jueves, 31 de mayo de 2012

Una bola de papel del tamaño de una pelota de fútbol

Ahora que lo pienso, que el profesor Pepito nos hiciera ver “Al maestro con cariño”["To sir with love"] no fue porque la historia trate sobre temas como el racismo y la tolerancia; esto fue sólo la excusa para que pudiera compartir con nosotros, sus alumnos del quinto grado, la película que seguramente era su favorita por sentirse plenamente identificado con el protagonista: un maestro negro enseñando en un aula de puros alumnos blancos y, para concha, problemáticos. Bueno, racialmente nuestra aula era más variada pero definitivamente el único zambo ahí era el profesor Pepito, y tampoco éramos lo desadaptados que eran esos estudiantes ingleses, sólo algo inquietos. De todas formas pienso el profesor Pepito se sentía Sidney Poitier en ese papel de maestro cada vez que iba a trabajar al Salesiano Rosenthal. Ahora, por qué nos hizo ver “La novicia rebelde”["The sound of music"] no lo sé. No hay nada en esa película con que él se pudiera identificar ni directa ni indirectamente, y tampoco tiene enseñanzas tan profundas como “Al maestro…”; sólo es acerca de una adinerada familia austriaca en plena segunda guerra mundial haciéndole frente a los nazis… cantando. Supongo que fue esto último lo que enganchaba a nuestro profesor y que si nos mostró esa película fue para transmitirnos su entusiasmo por el canto. Sí, tuvo que haber sido eso, porque poco después nos anunciaría que todo el quinto y el sexto grado se juntarían para formar un coro.
En unos meses ya estábamos en la ceremonia por el día del padre, vestidos con un poncho celeste de satén, cantando:
DO…minemos nuestra voz
RE…pitiendo sin cesar
MI… lección si entiendes ya
FA…cil es poder cachar (perdón, cantar; es que nunca faltaba quien solapa nomás cambiara la letra)
lalala etc.
O sea “Do-Re-Mi” y otro par de canciones de la “La novicia…” acompañados por una pista musical y con el profesor Pepito dirigiéndonos con una varita. El aplauso del público fue un poco más sincero que en los números que nos precedieron así que se podría decir que no lo hicimos mal. Desde entonces estaba asegurado que cantaríamos en todas las actuaciones del colegio, para el orgullo y felicidad del profesor Pepito, o “Pantro” (porque se parecía a Pantro de los Thundercats), quien tuvo que expandir el repertorio. “La malagueña” (versión Pablito Ruiz) sería una de las nuevas canciones y todo un reto para el solista por el largo y agudo “que eres liiiiiiiiiiii...inda hechicera” que se repetía dos veces en la canción. Pero así como era un reto, era también una gran oportunidad de lucimiento, y por eso se produjo un pequeño conflicto entre los dos mejores cantantes del coro, Aguirre y el lame-culos de Jaramillo. Al final el elegido fue Aguirre, lo que provocó en Jaramillo una rabieta tal que sus padres fueron a hablar personalmente con el cura director para que su hijo cantara uno de los dos solos. Eso no pasó. Cómo le habrá dolido a Jaramillo los aplausos que provocó Aguirre a mitad de la canción la primera vez que la cantamos; y cómo habrá gozado cuando en otra presentación, en una de esas “i” repetidas, a Aguirre le salió un gallazo. Y es que armar un coro con niños a una edad en la que empiezan a dejar de serlo tal vez no sea una buena idea. Yendo de los mejores cantantes a los peores, estábamos divididos en 3 grupos: primera, segunda y tercera voz, pero constantemente el profesor nos redistribuía porque de pronto alguien cambiaba de voz.
Yo por ejemplo empecé siendo segunda pero acabé en la tercera; ni siguiera ni experiencia previa me salvó del descenso. Un par de años antes de que llegara el profesor Pepito al Rosenthal (llegó justo cuando yo pasaba a quinto grado) participé de un recién creado coro a donde llegué por descarte porque era obligatorio estar en alguna actividad extracurricular y en los deportes era un cero a la izquierda. En ese coro no llegábamos ni a diez y aquí no había pista musicales, siempre era el profesor Rengifo quien nos acompañaba con su guitarra. Pero esta iniciativa no llegó lejos a pesar de que parecíamos ser el relleno perfecto para las actuaciones en donde siempre salíamos a cantar una y otra vez la misma canción de José Luis Perales, “Que canten los niños”, canción en la que incluso tuve mis segundos como solista porque cada miembro tenía reservado para sí una de las líneas (sólo por citar algunas):
Yo canto para que me dejen vivir
Yo canto para que sonría mamá
Yo canto para que sea el cielo azul
Yo canto para que…
Y ya pues, el que yo tuviera que cantar demuestra la escasez de talento en ese coro y por qué duró un año nomás.
Lamento no tener una voz adecuada para el canto; de lo contrario tal vez hubiera sido menos patética mi performance la vez que le canté por teléfono a una chica “Puente” de Gustavo Cerati. Aunque todo vale si se trata de vacilarse y los karaokes son una buena muestra de ello. Nunca he ido a uno propiamente dicho pero hay videojuegos como el “SingStar” para Playstation 3 que bien simula la situación; así acabamos una noche con unos amigos de la facultad, todos hombres, cantando el “Aserejé” de Las Ketchup o peor aún “Desesperada” de Marta Sánchez. Por algún rincón de internet está el video de esa velada. Pero si es “interesante” la imagen de cuatro chicos cantando Soy una mujer normal, una rosa blanca de metal... creo que más lo fue el número musical que armaron un día Medina y Sánchez, dos compañeros de cuarto de secundaria, en el que aprovechando que no había ningún profesor en el aula se pusieron a cantar (con un inglés fingido) “Summer Nights” de la película “Grease”, asumiendo cada uno el rol de John Travolta y Olivia Newton John respectivamente. El chongo hubiera continuado si no fuera por una bola de papel del tamaño de una pelota de fútbol, que fue justamente lo que les lanzó Padilla al grito de “¡ya basta de tanta mariconada!”, pero al muy pajero le falló la puntería y terminó rompiendo una de los vidrios que daban a la calle, lo que de inmediato llamó la atención de maestros y curas. Hay formas y formas de protestar: yo de niño hubiera preferido mil veces que mis hermanos me hubieran lanzado cosas cada vez que me ponía a cantar villancicos acompañado por un cassette de “Los Toribianitos”, antes de lo que hicieron finalmente: tirar secretamente ese cassette a la basura. Un día simplemente no lo encontré más y recién el año pasado me revelaron el misterio de esa desaparición.
Diría que me deben un cassette, o un cd en todo caso,  pero creo que “Los Toribianitos” ya no existen. En mi niñez eran EL coro, por eso era inevitable las comparaciones con el nuestro formado por el profesor Pepito, aunque esas comparaciones eran principalmente en son de burla porque “Los “Toribianitos”, que creo no pasaban de 20 integrantes, nos daban mil patadas a nosotros que éramos alrededor de 100. Y el profesor Pepito lo sabía, por eso es comprensible que a último minuto haya cancelado nuestra presentación en una actuación en la que se había anunciado una gran sorpresa al final. Esa gran sorpresa resultaron ser precisamente los niños cantores del Colegio de Santo Toribio.
***
Do Re Mi
La malagueña (Pablito Ruiz)
Que canten los niños (José Luis Perales)
Puente (Gustavo Cerati)
Aserejé (Las Ketchup)
Desesperada (Martha Sánchez)
Summer Nights (de la película Grease)
Los Toribianitos

domingo, 20 de mayo de 2012

El tic nervioso de bajar constantemente la mirada

-Josué…- me dice Gustavo mientras veo la hora en mi celular -¿cuándo carajos te vas a comprar un nuevo celular y botar esa porquería?
-Cuando te cache un burro- le digo en broma.
-Ya pues en serio.
-A mí no me parece una porquería- le respondo mientras observo mi celular desde varios ángulos. Es un Samsung SGH-U106.
-Eres ingeniero de sistemas: deberías tener lo último en tecnología.
-Con lo que me “gusta” mi carrera.
-Pero igual, ¿por qué no te compras uno nuevo?, ¿o es porque te lo regaló tu hermano?
-No, no es por eso.
Efectivamente mi celular me lo regaló mi hermano, pero no fue que un día él decidiera gastar una importante cantidad de dinero para hacerme ese obsequio; bueno, lo hizo, pero para sí mismo: mi celular fue el suyo por un par de años hasta que se compró uno mejor, y me dejó el que ahora poseo. O sea que fue otro caso de hermano menor que hereda algo de su hermano mayor, como ropas, juguetes, etc. Es el segundo celular de mi vida, y el segundo también que obtengo gratis.
Miento, el primero no lo fue, pero casi: me costó 50 soles. Era un Sagem MYX-3 y me lo vendió un amigo de la facultad, Michael, allá por el año 2006. Meses antes de vendérmelo me lo había dado (él tenía uno más nuevo) para poder ubicarme fácilmente por un proyecto en el que estábamos envueltos. Cuando me lo dio yo era una de las pocas personas de la facultad sin celular, y la razón de ello era porque no quería tener uno. Me desesperaba ver a todo el mundo tan pendiente de esos aparatos. Muchos habían adquirido incluso el tic nervioso de bajar constantemente la mirada a chequear sus celulares. Y si no estaban haciendo eso, estaban timbrándoles a otras personas por el simple hecho de querer bromear, lo que era particularmente molesto en clases cuando todos estábamos en silencio atentos al profesor, porque se escuchaba a cada rato el “brrr” de un celular vibrando. Ah, pero si uno de esos sonidos no se trataba de una broma sino de una verdadera llamada, el alumno que la recibía salía del aula contestando a medio camino entre su asiento y la puerta, en una actitud como quien dice “mírenme, soy importante, me están llamando”, y siempre se excusaba con el profesor diciendo que era una urgencia familiar, lo que nunca creí.
Yo quise demostrar que se podía vivir tranquilamente sin celular, y claro que sí se podía, pero curiosamente los más afectados por ello eran mis amigos y compañeros quienes les costaba mucho ubicarme. Por eso Michael, cuando decidimos hacer un corto animado juntos, no lo pensó dos veces y me dio el celular que le sobraba.
Meses después de terminado el proyecto, ese celular seguía conmigo. Michael se había olvidado de él, y yo también. Lo tenía apagado prácticamente todo el tiempo hasta que un día tuve una buena razón para volverlo a encender: sexo telefónico, con una chica chilena de nombre Almendra que había conocido en un chat. Ella fue quien llamó, y supongo que le gustó todo lo que le dije porque días después me volvería a llamar. Y lo mismo días luego, y así sucesivamente hasta convertirse en una costumbre semanal durante los meses que duró esa “relación” en la que no gasté ni un sol. Si no continuamos fue porque ella simplemente dejó de llamarme. Fue a la mitad de ese periodo que Michael por necesidad de plata se acordó de ese celular. Me lo pidió para vendérselo a alguien más creyéndome completamente desinteresado en el dispositivo, por eso se sorprendió cuando le pregunté a cuánto me lo vendía. No le dije que la razón era la chilena, sólo me excusé diciéndole que quería seguir en contacto con la “gente”, o sea con él y el resto del grupo de amigos.  
Luego de que Almendra y yo dejamos de hablarnos, el celular volvió a su inactividad. Pero entonces cumplí 27 años y comprendí que sólo me faltaban 3 años para llegar a la base 3. Entré en crisis; entre muchas cosas, por mi vida social, la que se había reducido prácticamente a la nada por andar tan concentrado en proyectos personales. El miedo de llegar solo y sin amigos a los 30 me hizo tomar decisiones radicales (que se merecen su propio post aparte), entre ellas la de empezar a usar mi celular como medio de mantenerme en contacto, ahora sí, con mis amigos. Así ese aparato volvería a la vida. Afortunadamente para cuando empezó a fallar, en el 2009, mi hermano ya se había comprado uno nuevo; el que ya no usaba pasó a ser mío y por mi parte mande a jubilar el Sagem, no sin antes reutilizar su chip, antiguo pero aún funcional, por eso cuando enciendo mi Samsung no dice CLARO sino TIM.
Ahora yo también tengo el tic de mirar el celular a cada rato. Si veo que tiene poca batería y me he olvidado el cargador, a la hora de almuerzo salgo de mi trabajo y voy volando a mi casa por él. Y es que en la actualidad no podría vivir sin mi celular; y aunque esto podría dar a entender que tengo una vida social muy activa, no es así: es mínima pero suficiente para mis intereses. Justamente por eso no veo la necesidad de comprar uno nuevo con un plan que, como todos,  pone especial énfasis en lo social, especialmente en Facebook y Twitter, cosas que a no me quitan el sueño.
-¿Entonces?- me pregunta Gustavo curioso de saber la razón de por qué no adquiero un Smartphone como el suyo.
-Con éste me basta para hacer llamadas y enviar mensajes de texto. No necesito más.
-¿Y cuando sales con una chica no te dicen nada sobre tu celular?
-¿Qué?- le digo muy extrañado por su pregunta porque me parece que poco tiene que ver con el tema, pero de pronto empiezo a recordar algunas cosas. Gustavo se da cuenta que algo tengo en mente.
-¿Has pasado algún roche, no?
-Bueno, recuerdo un par de salidas en las que todo iba bien hasta que sacaba mi celular, y la chica de pronto me miraba desilusionada, como pensando ”¡Qué misio este pata!”.
Gustavo y yo nos reímos.
-¿Ves?- me dice –Ahí tienes una razón para comprar uno más chévere.
-Tal vez. Pero créeme que más se decepcionan cuando se enteran que no tengo auto…
-Ah eso también…
-… como una vez, y te hablo de cuando tenía 24, conocí a una chica de la [universidad] de Lima y me preguntó si tenía carro. Le dije que no y me miró sorprendida; me dijo: “Qué raro, pero si todos los chicos que conozco de tu edad tienen carro”.
-Te cagó en una- me dice Gustavo entre risas.      
Yo me rio también olvidándome momentáneamente del tema de los celulares para recordar a esa chica. Qué será de la vida de Fiorella me pregunto.
***

martes, 15 de mayo de 2012

Con B de burro

Los que han visto “Los Años Maravillosos” saben que es una serie que trata sobre un adulto llamado Kevin Arnold recordando las etapas de su vida. En un episodio, unos empresarios van a derrumbar un pequeño bosque para construir un centro comercial en su lugar, y Kevin y sus amigos (adolescentes todos) hacen todo lo posible para evitarlo por lo mucho que les importa ese espacio en donde han pasado gran parte de su niñez. Finalmente no lo consiguen. Antes del derrumbamiento Kevin da un último paseo por ese bosque y empieza a recordarse a sí mismo y a sus amigos jugando ahí de niños. Estos recuerdos se muestran en cámara lenta y acompañados por una canción que si no es “In my Life” (cantada por una mujer pero que es originalmente de The Beatles), es otra igual de melancólica. Secuencias como ésta, que abundan en la serie, me marcaron a tal punto de hacerme la persona ridículamente nostálgica que soy ahora a mis 29 años.
Tenía más o menos 10 cuando la estrenaron acá [en Perú] y me parece curioso lo mucho que influyó en mí a pesar de no ser una serie infantil, que si bien era graciosa la mayor parte del tiempo, también tenía sus momentos serios y de drama. Pasada la decena de episodios vistos, no sólo yo ya estaba recordando cosas como si me hubieran sucedido décadas de décadas atrás, sino que también había desarrollado una extraña costumbre, la de mentalmente narrarme mi vida diaria. Quiero decir, sobre esto último, que si me pasaba algo de cierta importancia, de pronto escuchaba en mi cabeza una voz adulta contando en primera persona lo que me acaba de ocurrir, para luego agregar algún comentario; al mismo estilo de la serie. Se suponía que era mi propia voz, pero de adulto, así que llegué a creer que lo que estaba viviendo día a día en sí era el pasado y que esa voz provenía del futuro. Una cosa de locos que afortunadamente (para mi salud mental) sólo me duró mientras la serie estuvo de moda.
Pero esa forma de recordar, que es mi actual forma de recordar, ya nadie me lo quita. A lo mucho, lo que trato es simplemente de no hacerlo, porque tampoco se puede andar nostálgico todo el tiempo. Pero, eso sí, las contadas veces que me lo permito, trato que la evocación sea la máxima posible. Como en este verano pasado que fui a pasear por donde antes vivía con el único propósito de rememorar mi niñez y adolescencia.
Ese lugar queda en Magdalena y se llega allí por la Av. El Ejército, avenida que un domingo lejano tuvo el honor de ser recorrida por la mismísima imagen del Señor de los Milagros que reside en la iglesia de Las Nazarenas. Fue todo un acontecimiento para el distrito. Yo vivía en el cruce de la avenida con la calle Larco Herrera y mucha gente devota de mi barrio estaba reunida ahí esperando ansiosa el paso de la imagen por ese punto específico.  Apareció el Cristo Morado y todos bien sincronizados empezaron a cantar con mucho fervor el correspondiente himno (Señor de los Milagros / a ti venimos / en procesión… etc., etc., etc.), pero pronto ese fervor se convirtió en desconcierto cuando al terminar de cantar la palabra “Señor” vieron que la imagen ya estaba 5 cuadras adelante, como yendo a San Isidro. Los devotos ahí presentes no sabían que esta vez la imagen no iba a ser trasladada por cargadores sino que iba a ir encima de una camioneta, y que además el Señor de los Milagros estaba de gira inter-distrital ese día, así que mucho tiempo no iba a tener como para atender plegarias in situ.
En ese cruce queda actualmente la escuela de cocina D’Gallia, pero antes lo que había en ese lugar era otra escuela pero para niños especiales, o al menos eso decía un letrero, porque nunca vi niño alguno entrar en ese sitio, que era como una especie de mansión antigua. Parecía más una casa abandonada, tanto que algunos vecinos inconscientes empezaron a dejar basura y desmonte en una de sus esquinas. Por suerte la municipalidad no se quedó de brazos cruzados: limpio esa esquina y mandó a un empleado a pintar, en una de las paredes que rodeaban la mansión, el mensaje “PROHIBIDO VOTAR BASURA”. Ya estaba guardando aquel empleado sus utensilios de pintura para luego marcharse, pero de pronto se escuchó el grito de una vecina desde una ventana: “¡Oiga: botar es con B grande… con B de burro!”. Mis amigos y yo que en esos momentos estábamos jugando en la pista (de la calle Larco Herrera) nos cagamos de la risa. Avergonzado el empleado empezó a corregir su error.
Dije “jugando en la pista”… bueno, en ese tiempo era posible, ahora no, porque autos estacionados a ambos lados de la vereda prácticamente ya no dejan espacio.  ¿Son autos de los estudiantes para chef?, ¿de sus profesores?: no lo sé. Los autos que encontré a la vuelta, supuse tenían que ser de las familias que habitan los varios y nuevos edificios que recorren el malecón Grau. Ahora el malecón lo es propiamente porque antes era un complejo deportivo donde estaba el estadio municipal, que era un cancha de tierra donde se jugaban partidos de la liga interdistrital de futbol. Representando a Magdalena jugaba el equipo “Valdizán” formado por muchachos de la calle del mismo nombre, muchachos que jugaban muy bien el primer tiempo pero que no aguantaban el segundo por falta de físico, consecuencia de pocas horas de entrenamiento y muchas de tomar cerveza. Ahora lo único deportivo que hay son un par canchitas de fulbito; todo el resto es parque: jardines, caminos, y muchas bancas. Me senté en una. Eran más de las 6pm y quería ver el atardecer. A mi alrededor familias, niños, parejas… mucha más gente disfrutando de esas áreas verdes que en mi adolescencia, y ni hablar de mi niñez porque en esa época era un territorio de drogadictos.
Pasaban los minutos y seguía esperando sentir algo de nostalgia. No sentía nada. El malecón ha cambiado mucho desde mis épocas en las que correteaba con mis amigos por su pasto sin podar, o paseaba con alguna vecina por ahí con intenciones románticas. Ya prácticamente nada de esos tiempos queda, lo que desde un punto de vista nostálgico es lamentable, pero desde uno practico es bueno, porque ahora el malecón esta muchísimo mejor que antes, y finalmente eso es lo más importante. Sólo faltaba comprobar una cosa, y lo hice minutos después: el atardecer de verano sigue siendo el mismo. Lo que es lógico porque el sol que yo sepa no ha cambiado; y tampoco ese mar multicolor, que tal vez suene poético pero la verdad es pura contaminación.
***
In my life, versión de la serie
In my life, versión original
Himno al Señor de los Milagros

lunes, 7 de mayo de 2012

Completamente mudo y Con mucho swing


Completamente mudo
“¡… celular!” escuchamos parcialmente mi amiga y yo, y volteamos creyendo que a una mujer la estaban asaltando pero lo que vimos pareció ser todo lo contrario porque vimos a una mujer tratando de quitarle su celular a un hombre. Entonces la mujer gritó de nuevo y esta vez le entendimos todo el mensaje: “¡dame tu celular!”, y la mujer seguía brincando tratando de alcanzar el aparato que el hombre tenía en una mano bien alzada. Y es que ella era bien chata y él, muy alto, además de corpulento, lo que nos hizo deducir que no se trataba de un asalto sino de una riña de pareja en plena vía pública, en una tarde cualquiera. Algo había en ese teléfono que ella quería ver y que él se empecinaba en ocultar. Esa actitud tan reacia no hacía más que aumentar o confirmar las sospechas de la mujer, desesperándola al punto que de los brincos pasó a los manotazos y jaloneos logrando arrancar varios botones de la camisa del hombre; éste, completamente mudo, parecía que nunca iba a bajar su brazo, mientras que con el otro trataba de bloquear las manos de su pareja.
Pronto fuimos unos cuantos viendo todo ese espectáculo desde la vereda opuesta, lo que parecía no importarle a la pareja esa o es que simplemente estaban muy metidos en lo suyo. Una mujer detrás de nosotros preguntó: “¿ese tipo le está pegando a esa mujer?”, y una voz de hombre le respondió: “al contrario, es ella quien le está sacando la mierda”. Se escucharon risas, entre ellas la mía, pero a mi amiga no le causó gracia y dándome un golpe con el codo me dijo: “ya, vámonos”. “¿Ahora? Pero si esta buena la pelea” le dije, a lo que ella me respondió muy seria: “una infidelidad no tiene nada de gracioso”. “Bah, qué aguafiestas eres”, le dije a regañadientes, y nos fuimos dejando atrás todo ese escándalo que parecía iba a durar varios minutos más.
***

Con mucho swing
¿Es machista de mi parte creer que a todas las mujeres les gustan los bebés o niños pequeños? Lo creo porque, que recuerde, todas las mujeres que conozco y he conocido, las veces que se han cruzado con algún monstruito de esos siempre han soltado un “¡ooooh, queeeeé liiiiindooooo beeebiiiitoooo!” o alguna otra expresión parecida para luego deshacerse en gestos de ternura. Es lo que percibo, como también que en el caso de los hombres éstos actúan indiferentes en esas situaciones y hasta muestran cierto rechazo, como en mi caso. Supongo que algo tiene que ver con la naturaleza de cada género y que alguna explicación antropológica debe existir al respecto. Como sea, es malo generalizar y no debí hacerlo, así que me limitaré a las mamás del Salesiano Rosenthal, mi ex colegio.
Resulta que, durante mi época escolar (pero sospecho que es algo que sigue igual), en toda actividad de mi colegio las que más asistían eran las mamás y no los papás. Hablo de reuniones, desfiles, misas… y también actuaciones, como las que se hacen para celebrar el día de la madre o del padre. En estas actividades por lo general el número final estaba reservado para un grupo del niños del primer grado, y lo que hacían estos chibolos en el escenario era bailar alguna canción de moda, vestidos, o mejor dicho, disfrazados, como los verdaderos intérpretes. Supuestamente seguían alguna coreografía pero para nada eran coordinados, lo que en vez de perjudicarlos los favorecía porque a mayor descoordinación y torpeza, más tiernos resultaban ser, tanto como para repartir baberos a todas la mamá presentes. Cuando estuvieron de moda los “New Kids on the Block”, salieron a bailar “Step by step”; cuando lo estuvo “Magneto”, la canción fue “Vuela, vuela”; y las lista continúa. Aunque la representación más aplaudida, porque era una canción precisa para esos mocosos, fue la de “Bebé salsero” del grupo "Salserín" (con mucho swing), cuya coreografía tenía un movimiento circular de caderas que no se qué tan adecuado sea para niños (aunque me han  contado que ahora en las fiestas infantiles es normal que bailen reggeaton). Pero un día un niño se pasó de tierno, o sea que se pasó de descoordinado y torpe, porque terminó cayéndose del escenario de una altura de más de un metro. En estampida fueron todas las mamás hacia él. Fue una de esas caídas en las que uno no sabe si reírse o preocuparse; sólo pudo hacer lo primero sin remordimientos cuando días después nos avisaron que el niño había salido perfectamente recuperado del hospital.
***

Step by step (de New Kids on the Block)
Vuela, vuela (de Magneto)
Bebé Salsero (de Salserín)


jueves, 3 de mayo de 2012

Sí, otra vez de noche

¿Existen los fantasmas? Yo diría que no pero conociendo mi mala suerte si lo niego lo más probable es que esta noche se me aparezca uno, así que por si acaso diré que sí, a pesar de que nunca he visto un espíritu, alma en pena o algo parecido. Tampoco he vivido experiencia paranormal alguna, aunque de niño, como todos supongo, imaginaba siempre que los ruidos que escuchaba de noche en mi habitación eran de procedencia maligna. Afortunadamente había llegado a la televisión peruana “El Mundo de Beakman”, un programa educativo para niños conducido por un científico loco de bata verde (Beakman), quien explicaría en un episodio que en la noche baja la temperatura, y cuando baja la temperatura los cuerpos se contraen y cuando los cuerpos se contraen producen sonidos… o sea que mis temores no tenían sustento. Pude dormir en paz otra vez gracias a esos conceptos físicos, pero más que a ellos, al entendimiento de uno más general, de que todo tiene una explicación. Y no necesariamente tiene que ser científica, como la explicación de los ruidos que me despertaron una noche cuando tenía 14 años. Pensé de inmediato que se trataba de un alma penando porque escuchaba quejidos emitidos desde el otro lado de la pared, o sea desde la casa de mis vecinos. Permanecí varios minutos debajo de mis sábanas rezándoles a todos los santos y tratando de tranquilizarme recordando a “La Llorona” que salía en “El Chapulín Colorado” gimiendo por sus hijos, porque lo que estaba escuchando en esos momentos era precisamente a una mujer gimiendo, pero en vez de hacerlo por sus hijos lo hacía por un tal “Iván”… “¿Iván?” pensé, ¿no era acaso ese el nombre del enamorado de mi vecina? Entonces comprendí que sólo se trataba de mi vecina en medio de un polvo con su enamorado. Todo tiene una explicación. Aunque tal vez una palabra tan absoluta como “todo” no sea la más correcta a menos que se le anteponga un “casi”. Fue lo que me dijo mi hermana hace poco cuando en familia recordábamos nuestra vida en Cañete, donde vivimos antes de mudarnos a Lima, durante mis primeros 5 años. Me contó mi hermana como una noche (sí, otra vez de noche) medio dormida había estado escuchando a nuestros padres discutiendo. Minutos después, cuando ya parecía que había vuelto la calma a la casa, sintió y escuchó a una mujer que lloraba sentada al borde de su cama; mi hermana, quien tenía 11 o 12 años en ese entonces, muerta de sueño sólo atinó a decir “ya mami, no llores” para luego quedarse profundamente dormida. Creo que es predecible lo que pasó la mañana siguiente: mi hermana se enteró que mi mamá en ningún momento había entrado a su habitación. “¿Cómo explicas eso?”, me retó mi hermana luego de culminar su relato. No supe qué decir, en cambió mi mamá, sí: seguro había sido el fantasma de la esposa del dueño que nos alquilaba esa casa, dijo, y contó que aquella mujer había muerto de una forma misteriosa en la que todo el mundo sospechó de inmediato del esposo, “un hombre desgraciado”, quien constantemente la maltrataba. Fantasma o no, definitivamente era la explicación más interesante. Y es que tampoco se puede ser tan racional siempre: qué aburrido sería. De serlo, no disfrutaría las historias de terror de mi abuela. Ella, la mamá de mi mamá, es de Madre de Dios y por eso es que en sus historias abundan criaturas de la mitología amazónica del Perú. Como el “Chullachaqui”, que se hace pasar por alguien conocido para conducir a las personas a las profundidades de la selva y hacer que se pierdan. O el “Tunche”, que anuncia su llegada a un pueblo con un silbido característico que hace que los pobladores se encierren en sus casas y que quienes por descuido se crucen con él regresen luego irremediablemente locos y traumados. Cómo nos cagábamos de miedo nosotros sus nietos cuando de pequeños la escuchábamos reunidos a su alrededor. Le preguntamos alguna vez si es que ella había visto directamente a alguna de esos demonios o duendes, y nos respondió con un tono condescendiente, como si nuestra duda fuera muy ingenua (éramos niños, después de todo), que de haber sido así ella no estaría en esos momentos contándonos esas historias. “¿Hay fotos de esas cosas, abuelita?” re-preguntó un primo, quien como primera respuesta recibió un coscorrón por olvidarse que a ella no le gustaba que la llamasen "abuelita" (porque consideraba que la envejecía más), y como segunda, que esos seres son demasiados vivos como para dejarse fotografiar. Mucha razón pienso tiene mi abuela asumiendo que demonios, duendes, almas que penan, o espíritus chocarreros existen porque que no he visto hasta ahora material visual o audiovisual en donde aparezcan de una forma contundente. Claro las hay algunas donde con un poco de imaginación uno puede asumir que tal o cual manchita blanca, borrosa y lejana es un ser venido de otra dimensión. Pero en esta categoría los que definitivamente se llevan el premio a lo inexacto y subjetivo son esos programas de tv dedicados a la búsqueda de fantasmas. Siempre es lo mismo en estos shows: un grupo de especialistas, armados con toda la tecnología posible, se internan de noche en una casa supuestamente embrujada y empiezan a grabar a oscuras con sus cámaras de visón nocturna, cámaras que les dan a las imágenes una tonalidad verdosa y que hacen que los ojos luzcan convenientemente aterradores. De pronto alguien alarmado señala un rincón asegurando haber captado algo; la cámara gira y… nada, no se ve nada, sólo espacios vacios; y así, ayudados en parte por efectos de sonidos y música adecuada, hacen episodios de 30 o 60 minutos. Justamente viendo una parodia de ese tipo de programas en “South Park” fue que se me ocurrió escribir este post; y qué mejor manera de terminar que mostrando esa burla:

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Video extra n1: La Llorona y el Chapulín

Video extra n2: El mundo de Beakman

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