch
No sé por qué, pero siento que la mente tuya y la de Edch son compadres xD
ResponderEliminarUn beso Ludo. Me vacila cómo siempre encuentras una escena divertida a una imagen cotidiana.
no solo la mente de edch y la mia, sospecho tambien q la de 99% de hombres del planeta (y de repente algunos marcianos) jaja
Eliminarbesos, paty
Necesito la dirección de esa doctora...
ResponderEliminarpara algunas cosas soy muy egoista, como en esta ocasion :D
Eliminarsaludos, oscar
XD
Eliminarjajaja q chistosoo, nunca se me hubiera imaginado que con un pequeño roce ya alucinan tanto. GRACIAS!!!
ResponderEliminarno se si toooodos los hombres... pero yo si :p
Eliminarde nada, biatch, besos
Uy que rico que una doctora u odontologa posara sus senos sobre tu rostro o alguna parte del cuerpo, es como una fantasía sexual.
ResponderEliminarbuen argumento para una nopor :D
Eliminarsaludos, maxwell
Es que hay roces celestiales y otros infernales. me gustan los roces como el que nos relatas.
ResponderEliminarcomo siempre he disfrutado recordando mis sesiones con el dentista y alguna vez con una dentista.Por desgracia no tenía nada bueno que rozar....
Saludos!
hola moderato, gusto de verte de vuelta por estos lares...
Eliminargracias por comentar y ojala pronto recibas un roce casual de aquellos de q dejan huella jeje
saludos
jajajaja capaz ella sabía y cuando te dio el "toque celestial" pensó "yaa para que no joda" XD Oye pero es cierto lo del control. A mi me han sacado las 4 muelas del juicio y yo inmóvil (tampoco me gusta que me digan que soy un mal paciente). Y sobre el sexo oral, pues sí te pueden dar arcadas jajaja ejem ejem no dije nada. Bye ^^
ResponderEliminarjajaja supongo qu no hay mayor matapasiones q una arcada.
Eliminarsaludos, munani