lunes, 9 de abril de 2012

Corriendo, cayéndome, levantándome y corriendo otra vez

La mujer llegó por su hijo, y la enfermera, luego de explicarle que el niño sólo tenía raspones, le dijo:
-Ya curé todas sus heridas, señora. Es un niño muy valiente: no se quejó ni dijo ni pío mientras lo curaba.
Minutos después, madre e hijo abandonaron la enfermería del colegio.
Era mi turno. Había llegado a la enfermería con una mano sangrando sin saber exactamente cómo me la había lastimado. Sólo recordaba haber estado corriendo, cayéndome, levantándome y corriendo otra vez en el recreo, y si no fuera porque un amigo me lo advirtió yo ni me hubiera dado cuenta de mi estado. Aún con toda la adrenalina de tanto correteo encima apenas sentía el dolor, pero éste estaba en aumento. Sabía que lo sentiría más cuando empezaran a curarme pero luego de haber visto como felicitaron a ese niño, que tendría unos 8 años mientras que yo tenía 10, me prometí a mí mismo que no haría ningún gesto ni emitiría ningún quejido. Y así lo hice, pero, ay, como me costó soportar el ardor del alcohol, yodo, agua oxigenada o lo que fuese me echara la enfermera en el corte que tenía en la base de mi pulgar. Finalmente tanto estoicismo valió la pena y obtuve mi recompensa cuando llegó mi mamá, y la enfermera, utilizando prácticamente las mismas palabras que con el niño anterior, decretó mi valentía dejando constancia que en ningún momento había tratado de imitar a algún pollito. Lo orgulloso que me sentí de mi mismo en ese momento.
Ahora, 18 años después, en plena extracción de la última muela del juicio que me quedaba, trataba de recuperar ese orgullo que había perdido la semana previa, en ese mismo consultorio y en un procedimiento similar, en el momento que mi dentista me llamó la atención: “no está siendo usted un buen paciente, señor Souza”, palabras que no me hubieran afectado si no fuera por lo joven y simpática que era mi doctora.
Había quedado mal con ella, aunque esto venía sucediendo desde nuestra primera cita cuando revisando mi boca descubrió, sin necesidad de preguntármelo directamente, que no había ido al dentista en un par de años. Previendo esa y futuras vergüenzas fue que, al momento de enterarme que me atendería una doctora, sentí el impulso de preguntarle a la recepcionista de ese centro odontológico “¿no podría atenderme un doctor hombre?”, pero, claro, no hice esa pregunta porque sabía que se podría mal interpretar como que yo estuviera poniendo en duda la capacidad de una dentista sólo por ser mujer, cuando en realidad era simple un tema de pudor. Entonces conocería a la doctora Ericka, una joven dentista no mayor de 30 años, de 1.60m como mínimo de estatura, delgada y con un cuerpo de notorio atractivo a pesar de llevar encima el típico uniforme blanco de alguien que se dedica a la salud. Luego de darme mi diagnóstico me dijo el tratamiento a seguir: una limpieza profunda de mis dientes y la extracción de mis 4 muelas del juicio, en sesiones semanales.
Después de las primeras dos sesiones (en las que ella se encargó de mi maxilar superior) tuve una idea más clara sobre su personalidad. Era una persona seria, estricta y sobre todo muy profesional. Sólo sonreía por cortesía al momento de saludar y despedirse; su voz nunca transmitía dudas cuando le daba órdenes a sus asistentes, ordenes, además, siempre precisas; y no tenía reparos en llamarme la atención: “señor Souza, usted no se está lavando bien los dientes”. Sobre el tratamiento en sí comprobé lo maravillosa que podía ser la anestesia  porque prácticamente en ningún momento sentí dolor; tampoco me molestó (algo que tal vez un claustrofóbico no hubiera soportado) el que la mayor parte de mi rostro estuviera cubierto por un pedazo de tela, el que convenientemente tenía un agujero para la boca.  Lo más incomodo para mí hasta entonces había sido el tubito con el que una de las asistentes succionaba la sangre y saliva,  tubito que al pasar por la parte más profunda de mi lengua me provocaba una ligera sensación de arcada, algo que pude controlar sin problemas en esas dos primeras sesiones.     
Pero en la tercera no pude porque sentía que el aparatito ese estaba por llegarme a la tráquea y en varias oportunidades tuve que retirar la mano de la asistenta y pedir unos segundos para poder tranquilizarme. No sé cuantas veces lo habré hecho pero de seguro fue lo suficiente como para que la doctora perdiera un poco la paciencia y me dijera más seria, estricta y profesional que nunca que la estaba decepcionando (así lo interpreté yo) como paciente. Fue todo un golpe para mi autoestima.
A la cuarta y última sesión llegué resuelto a recuperar mi honor. Fui doblemente preparado. Primero dentalmente: harto que me reclamara por mi cepillado, a pesar de que yo lo hacía con denodados esfuerzos y hasta había visto videos en YouTube en busca de la técnica perfecta, había decidido dejar de usar el cepillo prescrito por ella y lo cambié por uno eléctrico que sí que hizo bien su trabajo, porque, en el chequeo inicial, la doctora (sin saber de mi trampa) me dio al fin su visto bueno; empezaba bien la sesión. Segundo mentalmente: tomé control de mis pensamientos y me forcé a pensar en cualquier cosa menos en el tubito, lo que funcionó muy bien al comienzo pero, como si la asistente lo supiera y quisiera darme la contra, pronto empezó a mover más el aparato por las zonas de mi lengua que más me afectaban. Luego de media hora (la sesiones duraban entre 45 y 60 minutos) estaba en plena lucha mental, una lucha feroz que poco a poco sentía iba perdiendo. Mi respiración empezaba a agitarse, mi corazón latía cada vez más rápido y ya podía presentir una arcada violenta aproximándose; ya no quedaba otra, tenía que rendirme y apartar la mano de la asistenta con todo y tubo. Y cuando apunto estuve de hacerlo, sucedió un milagro, un milagro en forma de roce celestial, una ligera presión sobre mi cabeza: era el seno de la doctora Ericka posándose sobre mi frente. Ella estaba sentada a mi derecha pero su zona de trabajo era el interior izquierdo de mi maxilar inferior, así que era lógico que tuviera que inclinarse un poco sobre mí para su mayor comodidad. Y así permaneció los minutos restantes en los que ya no me preocupé más por el maldito tubito sino por disfrutar aquella caricia involuntaria y casual, como “casual” fue también el desplazamiento suave que hicieron mis manos para cubrir mi entrepierna.
Siendo un manganzón cercano a los 30 años, obvio la doctora Ericka no me iba a felicitar por mi buen comportamiento ni mucho menos llamar a mi mamá a decirle que tenía un hijo valiente que no se había quejado ni dicho ni pío en esta última sesión; igual yo regresaría a mi casa sintiéndome puerilmente orgulloso. Ella siguió con la rutina de recetarme medicamentos y darme recomendaciones, siempre poniendo énfasis en que no debía hacer esfuerzo físico por una semana ni hacer movimientos bruscos con mi boca, lo que siempre interpreté como una indirecta a que no debía tener sexo (mucho menos oral). Aunque hubiera tenido el valor de pedirle que me aclarara esa duda, no hubiera podido porque tenía una bola de gasa en la boca que debía morder fuertemente por media hora y que me impedía hablar. Sólo podía sonreír, lo que ella respondía también con una sonrisa mostrando un poco sus dientes, demás está decirlo, impecables.

23 comentarios:

  1. Me reí DEMASIADISIMO imaginándome tus arcadas!!! Valiente Souza!!! Pero la mágica inclinación de la doctora te salvaron de un posible "roche mayor". Ahí sí que no podrías ni mirarla a los ojos. Pero bueno, ya me gustaría tener tu poder o fuerza de voluntad. No podría aguantarme ni bloquearme así para evitar que el tubito me de nauseas! Yo tb lo odio!

    En fin, de eso se trata no? de caer, levantarte y volver a correr... algo parecido a la vida misma.

    Un beso!

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    1. ya he tenido suficientes roches con las mujeres en mi vida como para sumarle (mas) arcadas en frente de ellas jaja
      un beso, marite

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  2. La mente, la mente lo es todo; y yo que no soporto nada que se me acerque a la tráquea, soy muy propenso a las arcadas. (Incluso experimente cuatro leyendo el texto, jaja. No, para tanto no).

    Ay, como salvan esos roces celestiales, he tenido algunos en esos instantes de lucha mental. Son como un chubasco en pleno verano. Y qué tranquilidad que los dientes de Ericka hayan sido perfectos, habla de cierto tipo de coherencia, lo cual para cualquier actividad es recomendable.

    Un fuerte abrazo; no te repito lo que me gusta de tu escritura porque ya lo sabes y los escritores no tienen permitido la repetición (esto que acabo de decir puede ser usado en mi contra en cualquier momento, je).

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    1. "todo esta en la mente", dicen, hasta el control del dolor, y es verdad, pero q dificil es controlarla como es debido. encuentro elogioso q mi texto finalmente no te haya hecho vomitar jajaja
      un fuerte abrazo, juan

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  3. Bravo! jajaja enhorabuena por el "roce" que te distrajo... =)
    Besos mentales.

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    1. gracias a ustedes las mujeres por existir :D
      besos, belleza

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  4. No puede ser! Peor que un sábado sin sexo es ... No sexo!
    Y más con esa lengua traviesa tuya.

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    1. si el medico lo ordena, q se le va a hacer. a ponerse creativo nomas ;)
      besos, bellarte

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  5. Me has hecho recordar que debería ir al odontólogo x_x Espero "ganarme" también x)

    Saludos.

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    1. tal vez te da su telefono como la peluquera de esa vez si mal no recuerdo :D
      saludos, edch

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  6. No sé por qué, pero siento que la mente tuya y la de Edch son compadres xD

    Un beso Ludo. Me vacila cómo siempre encuentras una escena divertida a una imagen cotidiana.

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    1. no solo la mente de edch y la mia, sospecho tambien q la de 99% de hombres del planeta (y de repente algunos marcianos) jaja
      besos, paty

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  7. jajaja q chistosoo, nunca se me hubiera imaginado que con un pequeño roce ya alucinan tanto. GRACIAS!!!

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    1. no se si toooodos los hombres... pero yo si :p
      de nada, biatch, besos

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  8. Uy que rico que una doctora u odontologa posara sus senos sobre tu rostro o alguna parte del cuerpo, es como una fantasía sexual.

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  9. Es que hay roces celestiales y otros infernales. me gustan los roces como el que nos relatas.
    como siempre he disfrutado recordando mis sesiones con el dentista y alguna vez con una dentista.Por desgracia no tenía nada bueno que rozar....

    Saludos!

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    1. hola moderato, gusto de verte de vuelta por estos lares...
      gracias por comentar y ojala pronto recibas un roce casual de aquellos de q dejan huella jeje
      saludos

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  10. jajajaja capaz ella sabía y cuando te dio el "toque celestial" pensó "yaa para que no joda" XD Oye pero es cierto lo del control. A mi me han sacado las 4 muelas del juicio y yo inmóvil (tampoco me gusta que me digan que soy un mal paciente). Y sobre el sexo oral, pues sí te pueden dar arcadas jajaja ejem ejem no dije nada. Bye ^^

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    1. jajaja supongo qu no hay mayor matapasiones q una arcada.
      saludos, munani

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