Ese día, de las cosas que pude ver perfectamente claro, una se apoderaría de mi mente: un mensaje escrito con grandes letras rojas en mayúsculas que decía: SOLO PARA ADULTOS. Era la marquesina del cine Brasil, que estaba cruzando la avenida del mismo nombre frente al consultorio oftalmológico Mendiola, de donde salía acompañado de mi madre luciendo el primer par de lentes que usaría en mi vida. Qué momento aquel; yo tenía diez años y no sólo empezaba a ver el mundo en todo su esplendor, sino que de pronto mi vida adquiría su primer gran objetivo: entrar a ese cine.
¿Se trataba acaso de una necesidad precoz? No. Quería entrar porque (como si el dueño de ese cine supiese quién era yo, y hubiese pensado en mí al poner esas letras) se me estaba diciendo que no podía hacerlo. Y aunque con el pasar de los años me toparía con prohibiciones parecidas, superarlas me supo a nada, y comprendí que debía apuntar al objetivo original.
Tenía quince años. Entré a la antesala del cine y me dirigí a la boletería. Sin decirle nada al vendedor, puse al frente de él los tres soles cincuenta que valía una entrada. Me miró con gesto aburrido, no me hizo pregunta alguna y en ningún momento dudó; tomó el dinero y me dio el boleto. Lo recibí y le dije gracias tratando de ocultar mi incredulidad; y es que había sido tan fácil. Asumí con mucho agrado que seguramente aparentaba ser alguien de dieciocho o más edad. Sin ninguna otra explicación posible, me relajé y empecé a disfrutar mi triunfo en el momento que le entregaba mi boleto a quien cuidaba la puerta de la sala del cine. No me dijo nada. Alzó la mano no para recibir mi boleto sino para señalar un papel pegado en la pared, donde, escrito a lapicero, decía: “sólo se puede entrar con D.N.I.”. No protesté ni insistí. Regresé a la boletería y le devolví mi entrada al vendedor, diciéndole secamente que no tenía documentos, y él, ni molesto ni nada parecido por mi intento de querer pasarme de listo, me devolvió el dinero con el mismo gesto aburrido con que lo había aceptado minutos atrás. Y me fui.
A los dieciochos años, apenas la oficina gubernamental correspondiente me entregaba mi Documento Nacional de Identidad, pensé en “estrenarlo” yendo al cine Brasil. Claro, sabía muy bien que cumpliendo los requisitos necesarios, la prohibición dejaba de serlo, con lo que ya nunca iba a poder alcanzar aquel primer gran objetivo de mi vida. De todas formas sentía que existía algo pendiente entre ese establecimiento y yo.
Llegué alrededor de las cuatro de la tarde. En la antesala, la boletería estaba cerrada y un hombre se encontraba sentado próximo a la puerta de la sala del cine. Lo vi, y sin preguntarle nada, me avisó que la primera función empezaría en quince minutos. Mientras dudaba en quedarme o no, me propuso dejarme pasar si le pagaba a él directamente la mitad del precio de una entrada. Desconfiado, le pregunté por qué quería hacerme ese favor. Su respuesta me pareció convincente: “el hijo de puta del dueño no me da ni para el pasaje”. Aquel hombre me presentó como su sobrino cuando minutos después llegó “el hijo de puta del dueño”, que pude reconocer era el boletero de mi primer intento. Con la misma apatía de tres años atrás me dejó entrar en la sala.
No acababa de dar ni un paso adentro cuando sentí un olor a humedad golpearme el rostro. Segundos después estaba sentado en el bloque central de la sala, cerca de uno de los pasadizos laterales, y cuando sentí que más o menos me había acostumbrado al olor, di un vistazo: manchas en piso y paredes, incontables agujeros en la pintura, asientos rotos con sus partes de metal oxidadas, la pantalla llena de huecos. Lo más deprimente era darse cuenta que, detrás de toda esa decadencia, podían verse vestigios de que ese recinto había sido alguna vez un gran cine. Entonces se apagaron las luces y empezó la función. Era una porno italiana sin subtítulos. Me causó gracia darme cuenta de ese detalle, porque, obviamente, a ningún espectador le importaría seguir los diálogos y la historia de ese tipo películas. Volteé y vi que ya no estaba solo; unos cuantos yacían en sus sitios esparcidos por la sala. Una hora después finalizaba la porno italiana, y a la mitad de los créditos estos fueron interrumpidos para dar pie el inicio de otra porno, ahora en ingles y subtitulada. En ningún momento había sentido el más mínimo indicio de excitación, y decidí que ya había sido suficiente. Giré a mi izquierda antes de levantarme, y pude ver hacia esa dirección, a un extremo de la sala, el movimiento de unas sombras. Agucé la vista por unos minutos y pude descifrar que una de las sombras era la silueta de una persona sentada; la otra sólo hacía movimientos repetitivos de arriba hacia abajo y viceversa, cerca del pecho de la silueta. Se trataba de un hombre haciéndole sexo oral a otro.
En un dos por tres llegué a la entrada de la sala y, para agravar mi creciente nerviosismo, no pude abrir la puerta. Noté que alguien se me acercaba desde mi izquierda, y empecé a empujar varias veces seguidas la bendita puerta; pero nada, no cedía. Hasta que esa persona (sí, un varón) se paró a mi costado y puso su mano sobre la manija: “hay que jalar hacia adentro”, me dijo. La abrió y salí disparado, dejando atrás a mi supuesto tío y al desganado “hijo de puta del dueño”. Cuadras más adelante, y más tranquilo, empecé a caminar y revisar si es que nada se me había caído en la prisa, en especial mi billetera. La sentí en el bolsillo de mi pantalón, la saqué y todo estaba bien: los billetes, las tarjetas, documentos, incluso, mi nuevecito y aún sin “estrenar” D.N.I.
Hay una relación con lo prohibido-desconocido que nos motiva hasta que pasan estas cosas, y después terminas pensándotelo mucho antes de hacer algo similar.
ResponderEliminarEstupendo.
Un saludo.
jaja me causo mucha gracia el final, eso pasa por ir a sitios de adultos jajaja
ResponderEliminarAdemás puedo suponer que tipo de personas estarían en ese lugar, auchh
Me gustó la historia y me divertí con ella, un abrazo
hola rafeal. lo prohibido y la curiosidad van de la mano, y en este caso la curiosidad casi mata a un gato.
ResponderEliminargracias mixha por visitar mi blog y por tu comentario. debido a la internet ya no existen ese tipo de cines creo.
un abrazo a ambos
que tal..! pasaba a saludarte
ResponderEliminary a invitarte a pasar por mi blog..
he subido un texto nuevo..
te dejo un fuerte abrazo!!!
Muy agradable tu forma de escribir. Tienes una excelente forma de narrar, este cuento esta maravilloso y tiene mucha gracia. Felicidades por tus escritos, te seguiré leyendo.
ResponderEliminarMil gracias por tus comentarios en Tonanzi y por haber pasado a mi blog. Saludos y un abrazo!! Claudia Alhelí Castillo
hola claudia. gracias por la visita y tus palabras. yo tambien seguire tu blog.
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