Brenda no sólo cayó del columpio; debido a la altura y velocidad de sus balanceos, y a que sus manos no soltaron las cadenas que sujetaban el asiento, barrió el suelo con su cuerpo también. Sus dos amigas dejaron de columpiarse, y los muchachos, que estaban sentados cerca, observándolas (porque se conocían y porque tenían la esperanza de ver debajo de sus faldas), se pusieron de pie. Pero antes de que alguien pudiera hacer algo, Sebastián ya estaba al lado de Brenda levantándola en sus brazos, dispuesto a llevarla a donde fuera necesario para que curaran sus heridas.
De haber actuado así, de la forma en que su mente trataba de tergiversar los hechos, Sebastián no estaría ahora en el malecón Grau, solo, sentado en el mismo lugar donde presenció el accidente de Brenda, observando los columpios vacíos, deseando retroceder el tiempo al preciso instante en que pudo ser un héroe, y no, como en realidad sucedió, un payaso más que se burla de las desgracias de otro.
Y aunque pareciera obvio del por qué la decisión de Brenda de no dirigirle más la palabra, Sebastián aún no podía entender completamente el comportamiento de ella. Otros también se habían reído en aquel momento, en igual o mayor intensidad que él, pero con ellos Brenda seguía siendo igual de amiga, incluso aceptando alegremente bromas referidas al accidente. “¿Por qué entonces- pensaba Sebastián -la ley del hielo para mí?”.
-Porque tal vez le gustas.- Le dijo Quique, apareciendo de la nada. No es que haya leído la mente de Sebastián; viéndolo nomás supo que su amigo seguía siendo torturado por las mismas interrogantes de las que anteriormente le había hablado; y de cuyos detalles Quique conocía algunos, por haber sido otro de los testigos (uno de los menos escandalosos) del incidente del columpio.
Luego de saludarse, Sebastián le propuso “dar una vuelta”. No le dijo a dónde pero Quique lo sabía: pasarían por la casa de Brenda. Pero ni en el trayecto, ni cuando llegaron a su destino, la vieron a ella o cualquier otra persona conocida.
Era domingo, alrededor de las siete de la noche, y Sebastián tenía la esperanza de encontrarla por ahí, como cualquier otro día de vacaciones de verano. Lamentablemente, salvo él y Quique que estudiaban en el mismo colegio y cuyas clases de segundo de secundaria iniciaban en una semana, para el resto del barrio, incluido Brenda (un grado académico menor que ellos), las clases empezaban el día siguiente. Dieron vueltas por esa cuadra y alrededores, pero cerca de las nueve de la noche ya era hora de que cada uno regresara a su repectivo hogar. A Sebastián le quedaba una última alternativa: ir a la casa de Brenda, tocar su puerta y preguntar por ella. Pero así como en los días previos en que tuvo la oportunidad de acércasele, su falta de iniciativa lo detuvo esta vez también. Quique no hubiera tenido problemas en hacerle ese favor, de no ser porque entre Brenda y él no existía la suficiente confianza.
De regreso, antes de que dividieran sus rumbos, Quique trató de tranquilizar a su amigo diciéndole que seguramente la vería en la semana próxima, porque en los primeros días de clases, por lo gen-ral, en ningún colegio se avanza mucho ni se dejan muchas tareas. Sus palabras hicieron sentirse mejor a Sebastián, aunque hubiera sido mejor que Quique hubiese ayudado a su amigo a que se resignara y olvidara a Brenda de una vez por todas, porque en la semana siguiente, excepto para ir al colegio, ella no saldría de su casa para nada, y en el resto del año sus caminos no se iban a cruzar, y que sólo después de verla con enamorado, en las vacaciones del siguiente año, Sebastián aceptaría al fin que jamás las cosas volverían a ser iguales entre ella y él.
Antes de despedirse definitivamente, Quique le dijo a su amigo: “al menos le vimos el calzón”. Se despidió y se marchó sin esperar respuesta. Sebastián tardó unos segundos en reaccionar. “Claro, su calzoncito rojo”, pronunció como quien minimiza un hecho por tratarse de algo fortuito y no de un logro, porque era lógico, razonaba, que nadie se preocuparía por cubrir su ropa interior cuando está a punto de caer estrepitosamente.
Un relato ameno y divertido, de corte urbano. Me gusta el juego de personajes y como haces que el lector siga la lectura para llegar a un final abierto, donde muchas cosas pueden pasar. Podría ser parte de un texto más largo, interesante, un abrazo
ResponderEliminarhola mixha. en efecto, por ahora mis temas son lo cotidiano y urbano. ah, el borrador de este relato era como el triple de extenso jeje. gracias por comentar.
ResponderEliminarEstimado Ludobit, pareciera que hubieses escrito una parte de mi vida. No fue de la misma manera, pero si pasé por la complicación de no entender por qué es que solo se molestaba conmigo. Afortunadamente pude recuperar el tiempo perdido. Quizá no sea la chica que tenga actualmente a mi lado, pero me llevo un buen recuerdo. Buen post. De algo tan sencillo, creaste una historia bastante interesante.
ResponderEliminarJhonnattan Arriola
hola jhonnattan. que suerte tuviste de tener una segunda oportunidad. gracias por la visita y por comentar. saludos
ResponderEliminarUn relato bien contado. Enhorabuena.
ResponderEliminarP.D: Me ha parecido - como a Mixha - que te has cortado un poco. Se ha terminado algo rápido.
Un gran saludo.
hola rafael. gracias por comentar y por la apreciacion. lo voy a tener muy en cuenta. saludos.
ResponderEliminarjejeje, Yo fui hace años otro Sebastián que se quedó sin Brenda por tonto. Un relato cojonudo.
ResponderEliminarMe ha gustado la historia y la forma llana de narrarla. Un acierto.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita a mi blog, ha sido como si hubieran regado a plantas ya marchitas.
Un abrazo.
Por cierto, te invito a participar en mi Colectivo Imaginario llamado No Somos Escritores
http://nosomosescritores.blogspot.com/
Sería un gusto contar con algunos de tus escritos.
hola hector. supongo que todos hemos cometido tonterias que nos han costado caro. gracias por la visita. saludos.
ResponderEliminarhola opin. gracias por comentar. seguire tu blog y el de tu colectivo. saludos.