martes, 27 de diciembre de 2011

Carita feliz

No debía estar pensando en ti, Sebastián, no en ese momento que Renzo y yo hacíamos el amor, pero no podía evitarlo, pensar en ti me daba placer; para esas horas ya debías de estar regresando a tu casa, solo, sintiéndote terrible, viendo por todos lados a chicos y chicas celebrando el 14 de febrero, y seguro ibas pensado que tu y yo pudimos haber sido como ellos; pero no lo fuimos, porque nunca llegué a nuestra cita. Por supuesto me llamaste, tres veces en las que dejé que mi teléfono sonara, sólo para mi deleite, mientras imaginaba tu rostro angustiado. “¿No vas a contestar?” me preguntó Renzo, y no sabes con qué satisfacción le respondí “no, no es nadie importante”. Porque además sabía que no ibas a insistir más; estabas tan desesperado por “reconectarte” conmigo que sin importar lo mal que te tratara no me reclamarías. Fue precisamente esa desesperación tuya la que me permitió prolongar mi venganza, cuando había pensado que sería algo de una sola vez y ya; fue lo que pensé luego de leer tu mail:
“Hola Silvia. Años sin saber de ti. Espero estés bien. Te escribo para desearte una feliz navidad y un prospero año nuevo. Ojalá el próximo año nos volvamos a ver. Un fuerte abrazo.
P.D: Por si acaso soy Sebastián. Ojalá no te hayas olvidado de mí”. Y terminaste con una carita feliz. Exactamente habían sido tres años sin saber el uno del otro.
No podía creerlo; eras tú queriendo regresar a mi vida, quién sabe con qué intenciones. Luego de pensar en ti por unos minutos, te respondí:
“Hola Sebas. Claro que me acuerdo de ti. A los años... También me gustaría volver a verte. Te dejo mi número, llámame y hablamos. Besos. Silvia”.
Espere ansiosa tu llamada; por suerte no tuve que esperar ni un día.
-¿Qué planes para año nuevo?- te pregunté, yendo al grano apenas pasamos de los saludos.
-Nada aún- me respondiste, y mis sospechas se hicieron mayores. Porque tipos como tú siempre terminan solos y cuando eso les pasa es que se acuerdan de las personas que dejaron atrás ¿si no, por qué me escribiste después de tanto tiempo? Quedamos para salir la noche de año nuevo, para bailar, tomar, y “hacer de todo” (te dije antes de colgar). Seguramente habrás pensado “esta cojuda cayó de nuevo”; no sabías que ya no era la cojuda de antes. Radiantemente vestida te llamé antes de salir de casa esa noche:
-Disculpa Sebastián- te dije alegre -no voy a poder esta noche. Feliz año- y luego que te escuchara decirme “¿qué pasó?”, colgué y apagué mi teléfono. Esa noche saldría a bailar, tomar y hacer de todo, pero con Renzo.
Satisfecha, tenía planeado ignorarte de ahí en adelante, no hacer caso de tus llamadas, mensajes, correos… ya no existirías más para mí. Pero cuando vi al día siguiente que me habías mandado un mensaje sentí curiosidad; creí que me exigirías explicaciones, pero no, en vez de eso sólo me escribiste un manso “Feliz año, Silvia” (y otra vez terminaste con una carita feliz). Me quedó claro que podía seguir jugando contigo un poco más.
Por eso nos reencontramos, no porque quise verte o tuve curiosidad de ver cuánto había cambiado tu apariencia (no mucho, al igual que yo). Todo era parte del plan: ir a bailar a un sitio exclusivo como Aura y hacer que pidieras la botella de whisky más cara sólo para que gastaras mucha plata por gusto; porque me iba a quedar media hora a lo mucho, tiempo perfecto para bailar un par de canciones bien pegada a ti para que te excitaras y te hicieras ilusiones. Luego que regresé del baño y te dije “me han llamado de mi casa, hay un problema, tengo que regresar ahora mismo” tuve unas ganas tremendas de tomarte una foto, ahí sentado frente a esa botella de whisky prácticamente llena y con la cara de idiota que pusiste. No te di tiempo a reaccionar: te besé en la mejilla y chau, salí volando.
Y al día siguiente, un mensaje tuyo en mi celular, y pensé que ahora sí me exigirías explicaciones o que tal vez me mandarías a la mierda, pero otra vez me equivoqué: “Qué gusto volver a verte, Silvia. Espero todo esté bien en tu casa. Cuídate”, y por enésima vez una carita feliz a continuación. Qué patético. ¿Tratabas de demostrarme que no estabas molesto, no? Tu desesperación por quedar bien conmigo era palpable.    
Y pensar que tres años antes la desesperada era yo. Quería pasar más tiempo contigo pero eras muy esquivo a veces, y no entendía cómo podías ser así luego de días en los que te mostrabas tan atento conmigo. Mejor dicho no quería aceptar la realidad: que sólo me tratabas bien cuando querías sexo. En el fondo lo sabía pero tenía la esperanza de que con el tiempo comprendieras que en nuestra relación podía haber mucho más que eso y cambiaras tu actitud. Quería que lo nuestro realmente funcionase y no perder la fe en el amor. Porque llegaste a mi vida poco después que terminara con Eduardo, quien, en el año que estuve con él, me sacó la vuelta tantas veces pudo. Quedé destrozada, tanto que en mi afán de sentirme mejor fui a esa librería Crisol en el Jockey Plaza en busca de libros de autoayuda, y ahí te conocí; estabas a mi costado. Y porque tímida no soy (lo que creo a veces es más un defecto que una virtud, porque a Eduardo igual fui yo quien le hizo el habla la primera vez que lo vi) te hablé:
-¿Qué tipo de autoayuda buscas, amigo?
Sorprendido, titubeaste antes de responderme:
-Sólo estoy curioseando. La verdad no creo en estos libros.
-Yo tampoco pero… bueno… no sé.
No dijiste nada, así que continué:
-¿Y qué haces cuando necesitas ayuda o te sientes mal?
-Me distraigo con mis amigos; por un par de horas no pienso en el problema, y luego duermo.- sonreíste -Ya descansado y con la mente despejada me concentró en hallar la solución al problema.
-Vaya…
-¿Qué libro de autoayuda buscas?
-Mmm… creo que ninguno. Creo que mejor voy a distraerme un rato y luego dormir.
Nos reímos.
-Me llamo Silvia, ¿y tú?
-Yo Sebastián.
Tenías 25 y yo 19. Intercambiamos correos y números de teléfono, y antes de despedirnos quedamos en volver a vernos uno de esos días. Y fue así como empezamos a salir.
Me gustaste porque eras diferente a Eduardo, en todo aspecto: eras dos años mayor que él,  eras más bajo, menos fornido, menos simpático, eras inseguro y nervioso… tan distinto a él que supuse que no me lastimarías. Y luego de nuestro primer mes juntos estaba convencida de eso; me convencieron tus gestos, detalles, tu ternura, y cuando finalmente hicimos el amor no podía estas más que feliz. Pero entonces todo cambió. Claro, ya habías conseguido lo que querías. Ahora estabas muy ocupado o cansado como para salir; decías que cualquier manifestación de afecto era mejor hacerla en privado que en público; no me prestabas atención cuando te hablaba, hasta te mostrabas aburrido. Pero de pronto te aparecías con algún regalo, pedías comprensión: que tus estudios y tu trabajo te tenían jodido, y volvían los abrazos, los besos… otra vez terminábamos en un hotel y otra vez al día siguiente (a veces incluso apenas saliendo del hotel) empezabas con tu aptitud indiferente hacia mí. Y yo como una gran cojuda te permití eso durante 4 meses. Entonces ya no pude más y te dije que lo mejor era dejar de vernos; me dijiste “me parece bien” sin alterarte. Luego desaparecerías de mi vida.
Después de dos relaciones seguidas que terminaron mal, mi autoestima se desplomó, y sólo pude recuperarme luego de meses de terapias y apoyo de mis amigos, familiares, y otros seres queridos. Por casi dos años no quise saber nada de chicos hasta que me presentaron a Renzo: un chico de mi edad, universitario también. Al poco tiempo de hacernos amigos empezó a dar señales de que quería algo más que amistad; me asusté porque me empezaba a gustar también. Lo pensé bien y mucho. Me analicé y concluí que mientras dejara de buscar príncipes azules y vaya con cautela podía estar con él, y en general continuar con mi vida normalmente. Y mi vida no sólo continuó con normalidad: mejoró. Cuando me enviaste aquel mail yo pasaba por un excelente momento en todos los aspectos; me sentía más fuerte que nunca.
Pero torturarte me estaba aburriendo, así que decidí dar el golpe final aprovechando que se acercaba el 14 de febrero; aún con los dos desplantes previos no me fue para nada difícil convencerte de salir ese día. Y después, sí: ignorado completamente. A veces pienso que mi venganza fue desproporcionada, pero la verdad no tengo ningún cargo de consciencia o remordimiento, lo que sólo puede significar una cosa: estamos a mano, Sebastián.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Palabras que empiezan con “B”

De pronto su pajarito estaba más grande y duro, y su cabecita sobresalía como nunca antes de su capucha. Diego lo observaba y creía que su pajarito lo estaba viendo a él también con su único ojo. Lo que ocurría en su entrepierna era un suceso sin precedentes, y, sospechando quien era la responsable, Diego regresó su mirada hacia la mujer desnuda y de espaldas que se está contemplando en un espejo sostenido por un ángel. Era una imagen de la “Venus del espejo”, del pintor más destacado del Siglo de Oro español: Velásquez, que estaba en una de las pocas páginas a color de ese Pequeño Larousse Ilustrado, un tomo rojo de casi 1000 hojas.  
Diego tenía 4 años y estaba en la biblioteca de su casa, que más que biblioteca era un pequeño cuarto que servía de depósito de libros, cuadernos y papeles; el lugar en el que podía encontrar siempre hojas en blanco que pintarrajear. Precisamente había estado buscando algunas cuando se topó con el aquel libro grueso y pesado que normalmente estaba en la fila más alta e inalcanzable de la estantería de libros. Lo hojeó y a punto estuvo de cerrarlo y devolverlo a su sitio; aún no sabía leer y tantas hojas en blanco y negro lo aburrían, pero descubrió que las había también a colores, aunque eran poquísimas en comparación con el resto. Se propuso encontrar todas y cada una de esas escurridizas hojas; en orden, desde el comienzo del libro, pero su búsqueda se detendría al encontrar la segunda, que estaba en medio de las palabras que empiezan con “B”. Ninguno de los “dibujitos” de la primera cara de esa hoja le impresionó; “dibujitos” que en sí eran imágenes de pinturas del siglo XVII. Sólo la última llamó un poco su atención, donde aparecía una mujer desnuda a la que se le podían ver lo senos pero que pasaba algo desapercibida por los árboles y personas que la rodeaban ("Venus y Eneas", de Poussin). Volteó la página y apenas debajo del título “PINTURA CLÁSICA ESPAÑOLA” estaba otra Venus, la de Velásquez esta vez. Fue un descubrimiento casi mágico. Sus ojos recorrieron sin premura y con inconsciente deleite cada porción de esa piel desnuda, hasta que quedaron fijos en la zona más redonda y prominente de ese cuerpo de mujer: el culo de la diosa; no sabía que una tendencia en él se estaba marcando en ese momento, un comportamiento que sería más obvio a partir de su adolescencia, el de preferir verle las nalgas a la chicas antes que las tetas, y por el que en la universidad se ganaría el apodo de “ASSMAN”.
Fue ahí que sintió que algo pasaba con su pajarito. Estiró hacia adelante el borde de su buzo pantalón y de su calzoncillo de "Winnie the Pooh", y descubrió a ese pequeño y erguido cíclope cabezón. Descubrió también que estaba sintiendo algo nuevo, algo que le gustaba pero que, sin saber por qué, le causaba cierto remordimiento, como si estuviera haciendo algo malo. Por eso de cuando en cuando empezó a dar vistazos a todos lados y aguzó el oído atento a que su mamá siguiera ocupada en la cocina haciendo el almuerzo. Entonces, olvidándose por unos instantes de la diosa, empezó a acercar lentamente el dedo índice de la mano que tenía libre hacia su pajarito de un solo ojo; tenía mucha curiosidad por tocarlo. Pero a menos de un centímetro de que se diera el contacto, su mamá, desde la cocina, puso fin a todo:
-¡Diego, a almorzar!- se escuchó en toda la casa.
De inmediato Diego soltó el elástico de su buzo y calzoncillo, y luego cerró el libro. Fue primero a su habitación por una chompa, la más larga y holgada que tuviera. Cuando la encontró se la puso y la estiró hasta cubrir la zona de su entrepierna. Y entonces fue a la cocina.
-¿Y esa chompa?- le preguntó su mamá algo sorprendida; era Noviembre.
-Es que me dio frío- contestó Diego y se sentó en la mesa.
-No te olvides de bendecir tus alimentos, primero- le dijo su mamá.
*
Con el pasar de los años Diego aprendería muchas cosas, cosas como que el nombre correcto de su pajarito es pene pero que podía llamarlo también pinga, pichula, pito, verga, poronga, chota, pija, polla, cock, dick, dispensado de leche, etc.; y cosas como qué es una erección y cómo sacarle provecho, en especial cuando se encerraba en su cuarto a hojear su creciente colección de libros de arte. Porque luego que aprendiera a leer, Diego empezaría a investigar y acopiar todo material referente a la historia del arte, aunque le prestaría más atención a las partes de esa historia en la que apareciera alguna mujer desnuda. Ciertamente nada lo excitaba más que una mujer así, representada artísticamente; a la hora de masturbarse, antes que las fotos de cualquier conejita de Playboy o ver a Jenna Jameson en acción, prefería a mil veces a una gordita calata de Botero.
Curiosamente sería Teresa, su esposa, quien más se beneficiaría de esa obsesión secreta: el mejor sexo de su vida lo tendría en su luna miel que, gracias a un conveniente paquete turístico, pasarían viajando por algunos países de Europa. En ese viaje visitaron varios museos, como el del Prado, en Madrid, el de Louvre, en París, entre otros, y horas después de cada una de esas visitas, ya en el hotel, Diego le hacía al amor con tanta pasión y energía que ella al final le repetía cansada y complacida “gracias, gracias, gracias…”. Teresa creyó que la repentina excelencia de su esposo en la cama (que normalmente pasaba apenas de mediocre) se debía a la emoción del viaje; no tenía ni idea de que en realidad era por las obras de arte de mujeres desnudas que abundan en esos museos, muchas de las cuales Diego ya conocía pero que en su vida creyó iba a poder ver en persona y en todo su esplendor. Pero EL orgasmo lo tendría Teresa en Londres, la noche del día que visitaron el salón 30 de The National Gallery, donde se exhibe la “Venus del espejo” de Velásquez.
*
El himno de Assman

domingo, 11 de diciembre de 2011

Bailando una canción lenta

Renato estaba cumpliendo su sueño y Verónica, su novia, estaba feliz por él, pero aun así ella no podía dejar de sentir algo de vergüenza ajena: ¿qué hacía en un quinceañero un “viejo” de 31 años cantando en un grupo de rock de chiquillos? Verónica tenía 25 y se sentía fuera de lugar. Al menos en ese momento la acompañaban, sentadas con ella en una mesa, la hermana y prima de algunos de los músicos, quienes tenían más o menos su edad. Las había conocido esa misma noche y, como ella, no estaban ahí por la fiesta sino por el grupo; más como apoyo que por verdadero interés musical. En ese momento las tres estaban atentas a la banda, pendientes, supuestamente, de sus seres queridos respectivos, pero Verónica estaba convencida que todas veían a Renato quien se estaba robando el show con su buena voz, bailes y movimientos frenéticos. Verónica hubiera preferido que Renato no llamara tanto la atención, pero sabía que eso era imposible; toda la vida había querido ser un rockstar.
Aunque ella se había enterado de ese sueño de toda la vida recién cuatro meses atrás, el día que Renato llegó emocionado al departamento donde vivían y le anunció que era el nuevo cantante de Edén.
-No sé de qué carajo me estás hablando, amor- le dijo Verónica.
Él la besó y se disculpó de antemano por lo que iba a contarle, no porque hubiera hecho algo malo sino por el secretismo que supuestamente no debe existir en las parejas. Ahí fue cuando le habló sobre su sueño, sobre sus intentos de lograrlo de más joven y como la oposición de su padre había sido el mayor de los impedimentos. Ahora era un ingeniero industrial cada día más aburrido de su trabajo, y ese aburrimiento era lo que le había hecho indagar en los avisos clasificados de El Comercio sobre bandas de rock en busca de cantantes, algo que al comienzo sólo lo hacía como distracción pero que luego fue tomándolo más en serio: respondió algunos anuncios pero o eran bandas muy hardcores o muy lights; nada que llenara sus expectativas.
Entonces un anuncio parecía el ideal. Solicitaba cantante que le gustara el rock de los 60’s, y 70’s, grupos como The Beatles, Led Zeppelin, Santana, Queen; música y bandas que a él le encantaban. Llamó y habló con alguien llamado Leonardo y luego de unos minutos acordaron la fecha y hora para la prueba que sería con Edén completo, en una sala de ensayo en Jesús María.
-Ah, así se llama la banda: “Edén”-  le explicó Renato a Verónica.
Cuando fue y vio a cuatro personas esperándolo en una esquina, se dio cuenta que había dado por sentado que por las décadas a las que hacía referencia el anuncio se encontraría con gente de más o menos su edad, pero no fue así: eran tres chiquillos y uno que aparentemente no lo era. Este último era Leonardo que parecía de más de 20 pero que en realidad tenía 18. El resto: Félix (hermano de Leonardo): 16; Sebastián y Noel: 15. Fue una gran decepción para Renato y tuvo ganas de irse, pero estando ya ahí decidió quedarse y ver cómo resultaban las cosas. Y las cosas empezaron a cambiar en el preciso momento en que entraban a la sala que le pareció pequeña y mágica. Era su primera vez en un sitio así, con pisos y paredes tapizados, con instrumentos, parlantes y micrófonos; de pronto ya no quería irse. Vio como cada uno hacía suyo su respectivo instrumento: Félix, la guitarra; Sebastián, el bajo; Noel, la batería y Leonardo, el teclado.
-¿Con qué canción quieres empezar, Renato?- le preguntó Leonardo. La lista de canciones la habían definido en la conversación telefónica.
-Con la que quieran- respondió Renato.
-Ok- dijo Leonardo y sonrió viendo a sus amigos quienes sonrieron igual como si supieran lo que significaba ese gesto; tal vez el nombre de la canción a tocar porque Leonardo no la mencionó y simplemente empezó él solo. Renato reconoció la melodía: era la introducción de “Black Magic Woman” de Santana*. Luego irían entrando los demás hasta que llegó su turno. Empezó dubitativo. Le gustaba lo que oía, tanto que desatendió a su voz. Leonardo detuvo todo.
-Renato, cantas bien, pero vamos, sin miedo- le dijo, y empezaron de nuevo.
La siguiente vez Renato no dudó y dio lo mejor de sí, y mantuvo los ojos cerrados durante toda la canción. Amó cada segundo. Es una canción que empieza despacio y que poco a poco va ganando fuerza, y la emoción de Renato iba sincronizada con ese ritmo. Para cuando llegó el redoble que anticipaba el final, Renato ya había mandado a la mierda sus prejuicios por la edad; la banda de chiquillos tocaba muy bien y él quería ser parte de ella. El resto de la hora ensayando no hizo más que reafirmar su decisión. En la calle, con un estrechamiento de manos, se le dio la bienvenida oficial como nuevo integrante de Edén.
Verónica lo abrazó y felicitó, guardándose el comentario que “Edén” le parecía un nombre más adecuado para una banda de música tropical. Asistiría a algunos de los ensayos y se llevaría bien con los otros integrantes. Aprendería de la historia de la banda, como que tenía de vida más de un año, que hasta entonces sólo había tenido una presentación en la casa de un pariente de Leonardo, que Noel era el segundo baterista, y que habían probado antes sin éxito con un par de cantantes. Aunque los gustos de ella iban más por el lado de la música electrónica, no podía negar que los cinco muchachos rockeaban bien y le decía a Leonardo que ya estaban listos para dar conciertos. Leonardo le hablaba de propuestas por aquí y allá, pero nada fijo. Hasta que llegó la noticia que tocarían en el quinceañero de la enamorada de Noel, a la que Verónica también había conocido en un ensayo.
Aunque fuera poca, igual era más la experiencia de ellos que la de Renato, pero en el quinceañero no parecía así: el más viejo de la banda transmitía más vida que todo el resto, quienes se mostraban más bien nerviosos o tal vez demasiado concentrados en no fallar.
Verónica recordó entonces las veces que Renato le decía que pensaba abandonar su trabajo para dedicarse exclusivamente a la música. A veces era obvio que no lo decía en serio pero otras veces Verónica no estaba segura, porque era cuando él llegaba al departamento ofuscado afirmando que odiaba su trabajo. ¿Y si en efecto renunciaba? Tenían ya viviendo juntos tres años en ese pequeño pero acogedor departamento alquilado en San Borja, y cubrían sus gastos gracias a los ingresos de él y de ella, quien era psicóloga. Tenían proyectos personales como seguir progresando profesionalmente, y de pareja también, como casarse y tener hijos. Y pensó que su preocupación era ingenua, que en la vida Renato iba a ser tan irresponsable, que él no dejaría de trabajar para dedicarse al arte y morir de hambre como mueren de hambre la mayoría de artistas en el Perú; por ejemplo: esa noche les iban a pagar 100 soles a cada músico, lo que para un chiquillo de menos de 20 seguro era mucha plata, pero para alguien de 31 no.
Luego que Renato nombrara a los integrantes de la banda y agradeciera al público finalizando la presentación, las únicas en gritar “¡Otra! ¡Otra! ¡Otra!” fueron Verónica, la hermana y la prima. Los demás chiquillos voltearon a verlas incrédulos; habían bailado durante toda la presentación de Edén pero era obvio que ya querían escuchar otro tipo de música. A Renato le hubiera gustado cantar toda la noche pero Leonardo había establecido que la presentación sólo fuera de 45 minutos. Así lo decidió por lo sucedido en la primera presentación de Edén en donde pasadas tres cuartos de hora la gente ya se había hartado y empezó a pedir salsa; tan sólo eran 20 personas, en el quinceañero había más de 100, así que el riesgo que suceda algo bochornoso era mayor.  
El dj puso una salsa y la chiquillada empezó a bailar de nuevo, ahora con más gusto. Sebastián recibía las felicitaciones de su hermana, Leonardo y Félix de su prima, Noel de la quinceañera, y Renato de Verónica. Entonces él la tomó de la mano y la arrastró hasta perderse en el centro de la multitud que bailaba. Verónica se sorprendió que Renato quisiera bailar salsa pero él simplemente la abrazó, y se quedó así. Como si no le importara la música empezó a balancearse de un lado para otro, muy despacio, y ella le seguía como si estuvieran bailando una canción lenta. Para decirse algo tendrían que gritarse al oído y de alguna forma entendieron a la vez que eso arruinaría ese momento, así que permanecieron en silencio, disfrutando el aquí y ahora; ya al día siguiente hablarían de cómo Edén podría cambiar sus planes a futuro. No sabían en ese momento que el futuro decidiría por ellos, que el destino los llevaría a otro país, y que esa sería la primera y última presentación de Renato como cantante de Edén, su única noche como un rockstar.
*
NOTA*:
La versión original de "Black Magic Woman" es del grupo Fleetwood Mac.
la versión de Santana

[Update]
Valium: 
Yo leyendo el cuento. No escuchar si se está manejando maquinaria pesada o si se está conduciendo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Tiburón

Le decíamos El Che porque se parecía al Che Guevara, aunque en vez de uniforme militar el hermano Aarón usaba jeans gastados y polos sencillos, y en vez de andar con una metralleta lo hacía con una guitarra. Así que de revolucionario, nada, y de hippie moderno, tampoco. Exactamente era un diácono, o sea  alguien que está en la etapa previa al sacerdocio, etapa que normalmente no dura más de un año pero que en su caso parecía extenderse indefinidamente: llegó al colegio (el salesiano Rosenthal) cuando pasé a primero de secundaria y se fue cuatro años después, y en todo ese tiempo no llegó nunca el día en que empezáramos a llamarle “padre” Aarón.
Me alegró su partida, y no porque tuviera algo en su contra; El Che era un buen tipo, tenía unos treinta y tantos y era alguien carismático y jovial (a diferencia de los curas y de los otros hermanos); me alegró porque su ausencia me daba la esperanza de que pronto sería el fin de su mayor aporte a la comunidad salesiana de Magdalena: La Pastoral, que era un grupo de gente que se reunía a realizar actividades que iban desde rezarle a María Auxiliadora hasta bailar “el tiburón”.
“Ay ay ay ay… que me come el tiburón, mamá…” algo así decía la letra de esa canción y que entre sus pasos de baile estaban colocar las manos sobre la cabeza en forma de aleta, y hacer una boca gigante con los brazos extendiéndolos hacia adelante, abriéndolos y cerrándolos, haciendo sonar cada “mordida” con el choque de las palmas. Había más canciones así, con sus respectivos pasos también, y no sé por qué les gustaban tanto, tampoco llegué a entender cómo es que alguien podía subir al estrado y por un micrófono contar sus problemas y terminar llorando al frente de ciento de personas. Todo eso, más juegos, dinámicas, actuaciones, etc., pasaba en sus reuniones mensuales; la principal ocurría una vez al año y tenía nombre propio: CampoBosco*, y que en su mejor época lograba prácticamente llenar el patio del colegio, que es como del tamaño de una cancha de futbol, con la asistencia de alumnos, padres de familia, familias enteras, del Rosenthal y de otros colegios… en fin, cualquiera estaba invitado a participar.
A mí no me gustaba nada de eso, pero claro, lo que ellos hicieran en sus reuniones no debía importarme, y así fue hasta que crearon el Día de la Familia, que era como un CampoBosco pero exclusivamente para las familias del Rosenthal; y de asistencia obligatoria. Así que tenía que ir y soportar que me restregaran en la cara su filosofía de que con una sonrisa podías cambiar al mundo; la más insoportable era la profesora Espinoza quien no se cansaba de decirme cada vez que me veía: “¡sonríe!, hoy está prohibido estar serio” (me hubiera gustado haberle dicho esa misma frase el día que descubrió que su marido le era infiel; un escándalo que trascendió las aulas y la privacidad de su hogar). De pronto La Pastoral estaba involucrada en cada una de las actividades del colegio, hasta tenían su propia oficina. Pero tal vez lo peor era la sensación que tantas buenas intenciones no eran más que apariencias: sus integrantes, hablo de los que a la vez eran alumnos del Rosenthal y con quienes me topaba a diario, se creían la gran cagada sólo porque estar en La Pastoral significaba que conocías y eras amigo de muchas chicas de otros colegios, y siendo chiquillos, nuestra popularidad se medía por el número de amigas que tenías.
Cuando se fue El Che, su guía y fundador, empezó el declive de La Pastoral y eventualmente perdería influencia en el colegio, y en menos de un año se irían tantos de sus integrantes que al final quedaría reducido a una especie de simple grupo parroquial.
Nunca me importó qué había sido del hermano Aarón luego que se marchara; asumí que simplemente la congregación lo había enviado a otra comunidad salesiana. Hasta que un año después de terminar el colegio lo vi en misa, un domingo y en nuestra iglesia. La verdad es que no hubiera notado su presencia si no fuera porque detrás de mí, la voz de un muchacho le susurró a otra persona “ahí está El Che”. Yo estaba distraído viendo a la rubia que estaba a su lado; ella, al igual que El Che, estaba de pie a unos metros dándome la espalda. Entonces la misma voz dijo con total seguridad: “esa gringa es su novia”. No dijo más así que no me quedó otra que especular: tal vez la congregación lo había enviado a algún lugar del Perú donde la conoció, se enamoró y mandó a la mierda a los salesianos; tal vez nunca lo mandaron a ninguna otra parte, simplemente al ver cómo se demoraban en ordenarlo sacerdote mandó a la mierda a los salesianos y después la conoció y se enamoró; tal vez antes de preocuparse por su ordenación se enamoraron primero y en ese momento renunció sus votos… Y así hubiera seguido especulando si no fuera porque la misma voz volvió a hablar; susurró: “pero qué buen culo tiene la gringa”. Y yo, como si esa persona me hubiera hablado a mí, asentí con la cabeza porque estaba completamente de acuerdo con él.

Nota:
CampoBosco: su nombre hace referencia a Don Bosco, santo fundador de los salesianos.

El baile del tiburón




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