viernes, 10 de junio de 2011

Bienvenidos al paraíso


El debut de Edén fue un sábado a la medianoche en la casa de la prima de Leonardo, prima también de Félix porque Félix era el hermano menor de Leonardo y ambos, los que más sabían de música en Edén. Edén era la banda de rock que los dos habían fundado con Sebastián y Marcos, quienes eran los que menos sabían de música; pero esto no fue un mayor inconveniente: Félix, primera guitarra, le enseñó a Sebastián cómo tocar el bajo; y Leonardo, hombre orquesta que alternaba entre la segunda guitarra y el teclado, se encargó de que Marcos se convirtiera en el baterista de la banda.
Luego de varios meses de prácticas y de ensayos, el sonido de la banda empezó a convencerle a Leonardo, lo suficiente como para no dudar en ofrecer los servicios de Edén a su tía, cuando ella, feliz, le contó acerca de la fiesta que estaba preparando para celebrar la graduación de su hija:
-Está bien, Leíto, tu grupo puede tocar, siempre y cuando no me cobres, porque tú sabes la plata que me costó tener a tu prima en la de Lima.
No le iba a cobrar, después de todo era la primera presentación de Edén. Pero ¿y los instrumentos? No les quedó más que hacer una colecta entre ellos para poder alquilar lo que les faltaba: otra guitarra eléctrica, una batería y un par de parlantes adicionales. Pero ¿y el cantante? Lamentablemente no se podían alquilar cantantes, así que escogieron al que mejor cantaba de la banda: Leonardo, quien al mismo tiempo cantaba horrible.
Ese sábado en la fiesta, minutos antes de la medianoche, todo estaba listo en una esquina de la sala, y los miembros de Edén se acercaron y tomaron sus respectivos instrumentos. Las más de veinte personas reunidas prestaron atención a ese rincón, donde, emocionados y nerviosos, los cuatro adolescentes se cercioraban de detalles como, por ejemplo, botones abrochados, braguetas con el cierre arriba, ningún pasador suelto, lentes bien puestos (en el caso de Sebastián); y, lo más importante, el tiempo, responsabilidad de Leonardo, quien prácticamente no le quitó los ojos de encima a su reloj, hasta que éste marcó las doce en punto. Entonces alzó el puño derecho a la altura de su hombro; Marcos, automáticamente, reaccionó: uno, dos, tres, cuatro veces seguidas golpeó rítmicamente sus baquetas entre sí, y de inmediato empezó la música con una simple pero potente melodía que, a modo de introducción, duró hasta que Leonardo, luego de una considerable inhalación de aire, acercó su boca al micrófono y pronunció: “bienvenidos al paraíso”.
Así empezaron cuarenta y cinco minutos de covers de rock bailable que nadie bailaba al principio. Leonardo tuvo que hacer algunos comentarios graciosos para motivar a la gente a que bailaran y no se quedasen de pie viéndolos tocar; poco a poco, gracias a sus palabras (además del buen desempeño de Edén), esa sala se fue convirtiendo en una verdadera pista de baile. Y aun con la voz de Leonardo, que al parecer a nadie molestó, y aun con su error de decir “bienvenidos al paraíso” en vez de “bienvenidos al edén”, lo que sus compañeros tomaron con gracia, se podría decir que esos primeros tres cuartos de hora fueron un éxito.
Los segundos cuarenta y cinco minutos (luego de un breve descanso) no lo fueron. Ni siquiera duraron ese tiempo como lo habían planeado, sino sólo veinte minutos. Y es que varios de los asistentes, alcoholizados ya, empezaron a sentir que el rock, como género musical, no era lo suficientemente estimulante, y alzaron su voz en protesta exigiendo ritmos latinos. Lástima: Edén no tocaba salsa, cumbia, merengue ni nada parecido. Leonardo volteó a ver al resto de la banda y, en un veloz intercambio de miradas, supo que todos estaban de acuerdo en que lo mejor era terminar lo más pronto posible. Anunció por el micrófono la que sería su última canción (lo que motivó una pequeña explosión de alegría en algunos de los invitados), y la tocaron con más ganas y más concentrados que nunca.
Como lo habían ensayado, alargaron el final de esa canción para poder anunciar los nombres de los integrantes con música de fondo. El orden de presentación fue alfabético. Primero Félix: gritos y aplausos de los presentes. Luego Leonardo: gritos y aplausos otra vez. Luego Marcos: nuevamente más gritos y aplausos. Y por último Sebastián: un “¡oh!” unísono de zozobra fue lo único que se escuchó. Leonardo había girado de tal forma para señalar a Sebastián, que el mango de su guitarra le propinó al bajista un fuerte golpe en la cara, derribándole los lentes y haciendo que su nariz empiece a sangrar de inmediato. Fin de la música. Fin del show. Anticipándose a cualquier pregunta, Sebastián empezó a decir en voz alta que estaba bien, levantando el pulgar derecho hacia arriba mientras que con la otra mano se tomaba el rostro. Leonardo se aproximó a él, y al comprobar que el golpe no había tenido consecuencias graves, volvió al micrófono para anunciar al público que no había de qué preocuparse. Pidió “un fuerte aplauso para Sebas”, y, antes de retirarse del “escenario” con sus compañeros, concluyó diciéndole a los asistentes: “sigan divirtiéndose; la fiesta aun no termina”.
Luego de colocarse un par de trozos de algodón en la nariz, y de acomodarse los lentes lo mejor que pudo (porque, aunque no se rompieron, quedaron medio torcidos), Sebastián y el resto de la banda se reintegraron a la fiesta, donde recibieron las felicitaciones de algunos y consejos de otros, especulando de lo que vendría en el futuro para Edén. Siguieron interactuando con los demás, conversando, comiendo bocaditos, tomando algunos tragos y, de rato en rato, bailando al ritmo de alguna salsa, cumbia, merengue o algo parecido que ya había empezado a sonar en el equipo estéreo de la casa.

2 comentarios:

  1. Una forma muy propia de narrar estas vidas cotidianas. Buena historia y buen relato.

    Rafael.

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  2. gracias rafael. efectivamente mi tema es lo cotidiano (por ahora al menos)

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